Ignorancia
supina
Axel Didriksson
Axel Didriksson
Dice Boaventura de Sousa que entre el
conocimiento y la ignorancia existe una tercera categoría: el conocimiento
errado, esto es, cuando se cree que se conoce algo que no es verdad, o cuando
aun sabiendo que se está equivocado, se le reitera. Se trata de una ignorancia
no reconocida ni asumida.
Este tipo de ignorancia aparece de
manera constante en los discursos oficiales de Felipe Calderón (al igual que de
otros funcionarios públicos), ahora cada vez más exaltados y agresivos, aunque
demuestran y hasta exhiben este tipo de incongruencia. Nadie en su sano juicio,
creo yo, pretende decirle al gobierno federal que no enfrente al crimen
organizado. Para eso tiene a la policía y al Ejército. Nadie, creo, le ha
pedido retirarse de la lucha en contra de las bandas de delincuentes. Pero aun
así reitera que no se retirará, como si alguien se lo demandara.
Lo que sí se ha dicho hasta el
cansancio es que la estrategia adoptada en esa lucha ha sido y es terriblemente
equivocada, que no se han podido demostrar avances sustanciales en la acción
del gobierno en contra del crimen y los maleantes, y que, por encima de su
ignorancia reiterada y monotemática, Felipe Calderón debe responder con
seriedad por qué le está fallando todo, y por qué el país está en la peor
condición de deterioro que se haya vivido desde hace lustros.
A la ignorancia supina mostrada en los
flemáticos discursos de Calderón ahora se agrega la total insensibilidad frente
a los deudos de las bajas civiles de su guerra fallida, ante el creciente
malestar ciudadano, pero sobre todo, en estos días, ante la dimensión y
diversidad que está alcanzando el rechazo a su virulencia retórica. Me refiero
al discurso altamente agresivo transmitido a nivel nacional el 4 de mayo, unas
horas antes de la salida de la marcha del silencio de la ciudad de Cuernavaca
al Zócalo de la Ciudad de México, convocada por Javier Sicilia y la Red por la
Paz y la Justicia. Palabras altisonantes frente al enmudecimiento de miles y
miles que deciden responder así a tanto agravio. Una mentira dicha muchas veces
que no ha podido volverse verdad ante el sonido de millones de pasos que
arrastran un desafío que crece y crece.
La semejanza de lo que está pasando
aquí y en el norte de África tiene lógica y sustento. La irrupción de una masa
espontánea, sobre todo de jóvenes, que se enfrenta sin nada a un gobierno
sátrapa encumbrado y protegido con toda una parafernalia armada pero inútil,
que en horas y en días se multiplica, luego en meses se organiza y continúa hasta
exhibir o hacer caer gobiernos enteros. ¿Qué futuro pueden tener los millones
de jóvenes que sufren de la falta de empleo, al igual que de una escuela digna
y adecuada que les ofrezca alguna alternativa de vida y de conocimiento, por lo
que se ven empujados a decidir entre la violencia y la sobrevivencia sin paga?
Las diferencias, sin embargo, con lo
que ocurre en otros países, también son ciertas, porque en México el poder
corrompe y hay muchos interesados en preservarlo a costa de su indignidad. Pero
ante una ignorancia de tercer grado como la que se padece en el gobierno
federal, se abre la posibilidad de un aprendizaje colectivo, en una escuela
abierta que está en las calles y en la sociedad que se moviliza con autonomía.
Ignorancia versus conciencia. Lo que ahora hace falta es que pueda aprovecharse
esta nueva manera de aprender, para organizarse en el mediano y largo plazos,
porque los tiempos políticos se aceleran y se calientan y, a lo mejor, hasta lo
electoral se desvanece.
¿Cómo va a responder el gobierno
federal a la marcha multitudinaria que ha llegado al Zócalo de la Ciudad de
México? ¿Dirá otra vez que seguirá en lo mismo, sin atender a nadie ni a nada,
con el argumento de que rechaza las “salidas falsas”? ¿O desde su arrogancia
ignorante atacará a la sociedad civil como antes lo ha hecho? ¿Pasará de las
palabras altisonantes a su acción preferida?
Este país vive una crisis ética sin precedentes
Bernardo
Barranco V.
Estuve en el Zócalo este domingo 8 de mayo, horas
antes de que llegara la caravana encabezada por Javier Sicilia. Desde las dos
treinta, con el sol a plomo, escuché los estrujantes testimonios de decenas de
personas que, además de haber padecido violencia o pérdidas familiares,
sufrieron la corrupción e impunidad de las autoridades; varias veces los ojos
se me enrojecieron y la garganta se me apretaba por el llanto contenido. Son
testimonios de un país fracturado: ¿cómo es posible haber llegado a esto?, se
preguntaba un atormentado padre del estado de Guerrero, que aún busca a su hija
desaparecida y que airadamente reprocha el autismo de una clase política
aclimatada en el confort de sus privilegios. La gente estaba muy enojada, miles
de gargantas coreaban mezclando con despecho entre: fuera y muera Calderón. La
dolorosa pérdida de Javier Sicilia es, al mismo tiempo, la experiencia de miles
de familias desgarradas que han llorado pérdidas y han cargado con un país
torcido. Las víctimas no son sólo aquellos que de manera directa han padecido
la violencia y la zozobra, de alguna manera todos hemos sido heridos por una
absurda guerra en un México que ha venido perdiendo el rumbo. Vivimos en una
crisis ética sin precedentes en este país; el drama de Javier ha detonado una
enorme ola social de indignación y hartazgo que va más allá de la inseguridad y
de la violencia que ha invadido nuestro entorno cotidiano. Esta ola puede
convertirse en un incontrolable tsunami, siguiendo al antropólogo Roger Bartra,
de la implosión a la explosión social. Además de reconstruir tejido social, se
necesita un proyecto común, como dice Sicilia, que enderece el rumbo de una
nación herida.
Es necesario conservar entereza, evitar enrutarse
en diagnósticos alarmistas y entender con serenidad los principales ejes de
nuestra actual encrucijada. Javier Sicilia apuntó a los responsables de esta
madeja, a los señores de la política, los del crimen, y añadiría a los señores
del dinero y los señores de los medios. El ciudadano común tampoco puede
eximirse de su responsabilidad. Sin embargo, estamos ante una evidente pérdida
de autoridad moral de los principales actores que conducen y simbolizan el
rumbo de la nación: la Presidencia, los gobernadores, los actores legislativos
y de justicia, los empresarios, los líderes gremiales, las jerarquías
religiosas. Existe un claro desencuentro político. Es notorio el terreno
pantanoso entre la regresión y el dudoso desempeño de las instituciones
democráticas, como los tribunales, los institutos electorales, de derechos
humanos, de transparencia, los partidos, con la emergencia de una cultura de la
invisibilidad. Desde la cañería del sistema se pactan acuerdos, la clase
política va tasando la realidad por cuotas de poder, repartos voraces y
equilibrios imperfectos. Es el reino de los intereses particulares; estamos
bajo el imperio de grupos cuyo móvil es el provecho propio. Sólo hay retazos,
parcelas e intereses políticos que se definen desde la lógica electoralista y
que están llevando a la deconstrucción de la propia democracia. El narco y
la violencia florecen porque la sociedad está fracturada.
La relación entre la ética y la política es un
debate antiquísimo; se le ha rehuido por ser uno de los temas más espinosos por
la falta de consenso sobre los parámetros del debate público. Es un debate
filosófico que se antoja fuera del alcance de nuestra clase política,
intelectualmente pobre. La idea de crisis debe hacer referencia a la crisis de
valores y a las huellas en la historia del pensamiento, es decir, al incesante
cuestionamiento de los valores. Caracterizar nuestra dramática circunstancia
como una crisis de ética consiste en tomar una posición con respecto al
significado que le atribuye a la ética. En su texto La política como
vocación, Max Weber aborda la cuestión definiendo dos vectores, por un
lado, lo que llamó la ética de la convicción y la otra, ética de la
responsabilidad, esto es, las perspectivas en que se asumen las consecuencias
de las decisiones y acciones. La ciencia política ha avanzado mucho en el
terreno teórico, por lo que las propuestas weberianas son, para muchos,
simplistas. Kant se coloca en el extremo, converge a la idea de que toda la
actividad humana práctica debe estar sujeta a un máximo de imperativo moral.
Hegel rechaza el moralismo político y la subordinación kantiana de la política
a la moral, pretende recuperar la construcción histórica de la subjetividad
moral moderna, es decir, la ética. Lamentablemente, la clase política mexicana
no cubre estos principios básicos ni mucho menos la vocación de la política
como servicio. En su pragmatismo extremo, los políticos profesionales han
perdido identidad, tradición y memoria. Los partidos se han mimetizado al grado
de que los ciudadanos votan más por las cualidades de los candidatos que por
las convicciones o tradiciones políticas. Igualmente la responsabilidad social
se ha perdido; nadie se hace responsable de nada ni de sus actos. La impunidad
impera. Por ello los testimonios del domingo sobre las víctimas están cargadas,
con toda razón, de rabia contenida. El movimiento social que encabeza Javier
Sicilia es fundamentalmente ético y, por supuesto, es altamente político. Nos
invita a recuperar una tradición perdida y un debate más que necesario de la
relación entre ética y política, entre la ética de la responsabilidad y la
vocación política.
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