Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

jueves, 5 de mayo de 2011

LA MUERTE DE BIN LADEN

La muerte de Bin Laden
Matar a Bin Laden, resucitar a Al Qaeda
Santiago Alba Rico
Una de las grandes sorpresas que habían deparado los levantamientos populares en el mundo árabe es que habían dejado momentáneamente fuera de juego a todas las fuerzas islamitas y muy especialmente, claro, a la más sospechosa y extremista, Al-Qaeda, marca comercial de oscuro contenido largamente instrumentalizada para sostener dictadores, reprimir toda clase de disidencia y desviar la atención lejos de los verdaderos campos de batalla. Con indicaciones de amplio espectro, como la aspirina, Bin Laden reaparecía cada vez que hacía falta atizar la guerra contra el terrorismo; se le mantenía con vida para agitar su espantajo en encrucijadas electorales o para justificar leyes de excepción. Esta vez la situación era demasiado grave como para no usarlo por última vez, en una orgía mediática que eclipsa incluso la boda del príncipe Guillermo e introduce efectos muy inquietantes en el mundo.
Cuando parecía relegada al olvido, definitivamente arrinconada por los propios pueblos que debían apoyarla, reaparece Al-Qaeda. Un desconocido grupo, en nombre de esa patente, asesina a Arrigoni en Palestina; días después, en plena efervescencia de las protestas antimonárquicas en Marruecos, una bomba estalla en la plaza Yamaa Fna de Marrakesh; ahora reaparece Bin Laden, no vivo y amenazador, sino en toda la gloria de un martirio aplazado, estudiado, cuidadosamente escenificado, un poco inverosímil. Se ha hecho justicia, dice Obama, pero la justicia reclama tribunales y jueces, procedimientos sumariales, una sentencia independiente.
Más sincero ha sido George Bush: Es la venganza de Estados Unidos, ha dicho. Es la venganza de la democracia, ha añadido, y miles de demócratas estadunidenses zapatean de alegría delante de la Casa Blanca, saltando con bárbara euforia sobre tibias y calaveras. Pero democracia y venganza son tan incompatibles como la pedagogía y el infanticidio, como el alfabeto y el solipsismo, como el ajedrez y el juego. A Estados Unidos le gusta los linchamientos, sobre todo desde el aire, porque sabe que son más poderosos que los principios. El mundo siente alivio, afirma Obama, pero al mismo tiempo alerta de ataques violentos en todo el mundo tras la muerte de Ben Laden. ¿Alerta? ¿Avisa? ¿Promete? ¿Qué alivio puede producir un asesinato que –se dice al mismo tiempo– pone en peligro a aquellos a los que presumiblemente se quiere salvar?
Este era el momento. Al Qaeda vuelve a dominar la escena; Al Qaeda vuelve a saturar el imaginario occidental. Mientras el presunto cadáver de Ben Laden es arrojado al mar, Bin Laden se apodera fantasmalmente de todas las luchas y todas los deseos de justicia. Se cumplirá el vaticinio de Obama: habrá ataques violentos por todas partes y el mundo árabe-musulmán volverá a ser un bullicio de fanatismos y decapitaciones, quieran o no quieran sus poblaciones. Entre democracia y barbarie, es evidente, Estados Unidos no tiene duda: la barbarie se ajusta mucho más al sueño americano.
No sabemos si se ha matado realmente a Bin Laden; lo que está claro es que el esfuerzo por resucitar a toda costa a Al-Qaeda pretende matar los procesos de cambio comenzados hace cuatro meses en el mundo árabe.
Tomado de:
www.rebelion.org/noticia.php?id=127584 Rebelión
Si esta es una victoria de EU, ¿sus fuerzas deben irse a casa?
Robert Fisk
Entonces ¿por qué seguimos en Afganistán? ¿No se supone que estadunidenses y británicos llegaron ahí en 2001 para combatir a Osama Bin Laden? ¿No lo mataron el pasado lunes?
Hubo un doloroso simbolismo en los ataques aéreos de la OTAN de este martes: apenas 24 horas después de la muerte de Bin Laden, se produjo una agresión que mató de paso a un número no determinado de guardias de seguridad afganos.
La verdad es que desde hace mucho perdimos nuestro mausoleo en el cementerio de los imperios, al convertir la cacería del hoy irrelevante inventor de una yihad global en una guerra contra decenas de miles de insurgentes talibán a quienes poco les importa Al Qaeda, pero que con mucho entusiasmo quieren sacar de su país a los ejércitos occidentales.
Las cándidas esperanzas del presidente afgano, Hamid Karzai, y de la secretaria estadunidense de Estado, Hillary Clinton, en el sentido de que ahora, tras la muerte de Bin Laden, el talibán se convertirá en un grupo de apacibles demócratas que obedecerán dócilmente al gobierno corrupto y pro occidental afgano nos demuestra lo poco que éstas personalidades entienden de la sangrienta realidad del país. Algunos miembros del talibán admiraban a Bin Laden, pero no lo querían, y él no participó en su campaña contra la OTAN. El mulá Omar, quien está en Afganistán, es más peligroso que Bin Laden para Occidente y nadie lo ha matado.
Irán, por única ocasión, habló en nombre de millones de musulmanes en su reacción a la muerte de Bin Laden. La excusa para que los países extranjeros desplegaran sus tropas en la región con el pretexto del combate al terrorismo ha sido eliminada, afirmó el ministro del Exterior iraní. Esperamos que esta noticia ponga fin a la guerra, el conflicto, los disturbios y la muerte de personas inocentes y ayude a establecer la paz y tranquilidad en la región.
Periódicos en todo el mundo árabe coinciden. Si esto es una enorme victoria para Estados Unidos, sus tropas deben volver a casa, pero eso no es algo que Washington tenga la intención de hacer por el momento.
El hecho de que muchos estadunidenses opinen igual no cambiara ese mundo de cabeza que es el marco de la política de Estados Unidos. Hay una realidad innegable que el mundo aún no ha comprendido: que las revoluciones en Túnez y Egipto –y lo más apremiante– los baños de sangre en Libia y Siria, además de los peligros de Líbano, son más graves y urgentes que el hacer volar en pedazos a un hombre barbado que la inmadura imaginación occidental infló a magnitudes hitlerianas.
El primer ministro turco, Tayip Erdogan, hizo un brillante pronunciamiento este martes en Estambul, con el que llamó a los sirios a dejar de matar a su propio pueblo y al líder libio, Muammar Kadafi, a dejar Libia. Sus palabras fueron más elocuentes, poderosas e históricas que los discursos llenos de resentimiento y triunfalismo pronunciados el lunes por el presidente estadunidense, Barack Obama y Clinton.
Ahora, nos dedicamos a perder el tiempo al especular quién tomará el mando de Al Qaeda: Zawahiri o Saif Adel, siendo que el movimiento no tiene un liderazgo como tal y Bin Laden era más un fundador de la red que su jefe.
En los mataderos de Medio Oriente, un día es mucho tiempo, y apenas 24 horas después de que Osama Bin Laden murió, surgían preguntas insistentes este martes. Por ejemplo: si Barack Obama en verdad piensa que el mundo es un lugar más seguro tras la muerte de Bin Laden ¿a qué se debe que Estados Unidos haya incrementando su alerta y que en sus embajadas de todo el mundo se estén tomando precauciones especiales contra un posible ataque?
¿Y qué fue lo que en verdad ocurrió en ese destartalado complejo –que todos suponían una mansión de millones de dólares– cuando la vida sulfúrica de Bin Laden encontró su fin? Es improbable que Human Rights Watch sea la única institución que exija una profunda y transparente investigación sobre el asesinato.
Hubo una versión inicial de las fuentes del Pentágono según la cual dos de las esposas de Bin Laden fueron asesinadas y una mujer murió sirviendo como escudo humano. En cuestión de horas, las esposas estaban vivas, según reportes periodísticos, y la tercera mujer simplemente desapareció.
Desde luego, Pakistán le contó impacientemente al mundo de su participación en el ataque contra Bin Laden, si bien el presidente paquistaní, Asif Alí Zardari, se retractó de todo el cuento este martes. Dos horas más tarde, teníamos a una fuente oficial estadunidense que aseguraba que el ataque contra Bin Laden fue un éxito compartido.
Está también el funeral secreto de Bin Laden en el mar Arábigo. ¿Se habrá planeado esto antes de atacar a Bin Laden, en un plan establecido para matarlo en vez de capturarlo? Se supone que arrojar los restos al mar se llevó a cabo según preceptos islámicos; lo que supondría que el cuerpo fue lavado y envuelto en un sudario blanco. Le debe haber tomado mucho tiempo al comandante de la embarcación ISS Carl Vinson preparar una ceremonia religiosa de 50 minutos y encontrar a un marinero que hablara árabe para que hiciera de intérprete durante el servicio.
Ahora, enfrentemos la realidad. El mundo no es más seguro tras el asesinato de Bin Laden. Es más seguro porque los vientos de la libertad soplan a través de Medio Oriente. Si Occidente trata a los pueblos de esta región con justicia en vez de poderío militar, Al Qaeda se volverá tan irrelevante como lo ha sido desde que comenzaron las revoluciones árabes.
Desde luego, sí hay un aspecto positivo para el mundo árabe: si Bin Laden está muerto, será más difícil para los Kadafis, Salehs y Assads proclamar que es él quien está detrás de las revoluciones populares con que se intenta derrocarlos.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca

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