Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

domingo, 21 de julio de 2013

Racismo en EU: herida que no cierra- Dilma Rousseff en su laberinto- 22 de julio, Día Mundial contra la Megaminería Tóxica

Racismo en EU: herida que no cierra
Decenas de miles de personas se manifestaron ayer en las calles de más de un centenar de ciudades de Estados Unidos en reclamo de justicia para el caso Trayvon Martin, joven negro de 17 años que fue ultimado en enero de 2012 por un guardia comunitario mientras caminaba por el vecindario de tal ciudad. El pasado sábado, un jurado absolvió al autor confeso del homicidio, George Zimmerman, y convalidó con ello los argumentos de sus defensores en el sentido de que la agresión en contra de Martin fue un acto de legítima defensa, a pesar de que, de acuerdo con toda la evidencia disponible, el adolescente, además, estaba desarmado al momento de ser agredido.
 
Más allá de lo estrictamente judicial, el caso ha reabierto la inveterada discusión sobre la continuidad de la discriminación institucional y la violencia racial en el vecino país, cuyos orígenes se remontan al sistema esclavista que provocó la Guerra de Secesión estadunidense (1861-1865), que no dirimió ni eliminó episodios ominosos como la segregación racial y el asesinato de luchadores sociales como Martin Luther King y Malcom X.

Ciertamente, mucho ha cambiado la sociedad estadunidense entre la década de los 60 –época en que fueron ultimados los activistas referidos– y la actualidad, como lo evidencia el arribo, en 2008, del presidente Barack Obama. Sin embargo, la esperanza de que la elección de éste consumara la transformación de la circunstancia que enfrentan las minorías raciales en general –y la población afroestadunidense en particular– queda desmentida a la luz de los hechos y las cifras: bajo la gestión del actual mandatario, la población negra ha padecido el mayor índice de desempleo en la historia contemporánea de ese país –entre 12 y 15 por ciento, el doble que el de la población blanca–, y ello se traduce en un incremento de la pobreza y la marginalidad en ese sector. A ello se suma la continuidad de un racismo institucional que se ve reflejado en la criminalización, la estigmatización y el clima de violencia estructural a que son sometidos los ciudadanos pertenecientes a ese grupo racial.
 
Un hecho revelador, al respecto, es que mientras que la población negra representa 12 por ciento de los habitantes de Estados Unidos, 40 por ciento de los internos en penitenciarías y cárceles del vecino país pertenecen a ese sector.
 
Por lo demás, semejante circunstancia de marginación, discriminación e inequidad no se limita a los ciudadanos de raza negra; se reproduce, en mayor o menor medida, con los latinos, los asiáticos, los musulmanes y, en general, con todos los grupos étnicos distintos a la mayoría blanca, anglosajona y protestante (WASP, por sus siglas en inglés), la cual sigue representando el sector dominante –aunque declinante– en lo social, lo político y lo económico.
 
Por último, resulta obligado preguntarse hasta qué punto la persistencia de la violencia racial en Estados Unidos es un problema histórico, cultural, social e institucional circunscrito al ámbito interno de ese país, o bien es un correlato de su proyección como potencia hegemónica y belicista en el ámbito internacional. En cualquier caso, es desolador que, en una sociedad que goza de grandes niveles de desarrollo y de riqueza y que se empeña en ostentarse como modelo de civilidad ante el resto del mundo, tengan lugar episodios que denotan retraso cultural, propensión a la violencia y la barbarie e incapacidad de cerrar una de sus mayores y más vergonzantes heridas.
FUENTE: LA JORNADA OPINION
 
Dilma Rousseff en su laberinto
Eric Nepomuceno
El huracán de las manifestaciones multitudinarias que inundaron las calles brasileñas en junio escampó: lo que hay ahora son tormentas aisladas. En el rescoldo del huracán aparece la soledad de Dilma Rousseff.
 
Presionada por todos lados, la presidenta enfrenta la corrosión de la alianza, de unos 20 partidos, que teóricamente le permite la tan sonada gobernabilidad. En esa alianza hay de todo, excepto una identidad común en términos ideológicos o programáticos. Se trata de un espacio de disputa de intereses menores, donde asoman las pequeñeces más mezquinas de la política rastrera. Entre el Partido de los Trabajadores (PT), de Lula da Silva y Dilma Rousseff, y el Partido de Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) hay un conglomerado de caciques regionales expertos en el chantaje político y exhibiciones desenfrenadas de un apetito formidable por cargos, puestos y presupuestos. Están la derecha más recalcitrante y algunos referentes de las sectas evangélicas electrónicas, con amplia penetración en la radio y la televisión, y los sobrevivientes del Partido Comunista de Brasil, que un día supo ser maoísta y ahora nadie logra saber exactamente qué es. Están los del Partido Socialista Brasileño (PSB), que presionan con la amenaza de lanzar candidato propio a la sucesión de la misma Rousseff, y están los de un partido recién creado, el Partido Social Democrata (PSD), cuyo líder, el ex alcalde de São Paulo, Gilberto Kassab, ha sido enfático: No es un partido de derecha, ni de izquierda, ni de centro.

En medio de tal panorama, Dilma parece vagar en un laberinto intrincado, como suelen ser los buenos laberintos. Tiene nada menos que 39 ministerios, la cantidad necesaria para satisfacer el apetito de sus aliados. Resultado: un gabinete paquidérmico, ineficaz, absurdo. Hay, por ejemplo, un autonombrado pastor evangélico que no sabría diferenciar una sardina de un tiburón y que ocupa un surrealista Ministerio de la Pesca. Y muchos absurdos más.

Sorprendida por el huracán de manifestaciones, Dilma Rousseff trató de reaccionar con sensibilidad y contundencia a las demandas populares. Estoy oyendo sus voces, aseguró, y presentó una propuesta de pactos a los partidos aliados y a los gobernadores estatales y alcaldes de las capitales, sin importar su afiliación partidaria, para buscar respuestas a los reclamos de mejores servicios públicos de salud, educación y transporte.

Igualmente se propuso a reforzar el combate a la corrupción y a realizar la tan mentada –y siempre postergada– reforma política que el país reclama a gritos.
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Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, durante un discurso en el Palacio de Itamaraty
Foto Reuters
 
La consecuencia ha sido el desnudo de la realidad que la cerca. Las propuestas han sido desvirtuadas o directamente congeladas por el Congreso, donde el gobierno cuenta con mayoría amplia. El llamado a un plebiscito para que la reforma política se aplicara en las elecciones del año que viene fue fulminado. La propuesta de que los royalties del petróleo fuesen destinados integralmente a la educación pública tuvo el mismo destino. Además, los señores parlamentarios se lanzaron a una carrera desenfrenada de aprobación de proyectos de ley inviables, que aparentemente atenderían demandas populares, pero que, en términos concretos, significarían la quiebra del Estado.
 
A todo eso, una secuencia de sondeos y encuestas de opinión pública muestran que la popularidad de Dilma y la aprobación de su gobierno se desplomaron. Si hasta principios de junio su relección en la primera vuelta electoral parecía segura, hoy habría, inevitablemente, una segunda vuelta. Dilma aparece con 30 por ciento de la preferencia, seguida por la mesiánica Marina Silva, con 22 por ciento.
 
Es verdad que de aquí a octubre del año que viene aguas muchas pasarán por debajo del puente. El rechazo generalizado a la política y a los políticos, revelado en esos mismos sondeos y encuestas, podrá suavizarse de manera contundente. Pero queda al pairo una amenaza: a cada movimiento popular de rechazo a las instituciones políticas tradicionales suele abrirse un espacio para la aparición de alguna figura mesiánica, que aparente ser lo nuevo, en contraste a lo que está ahí. Marina Silva, que en las elecciones del 2010 obtuvo 20 millones de votos, parece diseñada a medida. Ambientalista en sus orígenes, se transformó en pastora evangélica fundamentalista. Ni siquiera tiene partido, pero logra movilizar a las clases medias más acomodadas.
 
Sin embargo, el verdadero fantasma para la candidatura de Dilma es su antecesor y mentor, Lula da Silva. Dentro del PT son nítidos los esfuerzos de corrientes que defienden que sea él, y no ella, quien se lance para asegurar la continuidad del partido en el gobierno. Las encuestas refuerzan ese movimiento: Lula tendría 41% de los votos y se elegiría en la primera vuelta de octubre del 2014. Hoy por hoy, parece ser el único nombre capaz de reagrupar, otra vez, una alianza, carente de coherencia pero coincidente en su mezquino apetito por el poder.
 
Lula insiste en que no será candidato, y que respalda integralmente a Dilma. Como dice un viejo dicho brasileño, quienes vivan, verán.
FUENTE: LA JORNADA OPINION
 
22 de julio, Día Mundial contra la Megaminería Tóxica
Juan Carlos Ruiz Guadalajara*
Con una creciente participación ciudadana en países afectados por la depredación ambiental y social que provoca la megaminería por todo el mundo, este 22 de julio se realiza por quinta ocasión el Día Mundial contra la Megaminería Tóxica, jornada que en poco tiempo se ha consolidado como una acción global de resistencia al modelo extractivo impuesto por los corporativos mineros trasnacionales en connivencia con gobiernos neoliberales. En su origen, la idea de una acción global contra la megaminería tuvo como objetivos despertar la conciencia social ante el problema del nuevo extractivismo minero, exigir la prohibición de la técnica de tajo a cielo abierto para extracción de metales preciosos y denunciar la ilegalidad y violencia de la operación de la canadiense New Gold-Minera San Xavier en el cerro de San Pedro y su impacto sobre el valle de San Luis Potosí. Estas demandas fueron parte de las muchas reacciones locales ante las desastrosas consecuencias generadas por la fiebre del oro iniciada en la última década del siglo pasado en Estados Unidos, y encabezada posteriormente por Canadá y sus corporativos desde la Bolsa de Valores de Toronto.
 
El origen de esta fiebre del oro y las peculiaridades que la hacen diferente a las otras que registra la historia de la humanidad, se encuentra en una combinación de factores tecnológicos y financieros. De acuerdo con el historiador canadiense Studnicki-Gizbert, fue en Nevada, Estados Unidos, donde en la década de los setentas se descubrió un territorio de casi 100 kilómetros de largo por 10 de ancho con presencia de nubes subterráneas de partículas microscópicas de oro invisible. Para extraerlas, geólogos y metalurgos al servicio de Newmount Mining idearon la megaminería a cielo abierto: para compensar las cantidades microscópicas de oro presentes en la roca (menos de un gramo por tonelada de matriz rocosa), la nueva minería hubo de remover con explosivos enormes extensiones de territorio, cavar gigantescas fosas, crear montañas con billones de toneladas de material de desecho, y utilizar millones de metros cúbicos de agua mezclados con cianuro para desprender las partículas áureas. Con esta práctica, entre 1980-85 los Estados Unidos triplicaron su producción de oro y convirtieron el noreste de Nevada en zona de desastre.

El nuevo método, considerado la panacea de la minería moderna de metales preciosos, conllevó al menos tres efectos perversos. Primero: agotaba en lapsos increíblemente cortos las reservas de oro invisible presentes en grandes territorios a cambio de su destrucción definitiva y desertificación (la vida de un tajo oscila entre los cinco y los veinte años). Segundo: la posibilidad técnica de extraer el oro invisible hizo viable la explotación de antiguos sitios mineros cuyas vetas estaban agotadas y multiplicó, a ojos del capital financiero, las reservas mundiales al integrar a la lista de sitios explotables cientos de lugares del planeta que nunca habían tenido presencia de minería, pero que en el subsuelo cuentan con nubes de partículas de oro. Tercero: el rápido agotamiento de los yacimientos empujó a las mineras, con apoyo de capital financiero asentado en Canadá, a buscar el acceso a las nuevas reservas, desarrollando estrategias para negociar leyes afines al nuevo modelo extractivo en países que impusieron modelos neoliberales, principalmente en América Latina.
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En imagen de archivo, el Frente Amplio Opositor de San Luis Potosí se manifiesta con disfraces de cerdo y mostrando los nombres de magistrados en cartulinas frente al Tribunal Federal de Justicia Fiscal y Administrativa, en demanda que se anule el permiso de explotación del cerro de San Pedro a la Minera San Xavier
Foto José Antonio López
 
En las últimas tres décadas la industria minera, encabezada por las corporaciones canadienses, produjo mediante este devastador método más oro que todo el extraído por la humanidad desde la antigüedad, creando poderes fácticos trasnacionales que han arrasado tierras, comunidades y patrimonio ambiental e histórico en países emergentes que han sido colonizados por las grandes mineras y sus aliados políticos. El caso mexicano es vergonzoso: gobiernos de todo signo que desde el salinato han permitido la operación ilegal de mineras canadienses; entrega de la tercera parte del territorio a los intereses extractivistas; jueces corruptos que permiten la operación política de la justicia y la violación de las más elementales leyes por parte de las mineras; políticos entreguistas que operan en el Congreso a favor de los corporativos; científicos y académicos que legitiman la operación de proyectos depredadores; empresarios mexicanos que se alían con los corporativos para aprovechar las oportunidades de negocio; mexicanos que así como venden su voto al PRI, igual se venden a las mineras para agredir a quienes resisten el despojo; mexicanos indiferentes o apáticos ante la deuda ambiental que dejaremos en herencia a las futuras generaciones; etcétera.
 
Frente a este paisaje de devastación nacional, se mantienen por todo el territorio importantes resistencias ciudadanas que ahora mismo cuestionan el irracional modelo extractivo en su conjunto y convergen en una demanda común: la defensa, preservación y restauración del territorio y sus recursos ambientales. Para ello han diseñado una vanguardista propuesta ciudadana de nueva ley minera que prioriza la defensa de los derechos humanos y la recuperación de la soberanía, iniciativa que enfrentará a los poderes fácticos y sus operadores en ambas cámaras legislativas. De ahí la importancia de generar conciencia global y participación ciudadana ante este problema, objetivo del Día Mundial contra la Megaminería Tóxica, que en este año contará con manifestaciones en al menos 15 países, incluidos Canadá, España y Francia. En la ciudad de México, a convocatoria de Pro San Luis Ecológico, la manifestación informativa se realizará frente al Senado.
 
Comienza así una etapa crucial de esta larga lucha por liberar al país de la megaminería tóxica y recuperar con ello la tierra y el agua para la vida y el futuro.
* Investigador de El Colegio de San Luis AC
FUENTE: LA JORNADA OPINION

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