Al Qaeda - Cárcel - Ira
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Han muerto 18 personas: diez miembros de la red terrorista y ocho policías.
En las imágenes se puede ver el ruidoso entierro de un mando policial.
El motín comenzó cuando se interrogaba a Abu Hazifa al Batawi, presunto responsable de la red islamista en Irak sobre posibles planes de ataques en respuesta a la eliminación de Osama ben Laden.
Batawi conseguió hacerse con el arma de un agente, tomó rehenes y liberó a otros nueve presos. Finalmente el grupo fue abatido.
“¿Cómo consiguieron meter armas en las dependencias del ministerio del Interior? y ¿Cómo pudieron abrir las celdas y dejar escapar a los prisioneros?” se queja el familiar de uno de los oficiales fallecidos.
Las autoridades policiales han reconocido “graves errores en el tratamiento de los presos peligrosos” tras el incidente.
Desde el otro lado
Extraña sociedad
Arturo
Balderas Rodríguez
Las expresiones de júbilo que en varias partes,
particularmente en EU, suscitó la muerte de Osama Bin Laden son dignas de
estudio sociológico y aun sicológico que explicara algo más que su significado
aparente. Miles de personas festejaron haberse liberado, por fin, de la pesada
carga de que Bin Laden anduviera por el mundo perpetrando atentados. Parece que
fue una reacción natural, aunque no deja de ser un poco extraño que se festeje
ruidosamente la muerte de una persona. Como muy bien expresó una mujer cuyo
hijo murió en una de las Torres Gemelas, la muerte de Bin Laden no cambia el
que mi hijo continúe muerto: no hay nada que festejar.
Tal vez lo más curioso fue el efecto político que
el hecho tuvo en un número considerable de ciudadanos en ese país. De acuerdo
con los sondeos de opinión, la maltrecha imagen del presidente Obama de pronto
se iluminó, y su popularidad subió como la espuma, por lo que sin eufemismos
fue la venganza que el país, o buena parte de él, esperó por 10 años. Para los
estadunidenses encuestados, ahora sí hay un comandante en jefe en la Casa
Blanca. La afirmación se puede entender en términos militares, aunque bien a
bien no lo que significa en términos políticos. Causa extrañeza que la muerte
de una persona, por muy odiada que haya sido, resulte más importante que, por
ejemplo, el profundo efecto de la reforma de salud, mediante la que 35 millones
accedieron a servicios médicos.
No se puede quitar el mérito a quienes planearon y
realizaron la operación contra Bin Laden; el primero de ellos Obama, pero, ¿no
sería más saludable que su popularidad, o la de cualquier persona, creciera por
acciones más relacionadas con la vida que con la muerte? Aunque parezca
extraño, en muchos sectores de la sociedad sigue pesando la idea de que la vida
es una eterna competencia en la que sobrevive el más fuerte o el más audaz.
Hollywood se ha encargado de crear superhombres cuya misión es salvar al mundo
y también personajes que son capaces de acumular fabulosas riquezas mediante el
esfuerzo y el genio de un individuo. El único problema es pretender que esa
visión mesiánica del mundo se materialice en el acontecer cotidiano,
minimizando o pasando por alto hechos, muchos de ellos simples gestos, que son
los que en el fondo modifican, para bien, la vida de los seres comunes.
Vale ser optimista y esperar que los miles de
jóvenes que se reunieron en las plazas para celebrar la muerte de Bin Laden
hallen motivos para manifestarse en favor de la cada vez más escasa solidaridad
que nos debemos los seres humanos. Sería maravilloso que las ilusiones no sólo
viajaran en tranvía y fuéramos capaces, junto con esos miles de jóvenes, de
rescatar los paradigmas perdidos en las postrimerías del siglo que dejamos
atrás.
aprenderamor@hotmail.com
Ajustes inútiles: ahora Portugal
León
Bendesky
El predominio del capital financiero, según ha
expresado el periodista francés Jean Daniel, ha provocado que la sociedad
entera se transforme en una bolsa de valores que ya sólo puede optar entre un
individualismo cínico y un latrocinio organizado. En los últimos 35 años este
proceso se ha ido agravando y se ha hecho más sofisticado.
La reglas se imponen desde los mercados financieros:
primero se fomenta la expansión económica de la mano del endeudamiento ya sea
público o privado, junto con la especulación rampante. Hace poco esto se
denominó exuberancia irracional.
Eso lleva inevitablemente a distorsiones
productivas entre los sectores, las regiones y los países y, también, a
desequilibrios financieros insostenibles. Luego, cuando las deudas tienen que
pagarse, las burbujas revientan y los acreedores intervienen, en conjunto con
los organismos internacionales, para imponer severos ajustes que exprimen las
condiciones sociales para generar el excedente y poder cobrar.
Es entonces cuando se manifiestan claramente las
contradicciones que se han ido acumulando, de un lado, entre el Estado y las
sociedades a las que representan y, por el otro lado, el capital financiero que
opera a escala global. Sólo mediante el aparato del Estado se puede generar el
excedente para pagar las deudas. Esta experiencia ha ocurrido en México en
varias ocasiones.
Las pautas de la financierización del capital se han
ido repitiendo sobre las mismas bases, aunque las modalidades sean diferentes
en cada uno de los episodios que se van registrando (la deuda externa de los
países emergentes en la década de 1980, las empresas de tecnología en 2001 y el
sector inmobiliario en 2008).
Las secuelas de la crisis de 2008 siguen
manifestándose en Estados Unidos y en Europa, donde se dieron los más recientes
excesos especulativos. Una vez más se salvaguardan los esquemas ordenadores del
capitalismo eminentemente financiero, y se carga el costo de la crisis sobre
los presupuestos públicos para imponer los ajustes. A esto debe sumarse el
efecto en las restricciones del crédito que afectan a la mayor parte de las
empresas pequeñas y medianas.
No es difícil comprender cómo este mecanismo de
ajuste provoca a lo largo del tiempo una creciente desigualdad social y
económica. Ése es hoy uno de los rasgos sobresalientes. En Estados Unidos, por
ejemplo, la concentración del ingreso en el uno por ciento de las familias más
ricas es del orden de 20 por ciento, similar al que se registraba en el tiempo
de la Gran Depresión de 1929-33. En México, según el Banco Mundial, el 10 por
ciento de hogares más ricos concentran más de 40 por ciento del ingreso total,
puede estimarse que el uno por ciento más rico acapara más de una tercera
parte.
Las crisis recurrentes tienden a tumbar los avances
que se pueden hacer para una distribución más equitativa. En los meses
recientes en Europa se ha impuesto un ajuste draconiano en Grecia e Irlanda y
ahora en Portugal.
Las pautas del ajuste son prácticamente las mismas
que las aplicadas ya por varias décadas. No hay en esto variaciones notables,
la receta de los doctores de la estabilización es única.
En Portugal se busca reducir el gasto corriente (en
administración, salud, educación y prestaciones sociales) y elevar el ingreso
público (más impuestos sobre la renta, IVA, especiales, sobre inmuebles y
privatizaciones).
Se prevé que la economía estará en recesión dos
años y que el desempleo llegue a 13 por ciento. El FMI, la Comisión Europea y
el Banco Central Europeo consideran que las medidas impuestas son duras pero
justas. A saber cuál es la noción de justicia detrás de esta consideración.
Tal vez la idea sea que en un régimen democrático
los ciudadanos tienen que avalar sin chistar las acciones de quienes gobiernan
y que también deben respaldar los excesos especulativos de los bancos y los
criterios correctivos de los burócratas internacionales. No parece en verdad
una situación equitativa.
La experiencia dice, desde una visión superficial,
que las economías se recuperan de los ajustes, así se desprende de los saldos
después del ajuste de las cuentas públicas y de los registros acerca del
producto, es decir, de los datos más agregados. Pero ellos no muestran, por ejemplo,
las condiciones en las que queda la gente que pierde su empleo, las familias
que ven reducido sus patrimonios, las empresas pequeñas y medianas que en el
mejor de los casos se estancan o de plano cierran, o la degradación de los
patrones de consumo.
La mayoría de los portugueses, griegos e irlandeses
no necesariamente van a estar mejor después del ajuste. No hay, además, manera
de prever que una vez ajustados podrá sostenerse en un entorno de beneficios
sostenibles. Por el contrario, al parecer habrá que irse preparando para el
siguiente episodio de crisis, los que no sólo son recurrentes sino que tienden
a surgir cada vez a intervalos más cortos.
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