Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

lunes, 14 de enero de 2013

Una vacante imprevista- Dinero- El Foro Democrático y el PAN

Una vacante imprevista
J.K. Rowling
Foto
La escritora y la portada de Una vacante imprevista, su novela más reciente
Foto Archivo
Domingo
Barry Fairbrother no quería salir a cenar. Llevaba casi todo el fin de semana soportando un palpitante dolor de cabeza e intentando terminar a tiempo un artículo para el periódico local.
Sin embargo, durante la comida su mujer había estado tensa y poco comunicativa, y Barry dedujo que con la tarjeta de felicitación de aniversario no había logrado atenuar su delito de pasarse toda la mañana encerrado en el estudio. No ayudaba el hecho de que hubiera estado escribiendo sobre Krystal, por la que Mary, aunque lo disimulara, sentía antipatía.
–Quiero llevarte a cenar fuera, Mary –mintió para rebajar la tensión–. ¡Diecinueve años, niños! Diecinueve años y vuestra madre está más guapa que nunca.
Mary se ablandó un poco y sonrió; Barry llamó por teléfono al club de golf, porque quedaba cerca y porque allí siempre conseguían mesa. Intentaba complacer a su mujer con pequeños detalles, ya que, tras casi dos décadas juntos, había comprendido que a menudo la decepcionaba en las cosas importantes.
No lo hacía adrede: sencillamente tenían ideas distintas acerca de lo que debía ocupar más espacio en la vida.
Los cuatro hijos de Barry y Mary ya eran mayores y no necesitaban canguro. Estaban viendo la televisión cuando Barry se despidió de ellos por última vez, y sólo Declan, el más pequeño, se volvió para mirarlo y le dijo adiós con la mano.
Barry seguía notando el palpitante dolor detrás de la oreja cuando hizo marcha atrás por el camino de la casa hacia las calles de Pagford, el precioso pueblecito donde vivían desde que se habían casado. Bajaron por Church Row, la calle de pendiente pronunciada donde se alzaban las casas más caras, dechados de lujo y solidez victorianos, doblaron la esquina al llegar a la iglesia de imitación estilo gótico donde Barry había visto a sus hijas gemelas representar el musical José el Soñador, y pasaron por la plaza principal, desde donde se podía contemplar el oscuro esqueleto de la abadía en ruinas que dominaba el horizonte del pueblo, en lo alto de una colina, fusionándose con el cielo violeta.
Mientras transitaba por aquellas calles que tan bien conocía, Barry no pensaba más que en los errores que sin duda había cometido al terminar deprisa y corriendo el artículo que acababa de enviar por correo electrónico al Yarvil and District Gazette. Pese a lo locuaz y simpático que era en persona, le costaba reflejar su encanto en el papel.
El club de golf quedaba a sólo cuatro minutos de la plaza, un poco más allá del punto donde el pueblo acababa con un último suspiro de viejas casitas dispersas. Barry aparcó el monovolumen frente al restaurante del club, el Birdie, y se quedó un momento junto al coche mientras Mary se retocaba con el pintalabios. Agradeció el aire fresco en la cara. Mientras observaba cómo la penumbra del anochecer difuminaba los contornos del campo de golf, Barry se preguntó por qué seguía siendo socio de aquel club. El golf no se le daba bien –tenía un swing irregular y un hándicap muy alto–, y había otras cosas que reclamaban su atención, muchas. Su dolor de cabeza no hacía sino empeorar.
Mary apagó la luz del espejito de cortesía y cerró la puerta del pasajero. Barry activó el cierre automático pulsando el botón de la llave que tenía en la mano. Su mujer taconeó por el asfalto, el sistema de cierre del coche emitió un pitido y Barry se preguntó si las náuseas remitirían cuando hubiera comido algo.
De pronto, un dolor de insólita intensidad le rebanó el cerebro como una bola de demolición. Apenas notó el golpe de las rodillas contra el frío asfalto; su cráneo rebosaba fuego y sangre; el dolor era insoportable, una auténtica agonía, pero no tuvo más remedio que soportarlo, pues todavía faltaba un minuto para que perdiera la conciencia.
Mary chillaba sin parar. Unos hombres que estaban en el bar acudieron corriendo. Uno de ellos volvió a toda prisa al edificio para ver si encontraba a alguno de los médicos jubilados que frecuentaban el club. Un matrimonio conocido de Barry y Mary oyó el alboroto desde el restaurante; dejaron sus entrantes y se apresuraron a salir para ver qué podían hacer. El marido llamó al servicio de emergencias por el teléfono móvil.
La ambulancia, que tuvo que desplazarse desde la ciudad vecina de Yarvil, tardó veinticinco minutos en llegar. Para cuando la luz azul intermitente alumbró la escena, Barry yacía inmóvil en el suelo, en medio de un charco de su propio vómito; Mary estaba arrodillada a su lado, con las medias desgarradas, apretándole una mano, sollozando y susurrando su nombre.
Lunes
I–Agárrate fuerte –dijo Miles Mollison, de pie en la cocina de una de aquellas grandes casas de Church Row.
Había esperado hasta las seis y media de la mañana para hacer la llamada, tras pasar una mala noche llena de largos periodos de vigilia interrumpidos por algunos ratos de sueño agitado. A las cuatro de la madrugada se había percatado de que su mujer también estaba despierta y se habían quedado hablando en voz baja, a oscuras. Mientras comentaban lo que habían tenido que presenciar, intentando digerir el susto y la conmoción, Miles ya había sentido un leve cosquilleo de emoción al pensar en cómo le daría la noticia a su padre. Se había propuesto esperar hasta las siete, pero el temor de que alguien se le adelantara lo había llevado a abalanzarse sobre el teléfono un poco antes de esa hora.
–¿Qué pasa? –preguntó Howard con una voz resonante y ligeramente metálica; Miles había activado el altavoz para que su mujer pudiera oír la conversación.
La bata rosa claro realzaba el marrón caoba de la piel de Samantha; aprovechando que se había levantado temprano, se había aplicado otra capa de crema autobronceadora sobre el moreno natural, ya desvaído. En la cocina se mezclaban los olores a café instantáneo y coco sintético.
–Se ha muerto Fairbrother. Cayó redondo anoche en el club de golf. Sam y yo estábamos cenando en el Birdie.
–¡¿Fairbrother?! ¡¿Muerto?! –bramó Howard.
Su entonación daba a entender que ya contemplaba que se produjera algún cambio en las circunstancias de Barry Fairbrother, pero que ni siquiera él había previsto algo tan drástico como su muerte.
–Cayó redondo en el aparcamiento –repitió Miles.
–Cielo santo. ¿Qué edad tenía? Poco más de cuarenta, ¿no? Cielo santo.
Miles y Samantha oían respirar a Howard como un caballo exhausto. Por las mañanas siempre le faltaba un poco el aliento.
–¿Qué ha sido? ¿El corazón?
–No; creen que algo del cerebro. Acompañamos a Mary al hospital y...
Pero Howard no le prestaba atención. Miles y Samantha lo oyeron hablar lejos del auricular.
–¡Barry Fairbrother! ¡Muerto! ¡Es Miles!
Miles y Samantha bebieron a sorbos sus cafés mientras aguardaban a que volviera Howard. A Samantha se le abrió ligeramente la bata cuando se sentó a la mesa de la cocina, revelando el contorno de sus grandes pechos, que descansaban sobre los antebrazos. La presión ejercida desde abajo hacía que parecieran más turgentes que cuando colgaban libremente. En la curtida piel de la parte superior del escote podía verse un abanico de pequeñas arrugas que ya no se desvanecían cuando los pechos dejaban de estar comprimidos. En su juventud había sido una gran aficionada a los rayos UVA.
–¿Qué? –dijo Howard, que volvía a estar al teléfono–. ¿Qué dices del hospital?
–Que Sam y yo fuimos al hospital en la ambulancia –contestó Miles vocalizando con claridad–. Con Mary y el cadáver.
Samantha reparó en que la segunda versión de Miles ponía énfasis en lo que podría llamarse el aspecto más comercial de la historia. Samantha no se lo reprochó. La recompensa por haber compartido aquella desagradable experiencia era el derecho a contársela a la gente. Pensó que difícilmente lo olvidaría: Mary llorando; los ojos de Barry todavía entreabiertos por encima de aquella mascarilla que parecía un bozal; Miles y ella tratando de interpretar la expresión del enfermero; el traqueteo de la abarrotada ambulancia; las ventanas oscuras; el terror.
–Santo cielo –dijo Howard por tercera vez, ignorando las preguntas que le hacía Shirley, a la que también se oía, y dedicándole a Miles toda su atención–. ¿Y dices que cayó fulminado en el aparcamiento?
–Sí –confirmó Miles–. Nada más verlo comprendí que no había nada que hacer.
Ésa fue su primera mentira, y en el momento de decirla giró ligeramente la cabeza para no mirar a su mujer. Samantha recordó cómo Miles le había puesto a Mary su gran brazo protector sobre los temblorosos hombros: Se recuperará... se recuperará...
“Pero, bien mirado –pensó Samantha, justificando a Miles–, ¿cómo podía uno saberlo cuando a Barry todavía estaban colocándole mascarillas y clavándole agujas?” Era evidente que estaban intentando salvarlo, y ninguno de los dos supo con certeza que no lo habían conseguido hasta que, en el hospital, una joven doctora salió para hablar con Mary.
“Como habrán escuchado, tengo un nuevo libro que saldrá este año. Muy diferente a Harry, aunque he disfrutado escribiéndolo de la misma manera”, escribió en su cuenta de Twitter la escritora británica J.K. Rowling en referencia a su primer libro para adultos The casual vacancy, que se publicó en septiembre pasado y ya ha sido traducido a varios idiomas. La novela se titula en castellano Una vacante imprevista y es editada por el sello Salamandra. A continuación, ofrecemos un adelanto del volumen, que estará disponible en librerías el próximo fin de semana, con la autorización de la editorial Océano, responsable en México de la distribución de los títulos de Salamandra
 
Dinero
León Bendesky
En el terreno de la gestión del dinero y el crédito ha prevalecido el criterio de que los objetivos de la política monetaria deben ser establecidos políticamente, pero que su manejo debe quedar fuera del control político. Este es el meollo de la independencia que tienen los bancos centrales.
 
Es más, el hecho de que el banco central de un país sea independiente se ha llegado a considerar como un elemento clave de desarrollo institucional en una economía. Su función principal es controlar la inflación. Además, no debe ser el financiador del gobierno.

En apariencia, pues, la labor del banco central se habría convertido en un asunto eminentemente técnico y estaría protegida de las interferencias políticas. Pero esta cuestión que se suponía ya firmemente establecida en las políticas públicas está siendo cuestionada de modo abierto por las condiciones de la crisis económica en curso desde 2008.

La capacidad de influir en la determinación de las tasas de interés por la vía de las compra y venta de títulos de deuda pública, lo que se conoce como operaciones de mercado abierto, ha sido un rasgo determinante para enfrentar la caída del producto y el aumento del desempleo.

Este ha sido el caso en Estados Unidos con la activa intervención de la Reserva Federal para rebajar el costo del crédito, lo que ha llevado a las tasas de interés sean muy cercanas a cero, junto con una extensa actividad para expandir la cantidad de dinero en la economía y financiar el déficit fiscal.

Los criterios del Banco Central Europeo han sido distintos, pues están basados en políticas de austeridad dirigidas a reducir significativamente los niveles del endeudamiento público y los déficit fiscales de los gobiernos. Buena parte de la deuda y del déficit proviene de las condiciones de la misma crisis y la inyección de fondos públicos a los bancos quebrados o cerca de quebrar.

Así que los bancos centrales son cada vez más empujados en su operación por las consideraciones de tipo político, o sea que sus funciones se entrelazan cada vez más con las exigencias de la política fiscal. El carácter de la independencia está siendo cuestionado. Es más, los criterios básicos acerca de la inflación son ahora revisados, como ocurre en el caso de Japón, donde las metas de crecimiento de los precios son al alza.

Las acciones de las autoridades monetarias tienen un significado y una repercusión política cada vez más grande. De esta manera, los efectos de las medidas que tienen que ver con la determinación de las tasas de interés, la disponibilidad del crédito y el financiamiento del gobierno son más visibles.

Y, como ocurre con el conjunto de las políticas públicas, sus repercusiones no son neutrales, sino que afectan de modo desigual a distintos agentes económicos. Si se admite que la inflación puede crecer, como se está haciendo en Gran Bretaña, el valor real de los ingresos de los trabajadores disminuye, aunque con ello pueda prevenirse un desempleo más grande.
 
Cada vez que el banco central actúa hay un efecto real en el producto y el empleo y en general en el uso de los recursos disponibles. La independencia resultó en una etapa de las modalidades de la gestión monetaria y no en una situación permanente, lo que es consistente con el carácter cíclico de las pautas del crecimiento y desarrollo de la economía a largo plazo. Del automatismo de la gestión monetaria se pasa al intervencionismo y su contenido político.
 
En la economía capitalista el dinero tiene un papel central. El objetivo de la actividad productiva es obtener ganancias en la forma de dinero. El objetivo del financiamiento es el mismo. Es más, se puede pasar de dinero a más dinero sin la necesidad de entretenerse en la producción. Este rasgo está detrás de las crisis financieras que han ocurrido desde 2001 y sobre todo en 2008.
 
Las características de la política monetaria y las formas de operación de los bancos centrales no pueden ser ajenas a las formas en que se realiza la acumulación de capital y en las que cumple una función clave el capital financiero.
 
Una manifestación notable del carácter del dinero y de las políticas monetarias y fiscales es el caso de la propuesta en Estados Unidos de la emisión de una moneda de platino con un valor de un trillón de dólares (según se mide allá), para rebasar el próximo límite de endeudamiento del gobierno que debe aprobarse en el Congreso.
 
Para tener recursos y evitar una recaída en la recesión, el Tesoro usaría su poder para emitir monedas (en principio de tipo conmemorativo) y lo haría con una, una sola, de platino con una denominación de un trillón de dólares. Esta se depositaría en la Reserva Federal y el dinero se usaría para pagar las deudas del gobierno y no paralizar su operación. La Fed podría vender bonos para reducir la presión sobre el crecimiento de los precios. Una vez que el Congreso elevara el límite de endeudamiento dicha moneda sería fundida.
 
El dinero tiene un papel central, pero su respaldo y su valor sólo pueden estar cimentados en el acceso a una fuente de ingreso y que éste alcance de modo más o menos constante para comprar bienes y servicios y, si se puede, ahorrar y mantener también el valor de ese ahorro o el de las pensiones.
No hay un asidero muy firme en cuanto a la relación entre el dinero y las condiciones que enmarcan el bienestar de la población o su seguridad económica. La crisis financiera, la incapacidad de generar mayor cantidad de producto y empleo y la muy desigual distribución de la riqueza indican esa fragilidad.
 
El Foro Democrático y el PAN
Bernardo Bátiz V.
En 1992, quienes integrábamos el Foro Doctrinario y Democrático en el Partido Acción Nacional (PAN) nos separamos de ese instituto con dolor y por dignidad. Para hacerlo, presentamos a los dirigentes una carta de renuncia a la que también dimos lectura en una rueda de prensa, para informar a militantes y simpatizantes de nuestra decisión y, como lo dijimos, a los ciudadanos mexicanos que merecían escuchar las razones de la difícil decisión.
 
Lo que expresamos en esa declaración política explica en alguna medida lo que hoy vive ese partido que tuvo en sus manos la gran oportunidad de cambiar a México para bien y la desperdició miserablemente. Les echamos en cara a los dirigentes de entonces que el partido iniciaba con ellos una etapa que está hoy culminando, de pragmatismo y simbiosis con el sistema, que adoptaban prácticas contrarias a los principios; les reclamamos su apoyo a la política gubernamental, la injerencia de los empresarios en el partido, imponiendo sus intereses sectoriales, reclamamos el burocratismo que lo invadía y el autoritarismo con que se trataba a los disidentes.

Para sustentar nuestros reclamos señalamos hechos concretos que corroboraban nuestras razones entonces y que explican hoy lo que pasa a este partido; demostramos que los legisladores y dirigentes panistas apoyaron al gobierno de Carlos Salinas en la reforma electoral que dio al PRI la ventaja de la cláusula de gobernabilidad, que votaron ciegamente en favor de la privatización de la banca, a pesar de la oposición de muchos militantes, que aprobaron la quema de los paquetes electorales, que dieron su visto bueno a la contrarreforma agraria que modificó el artículo 27 constitucional y, el colmo, apuntalaron y aplaudieron el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que fue una entrega incondicional de nuestro país a la economía y a la política de Estados Unidos.

Para finalizar, dijimos que el PAN dejó de ser el partido de inspiración humanista, que actuaba con independencia y con valor, que defendía los derechos de las personas contra los abusos de la autoridad y buscaba una justa distribución de la riqueza; les recordamos que el PAN, anteriormente, movía voluntades con ideas, principios y programas propios y concluimos que nos separábamos porque el partido era, en contra de su historia, pro salinista, pro liberal y pragmático.

Nuestras críticas y señalamientos fueron desoídos. No hubo siquiera una respuesta ni un debate. Los que se quedaron, atrincherados tras los abundantes recursos económicos provenientes de los empresarios y del subsidio oficial, cerraron oídos y conciencias y, deslumbrados por el crecimiento material, siguieron adelante, incorporándose abiertamente y cada vez más al sistema antes combatido.
 
Su cambio de careta y de carácter, su traición, su abandono a los principios, sin embargo, dio a los panistas que se quedaron con el partido pingües utilidades, más legisladores, algunas gubernaturas, ayuntamientos en todo el país, regidores y diputados locales, pero principalmente, para los dirigentes, derecho de picaporte para los grandes negocios, prerrogativas abiertas y veladas y finalmente, por los arreglos y concertaciones, la Presidencia de la República por 12 años.
 
Con Vicente Fox, tontera, patetismo, falta total de principios y voluntad manejada por quien supiera halagarlo, no era dable esperar nada y nada dio; con él y después de él, México siguió en manos de mafias y caciques y su paso por el poder sólo le sirvió para salir de sus problemas existenciales y económicos. Con Felipe Calderón, más preparado, más inteligente y con raigambre panista, pudiera haberse esperado algo diferente, mayor congruencia, pero no: la ilegitimidad de su triunfo electoral y su terquedad hicieron que su gobierno continuara lejos de los principios doctrinarios, entregado a los compromisos con los poderes fácticos que lo apuntalaron para llegar, y finalmente, para legitimarse, tuvo que echar mano de la fuerza. Se sostuvo en soldados, policías, leyes draconianas y prácticas violatorias de garantías individuales. Su fracaso está a la vista y produciendo las consecuencias que resiente el partido.
 
Los que nos fuimos en 1992 teníamos razones; lo hicimos abiertamente y dando la cara, explicando nuestra difícil decisión. Los que hoy se escabullen del PAN, muchos ya ahítos de dineros y propiedades, traidores a sus convicciones juveniles, se van por omisión, sin explicar nada, sin decir las razones del abandono y por la misma causa que les movió, hace veinte años, a entregarlo a Salinas: ambición y falta de principios.
 
Ellos se retiran derrotados, sin el poder que no supieron emplear bien, sin metas valiosas alcanzadas, sin honores y quizás con la conciencia intranquila. Cito nuevamente a Maritain: Las hazañas de los grandes maquiavelistas nos parecen duraderas porque nuestra escala de medición temporal es extremadamente pequeña en relación con el tiempo propio de las naciones y de las comunidades humanas.

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