Astillero
Felipe no sabía
Placidez consumidora en EU
Ugalde ataca de nuevo
Le amanece al Dia
Julio
Hernández López
Como en película de terror, en momentos sombríos
aparece un rostro generador de los peores recuerdos y las peores insinuaciones:
Luis Carlos Ugalde, el responsable histórico de la conducción facciosa del
proceso electoral de 2006 y de la instalación fraudulenta en Los Pinos de un
personaje que ha llevado el país al desastre, asoma para reprochar al congreso
federal que por no designar a tres consejeros del IFE esté causando daños
morales a tan egregio instituto. El extraño retorno del señor Ugalde es una
especie de retorno al lugar del crimen, no en términos geográficos sino de
acompañante: el imparcial Luis Carlos, insistentemente acusado de haber
favorecido a Felipe Calderón, acompañó al ahora ocupante de Los Pinos a la más
reciente gira por Estados Unidos, específicamente a un almuerzo con el Consejo
de las Américas. Allí, en tal estado de gracia, el ex presidente del IFE arengó
a proteger al instituto y garantizar que los ciudadanos tengan una institución
libre de intervenciones políticas (por instrucciones de la autoridad, se
prohíben las risas grabadas).
Cómica, si no fuera tan trágica, la nueva
contribución calderónica en tierra gringa a la enciclopedia de los enredos fúnebres
(diariamente trata este tecleador astillado de eludir el abordamiento de otros
Casos de Alarma con cargo a la cuenta felipista, pero el Señor de la Tierra se
esmera en abollar tales ánimos de diversificación al generar frases y proponer
interpretaciones que fuerzan su inclusión crítica en estas parcelas
periodísticas rehenes de las declaraciones ajenas). Pues resulta que, cuarenta
mil muertos después, el esposo de la señora Margarita exhorta a los gringos
consumidores, y a su gobierno administrador, a que sean congruentes y no
jueguen con legalizar allá lo que él, solemnemente guerrero, combate acá con
terrible saldo rojo local. ¡Carajo, matanzas y horror en México, mientras en
Gringolandia los artistas de jolivud y los estudiantes de elite forjan su churro
con elegancia y se dan sus toques de mota con absoluto desparpajo, ¿quién se
iba a imaginar eso?!
Desdoblado, ajeno a sí mismo, crítico de quien él
llama presidente Calderón, el lic. Felipe casi regañó a los gringos por
colocarlo en la situación de ser injusto con los mexicanos y de colocar al país
en riesgo (hipotético, supuesto, nomás para efectos de análisis virtual) de
convertirse en paraíso de los criminales en el mundo (cosa que, como todo mundo
sabe, no ha sucedido, sino todo lo contrario: el México de Calderón es el
paraíso de la legalidad, el respeto a los derechos humanos, la seguridad
pública y el consumo de vasitos de esquite en las plazas pueblerinas).
SuperFelipe en acción, que no quiere ser obligado a exportar sus poderes
justicieros si los demás países no cumplen su parte: ... si ahora estoy
venciendo a criminales de Apatzingán, pues no sólo voy a combatir a éstos, sino
también a los de Afganistán y de Pakistán y de todo el mundo.
Frente al diván por sí mismo instalado,
adelantándose al juicio histórico que así él mismo acepta, dijo ayer el lic.
Calderón: Es muy injusto que yo detenga a campesinos mexicanos por producir un
cuarto de hectárea de mariguana y aquí se produzca industrialmente o que deba
detener mariguana que sé que viene a consumidores que, como en las películas,
todos están muy alegres, usted vea las películas de Hollywood y consumen
mariguana y cocaína, y los artistas más fuertes y las actrices más guapas se
mueren de risa cuando fuman y es una cosa muy bonita.
Luego se lanzó contra las tradicionales friegas de
la Juanita contra las reumas y mezcló el tema de la fumada con el de la tomada
(gulp extraoficial): mucho daño ha hecho que se hable del uso medicinal de la
mariguana, e incluso eso le recordó al declarante lo que en México es muy
popular, que es el uso medicinal del tequila: Si tienes gripa tómate un tequila
y si no se te quita la gripa se te olvida. Pero bueno. Cerró su disertación
médico-cultural con el señalamiento de que en cualquier universidad gringa los
muchachos que son más atractivos y más sofisticados fuman mariguana. Eso sí,
que no pase un pobre tratando de fumar un cigarro porque entonces sí lo
linchan.
Por último, al recibir un premio de liderazgo
internacional, a juicio de una organización derechista hispana, el asombrado
descubridor de las plácidas costumbres consumidoras de los gringos mientras él
desata una guerra en México, solicitó al país vecino que mantenga un apoyo
constante a las hostilidades en el traspatio humeante. ¡Salud, con tequilita
pa’ la gripe o, de perdis, pa’ olvidar!
Astillas
Luego de las tormentas que amenazaban con oscurecer
al Dia, ayer reapareció tal membrete aglutinador de los pataleos y emboscadas
de la izquierda electoral mexicana. Con el aliancista en receso, Manuel
Camacho, como eje, los dirigentes del PRD, el PT y Convergencia instalaron una
mesa de trabajo para definir el curso de su proceso de postulación de candidato
único a la Presidencia de la República. No hay más que dos aspirantes en
condición de competencia: Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard Casaubon
y, según lo que se asegura en ese ámbito, un acuerdo entre ambos que ha sido
respetado y hace pensar que no habrá fracturas más delante. Tomando como puntos
de referencia la realización de encuestas y cuando menos dos debates,
representantes de esos partidos tratarán de diseñar una propuesta cuyos
detalles buscarán impedir disensos por malas interpretaciones y que el diablo
de las divisiones meta la cola a partir de detalles mal reglamentados. Ya se
verá si tan positivos propósitos llegan a buen puerto...
De pronto, un personaje público se porta amable con
sus seguidores, entre algunos de los cuales se mezcla y con los que comparte
felicidad burbujeante; al otro día, cumple la promesa de firmar autógrafos y
por la noche era de esperarse un extraordinario regalo musical. ¡Ah, cuánto
bien hacen las buenas noticias!...
Y, mientras Monterrey sigue viviendo balaceras
mortíferas, ¡hasta mañana, en esta acalorada columna!
Fax: 5605-2099 • juliohdz@jornada.com.mx
Entreguismo e impertinencia política
La gira del titular del Ejecutivo federal, Felipe
Calderón Hinojosa, por Estados Unidos, que se desarrolló desde el pasado
martes, estuvo marcada por una inocultable actitud de entrega del control de
sectores estratégicos para el país, la cual, además de contraria a los
intereses nacionales, resulta inconveniente para México y contraproducente en
términos políticos.
Por principio de cuentas, el viaje presidencial ha
sido el contexto para que Calderón reavive, frente a empresarios del vecino
país, sus empeños por privatizar parcial o totalmente la industria petrolera
nacional: así quedó de manifiesto con el anuncio de una reforma legal para
modernizar Petróleos Mexicanos (Pemex), que considere las experiencias de
empresas como la noruega Statoil o Petrobras, de Brasil y en el contexto de la
cual la venta de acciones (de la paraestatal) podría ser una alternativa.
Tales señalamientos, además de ser contrarios al
espíritu y la letra constitucionales en materia de hidrocarburos, carecen de
pertinencia política en el momento presente: desde 2008, una porción
mayoritaria de la sociedad mexicana manifestó con claridad su rechazo a la
privatización petrolera; reclamó que ésta se mantuviera íntegramente como
propiedad exclusiva del Estado; demostró una amplia capacidad de movilización
para impedir la entrega de Pemex a particulares y rebatió suficientemente los
criterios y argumentos mediante los cuales el grupo en el poder vuelve ahora a
la carga en sus afanes privatizadores. Por añadidura, la Presidencia de la
República y el partido en el poder acusan hoy una debilidad política mucho
mayor que en 2008 y a ello se suma la exasperación social provocada por la
guerra contra el narcotráfico en que Calderón embarcó al país hace cuatro años
–por más que ahora niegue haber enarbolado esa bandera–: estos factores, en
conjunto, hacen que las posibilidades de imponer el designio privatizador sean
hoy mucho más acotadas.
A la reactivación del designio privatizador de la
industria nacional de los hidrocarburos se sumaron, en el contexto de la visita
presidencial a Nueva York, las afirmaciones del propio Calderón Hinojosa de que
las regulaciones en materia de competencia en las telecomunicaciones deben
estar orientadas a frenar las prácticas monopólicas de las empresas propiedad
de Carlos Slim: tal advertencia resulta inaceptable, porque constituye un guiño
a los intereses empresariales que pugnan por incursionar en el mercado nacional
de las telecomunicaciones y hegemonizarlo, y porque permite ver la doble moral
y el manejo oficial faccioso y parcial en ese ámbito: planteamientos similares
debieran ser dirigidos –así fuera por elemental congruencia con el pensamiento
neoliberal y con el espíritu de la libre competencia– al duopolio que controla,
en condiciones mucho más cerradas que las que privan en el mercado de la
telefonía, las concesiones sobre frecuencias televisivas.
En suma, la visita de Calderón a territorio
estadunidense se presenta ante la opinión pública como una gira de ofrecimiento
para que los intereses económicos de ese país se involucren en rubros de
importancia central para el nuestro, y como una provocación a los distintos
actores sociales, políticos y empresariales de México. Tal actitud disipa
cualquier posibilidad de acuerdo nacional que el propio Calderón ha reclamado
en torno a los temas de la agenda política y económica: si hasta antes de esta
visita el país asistía a un creciente distanciamiento entre la actual administración
y la sociedad como consecuencia de los desastrosos resultados de la estrategia
de seguridad pública vigente y los empeños gubernamentales por mantenerla, los
pronunciamientos realizados allá por Calderón introducen factores adicionales
de tensión”.
Flaco favor se hace el titular de una
administración cuestionada en los distintos ámbitos de su quehacer, deficitaria
de legitimidad desde su origen y ahora acosada en distintos frentes políticos
–la demanda social por la destitución del titular de Seguridad Pública, Genaro
García Luna, es una muestra clara de ello–, cuando en vez de procurar la
necesaria conciliación nacional atiza las diferencias de forma tan innecesaria,
peligrosa e inoportuna.
El miedo como distracción
Octavio
Rodríguez Araujo
El año pasado escribí en estas páginas que la
política del miedo es deliberada. Y citando a Furedi, decía que es un proyecto
manipulador que intenta inmovilizar la inconformidad pública, por lo que se
inventan o se exageran miedos como una pandemia de gripe, el calentamiento
global como fatalidad que acabará con el planeta, la obesidad o el tabaco como
epidemias que matarán a millones de personas, o el narcotráfico y el terrorismo
que amenazan nuestra vida cotidiana y nuestra paz y tranquilidad. Para Hobbes
–señalaba Furedi–, uno de los principales objetivos del cultivo del miedo era
neutralizar cualquier impulso radical de experimentación social a futuro. Para
lograr este objetivo Hobbes argumentaba que la gente debe ser persuadida de que
entre menos desafía el estado de cosas y al poder, mayores ventajas habrá para
la comunidad y para los individuos. Esto es, la aceptación y no la protesta, el
conformismo y no la búsqueda de cambios (porque éstos también dan miedo). En
2006 se usó la expresión es un peligro contra México, en referencia a López
Obrador, con la misma intención de provocar miedo, al personaje y a sus
propuestas de cambios, y para afirmar en la población la aceptación de su circunstancia
(mala pero conocida), es decir su conservadurismo conformista.
La estrategia del miedo suele ser empleada por los
gobiernos para sumar apoyos en una perversa lógica de unidad nacional. Bush usó
esta estrategia a partir del 11 de septiembre de 2001 y gracias al miedo que
generaron los cuestionados ataques terroristas de esa fecha se pudo imponer,
con pocas protestas en su contra, la Ley Patriótica, que ha disminuido
considerablemente las libertades ciudadanas en ese país al mismo tiempo que ha
aumentado la discriminación activa a los árabes y musulmanes o quienes parezcan
serlo.
En México Calderón quiso usar la misma estrategia
al lanzarse a una guerra contra un enemigo supuestamente común de todos los
mexicanos: el narcotráfico, y para no quedarse atrás de Bush, lanzó su
iniciativa de Ley de Seguridad Nacional (todavía no aprobada por el Congreso de
la Unión). Pero en tanto el gobierno de Washington creaba un enemigo externo
Calderón magnificaba un enemigo interno. La diferencia no es menor: allá se
invadía a otras naciones y los muertos han sido en su mayoría extranjeros en
sus respectivos países. Acá los muertos son mexicanos e inmigrantes
centroamericanos de paso por nuestro país, y por más que el titular del
Ejecutivo y sus secretarios se desgañiten diciendo que gobierno y sociedad
deben trabajar juntos para abatir al crimen organizado y que la seguridad
concierne a todos (Blake), amplios sectores de la población no les creen pues
los muertos forman parte de ellos mismos y no son extranjeros en países
lejanos.
Sin embargo (y aquí está el punto central), la
insistencia en la unidad nacional no ha menguado, como tampoco la política del
miedo como fórmula distractora para que la sociedad, si acaso, proteste por sus
muertos y la inseguridad, pero no por su situación estructural de pobreza y
ausencia de expectativas.
La estrategia es diabólica: entre más muertos haya,
más vivos se sentirán afectados en carne propia o en la de sus familiares o
amigos. Doloroso, sí, pero el miedo, en los cálculos del gobierno, crecerá,
está creciendo, y si hay protestas –como las ha habido– éstas serán por la
inseguridad, la impunidad de los criminales, la corrupción de los funcionarios,
la indefensión de los ciudadanos en las calles y hasta en sus casas, pero no
por las políticas públicas que han favorecido el crecimiento de la pobreza y la
desigualdad. No parece casual que en las grandes marchas que ha habido en
contra de la inseguridad, desde la de 1997 en la que participaron Calderón y su
esposa con un banderín azul que decía ¡Ya basta!, hasta la más reciente (mucho
menos numerosa que las de 2004 y 2008, convocadas por las derechas), se haya
hablado de unidad nacional, de un México unido y en contra de los partidos que
dividen a la población. Incluso Javier Sicilia, que es considerado de izquierda
en ciertos medios, habló en una entrevista de la necesidad de un candidato de
unidad nacional, tal vez ciudadano (Milenio, 08/05/11), y acusó
(elípticamente y como especulando a petición de su entrevistador) a López
Obrador de dividir al país, como si no hubiera diferencias evidentes y
constatables entre su población. Los cambios necesarios y un nuevo y distinto
proyecto de nación para beneficio de los más y no de los menos, no han sido
temas centrales en estas expresiones de protesta. Un cierto conformismo,
conservador en el fondo, es el que está detrás de las protestas por la
inseguridad del país que, siendo real e insoportable, no es el principal
problema de los mexicanos.
El antídoto contra el miedo es la protesta. Pero
para que ésta sea efectiva debe distinguirse con claridad quién ha provocado la
política del miedo y para qué. Calderón pensó que con su política estimularía
la unidad nacional en torno a su ilegítimo gobierno, que ganaría legitimidad
combatiendo al crimen organizado y limpiándole el patio trasero (como nos ven)
a Estados Unidos. Si no se distingue el para qué de la política del miedo
provocada por Calderón como una estrategia de unidad nacional, de legitimidad y
de distracción, se corre el riesgo de caer en la trampa de pedir la renuncia
del secretario de Seguridad Pública (García Luna) y no la de Calderón (jefe del
primero y responsable de lo que haga o deje de hacer), como exigían a gritos
centenas de manifestantes el pasado domingo y frenados por el propio Sicilia
con el argumento de que no se quiere más odio.
El miedo se ha usado siempre desde el poder como
una medida de distracción frente a los problemas estructurales de mayor
profundidad y alcance, y que muchos dan por normales cuando debieran ser los
motivos de la protesta. No basta exigirle al gobierno protección ciudadana y
seguridad, que desde luego debiera garantizar, sino políticas de desarrollo
nacional que disminuyan la desigualdad, la pobreza, la falta de educación y
empleo, la corrupción y la injusticia en general. Si Calderón no quiere o no
puede, que renuncie. El problema es político, no de odios ni de simpatías (si
acaso éstas existen).
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