Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

miércoles, 17 de julio de 2013

Astillero- Snowden y el imperio paranoico- Reformas y desigualdad

Astillero
Sin tiros (ni esposas)
Captura de terciopelo
Obama ya confía en EPN
Presos de Loxicha
Julio Hernández López
Foto
SESIÓN DE TRÁMITE. El perredista Silvano Aureoles y el priísta Manlio Fabio Beltrones dialogaron durante la sesión inicial del periodo extraordinario en la Cámara de Diputados, la cual duró 20 minutosFoto Jesús Villaseca 
     
Fue un plácido desenlace de una historia cargada de horrores. Sin excesos de sangre como la que con crueldad él derramó y habría de suponerse que haría correr a la hora en que pretendieran detenerlo, sin un disparo de arma de fuego como los que él ordenó infinidad de veces, apresado en un camino polvoriento mediante un presunto alarde de tecnología e inteligencia (marinos actuando en aire y tierra) en el que según las primeras versiones oficiales no habría tenido participación ninguna agencia extranjera.
 
Pero también sin esposas, sin sujeción controladora ni marcaje amenazante. Como Miguel Ángel por su casa, en desplazamientos tersos, sin angustia ni presiones, llegando a las oficinas de la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada con el acompañamiento amable de personal armado que en otras circunstancias le habría dado un tratamiento de extremo rigor, drásticamente ejemplarizante, a cualquier pobre diablo acusado de algún asunto ínfimo.
 
Tan oportuna detención la de Miguel Ángel Treviño Morales, conocido como el Z-40, que los secretarios de la Defensa Nacional y de la Marina se encontraban en Estados Unidos, en viaje oficial relacionado también con temas de narcotráfico y delincuencia organizada. Tan meritoria que las oficinas gringas correlacionadas felicitaron a sus contrapartes mexicanas. Y el propio Barack Obama dijo en entrevista para Univisión al periodista León Krauze, según lo mencionó éste en Twitter, que la captura del jefe de Los Zetas es evidencia de que las dudas sobre el compromiso de EPN no tenían fundamento.
 
Ofrendado en aras de disipar dudas de la Casa Blanca, zeta expiatorio, el Z-40 sirvió también para confirmar el nuevo estilo narrativo de Los Pinos en materia de capos caídos en prisión o bajo metralla y para desplegar menús propagandísticos de ensalzamiento gubernamental. Ya no hubo festines informativos macabros como los que tanto gustaban a Felipe Calderón (quien aprovechó ayer mismo para felicitar a la Marina y a la administración peñista por la detención) y no hubo presentación en vivo de los atrapados sino difusión de fotografías, según eso por si alguien desea agregar acusaciones al reconocer a los tres encarcelados, pero también, y tal vez sobre todo, para dejar constancia de autenticidad de los hechos y no permitir especulaciones fundadas como las que se produjeron luego del confuso fallecimiento de alguien que fue mencionado oficialmente como Heriberto Lazcano, el Lazca, el año pasado.
Pero el ruido mediático y las celebraciones locales y extranjeras no cambian de manera automática y consistente el rudo y sangriento escenario nacional. Figuras como el Z-40 cumplen funciones que rápidamente pueden ser asumidas por sucesores en lista de espera como en el caso sucede con el hermano, Omar Morales Treviño, que ya ejercía una especie de liderazgo adjunto. Y no debe olvidarse que Los Zetas es una especie de marca comercial de delincuencia organizada que es usada a título de franquicia, a veces sin pagar regalías ni obedecer líneas de la presunta matriz, por bandas regionales dispersas e incluso individuos solitarios que se amparan bajo la denominación alfabética estremecedora para hacerse pasar por temibles y protegidos.
 
Aun cuando significativamente no se produjeron inmediatas reacciones violentas de los mandos fieles al Z-40 por la detención de éste, el riesgo de convulsiones internas y venganzas entre copartícipes estará latente en estados donde hay sabido predominio de Los Zetas, como Tamaulipas gobernado no por el decorativo Egidio Torre sino por el cártel del Golfo y Los Zetas (dependiendo dialécticamente de choques y treguas entre estos dos grupos), San Luis Potosí sumido en la indolencia del lánguido Fernando Toranzo, Nuevo León con el escurridizo sobreviviente Rodrigo Medina, Veracruz con los jefes Duarte y Herrera e incluso Tabasco con el entrampado Arturo Núñez o Zacatecas con Miguel Alonso más empeñado en acabar políticamente con los Monreal.
Astros alineados, en todo caso, en contra de los mencionados zetas y en favor del cártel de Sinaloa y su intocado embajador plenipotenciario, Joaquín Guzmán, llamado El Chapo. Nada más a título de ilustración, recuérdese que en abril aparecieron en el mero Nuevo Laredo textos de amenaza al Z-40, que con rapidez fueron retirados por policías municipales. Guzmán atacaba verbalmente a Morales Treviño por haber ordenado el asesinato de nueve campesinos potosinos que pretendían llegar a Estados Unidos para trabajar, y advertía: “Damos todo el apoyo al cártel del Golfo para limpiar de zetas a México” (http://bit.ly/13hDgh4).
 
En otro tema: siete indígenas de Loxicha, Oaxaca, acusados desde 1996 de pertenecer al Ejército Popular Revolucionario han sido movidos arbitrariamente de centro carcelario, en violación de normas nacionales e internacionales. Según una denuncia firmada por el pintor Francisco Toledo, el actor Damián Alcázar, los escritores Tryno Maldonado y Guillermo Fadanelli y el diputado local Flavio Sosa, entre otro: el pasado 7 de junio los indígenas fueron trasladados sin aviso a sus familiares desde las penitenciarías de Santa María Ixcotel y de la Villa de Etla, Oaxaca, al Centro Federal de Readaptación Social No. 13, en Mengolí de Morelos, Miahuatlán de Porfirio Díaz, en la sierra sur del mismo estado.
 
A partir de entonces, señalan, las autoridades dejaron a los presos sin contacto con sus familiares por cerca de dos semanas, hasta que el 20 de junio los familiares tuvieron acceso al Cefereso de Miahuatlán, donde sólo por videoconferencias se les permitió ver a los presos, quienes denunciaron diversos malos tratos cometidos por agentes federales en el traslado. Cuando los familiares hicieron públicas esas denuncias, los presos fueron trasladados de nuevo el 21 de junio al Cefereso No. 6 de Huimanguillo, Tabasco, igualmente sin notificar a sus parientes. Los firmantes de la denuncia, ya entregada a la Segob, demandan el inmediato regreso de Tabasco a Oaxaca de los mencionados presos. ¡Hasta mañana!
Twitter: @julioastillero
Facebook: Julio Astillero
Snowden y el imperio paranoico
Víctor M. Toledo
La definición más sencilla de paranoia es la de una enfermedad mental que hace que una persona desconfíe de las demás. De acuerdo con los siquiatras, entre los factores desencadenantes de esta enfermedad se encuentran los individuos que presentan un acusado narcisismo y que se han visto expuestos a serias frustraciones, hallándose consecuentemente dotados de una baja autoestima. Más allá del velo de racionalidad, autocontrol y seguridad que proyectan los dirigentes estadunidenses y sus medios masivos de comunicación, comenzando por el presidente Obama, una simple exploración de los actos de espionaje masivo y global revela no sólo la existencia de una paranoia de masas, sino la existencia de un Estado sicópata. El caldo de cultivo de esta locura colectiva es por supuesto la misma sociedad moderna, industrial, tecnocrática, basada en el individualismo, la competencia y un sentimiento de superioridad nacional fincado en la idea de que Dios está de nuestro lado, contraparte del mesianismo musulmán. Si la paranoia es un término siquiátrico que describe un estado de salud mental caracterizado por la presencia de delirios autoreferentes, la distancia entre la ideología de buena parte de los dirigentes y sus propios delirios resulta casi imperceptible.
 
Frente a un miedo permanente alimentado por delirios, la respuesta igualmente patológica es la del control, pues sólo controlando las fuerzas que acechan desaparece el estado de inseguridad. A escala doméstica, como bien se sabe, el control de las fuerzas externas se logra dotándose de todo tipo de armamento. Un reporte del Congreso estadunidense reveló que hacia 2009 existían unas 310 millones de armas de fuego en posesión de los ciudadanos. Pero a nivel de Estado, la desconfianza en los demás genera una reacción que llevada a su máxima expresión significa conocer lo que piensan, deciden, planean y actúan los 7 mil millones de seres humanos. Y para ello hay que espiarles. Surge entonces el Estado paranoico que se asienta y echa mano de tres recursos fundamentales: el científico, el económico y el tecnológico.

La obsesión por conocerlo todo proviene de las entrañas de la ciencia convencional, es decir, de la ciencia industrializada y al servicio del capital. Pero igualmente está presente en los actos patológicos de la vida cotidiana. Los maniáticos sexuales desde el Monstruo de Viena hasta el Depredador de Cleveland, se dedicaron a controlar sus objetos del deseo, mujeres jóvenes, encerrándolas por años. La obsesión científica por lo absoluto se expresa por un afán de acumular información y de coleccionar. Si el conocimiento es poder, la ciencia en su versión anómala; busca conocer, clasificar, cuantificar y coleccionarlo todo de manera obsesiva. Las computadoras de muchos centros de investigación de Estados Unidos y Europa han trabajado por años para levantar inventarios globales de plantas, animales, hongos, lenguas y conocimientos. Algo similar sucede con los genes, los genomas y las semillas, que se coleccionan y se congelan en gigantescos refrigeradores, como es el caso del arroz, maíz y trigo. En cuanto a la cuantificación, un grupo de economistas estadunidenses se propuso calcular en dólares el valor de la naturaleza y lo lograron a pesar de su sinsentido.
 
Célebre fue también el proyecto Biosfera-2, un experimento de 200 millones de dólares para crear una segunda naturaleza en el desierto de Arizona. El ecosistema artificial bajo control humano fue diseñado por un grupo de científicos dentro de una gigantesca burbuja. A pocos años de iniciado un detalle inesperado echó abajo el proyecto.
 
El control de la información ha seguido un rumbo no muy diferente. Además de la CIA y del Pentágono, el gobierno estadunidense fundó en 1952 la NSA (Agencia Nacional de Seguridad, por sus siglas en inglés), la cual se ha convertido en el aparato más grande, caro y sofisticado del espionaje mundial. Las principales instalaciones de la NSA, localizadas cerca de Washington DC, integran un impresionante complejo tecnológico y militar, permanentemente vigilado con paredes de cobre (para evitar la fuga de señales electromagnéticas), vallas electrificadas, barreras antitanques, sensores de movimiento y cientos de cámaras. La agencia cuenta además con un megacentro en el desierto de Utah para almacenar billones de bytes de información de todo el mundo en cuatro galpones que albergan servidores y supercomputadores, un complejo que costó 2 mil millones de dólares.
 
Manejadas por unos 35 mil empleados, principalmente matemáticos, ingenieros y computólogos, miles de minis y decenas de gigantescas computadoras trabajan día y noche para recibir, coleccionar, clasificar, procesar y analizar, millones de datos captados en todo el mundo, incluyendo los de usted estimado lector y éste mismo artículo que ahora lee. El flujo reportado es alucinante: la NSA intercepta diariamente unos mil 700 millones de conversaciones telefónicas, correos electrónicos y de comunicaciones similares. Emplean traductores, ingenieros, analistas, diseñadores, expertos en criptología, pero también hackers que trabajan en unidades de guerra cibernética y penetran los sistemas informáticos para robar información. La paranoia combinada con el racionalismo encarna eso: la razón vuelta locura; Estados Unidos convertido en una ciber-dictadura.
 
¿Estamos sanos? Con esa pregunta inicia Erich Fromm una de sus obras capitales, Psicoanálisis de la sociedad contemporánea (1955), una radiografía de la sociedad estadunidense. Medio siglo después, la pregunta no sólo es actual, sino notablemente necesaria. Como lo hemos señalado en otros sitios, cada vez más el destino del mundo estará en manos del mono pensante ( Homo sapiens) o del mono demente ( Homo demens). Este dilema se volverá fundamental conforme avance el riesgo ecológico y la especie humana se enfrente a desafíos inconmensurables o irreversibles. Hoy, Edward Snowden representa la cordura, la defensa de los derechos universales, la libertad de desobedecer y la dignidad humana, frente a una sociedad que se mueve hacia una dictadura de nuevo cuño, conforme la paranoia va tomando más y más las vidas de sus dirigentes. Se trata, en fin, de una batalla crucial entre la sensatez y la patología de la normalidad: Snowden, y la porción cuerda de la especie, contra el imperio paranoico.
 
Reformas y desigualdad
Luis Linares Zapata
Los últimos 25 años del acontecer nacional han sido propicios para que el gobierno federal despliegue, a toda vela, su enjundia reformista. A partir de la entrada al GATT (allá por los inicios de los años ochenta) las llamadas reformas estructurales fueron, una después de la otra, convertidas en piezas de un retocado mapa de ruta. Con ellas se ha formado una colección aparentemente interminable que, según la narrativa oficial, pondrían a México en la senda de la modernidad. El país fue distinguido dentro, pero sobre todo fuera de las fronteras, como alumno especialmente aplicado en estos menesteres. Un celoso enjambre de militantes cupulares de PRI y PAN abrió, de par en par, las puertas del Congreso para darles vigencia.
 
El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) fue la proa insigne del proceso, desatado bajo la imperativa directiva del Acuerdo de Washington. Siguieron otras reformas de corte financiero: independencia del Banco de México, el achicamiento de la banca de desarrollo, privatizaciones recurrentes a toda prisa, en especial la de la banca que después fue internacionalizada. Se abrió la tierra ejidal al mercado. Una serie de acciones ejecutivas procedieron a desmantelar toda la red protectora y de aliento a la producción de alimentos. Las grandes empresas trasnacionales de la producción y financiamiento agrícola (junto con las agroindustrias) suplieron la veloz retirada del Estado. La industria toda quedó al garete bajo la conseja de que el mejor programa sería el inexistente. El empuje transformador ya no provendría de la fuerza organizada de la masa trabajadora, sino de la iniciativa de los particulares. Consigna que empujó, sin descanso, la formación de los grandes consorcios privados bajo el dominio de unas cuantas familias, el núcleo duro de la plutocracia nacional. El sindicalismo, ya avejentado, quedó confinado a minúsculos enclaves.

El cuadro, sin embargo, todavía está incompleto. Faltan algunas de las piezas importantes, los retoques finales de la modernización emprendida con todo el vigor de una clase política plegada a los grupos de presión, reales mandantes del modelo neoliberal. El amplísimo campo de la educación se ha convertido en foco de las ambiciones del gran capital. Lo quieren bajo su dominio por dos razones básicas: la primera debido al enorme negocio que ofrece y, después, por la palanca ideológica que conlleva. Combinar ambos aspectos daría no sólo más recursos para dominar la ruta acumuladora, sino adjuntarle la legitimidad de sustento para el modelo implantado. Los retobos sociales causados por esta pretensión, sin duda abarcadora, son vistos como una monserga que es urgente apaciguar y, de ser posible, eliminar. La insurgencia que ya despunta en estamentos magisteriales (CNTE) ha de varias maneras atemperado la soberbia federal. Simplemente la élite priísta no tiene, por sí misma, las correas de transmisión para encauzar, de nueva cuenta, la intentona de reformar la educación. Hacerlo bajo la consigna del empresariado y sus aliados del exterior (OCDE) tal y como se planteó de salida, hoy aparece como una senda cuajada de peligros.
 
Toca turno a las ansiadas reformas estructurales: la energética y la fiscal. Ambas atrancadas entre la falta de definiciones cupulares y la impericia de sus operadores para darles carta de navegación, al menos tal y como las desean quienes de ellas se beneficiarán. De la energética para la tarascada postrera a la enorme riqueza, aún elusiva, a sus ambiciones desmedidas, y de la segunda, para seguir gozando de los privilegios que permitan evadir el castigo fiscal correspondiente y necesario.
 
En el mero fondo de esta andanada modernizante, pretendidamente transformadora, subyace el dañino fenómeno de la acumulación de la riqueza y el ingreso. Las reformas estructurales famosas (bajo la conducción financierista) no han sido diseñadas para beneficio de la sociedad. Lo han sido para castigar al factor trabajo y permitir acrecentar la parcela del capital. En México, la regular marcha correctora de las desiguales apropiaciones entre estos dos factores fue interrumpida, de manera por demás cruenta, desde los principios de los años ochenta. En esos tiempos, 40 por ciento ya se destinaban al trabajo. Faltaba mucho para lograr lo que los europeos ya habían conquistado con sus sociedades igualitarias: repartir 30 por ciento al capital y el restante 70 por ciento al trabajo. La lucha entre estas dos facciones (clases las llama Marx) es el asunto definitorio de la actualidad. La trabazón entre ellas ha sido fiera y, al parecer, el capital va ganando el pleito. En México la reversión de la tendencia igualitaria es evidente: el trabajo ha perdido, cuando menos, 10 por ciento de su anterior tajada del PIB.
Un torrente de cifras duras va revelando a las claras que el discurso oficial apuntado hacia el crecimiento y la justicia distributiva cae en el vacío. Las reformas estructurales han coartado el crecimiento durante los últimos 25 años. La inversión, motor ineludible del incremento productivo, viene declinando ostentosamente. La inversión pública que era de 7 o 10 por ciento del PIB, ahora apenas alcanza 3 o 4 por ciento. La inversión privada, con muchos ofrecimientos y escasas concreciones apenas ronda cifras entre 13 o 14 por ciento del PIB. En otras economías, dichos renglones sumados alcanzan montos que fluctúan entre 25 y 40 por ciento y, en casos ejemplares (China) un tanto más como proporción del PIB. El caso de los flujos de capital externo, tan privilegiados en la propaganda del oficialismo, siguen también una tendencia decreciente con los años: de representar un monto entre 2 y 3 por ciento del PIB, hace una o dos décadas, ahora sólo llega a 2 o uno por ciento con todo y las reformas estructurales.
 
El panorama futuro que se dibuja con nitidez apunta ciertamente a mayor concentración y un castigo, inmerecido y cruento, del factor trabajo. Esa es la realidad y hacia allá se quiere enfilar la trayectoria nacional. El crujir de la convivencia es notorio a simple oído, pero, al parecer, al poder establecido poco le acongoja y tampoco le impulsa, cuando menos, a moderar la rampante precarización en curso de la sociedad.

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