Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

jueves, 19 de mayo de 2011

OBAMA: INUTIL PERORATA SOBRE MEDIO ORIENTE - LA FOTO


Obama: inútil perorata sobre Medio Oriente

Robert Fisk

Bien, he aquí lo que el presidente Barack Obama debería decir este jueves con respecto a Medio Oriente: “Mañana nos vamos de Afganistán. Mañana nos vamos de Irak. Dejaremos de dar apoyo incondicional y cobarde a Israel. Obligaremos a los estadunidenses –y a la Unión Europea– a poner fin al sitio de Gaza. Suspenderemos todo financiamiento futuro a Israel a menos que cancele, total e incondicionalmente, su construcción de colonias en tierra árabe que no le pertenezca. Cesaremos toda cooperación y negocios con los pérfidos dictadores del mundo árabe –sean sauditas, sirios o libaneses– y apoyaremos la democracia aun en los países donde tenemos enormes intereses de negocios. Ah, sí, y hablaremos con Hamas”.

Desde luego el presidente Obama no dirá eso. Hombre timorato y vanidoso, hablará de los amigos de Occidente en Medio Oriente, de la seguridad de Israel –palabra que jamás ha dedicado a los palestinos– y predicará sobre la Primavera Árabe como si él la hubiera respaldado alguna vez (hasta que los dictadores pusieron pies en polvorosa, claro), como si cuando el pueblo egipcio necesitaba desesperadamente su apoyo él hubiera puesto su autoridad moral a su disposición, y sin duda lo oiremos decir lo grandiosa que es la religión islámica (pero no demasiado, o los republicanos volverán a exigir el certificado de nacimiento de Barack Hussein Obama) y nos pedirá –sí, me temo que eso hará– volver la espalda al pasado de Bin Laden, buscar un cierre y seguir adelante (cosa en la que me parece que el talibán no estará de acuerdo).

Obama y su igualmente temerosa secretaria de Estado no tienen idea de lo que enfrentan en Medio Oriente. Los árabes ya no tienen miedo. Están cansados de sus amigos y hartos de nuestros enemigos. Muy pronto los palestinos de Gaza marcharán a la frontera de Israel y exigirán volver a casa. El domingo tuvimos una señal de esto en las fronteras de Siria y Líbano. ¿Qué harán los israelíes? ¿Matar palestinos por miles? ¿Y qué dirá Obama entonces? (Por supuesto, llamará a la prudencia de ambas partes, frase heredada del torturador que lo precedió en el cargo.)

Me parece que los estadunidenses sufren de lo mismo que los israelíes: se engañan con sus propios argumentos. Los estadunidenses siguen refiriéndose a la bondad del Islam; los israelíes, a su entendimiento de la mente árabe. Pero no es cierto. El Islam como religión tiene poco que ver en esto, como tampoco el cristianismo (palabra que no oigo mucho en estos días) ni el judaísmo. Este movimiento es cuestión de dignidad, honor, valor, derechos humanos, cualidades que en otras circunstancias Estados Unidos siempre elogia, y que los árabes sienten merecer. Y tienen razón. Es tiempo de que los estadunidenses se liberen de su temor a los cabilderos israelíes –a los del partido Likud, para ser exactos– y sus repulsivas acusaciones de antisemitismo a todo aquel que se atreva a criticar a Israel. Es tiempo de que tomen ánimos de la inmensa valentía de los miembros de la comunidad judía estadunidense que hablan de las injusticias que cometen tanto Israel como los líderes árabes.

Pero, ¿dirá algo así este jueves nuestro presidente favorito? Olvídenlo. Éste es un presidente de palabras melifluas que debería –¿por qué hemos olvidado esto?– haber devuelto el Premio Nobel de la Paz porque ni siquiera ha podido cerrar Guantánamo, ya no digamos lograr la paz. Barack Obama tendría que haber vivido en el mundo real y no es ningún Gandhi, como si Gandhi –y hay que alabar al Irish Times por destacar esto– no hubiera tenido que combatir al imperio británico. Eso sí, tendremos a los analistas de costumbre en Estados Unidos diciéndonos lo maravillosas que son las peroratas de ese hombre desdichado.

Y luego viene el fin de semana en que Obama tendrá que dirigirse al Comité Estadunidense Israelí de Asuntos Públicos, el amigo cabildero más grande y poderoso de Tel Aviv en Washington. Y será volver al principio: seguridad, seguridad, seguridad, con escasa –si alguna– mención a los asentamientos en Cisjordania y, de seguro, muchas alusiones al terrorismo. Y sin duda, alguna referencia a la muerte (no usemos la palabra ejecución) de Osama Bin Laden.

Lo que Obama no entiende –y de lo que, desde luego, la señora Clinton no tiene la menor idea– es que, en el nuevo mundo árabe, no se puede confiar ya en dictadores lambiscones ni en la adulación. Tal vez la CIA tenga que entregar fondos, pero sospecho que pocos árabes querrán echar mano de ellos. Los egipcios no tolerarán el sitio de Gaza. Tampoco los palestinos, me parece. Ni los libaneses, para el caso, ni los sirios cuando se hayan librado de los jefes de clanes que los gobiernan. Los europeos caeremos en cuenta de ello más rápido que los estadunidenses –después de todo, estamos bastante más cerca del mundo árabe– y no dejaremos que la complaciente indiferencia de Washington al robo israelí de propiedades guíe nuestras vidas para siempre.

Por supuesto, será un enorme deslizamiento de placas tectónicas para los israelíes, que deberían felicitar a sus vecinos árabes y a los palestinos por unificar su causa, y mostrar amistad en vez de miedo. Hace mucho que se rompió mi bola de cristal, pero recuerdo lo que Churchill dijo en 1940: “Lo que el general Weygand llamó la batalla por Francia ha terminado. La batalla de Gran Bretaña… está a punto de empezar”.

Bueno, el viejo Medio Oriente ha terminado. El nuevo Medio Oriente está por comenzar. Y más vale que despertemos.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

La foto

Adolfo Sánchez Rebolledo

No es una foto más. Aquí no se trata de inmortalizar el instante intrascendente creado por la mercadotecnia electoral: detrás de la imagen hay, sin duda, un acto de voluntad política guiado por la tenacidad y los buenos oficios de Alejandro Encinas, que le ha permitido hablar con voz propia y dialogar con todas las voces de la izquierda, partidista o no. Simbólicamente, el arranque de campaña de la izquierda en el estado de México cierra un capítulo de graves desencuentros, reubica las diferencias legítimas y las asume como un hecho natural en el proceso de crear una fuerza politica nacional que sea capaz de disputar el poder para hacer las transformaciones de fondo que México requiere.

La izquierda sabe por experiencia propia que su relación con la ciudadanía depende de su capacidad de ser la expresión más consecuente de sus inquietudes y necesidades: por eso, mientras los partidos y sus círculos dirigentes viven volcados en su luchas internas, la ciudadanía se aleja de ellos y los identifica con los políticos en general –la llamada clase política–, que suelen anteponer sus intereses personales o de grupo a los del ciudadano. Esa visión de los políticos como un segmento especial, separado (generalmente corrupto) de la sociedad y contrapuesto a sus reivindicaciones, no puede compartirse para definir a la izquierda, a menos que se niegue la razón de ser de esta corriente (si en su seno figuran personajes impresentables lo que sigue es hacerlos a un lado, no solaparlos).

En ese sentido, por cuanto la izquierda sabe que sin organización popular y ciudadana, sin su movilización activa y consciente, es prácticamente imposible superar a quienes se le oponen contando con todos los medios materiales e ideológicos, la unidad es siempre necesaria y el liderazgo también.

En la lucha diaria aparecen nuevos y mejores dirigentes vinculados a las más distintas causas, garantizando la vitalidad de un movimiento incesante, generacional, pero los líderes nacionales no se forjan de la noche a la mañana por obra de un impulso mediático. Para actuar a contracorriente de las tendencias dominantes dentro del Estado y la sociedad, el liderazgo requiere apoyarse en una fuerza social genuina y en principios comunes compartidos, en la continua elaboración política que surge de la experiencia directa de la sociedad y del estudio sistemático de la realidad de México y el mundo.

La crisis actual de la política y los partidos, que es real por cuanto refleja el abismo entre los intereses y las preocupaciones de los ciudadanos respecto de sus representantes y gobernantes, no se resuelve metiendo en el mismo saco a quienes dirigen el Estado y a quienes procuran cambios de fondo. La ciudadanización no es amuleto contra la corrupción ni la renuncia a los partidos el abandono de los intereses particulares.

Para bien o para mal, según el cristal y la feria, las unanimidades ya son cosa del pasado. Las lealtades absolutas, los fundamentalismos, la viejas visiones sectarias o el caudillismo, tropiezan con la realidad de comunidades vivas, pensantes, actuantes que buscan coincidencias, acuerdos, avances, que quieren sumar, no asimilarse a paquidermos burocráticos o ideológicos.

La izquierda sabe que es diversa, plural, y ya no puede pensar mas que un mundo donde siempre habrá adversarios pero también enemigos, cuyas intenciones son diametralmente opuestas –por su contenido clasista y moral– a las críticas, las diferencias o los juicios de valor que necesariamente se producen en su seno. Hay que desterrar la condena fácil que califica de traidor a quien disiente, toda vez que las organizaciones de izquierda son agrupaciones de hombres libres dispuestos a cambiar las cosas, no bandas regidas por la ética del lumpen.

Es saludable la disposición de Ebrard, Cárdenas y López Obrador para dar el primer paso en la tarea de asumir con absoluta seriedad y responsabilidad la urgencia de avanzar hacia una candidatura unitaria provista de un programa común, capaz de atraer la atención de una ciudadanía agotada por estos años de decadencia y doble moral.

Por lo pronto endereza el barco en el estado de México emitiendo una señal positiva, de confianza hacia Encinas. Pero sobre todo marca lo que podría ser el inicio de una ruta promisoria hacia el 2012. Los comicios en el estado de Peña Nieto tienen extraordinaria trascendencia para crear la fuerza nacional a la que toca la tarea de impedir que el país se desarme por completo, dejando en el abandono a la mayoría que sólo advierte cómo la desigualdad se ensancha, la calidad de vida disminuye, la soberanía se cercena y la ilusión de vivir se aplasta en las esquinas dominadas por la violencia criminal.

Nadie sabe si el esfuerzo electoral de un frente unido en el estado de México será suficiente para vencer a la maquinaria montada por el gobierno de ese estado y los poderes fácticos, pero es evidente que allí se juega la capacidad de retomar la iniciativa histórica para las izquierdas, pasando por encima de las pretensiones neoderechistas de perpetuarse en el poder.

La foto está ahí y no es suficiente, es cierto, pero hoy es más sencillo hablar sin ambages de las perspectivas de un frente ciudadano capaz de enfrentar con éxito los desafíos electorales venideros. Hacer compatibles los planteamientos de unos y otros; elegir democráticamente al candidato y extender la organización territorial a todo el país, son, junto con la discusión minuciosa de la plataforma a seguir, las tareas de hoy.

La izquierda no necesita, insisto, recaer en alguna forma de monolitismo sectario para ganar la confianza ciudadana. Tiene un programa que ofrecer, la experiencia de años de lucha y, no es un dato menor, la voluntad de su liderazgo. Ojalá y así sea.

 

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