Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

viernes, 12 de julio de 2013

El retorno del movimiento social- Esclarecimiento de una edad de destrucción- Penultimátum

El retorno del movimiento social
Raúl Zibechi
Las movilizaciones de junio en Brasil pueden constituir un viraje de larga duración. Son las primeras grandes manifestaciones en 20 años, desde 1992 contra el entonces presidente Fernando Collor de Melo, que fue forzado a dimitir. Ahora las cosas son diferentes: el movimiento es mucho más amplio, abarcando cientos de ciudades, los sectores más organizados se proponen metas de mayor alcance con una orientación anticapitalista y no estamos ante una explosión puntual sino ante la masificación de un extenso descontento.
 
 
Lo anterior permite aventurar que probablemente estemos ante el comienzo de un nuevo ciclo de luchas impulsado por organizaciones diferentes a las del periodo anterior. ¿Pero cuáles fueron los movimientos anteriores?
 
En la década de 1970 se produjo un verdadero terremoto social en Brasil, mirado desde abajo, en pleno régimen militar. Las comisiones de fábrica encarnaron un nuevo sindicalismo de rechazo a la estructura vertical del sindicalismo oficial. Las huelgas en São Bernardo do Campo y otras ciudades del cinturón fabril de São Paulo quebraron el control del régimen, un movimiento que cuajó en la creación de la Central Única de los Trabajadores (CUT) en 1983. En 1979 los campesinos sin tierra retomaron las ocupaciones como herramientas de lucha, con la ocupación de las haciendas Macali y Brilhante que se consideran el origen del MST (Movimiento Sin Tierra). En 1980 se crea el Partido de los Trabajadores (PT).
 
as grandes creaciones del movimiento popular brasileño comenzaron por pequeños movimientos de resistencia y lucha, y por actores, digamos, marginales desde el punto de vista de la gran política. La creación del PT es la conjunción de tres corrientes: los derrotados de la lucha armada de los 60 y 70, las comunidades eclesiales de base –que nunca separaron ética de política– y el nuevo sindicalismo, en el contexto de un amplio movimiento popular por la libertad. Como señala Chico de Oliveira, el mayor sociólogo de Brasil, esas conjunciones son muy raras en la historia, y son irrepetibles.
 
Dos décadas después las cosas han cambiado radicalmente. El estrato superior del sindicalismo se ha convertido, a través de los fondos de pensiones, en aliado del capital financiero y de las multinacionales brasileñas. El PT es un partido tradicional más, que en nada se diferencia de los partidos de la derecha, con algunos de los cuales cogobierna. La política de lo posible llevó al partido de Lula a ensuciarse en sonados casos de corrupción como el mensalão, mensualidad que se pagó a parlamentarios para votar con el gobierno. Sólo el MST mantuvo en alto sus banderas, aun pagando el precio de un mayor aislamiento.
 
El mismo año que Lula llegó al gobierno más de 40 mil jóvenes ganaron las calles de Salvador (Bahia), contra el aumento de los pasajes del transporte urbano en un movimiento de 10 días conocido como Revolta do Buzu (en referencia a los autobuses). Al año siguiente, en 2004, otra movilización masiva en Florianópolis luchó contra los altos precios del transporte, la Revolta das Catracas (molinetes). Los aparatos estudiantiles negociaron con el poder municipal pasando por arriba del movimiento, generando un profundo rechazo.
 
En 2005 en el Foro Social Mundial de Porto Alegre se creó el Movimento Passe Livre (MPL) con grupos en todas las grandes ciudades. Se trataba de pequeños núcleos que funcionaban con base en los principios de horizontalidad, autonomía, federalismo y apartidismo, pero no antipartidismo. De ese modo rechazaban las organizaciones jerárquicas y centralizadas, dependientes del Estado y del gobierno, que hegemonizaban el campo popular. El MPL no era el único movimiento de este tipo. La Central de Medios Independientes (CMI, o Indymedia Brasil), el Movimiento Sin Techo (MTST), los desocupados (MTD), los cartoneros y agrupaciones estudiantiles autónomas y libertarias en las universidades y algunos secundarios, conformaban un vasto arco iris.
 
El MPL se destacó por movilizar decenas de miles de personas en las calles, por la pésima calidad de los transportes urbanos, en general privados, y por sus precios abusivos. Hacia 2008 surgen los Comités Populares de la Copa, que analizaron las consecuencias que tienen para la población las obras para el Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016. Al igual que los otros, son pequeños grupos de composición heterogénea que comenzaron a trabajar con las comunidades de las periferias urbanas y pobladores de favelas amenazados por las megaobras.
 
Lo más importante es que en esos grupos fue naciendo una nueva cultura política y de protesta. Algunos le llaman acción directa. En todo caso está inspirada en los cuatro ejes mencionados, creció y se expandió por fuera de las instituciones y no tiene vocación de convertirse en aparato organizativo separado de la gente que lucha y se moviliza ni de participar en las elecciones. En una larga década de consenso consumista, lubricado por políticas sociales que congelaron la desigualdad, esa nueva cultura se fue arraigando en los márgenes de la acción social y desde allí comenzó a expandirse.
En el semestre anterior a las grandes movilizaciones de junio, esos modos de hacer consiguieron victorias en una decena de ciudades, en la resistencia a las obras del Mundial y en la reducción del precio del transporte. Esa cultura pasó de convocar cientos a movilizar decenas de miles. Como se sabe, la represión policial y la prepotencia de la FIFA hicieron el resto. Cuando la gente empezó a desbordar las grandes avenidas, todo Brasil sabía que las obras para el Mundial forman parte de una reforma urbana segregacionista urdida por el capital especulativo. Luchan por el derecho a la ciudad que el capital les niega.
 
Ahora sabemos que hacia 2003, en Bahia, comenzó la lenta fragua de una nueva camada de movimientos. Pero no debemos olvidar que todo empezó por pequeños grupos de jóvenes, en los márgenes del sistema político y a contrapelo de lo instituido.
FUENTE: LA JORNADA OPINION


Esclarecimiento de una edad de destrucción
Eduardo Subirats
La persecución violenta de Manning y Assange, y más recientemente de Snowden, por el aparato administrativo de Estados Unidos, secundada por las naciones de la Unión Europea, pone de manifiesto lo que de todos modos ya sabíamos y en parte habíamos asumido: que la sociedad estadunidense, la organización social moderna por excelencia, la más desarrollada tecnológica e industrialmente, la más democrática del mundo y de la historia de la humanidad, la que levanta contra todos los vientos la bandera de los derechos humanos y la defiende con todas sus armas y todas sus guerras, esta nación norteamericana, y las naciones europeas tras ella, han rebasado la imaginación de las pesadillas político-literarias más significativas del siglo XX: Brave new world, 1984 y Die andere Seite.
 
Visiones tenebrosas. En Brave new world, Aldous Huxley describió una civilización altamente racionalizada y tecnológicamente hiperdesarrollada que había reducido la cultura humana a grados máximos de degradación moral. En ese brave world no hay arte, la literatura ha sido suplantada por el entretenimiento; tampoco hay libros; las universidades se expanden como grandes sistemas de control del conocimiento y de persecución corporativa de la inteligencia reflexiva; también se ha mutilado lingüísticamente todo impulso social de rebeldía y todo instinto creador. Y en ese new world todos consumen una droga que simula como reales las fantasías de paraísos virtuales de otro modo inalcanzables.

1984 es el relato de una burocracia que ha desarrollado sistemas de vigilancia y control sobre la población civil hasta los extremos que podía imaginar un intelectual liberal británico que había luchado contra el totalitarismo fascista en la Guerra Civil española. Describe un poder corporativo total sobre las palabras y los lenguajes, sobre la vida emocional e íntima de las personas, sobre su productividad y consumo, y sobre los restos de una vida espiritual fragmentada, degradada y dispersa.

La otra parte es una novela del pintor expresionista Alfred Kubin que complementa las dos visiones políticas y poéticas de Orwell y Huxley. Su autor relata su viaje a un país utópico en el que la revolución más sublime que podía abrazar la humanidad se ha convertido exactamente en su contrario: una organización totalitaria y violenta; una forma de vida degradada a su expresión más inhumana; un sistema político fundado en el genocidio científicamente organizado y un control policial absoluto sobre sus súbditos. Pero ese nuevo poder del Estado no se fundaba en el terror, sino en la propaganda. Una propaganda total y omnipresente de la que tampoco nadie podía escapar. Propaganda capaz de representar el infierno en el que vivimos en el más sublime paraíso, y de embellecer los cuadros de violencia militar, tortura y campos de concentración llamados de refugiados para decenas de millones de humanos, y de representar los movimientos migratorios masivos generados por la violencia militar, la devastación biológica del planeta y el empobrecimiento financiero como los signos resplandecientes de un nuevo orden mundial fundado en la razón, la soberanía democrática de los pueblos y el respeto absoluto de la dignidad humana.

El crimen de Manning y Assange ha sido poner de manifiesto la corrupción metalingüística de esta administración política mundial. Ha consistido en exponer a la conciencia global el sistema electrónicamente codificado de mentiras, de transacciones criminales y de un poder político brutal, oculto tras los softwares y las pantallas del espectáculo global. Como en aquel sistema de mentiras y voluntades criminales que se ocultaba tras el newspeak de Orwell, la semiología de la comunicación de masas llama hoy paz a la guerra, libertad a la servidumbre y poder a la ignorancia. Pero no solamente han desmantelado el aparato de propaganda global. Además, Assange y Manning han puesto de manifiesto la inhumanidad, el cinismo y la brutalidad de los métodos científicos de la guerra moderna. Lo han revelado con documentos sólidos y sórdidos.
 
Snowden ha hecho explícito el lado complementario a ese mundo subterráneo de las transacciones políticas y acciones criminales. Ha iluminado en un instante sus sistemas de información y control sobre virtualmente todos los habitantes del planeta. Ha revelado la utilización de programas capaces de detectar y almacenar información sobre la vida de las personas físicas, desde su cotidianeidad hasta sus más sublimes ideales, pasando por sus actividades económica o políticamente relevantes. Ha esclarecido con pruebas transparentes que hemos entrado en una edad política de vigilancia totalitaria universal. Totalitarismo electrónico y lingüístico.
 
Al otro lado del espectáculo la resistencia social y política contra este sistema crece día a día. Comenzó con acciones perfectamente organizadas de resistencia civil contra la corrupción corporativa de los bancos mundiales en las manifestaciones de Seattle, en noviembre de 1999, en la que bloquearon la entrada a la burocracia del World Trade Center. Le siguió poco después una de las manifestaciones más sangrientas en la historia europea, dirigida contra la cumbre del G-8 reunida en Génova. Prosiguió su larga marcha en las sucesivas versiones del Foro Social Mundial, inau­gurado en Porto Alegre en 2001. Sus últimas expresiones son los movimientos Occupy en Estados Unidos y los Indignados en Europa en su revuelta contra las últimas consecuencias socialmente catastróficas del sistema político neoliberal. En el mundo árabe a estas implosiones sociales se las ha llamado primavera porque han sacudido una larga tradición autoritaria. En Brasil y en toda América Latina ha puesto en cuestión un sistema socialmente irresponsable de democracia. En todos esos lugares el clima intelectual es idéntico: una crítica de las elites corporativas y de su poder invisible sobre las políticas parlamentarias, un rechazo de la guerra global bajo todas sus formas, la impugnación de la manipulación de las masas a través del espectáculo mediático y una clara protesta contra sistema electrónico de dominación totalitaria mundial.
 
El acoso, la persecución, e incluso la tortura sobre Snowden, Assange y Manning son una reacción política de autoprotección de ese mismo sistema y ponen de manifiesto su fuerza cada día más devastadora. Tratarlos como criminales por haber revelado sus crímenes contra la humanidad revela la absoluta opacidad y la completa impunidad de ese poder. Al mismo tiempo, pone de manifiesto los objetivos y el concepto de esclarecimiento en el mundo contemporáneo. Primero: el análisis reflexivo y la crítica de la guerra científica, de los sistemas de destrucción administrada de los ecosistemas, los hábitat naturales y las comunidades humanas, en nombre de una defensa contra aquel mismo terrorismo que ella genera. Segundo: el análisis reflexivo y la crítica de los sistemas, los lenguajes y los iconos de la propaganda total que rige la vida cotidiana en las democracias posmodernas. Tercero: la crítica de los sistemas de vigilancia electrónica universal. Esas son los tres objetivos de toda reflexión libre y emancipadora sobre el mundo histórico y natural contemporáneo. Junto a un cuarto y último momento: la destrucción sistemática del ecosistema por las corporaciones industriales. Los cuatro capítulos de una crítica de nuestro tiempo.
FUENTE: LA JORNADA OPINION
 

Penultimátum
Censura en Egipto
El reciente golpe de Estado en Egipto puso nuevamente el tema de la censura en primer plano. En el cine es tan antigua como su inicio hace casi un siglo. El pretexto, mantener el orden público, la seguridad y las instituciones, proteger la religión, la moral y las buenas costumbres. Con breves aperturas durante los regímenes autoritarios que han gobernado Egipto durante seis décadas, el cine y la televisión han estado bajo control del gobierno en turno a través del Ministerio de Cultura. Y para evitarse problemas, no pocos directores han recurrido a la autocensura.
 
Pero durante las dos décadas recientes la censura no sólo proviene del gobierno sino de los grupos radicales islámicos que exigen prohibir ciertas películas, mientras sus directores son encarcelados por ofender la moral y las buenas costumbres. Fue el caso de Raafat al Mihi y dos de sus películas. Varias actrices fueron amenazadas de muerte por hacer papeles supuestamente inmorales, o acusadas de ofensa al pudor.

No hay que olvidar que el cine egipcio fue el más sobresaliente del mundo árabe, especialmente por sus comedias y melodramas. Posteriormente logró éxitos internacionales gracias a directores como Yusef Chahine, considerado el padre del cine social, quien luchó contra la intolerancia, los abusos del poder, la corrupción y el fanatismo. Como le ocurrió a Buñuel con Los olvidados, Chahine fue atacado hace medio siglo por mostrar en Bab el Hadid (una de las mejores películas del mundo árabe) la miseria de El Cairo. Igual suerte han corrido sus colegas Tewfik Saleh y Abou Seif.
 
Pese a todo, su herencia se ha dejado sentir los pasados 20 años gracias a una nueva generación de cineastas preocupados por abordar los problemas sociales, políticos y económicos, precisamente los más sensibles a la sociedad. Y ello en buena parte gracias a la presión de los intelectuales y al surgimiento de nuevas generaciones que piden democracia, abrirse al mundo.
 
Sin embargo, la censura más estricta nuevamente se apoderó del país con el ascenso al poder del partido de los Hermanos Musulmanes el año pasado y hoy derrocado. No hubo ya necesidad de censura oficial, pues quedó en manos de los grupos ultras, la policía y los representantes religiosos. Se impuso el principio de que cualquier musulmán tiene derecho a defender el islam si cree que se le ridiculiza.
 
No menos severa es la censura ejercida en la televisión, donde se prohíben o cortan pasajes de películas por atentar contra la moral o la religión. Con la llegada de los Hermanos Musulmanes al poder la situación fue peor. Hasta clausuraron los 10 canales dedicados a la difusión de la popular danza del vientre, referencia cultural en Medio Oriente, por atentar contra la moral pública y las enseñanzas religiosas del islam.
FUENTE: LA JORNADA OPINION

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