Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

miércoles, 11 de mayo de 2011

IGNORANCIA SUPINA- CRISIS ETICA SIN PRECEDENTE


Ignorancia supina
Axel Didriksson

Dice Boaventura de Sousa que entre el conocimiento y la ignorancia existe una tercera categoría: el conocimiento errado, esto es, cuando se cree que se conoce algo que no es verdad, o cuando aun sabiendo que se está equivocado, se le reitera. Se trata de una ignorancia no reconocida ni asumida.

Este tipo de ignorancia aparece de manera constante en los discursos oficiales de Felipe Calderón (al igual que de otros funcionarios públicos), ahora cada vez más exaltados y agresivos, aunque demuestran y hasta exhiben este tipo de incongruencia. Nadie en su sano juicio, creo yo, pretende decirle al gobierno federal que no enfrente al crimen organizado. Para eso tiene a la policía y al Ejército. Nadie, creo, le ha pedido retirarse de la lucha en contra de las bandas de delincuentes. Pero aun así reitera que no se retirará, como si alguien se lo demandara.

Lo que sí se ha dicho hasta el cansancio es que la estrategia adoptada en esa lucha ha sido y es terriblemente equivocada, que no se han podido demostrar avances sustanciales en la acción del gobierno en contra del crimen y los maleantes, y que, por encima de su ignorancia reiterada y monotemática, Felipe Calderón debe responder con seriedad por qué le está fallando todo, y por qué el país está en la peor condición de deterioro que se haya vivido desde hace lustros.

A la ignorancia supina mostrada en los flemáticos discursos de Calderón ahora se agrega la total insensibilidad frente a los deudos de las bajas civiles de su guerra fallida, ante el creciente malestar ciudadano, pero sobre todo, en estos días, ante la dimensión y diversidad que está alcanzando el rechazo a su virulencia retórica. Me refiero al discurso altamente agresivo transmitido a nivel nacional el 4 de mayo, unas horas antes de la salida de la marcha del silencio de la ciudad de Cuernavaca al Zócalo de la Ciudad de México, convocada por Javier Sicilia y la Red por la Paz y la Justicia. Palabras altisonantes frente al enmudecimiento de miles y miles que deciden responder así a tanto agravio. Una mentira dicha muchas veces que no ha podido volverse verdad ante el sonido de millones de pasos que arrastran un desafío que crece y crece.

La semejanza de lo que está pasando aquí y en el norte de África tiene lógica y sustento. La irrupción de una masa espontánea, sobre todo de jóvenes, que se enfrenta sin nada a un gobierno sátrapa encumbrado y protegido con toda una parafernalia armada pero inútil, que en horas y en días se multiplica, luego en meses se organiza y continúa hasta exhibir o hacer caer gobiernos enteros. ¿Qué futuro pueden tener los millones de jóvenes que sufren de la falta de empleo, al igual que de una escuela digna y adecuada que les ofrezca alguna alternativa de vida y de conocimiento, por lo que se ven empujados a decidir entre la violencia y la sobrevivencia sin paga?

Las diferencias, sin embargo, con lo que ocurre en otros países, también son ciertas, porque en México el poder corrompe y hay muchos interesados en preservarlo a costa de su indignidad. Pero ante una ignorancia de tercer grado como la que se padece en el gobierno federal, se abre la posibilidad de un aprendizaje colectivo, en una escuela abierta que está en las calles y en la sociedad que se moviliza con autonomía. Ignorancia versus conciencia. Lo que ahora hace falta es que pueda aprovecharse esta nueva manera de aprender, para organizarse en el mediano y largo plazos, porque los tiempos políticos se aceleran y se calientan y, a lo mejor, hasta lo electoral se desvanece.

¿Cómo va a responder el gobierno federal a la marcha multitudinaria que ha llegado al Zócalo de la Ciudad de México? ¿Dirá otra vez que seguirá en lo mismo, sin atender a nadie ni a nada, con el argumento de que rechaza las “salidas falsas”? ¿O desde su arrogancia ignorante atacará a la sociedad civil como antes lo ha hecho? ¿Pasará de las palabras altisonantes a su acción preferida?

Este país vive una crisis ética sin precedentes

Bernardo Barranco V.

Estuve en el Zócalo este domingo 8 de mayo, horas antes de que llegara la caravana encabezada por Javier Sicilia. Desde las dos treinta, con el sol a plomo, escuché los estrujantes testimonios de decenas de personas que, además de haber padecido violencia o pérdidas familiares, sufrieron la corrupción e impunidad de las autoridades; varias veces los ojos se me enrojecieron y la garganta se me apretaba por el llanto contenido. Son testimonios de un país fracturado: ¿cómo es posible haber llegado a esto?, se preguntaba un atormentado padre del estado de Guerrero, que aún busca a su hija desaparecida y que airadamente reprocha el autismo de una clase política aclimatada en el confort de sus privilegios. La gente estaba muy enojada, miles de gargantas coreaban mezclando con despecho entre: fuera y muera Calderón. La dolorosa pérdida de Javier Sicilia es, al mismo tiempo, la experiencia de miles de familias desgarradas que han llorado pérdidas y han cargado con un país torcido. Las víctimas no son sólo aquellos que de manera directa han padecido la violencia y la zozobra, de alguna manera todos hemos sido heridos por una absurda guerra en un México que ha venido perdiendo el rumbo. Vivimos en una crisis ética sin precedentes en este país; el drama de Javier ha detonado una enorme ola social de indignación y hartazgo que va más allá de la inseguridad y de la violencia que ha invadido nuestro entorno cotidiano. Esta ola puede convertirse en un incontrolable tsunami, siguiendo al antropólogo Roger Bartra, de la implosión a la explosión social. Además de reconstruir tejido social, se necesita un proyecto común, como dice Sicilia, que enderece el rumbo de una nación herida.

Es necesario conservar entereza, evitar enrutarse en diagnósticos alarmistas y entender con serenidad los principales ejes de nuestra actual encrucijada. Javier Sicilia apuntó a los responsables de esta madeja, a los señores de la política, los del crimen, y añadiría a los señores del dinero y los señores de los medios. El ciudadano común tampoco puede eximirse de su responsabilidad. Sin embargo, estamos ante una evidente pérdida de autoridad moral de los principales actores que conducen y simbolizan el rumbo de la nación: la Presidencia, los gobernadores, los actores legislativos y de justicia, los empresarios, los líderes gremiales, las jerarquías religiosas. Existe un claro desencuentro político. Es notorio el terreno pantanoso entre la regresión y el dudoso desempeño de las instituciones democráticas, como los tribunales, los institutos electorales, de derechos humanos, de transparencia, los partidos, con la emergencia de una cultura de la invisibilidad. Desde la cañería del sistema se pactan acuerdos, la clase política va tasando la realidad por cuotas de poder, repartos voraces y equilibrios imperfectos. Es el reino de los intereses particulares; estamos bajo el imperio de grupos cuyo móvil es el provecho propio. Sólo hay retazos, parcelas e intereses políticos que se definen desde la lógica electoralista y que están llevando a la deconstrucción de la propia democracia. El narco y la violencia florecen porque la sociedad está fracturada.

La relación entre la ética y la política es un debate antiquísimo; se le ha rehuido por ser uno de los temas más espinosos por la falta de consenso sobre los parámetros del debate público. Es un debate filosófico que se antoja fuera del alcance de nuestra clase política, intelectualmente pobre. La idea de crisis debe hacer referencia a la crisis de valores y a las huellas en la historia del pensamiento, es decir, al incesante cuestionamiento de los valores. Caracterizar nuestra dramática circunstancia como una crisis de ética consiste en tomar una posición con respecto al significado que le atribuye a la ética. En su texto La política como vocación, Max Weber aborda la cuestión definiendo dos vectores, por un lado, lo que llamó la ética de la convicción y la otra, ética de la responsabilidad, esto es, las perspectivas en que se asumen las consecuencias de las decisiones y acciones. La ciencia política ha avanzado mucho en el terreno teórico, por lo que las propuestas weberianas son, para muchos, simplistas. Kant se coloca en el extremo, converge a la idea de que toda la actividad humana práctica debe estar sujeta a un máximo de imperativo moral. Hegel rechaza el moralismo político y la subordinación kantiana de la política a la moral, pretende recuperar la construcción histórica de la subjetividad moral moderna, es decir, la ética. Lamentablemente, la clase política mexicana no cubre estos principios básicos ni mucho menos la vocación de la política como servicio. En su pragmatismo extremo, los políticos profesionales han perdido identidad, tradición y memoria. Los partidos se han mimetizado al grado de que los ciudadanos votan más por las cualidades de los candidatos que por las convicciones o tradiciones políticas. Igualmente la responsabilidad social se ha perdido; nadie se hace responsable de nada ni de sus actos. La impunidad impera. Por ello los testimonios del domingo sobre las víctimas están cargadas, con toda razón, de rabia contenida. El movimiento social que encabeza Javier Sicilia es fundamentalmente ético y, por supuesto, es altamente político. Nos invita a recuperar una tradición perdida y un debate más que necesario de la relación entre ética y política, entre la ética de la responsabilidad y la vocación política.

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