Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

martes, 9 de julio de 2013

Brasil: las claves de la indignación- Egipto: el regreso de los generales

Brasil: las claves de la indignación

Las protestas contra despilfarro del gobierno en Brasil. Foto: Xinhua
Las protestas contra despilfarro del gobierno en Brasil.
Foto: Xinhua
La inconformidad popular brasileña que se desató por el alza a la tarifa del transporte en Sao Paulo creció y creció hasta niveles que han metido en aprietos al gobierno de Dilma Rousseff. En el fondo de las protestas masivas hay problemas reales que afectan a los ciudadanos de a pie: se trata del uso de los recursos públicos para intereses privados y no para el bienestar general. La disyuntiva es: educación, salud y transporte de calidad para todos… o futbol.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- El detonante de las protestas sociales que sacuden a Brasil fue el aumento en la tarifa del transporte colectivo de la ciudad de Sao Paulo. Y aun cuando el gobierno dio marcha atrás a esa alza, las manifestaciones siguen: los políticos, la política, la corrupción, los gastos excesivos para el Mundial de Futbol de 2014 y para los Juegos Olímpicos de 2016 son los principales blancos de la crítica popular; a ello se suman la insuficiencia y mala calidad de los servicios públicos, entre ellos los de transporte, salud y educación.
Las movilizaciones y protestas sociales surgen en un momento en el que Brasil mantiene el paso para consolidarse como pilar regional, cuando intenta volverse potencia global y se reconocen internacionalmente los avances sociales de los dos gobiernos de Lula: 250% de aumento al salario mínimo, reducción de la desigualdad a su nivel más bajo desde los sesenta, expansión de una nueva clase media baja (54% de su población), reducción significativa de la pobreza (35 millones de pobres menos) y combate a la discriminación, con acciones afirmativas para las poblaciones negra e indígena.
Los avances sociales son innegables, pero conviven con factores que motivan las movilizaciones: crisis de representación política, hartazgo por la corrupción, incremento en la inflación de intereses y de precios y particularmente una realidad urbana crítica que no satisface las necesidades de los ciudadanos y menoscaba sus niveles de bienestar. Temas como el encarecimiento de la vida, la mala calidad de los servicios públicos de salud, la falta de acceso a la educación para los jóvenes, transportes colectivos insuficientes, precarios y de los más caros del mundo son detonantes de la indignación.
 
Transporte colectivo
 
Las protestas originadas en Sao Paulo lograron que gobiernos de otras ciudades redujeran sus tarifas de transporte público y empezaran a hablar de cambios para mejorar su funcionamiento, su financiamiento (entre los sectores público y privado) y analizaran la propuesta del Movimiento Pase Libre, para considerarlo un derecho ciudadano que debe ser gratis.
Las críticas señalan los padecimientos cotidianos: desplazamiento de autobuses que apenas circulan a 13 kilómetros por hora en carriles exclusivos, unidades sobresaturadas y sin que se piense aumentar el parque vehicular, reajuste discrecional de las tarifas en periodos poselectorales y el intenso tránsito que trae la venta masiva de automóviles financiados por los bancos.
En Sao Paulo, una metrópolis de 11 millones 400 mil habitantes, la saturación de los vagones del metro hace que se amontonen hasta ocho pasajeros por metro cuadrado y su insuficiente red equivale a poco más de un tercio de la que existe en la Ciudad de México, una quinta parte de la de Nueva York o una sexta parte de la de Beijing.
Un estudio del Instituto de Pesquisa Económica Aplicada sobre movilidad urbana en Brasil mostró en 2011 que 65% de la población de las capitales y 36% de ciudades no capitales usaban el transporte público, y 55% de los usuarios consideraba el servicio “malo” o “muy malo”.
La Asociación Nacional de Transportes Públicos reveló los altos costos que tiene este sistema para el gobierno y para los usuarios. El valor medio por pasajero que el gobierno transfirió a los concesionarios en Sao Paulo creció 15% sobre la inflación entre 2006 y 2013, ante el constante incremento de las tarifas que estipulan las empresas.
Con la intención de reducir 15% las tarifas de autobuses, metro y trenes urbanos, el gobierno federal y el Senado propusieron un sistema en el que los tres niveles de gobierno no deberán cobrar impuestos a las empresas por la adquisición de insumos para el transporte (gasolina, diésel, energía eléctrica y bienes capitales). La propuesta sorprende frente a la gran movilización social y por las críticas que recibió el gobierno por seguir privilegiando a la industria automotriz.
* Maestra en estudios políticos y sociales por la UNAM. Cursó estudios de posgrado en la Universidad de Sao Paulo, Brasil.
Fragmento del reportaje que se publica en la edición 1914 de la revista Proceso, ya en circulación.

Egipto: el regreso de los generales

Opositores de Morsi celebran su caída en Egipto. Foto: AP
Opositores de Morsi celebran su caída en Egipto.
Foto: AP
Paradojas de la política egipcia: grupos y organizaciones que fueron duramente reprimidos por los militares cuando se les enfrentaron en aras de “la revolución y la democracia”, apoyan ahora el golpe de Estado que la cúpula de las fuerzas armadas orquestó contra el presidente Mohamed Morsi, líder de los Hermanos Musulmanes. Un año después de que ganó las primeras elecciones democráticas en Egipto, Morsi no había logrado superar los problemas económicos del país y había roto promesas y alianzas con los sectores que lo apoyaron… Se quedó solo y los generales aprovecharon el momento.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Tres jóvenes egipcios alzaban carteles hechos a mano para que los vieran quienes conducían por la avenida Talaat Harb, en el centro de El Cairo, una de las ciudades más ruidosas del mundo, donde para ganarse el derecho a avanzar es indispensable mantener apretado el claxon. Su mensaje era: “Si apoyas a los ikhwan (Hermanos Musulmanes) toca la bocina”. Provocaron así un silencio extraño, antinatural y fuera de lugar en esas horas tempranas de la tarde de un martes, en el que se pudieron escuchar los gritos de personas indignadas que exigían “¡yaskot, yaskot (el presidente) Mohamed Morsi!”, “¡abajo, abajo Mohamed Morsi!”
La escena, que se repitió muchas veces durante los pasados abril y mayo, fue el preludio de las concentraciones de protesta del 30 de junio, las más grandes de la historia de Egipto, mayores aún que las de repudio a Hosni Mubarak, derrocado hace dos años y medio. Era el aniversario, apenas el primero, de la llegada de Morsi a la Presidencia.
La amplitud del rechazo al gobierno de los Hermanos Musulmanes (HM), sin embargo, se exhibió con claridad en el momento en que anunciaba su derrocamiento el jefe de las fuerzas armadas, general Abdelfatah al Sisi: detrás de él estaban Mahmoud Badr, representante de los jóvenes que encabezaron la revolución de 2011, muchos de los cuales fueron detenidos o asesinados por militares; el patriarca Tawadros, de los cristianos coptos, quienes perdieron 28 compañeros cuando camiones blindados del ejército los aplastaron deliberadamente durante una manifestación; Ahmed al Tayeb, gran jeque de la prestigiosa Universidad Al Azhar, muchos de cuyos académicos y estudiantes estaban siendo perseguidos por soldados en ese mismo momento; e incluso Mohamed el-Baradei, del liberal Frente de Salvación Nacional, uno de los críticos más visibles de la gestión castrense.
Los dos años y medio de conflictos y caos económico que ya lleva Egipto se iniciaron con el esfuerzo para acabar con la serie de gobiernos de oficiales que empezó en 1952 y abrirle paso a un sistema democrático. Ahora grupos revolucionarios, organizaciones islamistas y sectores del antiguo régimen apoyaron el golpe militar que destituyó y encarceló al vencedor de los comicios presidenciales junto con centenares de sus correligionarios.
“El mensaje resonará alto y claro por todo el mundo musulmán: la democracia no es para los musulmanes”, sentenció Essam al Hadad, asesor del destituido presidente, en tono amenazador, pues la implicación es que esto provocará olas de terrorismo islámico. “A los islamistas les cuesta trabajo aprender el sentido de la democracia”, responde Said Nashar, joven politólogo y activista de la campaña Tamarrod (rebelde).
Fragmento del reportaje que se publica en la edición 1914 de la revista Proceso, ya en circulación

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