Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

lunes, 9 de mayo de 2011

AL QAEDA- CARCEL- IRAK

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internacionales

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8 DE MAYO DE 2011.
Han muerto 18 personas: diez miembros de la red terrorista y ocho policías.
En las imágenes se puede ver el ruidoso entierro de un mando policial.
El motín comenzó cuando se interrogaba a Abu Hazifa al Batawi, presunto responsable de la red islamista en Irak sobre posibles planes de ataques en respuesta a la eliminación de Osama ben Laden.
Batawi conseguió hacerse con el arma de un agente, tomó rehenes y liberó a otros nueve presos. Finalmente el grupo fue abatido.
“¿Cómo consiguieron meter armas en las dependencias del ministerio del Interior? y ¿Cómo pudieron abrir las celdas y dejar escapar a los prisioneros?” se queja el familiar de uno de los oficiales fallecidos.
Las autoridades policiales han reconocido “graves errores en el tratamiento de los presos peligrosos” tras el incidente.

Desde el otro lado

Extraña sociedad

Arturo Balderas Rodríguez

Las expresiones de júbilo que en varias partes, particularmente en EU, suscitó la muerte de Osama Bin Laden son dignas de estudio sociológico y aun sicológico que explicara algo más que su significado aparente. Miles de personas festejaron haberse liberado, por fin, de la pesada carga de que Bin Laden anduviera por el mundo perpetrando atentados. Parece que fue una reacción natural, aunque no deja de ser un poco extraño que se festeje ruidosamente la muerte de una persona. Como muy bien expresó una mujer cuyo hijo murió en una de las Torres Gemelas, la muerte de Bin Laden no cambia el que mi hijo continúe muerto: no hay nada que festejar.

Tal vez lo más curioso fue el efecto político que el hecho tuvo en un número considerable de ciudadanos en ese país. De acuerdo con los sondeos de opinión, la maltrecha imagen del presidente Obama de pronto se iluminó, y su popularidad subió como la espuma, por lo que sin eufemismos fue la venganza que el país, o buena parte de él, esperó por 10 años. Para los estadunidenses encuestados, ahora sí hay un comandante en jefe en la Casa Blanca. La afirmación se puede entender en términos militares, aunque bien a bien no lo que significa en términos políticos. Causa extrañeza que la muerte de una persona, por muy odiada que haya sido, resulte más importante que, por ejemplo, el profundo efecto de la reforma de salud, mediante la que 35 millones accedieron a servicios médicos.

No se puede quitar el mérito a quienes planearon y realizaron la operación contra Bin Laden; el primero de ellos Obama, pero, ¿no sería más saludable que su popularidad, o la de cualquier persona, creciera por acciones más relacionadas con la vida que con la muerte? Aunque parezca extraño, en muchos sectores de la sociedad sigue pesando la idea de que la vida es una eterna competencia en la que sobrevive el más fuerte o el más audaz. Hollywood se ha encargado de crear superhombres cuya misión es salvar al mundo y también personajes que son capaces de acumular fabulosas riquezas mediante el esfuerzo y el genio de un individuo. El único problema es pretender que esa visión mesiánica del mundo se materialice en el acontecer cotidiano, minimizando o pasando por alto hechos, muchos de ellos simples gestos, que son los que en el fondo modifican, para bien, la vida de los seres comunes.

Vale ser optimista y esperar que los miles de jóvenes que se reunieron en las plazas para celebrar la muerte de Bin Laden hallen motivos para manifestarse en favor de la cada vez más escasa solidaridad que nos debemos los seres humanos. Sería maravilloso que las ilusiones no sólo viajaran en tranvía y fuéramos capaces, junto con esos miles de jóvenes, de rescatar los paradigmas perdidos en las postrimerías del siglo que dejamos atrás.
aprenderamor@hotmail.com

Ajustes inútiles: ahora Portugal

León Bendesky

El predominio del capital financiero, según ha expresado el periodista francés Jean Daniel, ha provocado que la sociedad entera se transforme en una bolsa de valores que ya sólo puede optar entre un individualismo cínico y un latrocinio organizado. En los últimos 35 años este proceso se ha ido agravando y se ha hecho más sofisticado.

La reglas se imponen desde los mercados financieros: primero se fomenta la expansión económica de la mano del endeudamiento ya sea público o privado, junto con la especulación rampante. Hace poco esto se denominó exuberancia irracional.

Eso lleva inevitablemente a distorsiones productivas entre los sectores, las regiones y los países y, también, a desequilibrios financieros insostenibles. Luego, cuando las deudas tienen que pagarse, las burbujas revientan y los acreedores intervienen, en conjunto con los organismos internacionales, para imponer severos ajustes que exprimen las condiciones sociales para generar el excedente y poder cobrar.

Es entonces cuando se manifiestan claramente las contradicciones que se han ido acumulando, de un lado, entre el Estado y las sociedades a las que representan y, por el otro lado, el capital financiero que opera a escala global. Sólo mediante el aparato del Estado se puede generar el excedente para pagar las deudas. Esta experiencia ha ocurrido en México en varias ocasiones.

Las pautas de la financierización del capital se han ido repitiendo sobre las mismas bases, aunque las modalidades sean diferentes en cada uno de los episodios que se van registrando (la deuda externa de los países emergentes en la década de 1980, las empresas de tecnología en 2001 y el sector inmobiliario en 2008).

Las secuelas de la crisis de 2008 siguen manifestándose en Estados Unidos y en Europa, donde se dieron los más recientes excesos especulativos. Una vez más se salvaguardan los esquemas ordenadores del capitalismo eminentemente financiero, y se carga el costo de la crisis sobre los presupuestos públicos para imponer los ajustes. A esto debe sumarse el efecto en las restricciones del crédito que afectan a la mayor parte de las empresas pequeñas y medianas.

No es difícil comprender cómo este mecanismo de ajuste provoca a lo largo del tiempo una creciente desigualdad social y económica. Ése es hoy uno de los rasgos sobresalientes. En Estados Unidos, por ejemplo, la concentración del ingreso en el uno por ciento de las familias más ricas es del orden de 20 por ciento, similar al que se registraba en el tiempo de la Gran Depresión de 1929-33. En México, según el Banco Mundial, el 10 por ciento de hogares más ricos concentran más de 40 por ciento del ingreso total, puede estimarse que el uno por ciento más rico acapara más de una tercera parte.

Las crisis recurrentes tienden a tumbar los avances que se pueden hacer para una distribución más equitativa. En los meses recientes en Europa se ha impuesto un ajuste draconiano en Grecia e Irlanda y ahora en Portugal.

Las pautas del ajuste son prácticamente las mismas que las aplicadas ya por varias décadas. No hay en esto variaciones notables, la receta de los doctores de la estabilización es única.

En Portugal se busca reducir el gasto corriente (en administración, salud, educación y prestaciones sociales) y elevar el ingreso público (más impuestos sobre la renta, IVA, especiales, sobre inmuebles y privatizaciones).

Se prevé que la economía estará en recesión dos años y que el desempleo llegue a 13 por ciento. El FMI, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo consideran que las medidas impuestas son duras pero justas. A saber cuál es la noción de justicia detrás de esta consideración.

Tal vez la idea sea que en un régimen democrático los ciudadanos tienen que avalar sin chistar las acciones de quienes gobiernan y que también deben respaldar los excesos especulativos de los bancos y los criterios correctivos de los burócratas internacionales. No parece en verdad una situación equitativa.

La experiencia dice, desde una visión superficial, que las economías se recuperan de los ajustes, así se desprende de los saldos después del ajuste de las cuentas públicas y de los registros acerca del producto, es decir, de los datos más agregados. Pero ellos no muestran, por ejemplo, las condiciones en las que queda la gente que pierde su empleo, las familias que ven reducido sus patrimonios, las empresas pequeñas y medianas que en el mejor de los casos se estancan o de plano cierran, o la degradación de los patrones de consumo.

La mayoría de los portugueses, griegos e irlandeses no necesariamente van a estar mejor después del ajuste. No hay, además, manera de prever que una vez ajustados podrá sostenerse en un entorno de beneficios sostenibles. Por el contrario, al parecer habrá que irse preparando para el siguiente episodio de crisis, los que no sólo son recurrentes sino que tienden a surgir cada vez a intervalos más cortos.

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