Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

viernes, 6 de mayo de 2011

LA FUERZA COMO LA RAZON, MEXICANOS DEL MAL- VIOLENCIA E IRREALIDAD

Astillero
La fuerza como razón y ley
Doctrina FuLeRa
Mexicanos de mal
A marchar, el domingo
Julio Hernández López
Razón, ley y fuerza como presuntos puntales del autoritarismo ya nada disfrazado: del haiga sido como haiga sido (del 2006) al haiga de ser como haiga de ser (de aquí al 2012, y lo que venga). Como aquel dictadorcillo fascistoide que dibujaba Palomo en tiras de humor político bajo el título de El cuarto Reich y que proponía, con ortografía a su gusto, gobernar con orden, onradez y ornato. Santísima trinidad pinolera en busca de justificar el horror en curso y de confrontar la protesta andante en su contra: dice Calderón tener de su lado la razón y (si esto no fuera suficiente) la ley y (si esto no fuera suficiente) la fuerza. Tres conceptos distintos y un solo motor verdadero: la fuerza. En realidad, el orden de ejecución ha sido y pretende seguir siendo el de Fuerza, Ley (a fuerza) y Razón (a fuerza): FuLeRa.
Desnudo político e ideológico a contrarritmo morelense: en la pista y dando vueltas al tubo oratorio, el jefe de la fuerza gobernante se despoja del ropaje falsamente democrático y elimina de un golpe las opciones políticas. Frente a la marcha por la paz y la justicia que ayer salió de Cuernavaca, el iracundo comandante Calderón da un manotazo en forma de discurso para dejar en claro que los militares seguirán actuando en las calles y que son malos mexicanos quienes pretenden regresarlos a los cuarteles y frenar las cascadas diarias de sangre y las carretadas de abusos e injusticias de la Fuerza (ahora sí en mayúscula, pues ha sido elevada a la categoría de filosofía política gobernante felipense).
Felipe encaramado en su caballito de madera dice a los mexicanos, de buena o mala fe, que va a ganar la guerra y que lo que piden quienes se oponen a sus planes de campaña (militar y electoral, más lo segundo que lo primero, aunque no lo parezca) no puede y no va a ocurrir. Felipe desmemoriadamente apocalíptico, que amenaza a los ciudadanos con la llegada de males mayúsculos que en realidad llevan largos años sucediendo. Nada de dejarles llanamente el paso a las gavillas de criminales, arenga, cuando eso sucede diariamente en varias ciudades y regiones del país. Felipe superblindado que se niega a la posibilidad de rendirse, claudicar y entregar el país, pues eso sería abandonar a su suerte a las familias mexicanas, y que sobre las calles transiten criminales y gavillas asesinas de ambición incontrolable y de perfidia manifiesta. ¡Pero eso sucede ya, cotidiana e impunemente, y no sólo por causa de los delincuentes explícitos! Además, Felipe postula que si atendiera los reclamos sociales y retirara a las fuerzas del orden sería tanto como otorgar a esos criminales (los de los bandos narcotraficantes) licencia abierta para secuestrar, extorsionar, e incluso matar a ciudadanos. ¡Pero eso ya sucede normalmente en muchos lugares, sin el incluso!
Felipe desesperado ante la posibilidad de que las protestas en su contra crezcan como nunca antes y que por ello declara extinguidos los procedimientos de la política (el análisis plural, la discusión, la concesión a los intereses de las otras partes, el entendimiento) y se aferra a la doctrina de la fuerza que desea que lo acompañe. Presunto presidente de todos los mexicanos que los divide en buenos y malos, en una tardía restauración de la teoría de los ejes del mal que en su momento hizo famoso otro gran pensador y pulcro gobernante, George W. Bush: Los mexicanos de bien estamos en el mismo bando, dijo el comandante Calderón. Por tanto, todos quienes no están en su mismo bando son mexicanos de mal. Felipe históricamente inescrupuloso que echó mano de la Batalla de Puebla para tratar de conceder a su guerra tintes heroicos al equiparar los momentos actuales con los vividos ante un invasor extranjero. Felipe que es miembro del mismo bando político e ideológico de quienes abrieron el paso a aquellos franceses pero fueron derrotados no por la derecha ni el conservadurismo, sino por el liberalismo. Panista bélico de hoy que echa mano del recuerdo del general Miguel Negrete para exhortar a que, poniendo la patria por encima de los partidos, lo apoyen a él, el generador de la terrible crisis sangrienta que lleva más de 40 mil muertos. ¡Uf, cuánta necesidad, explicable, de asirse a algo para no reconocer que se está en el vacío!
Así, con la doctrina de la Fuerza por delante, ya no es necesario fingir diálogos ni simular que se escucha y atiende a voces diversas. Ni pluralidad ni tolerancia: las cosas seguirán siendo como son porque así lo ha decidido personalmente el poseedor de la verdad oficial única, el ejecutor de las verdades bélicas reveladas, el profeta del desastre obligatorio, el irritado ocupante precarista de Los Pinos que ha saltado amenazante apenas al ver frente a sí la primera movilización no manipulable en su contra.
En tanto, la marcha encabezada por Javier Sicilia y Raúl Vera va de Cuernavaca a la ciudad de México, y en muchas otras ciudades, del país y del extranjero, se preparan manifestaciones públicas para el próximo domingo. Por cierto, quienes han impulsado la campaña de No más Sangre (los moneros, con Rius a la cabeza, entre otros) se reunirán el citado domingo 8 a las 11 de la mañana en la explanada del Palacio de Bellas Artes e invitan a participar en un curso exprés de elaboración de mantas, pancartas y consignas, para luego incorporarse a la marcha por la paz y la justicia. Un tecleador astillado no estará en el DF sino en Guadalajara, donde igualmente caminará. Todo aquel que esté en contra de la locura sangrienta que se ha impuesto al país y que se pretende sostener por muchos años más, haría bien en manifestar públicamente su protesta, aunque el jefe de la historia macabra amenace con el uso de la fuerza y clasifique a sus opositores de malos mexicanos. Caminemos.
Y, mientras Obama se ha decidido a retirar de México al embajador Pascual, y el PRD celebra cumpleaños con Ebrard proponiendo debatir con AMLO en octubre próximo, ¡feliz fin de semana!
Violencia e irrealidad
El pasado miércoles, en un discurso emitido en cadena nacional, el titular del Ejecutivo federal, Felipe Calderón Hinojosa, reiteró su posición de mantener la actual política de seguridad pública; demandó el respaldo y la comprensión de la ciudadanía, fustigó a quienes de buena o mala fe buscan detener la acción del gobierno, señaló que ésta es necesaria para evitar tragedias que sigan enlutando hogares y manchando de sangre a nuestra sociedad, y citó, como ejemplos, el cobarde asesinato de decenas de personas en San Fernando, Tamaulipas –en referencia al hallazgo de cadáveres de hace un mes en narcofosas de esa localidad– y el homicidio de siete personas –entre ellas el hijo del poeta Javier Sicilia– ocurrido a finales de marzo en Temixco, Morelos.
Ayer, en el contexto de la conmemoración por la Batalla de Puebla, el político michoacano insistió en sus críticas a quienes quisieran ver a nuestras tropas retroceder, a las instituciones bajar la guardia y darle simple y llanamente el paso a gavillas de criminales y se dijo convencido de lograr una victoria definitiva sobre las bandas delictivas porque tenemos la razón, porque tenemos la ley y porque tenemos la fuerza.
Ambas alocuciones presidenciales exhiben una visión parcial y distorsionada de la realidad, palpable desde la reconstrucción misma de los hechos: al referirse al hallazgo de cuerpos de connacionales a principios de abril en San Fernando como uno de los motivos para persistir en la estrategia antinarco, Calderón omitió mencionar que en ese mismo municipio tamaulipeco, meses antes, había tenido lugar un episodio similar, cuando fueron encontrados 72 cuerpos de migrantes centro y sudamericanos. Tal omisión es difícilmente comprensible si no es como un lamentable acto de discriminación.
Por lo demás, el tono de exaltación belicista que prevaleció en ambos discursos resulta improcedente y hasta falto de modales en un momento en que un vasto sector de la población exige, justamente, la reformulación de la estrategia gubernamental. Es significativo que el otro de los sucesos referidos por el jefe del Ejecutivo –el multihomicidio perpetrado en Temixco a finales de marzo pasado– haya sido justamente la gota que colmó el vaso del hartazgo y la exasperación ciudadanas ante la violencia cruenta y confusa que recorre el territorio nacional y ante la estrategia oficial para combatirlas, como se expresa en la marcha que el propio Javier Sicilia emprendió ayer de Cuernavaca a la ciudad de México, y que culminará el próximo domingo en el Zócalo capitalino.
Otros elementos preocupantes de los discursos calderonistas de ayer y anteayer son, por un lado, la reivindicación de la capacidad gubernamental para ejercer el monopolio de la fuerza, cuando tal capacidad, mal orientada y aplicada, ha resultado tan contraproducente, y la afirmación de que la razón de la lucha por la seguridad es la población: este último señalamiento transita en sentido contrario a la evidencia histórica de que las sociedades nunca se benefician con las guerras y que los dividendos de las confrontaciones bélicas, cuando los hay, tienden a repartirse, en todo caso, entre las élites de los bandos vencedores. En el caso de la cruzada caleronista declarada hace más de cuatro años, la constante ha sido una cadena de pérdidas para la población y para las propias autoridades en cuanto a vidas humanas, paz pública, estabilidad, gobernabilidad, integridad institucional, recursos económicos y humanos, y soberanía nacional.
Para preocupación y alarma del país, las tendencias a la fuga de la realidad en que suele incurrir el actual gobierno configuran un lastre fundamental para atender los clamores ciudadanos por la paz, por la contención inmediata del actual baño de sangre, por la defensa de la soberanía y por que el gobierno cumpla con su tarea irrenunciable de combatir a la criminalidad con base en una estrategia inteligente, responsable y respetuosa de los derechos humanos y de las garantías de la población. Si no se corrige esa situación, la sordera e indolencia de las autoridades pueden llevar la exasperación ciudadana a un punto de no retorno.

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