Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

miércoles, 9 de mayo de 2012

El estilo Putin- Ante el Estado fallido, narcoestado sustituto

Ante el Estado fallido, narcoestado sustituto

Sicarios le prenden fuego a hombre en Juárez. Foto: Ricardo Ruíz
Sicarios le prenden fuego a hombre en Juárez.
Foto: Ricardo Ruíz
Lo que la gente comenta a diario en casi todos los puntos del país tiene ahora un sustento académico: México es un Estado fallido incapaz de controlar grandes extensiones de su territorio donde el crimen organizado se ha propuesto convertirse en el motor económico con todo y control político. El informe de un experto en criminalidad y seguridad pública así lo indica y alerta: los cárteles del narcotráfico evolucionan hacia una nueva fase en la que podrán imponerse como un “Estado sustituto”.
BRUSELAS (Proceso).- Contra lo que sostiene públicamente el gobierno de Felipe Calderón –que le está ganando la guerra al crimen organizado–, los cárteles mexicanos de la droga han alcanzado tal poderío que se han convertido en grupos de “insurgencia criminal” que libran sangrientas batallas contra el Estado por el control de la economía ilícita y por el dominio político del país… es decir, por convertirse en el sustituto de las instituciones estatales.
Ante la fragilidad del gobierno calderonista, los cárteles del narcotráfico le han arrebatado funciones al Estado, con lo que han conseguido establecer “soberanías paralelas” o “enclaves criminales” en grandes áreas de México que son conocidas en el argot académico como “zonas sin ley”, “espacios sin gobierno” o “zonas de impunidad”.
En esas “comunidades o regiones fracasadas” de México las bandas criminales han impuesto “arreglos políticos de tipo neofeudal”, como el cobro de impuestos o el aprovisionamiento de bienes sociales con fines utilitarios. Además han adoptado una dinámica de poder similar a la de las guerrillas y se han expandido, por lo que plantean un grave problema de seguridad nacional también en países de Centroamérica.
Tal es el diagnóstico que presenta John P. Sullivan en un reporte fechado el pasado marzo y llamado De las guerras contra las drogas a la insurgencia criminal: los cárteles mexicanos, enclaves e insurgencia criminal en México y Centroamérica y sus implicaciones para la seguridad global.
El pasado 15 de abril, en la Sexta Cumbre de las Américas, en Colombia, Felipe Calderón confesó en privado a su par peruano, Ollanta Humala, algo similar a lo que plantea el reporte de Sullivan: que las organizaciones del narcotráfico han desplazado al Estado mexicano en partes de su territorio.
Humala dijo en conferencia de prensa: “El tráfico ilícito de drogas y otras economías ilegales se están produciendo y en algunos casos algunos jefes de Estado han señalado que el narcotráfico está entrando ya a reemplazar en determinados sitios las funciones del Estado, como es el caso, y como lo ha señalado el presidente de México, del tema de la recaudación de impuestos”.
El mandatario peruano detalló que los narcos cobran “un impuesto de guerra en diferentes partes de América Latina a los dueños de pequeños y medianos negocios, pero incluso a quienes se acaban de comprar un auto, como ocurre en algunas partes del norte de México”.
Hasta finales del mes pasado la Presidencia de México no había desmentido lo dicho por Humala.
Sin control
Sullivan –teniente de la policía de Los Ángeles, California, e investigador adjunto de la Fundación Científica Vortex– es un veterano experto en seguridad pública, terrorismo y criminalidad.
Fue director del Centro Nacional de Alerta Temprana contra el Terrorismo y pertenece a los consejos consultivos de las publicaciones de referencia Small Wars Jour-nal (enfocada en contrainsurgencia) y Journal of Strategic Security (dedicada al contraterrorismo). También es directivo de la Asociación de Investigadores de Pandillas de California y de la Asociación de Inteligencia del Cuerpo de Infantes de Marina.
El experto basa el contenido de su reporte en una presentación que hizo el 27 y el 28 de junio de 2011 ante el grupo de trabajo Redes de Guerra y Redes de Paz del Instituto de Estudios Globales de París.
El análisis de 45 páginas –cuya copia obtuvo este semanario– fue elaborado para la Fundación Científica Vortex, organismo académico colombiano cuyo objetivo, según su sitio en internet, es “proponer modelos para comprender y enfrentar los desafíos sociales” en áreas como la seguridad global, la eficiencia gubernamental y los derechos humanos.
El reporte señala: “Cerca de la mitad de todos los municipios de México están bajo la influencia del crimen organizado y entre 60 y 65% han sido impactados (particularmente) por los cárteles del narcotráfico. Éstos han infiltrado mil 500 ciudades mexicanas que utilizan como base para cometer secuestros, extorsiones y robo de vehículos”.
Continúa: “Quizá como consecuencia, en 2009 fueron reportadas 980 ‘zonas de impunidad’ donde las bandas criminales tienen más control que el Estado mexicano. En esas zonas vemos evidencia de la ‘reconfiguración de un Estado cooptado’ en el que los cárteles efectúan un rango de acciones para obtener beneficios sociales, económicos, políticos y culturales fuera del efectivo control del Estado”.
Los datos que cita Sullivan provienen de la firma estadunidense “de investigación sobre terreno” Southern Pulse, fundada en 2004 por el periodista Samuel Logan.
“Insurgencias criminales”
La transformación de los cárteles mexicanos del narcotráfico en “insurgencias criminales” es un atractivo objeto de estudio para los analistas en temas de seguridad nacional, advierte Sullivan, pues esta novedosa evolución criminal difiere del terrorismo y de la insurgencia convencional, ya que su única motivación política es ganar autonomía y control económico sobre el territorio, llenando los “huecos” que deja el Estado y creando “enclaves criminales”.
Según el análisis de Sullivan, este nuevo tipo de “insurgencia criminal” genera una “violencia de alta intensidad que erosiona la legitimidad y las competencias de las instituciones del Estado”.
Esa violencia extrema es ejercida en México por cárteles que, según Sullivan, se pueden clasificar como “insurgencias locales”.
Explica: “Municipios como Ciudad Juárez o porciones de estados, como Michoacán, están bajo sitio. Los cárteles dominan esas áreas bajo una cuidadosa combinación de violencia simbólica, ataques a la policía, corrupción, y fomentan la percepción de que son protectores de la comunidad. Las bandas buscan desarrollar un ‘enclave criminal’ o un ‘estado criminal liberado’. Mientras el Estado no sea completamente suplantado, el objetivo (de las organizaciones de la droga) es el desarrollo de un Estado paralelo”.
El reporte indica que México “todavía” no enfrenta un escenario en el que el Estado pierde totalmente la capacidad para responder al poderío del narcotráfico, pero observa que este último ya adquirió características de “insurgencia criminal beligerante” cuando, en julio de 2009, La Familia Michoacana logró lanzar una campaña de contraataques contra el Ejército y los servicios de inteligencia mexicanos.
Sullivan reitera su inquietud: “En México algunas estimaciones conservadoras han sugerido que los narcos controlan efectivamente 30% del territorio. El Estado mexicano niega vehementemente que haya perdido el control –lo cual es problemático dada la situación actual–, pero es considerablemente creíble que México es víctima de un potente “narcoligopolio” o un “adversario parapolítico”.
“Narcoevolución”
En su documento el especialista identifica tres fases en la evolución de los cárteles del narcotráfico. En su primera fase las mafias de la drogas se presentan como “competidores agresivos del Estado”.
El modelo de esa categoría, expone Sullivan, es el Cártel de Medellín de los ochenta, propenso a la extrema violencia y a desafiar voluntariamente la autoridad del Estado colombiano.
La segunda fase evolutiva, la “cooptación sutil”, también tuvo lugar en Colombia con el Cártel de Cali, que actuaba en la sombra y carecía de un solo líder.
Este tipo de cártel –abunda Sullivan– no es jerárquico y está organizado en redes, opera de manera dispersa y muchas de sus actividades son disimuladas, lo que le ofrece mayores capacidades operativas por la dificultad para identificar a los múltiples líderes.
Sullivan afirma que en México predomina esta forma de estructura del narcotráfico. Sin embargo, alerta que ya evoluciona hacia una nueva fase: la del cártel que podría imponerse como un “Estado criminal sustituto”.
Expone que esta máxima fase de transformación está aún por emerger, aunque existen señales peligrosas de una eventual presencia en México. Esto, agrega, “es consecuencia de una incesante corrupción y cooptación de las instituciones del Estado por parte del narcotráfico.
“Para Estados Unidos –subraya– es de suma importancia la observación de las condiciones que están favoreciendo la evolución hacia un narcoestado en México. En efecto, la insurgencia criminal en México podría mostrarse como la génesis de una tercera fase de cárteles, ya que los cárteles mexicanos luchan entre ellos y contra el Estado por el dominio territorial.”
Esencialmente, remata Sullivan, ese tipo de cárteles gobernaría los mencionados “enclaves criminales” de forma semejante a la de los llamados “señores de la guerra” que hay en países como Afganistán: mediante redes de compromisos, autoritarismo y una organización del poder de dimensiones neofeudales.
“Hay que considerar a Los Zetas a la luz del periodo del feudalismo. Los Zetas controlan pedazos de territorio en la península de Yucatán, el noroeste de Durango y los estados de Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila”, indica el análisis. El resultado, añade, ha sido la conformación de “zonas neofeudales”.
Al respecto en el reporte se cita un artículo de Alfredo Corchado publicado el 28 de abril de 2011 en el Bellingham Herald:
“La ‘policía’ del cártel paramilitar de Los Zetas es tan numerosa –más de 3 mil, de acuerdo con algunas estimaciones– que supera por mucho las fuerzas oficiales (…) La omnipresencia de los empleados de los cárteles es un aspecto que los expertos interpretan como la emergencia de un virtual gobierno paralelo en lugares como Nuevo Laredo o Ciudad Juárez: grupos criminales que recaudan impuestos, recogen información de inteligencia, amordazan a la prensa, hacen negocios e imponen una versión de orden que sirve a sus propios intereses.”
Sullivan cita entonces al antropólogo y experto en cárteles de la droga de la Universidad de Texas, Howard Campbell, quien sostiene en un artículo del diario Vancouver Sun del 4 de mayo de 2011: “Regiones enteras de México están controladas por actores no estatales, como son las organizaciones multicriminales (…) Esos grupos han mutado de una forma estrictamente de cárteles de la droga a un tipo de motor de sociedad y economía alternativa”.
Con esa perspectiva Sullivan evalúa la situación: “El alcance de la intrusión criminal en la gobernabilidad del país ha llevado a plantearse si México es un Estado fracasado. Mientras que la posibilidad está lejos de ser clara o certera, lo que es cierto es que varios componentes del Estado mexicano son severamente desafiados o ya han fracasado a nivel subnacional”.
Sullivan pone como ejemplo de “estado fracasado” a Tamaulipas. De acuerdo con un reportaje de la BBC, fechado el 13 de abril de 2011, y que cita el reporte de Sullivan, “el gobierno federal ha perdido” el control de esa entidad.
Citando también al analista Alberto Islas –entrevistado en el mismo reportaje de la BBC–, Sullivan apunta que “los grupos criminales son más eficientes en la recaudación de impuestos que el propio gobierno” de ese estado.

El estilo Putin

Putin. Perfil inquietante. Foto: AP
Putin. Perfil inquietante.
Foto: AP
En aras del poder, Vladimir Putin –quien este lunes 7 tomó posesión por tercera vez como presidente de Rusia– recurre a sórdidas operaciones encubiertas para deshacerse de sus enemigos, sostiene la periodista y escritora Masha Gessen en El hombre sin rostro, libro que ofrece un perfil inquietante del dirigente ruso y reconstruye episodios que sacudieron a ese país, como los atentados a edificios de viviendas en 1999 o los asesinatos de la periodista Anna Politkóvskaya y del exagente de inteligencia Alexander Litvinenko. En todos ellos, señala Gessen, parece estar siempre la mano de Putin.
MADRID (Proceso).- Vladimir Putin llegó al poder hace 12 años con la “fachada de líder progresista” y como la “única opción para un país obsoleto”.
“Delgado, pequeño y vestido habitualmente con elegantes trajes europeos, se parecía a la Rusia que (Boris) Yeltsin había prometido a su pueblo 10 años antes.”
Pero muy pronto dejó en claro que su verdadero perfil era otro: “Ha puesto mucho empeño en presentarse como un matón” que “llegó al poder desde la oscuridad” de los servicios secretos de la KGB, dice la periodista y escritora rusa Masha Gessen en su libro El hombre sin rostro. El sorprendente ascenso de Vladimir Putin.
El libro –publicado en marzo pasado en España bajo el sello editorial Debate– documenta hechos trascendentes detrás de los cuales parece estar siempre la mano de Putin, como en el control de los medios de comunicación, la concentración del poder en sus allegados y la eliminación de sus enemigos políticos.
Editora de la revista rusa Snob, Gessen describe el cargado ambiente electoral que vive Rusia desde diciembre pasado, cuando se celebraron elecciones legislativas y decenas de miles de manifestantes llenaron las plazas de Moscú y San Petersburgo en protesta contra el fraude electoral, atribuido al partido gobernante Rusia Unida.
Este lunes 7 Putin tomará posesión nuevamente como presidente de Rusia, por primera vez para un periodo de seis años, en sustitución de su delfín Dmitri Medvédev. Éste, a su vez, será nombrado primer ministro, cargo que hasta hace poco ocupaba el ahora presidente electo. Putin ha estado tres etapas al frente de la conducción de Rusia, dos como presidente (2000-2008) y una como primer ministro (2008-2012).
Las elecciones presidenciales del 4 de marzo pasado, en las que Putin obtuvo más de 63% de los votos, han sido muy controvertidas. Persisten los señalamientos de serias irregularidades expresados por organizaciones de la oposición y observadores internacionales. Centenares de opositores han sido detenidos en Moscú y San Petersburgo en las protestas realizadas desde el día siguiente de los comicios.

El “protector”
Masha Gessen habló en varias ocasiones con Alexander Litvinenko antes de que, el 23 de febrero de 2006, muriera en un hospital de Londres, envenenado con polonio 210. Las autoridades británicas identificaron al exespía ruso Andréi Lugovói como el responsable del envenenamiento. La periodista recuerda que la agonía de Litvinenko, excoronel del Servicio Federal de Seguridad (FSB), organización sucesora de la KGB, fue seguida por medios de comunicación internacionales.
“Un día o dos antes de entrar en coma, Litvinenko dictó un comunicado que quería que se difundiera en caso de fallecer. (Su amigo) Álex Goldfarb lo transcribió”. En la carta, le decía a Putin: “Ha demostrado ser exactamente el bárbaro sin escrúpulos que sus críticos más implacables decían que es. Ha demostrado que no tiene respeto por la vida humana, por la libertad o por los valores civilizados. Puede que consiga callar a un hombre, pero el rumor de las protestas en todo el mundo reverberará en sus oídos, señor Putin, hasta el final de su vida”.
Ocho años antes, en 1998, “Litvinenko se convirtió en un delator al dar una conferencia de prensa, junto con tres compañeros, en la que denunciaron que recibieron órdenes ilegales para asesinar a Boris Berezovski”, magnate de los medios de comunicación, convertido en banquero, propietario de una compañía petrolera y político en la época de Boris Yeltsin, “a quien Litvinenko conoció en 1994 a raíz de otro intento de asesinato”.
“Según este oligarca ruso, que vive en Londres, él era el protector de Vladimir Putin”, a quien conoció en 1990, cuando buscaba extender su negocio de vehículos Lada –el clásico modelo soviético– a Leningrado.
En entrevistas con Gessen, Berezovski aseguró que “fue él quien mencionó el nombre de Putin a Valentín Yumáshev, jefe de gabinete de Yeltsin, para suceder a éste como primer ministro”.
Incluso, en julio de 1999 el empresario viajó a Francia, donde Putin vacacionaba, y ambos “pasaron todo un día hablando del tema”.
El empresario declaró que “nunca consideró a Putin como su amigo ni le pareció interesante como persona”; sin embargo, daba por sentado que era “el candidato ideal por ser maleable y disciplinado”.
“Berezovski no podía haber estado más equivocado”, asegura Gessen.
En septiembre de 2000 Putin se molestó con Berezovski porque la cadena de televisión ORT, de la que éste último era propietario, llevó a cabo una cobertura crítica de la explosión del submarino ruso Kursk. Entonces “Putin obligó a Berezovski a vender sus acciones” de la ORT y la justicia rusa emprendió medidas contra el magnate. Con ello “Putin rompió el trato de lealtad que había aceptado para llegar como primer ministro”. Era un acuerdo tácito que establecía no atacar a “La Familia”, el grupo político y empresarial de Yeltsin, en el cual se encontraba Berezovski.
Dos años antes, en 1998, Berezovski llevó a Litvinenko ante Putin, quien acababa de ser nombrado jefe del FSB y “sentía un ambiente hostil en la sede de la policía secreta”. Según la periodista, “Berezovski quería que ambos (Putin y Litvinenko) se vieran como aliados”.
Gessen cuenta que Litvinenko llegó a la reunión con gráficas que, en su opinión, demostraban las conexiones entre los departamentos del FSB y operaciones ilegales, como secuestrar, dar golpizas e incluso eliminar oponentes políticos y empresariales. “También le habló a Putin sobre una orden de asesinar a Berezovski, que tanto Litvinenko como el empresario daban por supuesto que Putin no conocía”. Según relató después el exespía a su mujer, “nada de esto pareció interesar a Putin. La reunión apenas duró 10 minutos. Litvinenko volvió a casa abatido y preocupado por el futuro”.
Y decidió actuar. Ofreció la mencionada conferencia de prensa sobre las actividades ilegales del FSB. “Además de recibir la orden de asesinar a Berezovski, Litvinenko afirmó que también se le había pedido raptar y propinar una paliza a un importante empresario”, sin que el libro precise su nombre.
Poco tiempo después, Litvinenko fue detenido y encarcelado. Según Gessen, lo acusaron de delitos que no cometió.
En el año 2000, en libertad pero bajo una férrea vigilancia, Litvinenko huyó a Londres. Ahí fue cobijado por Berezovski. Entonces, “se dedicó a revisar las pruebas que había reunido el historiador ruso-estadunidense Yuri Felshtinski”, sobre una serie de explosiones en edificios de viviendas en Moscú y otras ciudades rusas, ocurridas en 1999.

Terrorismo de Estado
Durante tres semanas de septiembre de 1999 Moscú y otras ciudades rusas fueron objeto de una serie de explosiones con saldo de cientos de muertos y miles de heridos. La población padecía un terror generalizado. Todo el país señalaba como responsables a los rebeldes chechenos.
“El 22 de septiembre (de 1999), la policía de la ciudad de Riazán encontró tres bolsas con explosivos colocadas bajo la escalera de un edificio de viviendas”. La periodista relata que un día después, “24 gobernadores de la federación escribieron una carta a Yeltsin pidiéndole que cediese el poder a Putin, quien llevaba apenas un mes como primer ministro”.
Entonces, Yeltsin y su primer ministro ordenaron al Ejército ruso combatir en Chechenia. Putin hizo una de sus primeras declaraciones: “Les daremos caza. Dondequiera que los encontremos, acabaremos con ellos. Incluso si los encontramos en el retrete, los liquidaremos allí”, dijo en referencia a los terroristas.
El 24 de marzo del 2000, dos días antes de las elecciones en las que Putin ganó la presidencia, la cadena NTV, propiedad del multimillonario ruso Vladimir Gusinski –a quien Putin también persiguió–, emitió un programa dedicado al incidente acaecido en la ciudad de Riazán. Reveló que ese día Alexéi Kartofélnikov, un conductor, observó a un hombre y una mujer que descargaron de un auto unos bultos pesados que depositaron en la escalera de un edificio de Riazán. Contenían hexógeno, un potente explosivo.
Días después, ante la presión social y mediática, el director del FSB, Nikolái Pátrushev, antiguo ayudante de Putin en Leningrado, trató de minimizar el hecho: dijo que se había tratado de “un ejercicio de entrenamiento” y que las bolsas contenían “azúcar”. Informó que el hombre y la mujer eran agentes del FSB de Moscú.
Diez años después, en Londres, Berezovski le dijo a la periodista que, con base en investigaciones que el financió –y que derivaron en libros y en un documental–, llegó a la conclusión de que “había sido el FSB el que aterrorizó Rusia en 1999 con el objetivo de presionar a Yeltsin para que dejara a Putin como su sucesor”.
En Londres, Litvinenko aprovechó su experiencia profesional para analizar las pruebas. Encontró numerosas incoherencias en la versión oficial del FSB acerca de la explosión frustrada de Riazán.
Además, Litvinenko y el historiador Felshtinski revisaron las evidencias obtenidas por reporteros de Novaya Gazeta, un semanario moscovita. Los reporteros “encontraron a dos reclutas que se habían colado en un almacén de las fuerzas aéreas de Riazán en el otoño de 1999 en busca de azúcar para endulzar el té. Éstos hallaron docenas de sacos de 50 kilos con la etiqueta ‘azúcar’ que contenían hexógeno”. El almacén también era utilizado por el FSB que había guardado ahí el explosivo.
Un diputado de oposición, Yuli Ribákov, proporcionó a Litvinenko la transcripción de la sesión de la Duma (Parlamento) del 13 de septiembre de 1999, cuando el presidente de la Cámara interrumpió la sesión para anunciar que había ocurrido el atentado en un edificio de viviendas en Volgodonsk, el cual en realidad estalló tres días después.
El exespía descubrió que “el agente del FSB infiltrado en la oficina del presidente de la Cámara le pasó la nota equivocada en el momento equivocado”. El hecho demostró que el FSB sabía del futuro atentado.
Asimismo, otro exagente del FSB, Mijaíl Trepashkin, se unió a la investigación de Litvinenko y de Felshtinski, y trazó las conexiones del FSB con otros edificios de viviendas de Moscú; con un empresario, cuyo nombre fue utilizado para alquilar dichos edificios; con un agente del FSB que engañó al empresario para que rentara los inmuebles, y con dos de los hombres contratados para organizar los atentados.
Trepashkin pensaba presentar ante la justicia a dos sobrevivientes de los atentados, “pero justo una semana antes de las audiencias lo detuvieron por tenencia ilícita de un arma. Pasó cinco años en la cárcel. La policía detuvo a dos sospechosos de participar en los atentados. Fueron condenados a cadena perpetua, pero nunca salió a la luz la historia de quiénes eran y por qué habían cometido esos crímenes”, señala la periodista.
La Duma creó un comité para investigar estos atentados en los edificios de viviendas. Dos de sus miembros –Sergei Yushenkov y Yuri Shchekóchijin–murieron en el transcurso de las investigaciones. Este último era un político liberal y director adjunto en la Novaya Gazeta. De hecho, era superior jerárquico de la periodista Anna Politkóvskaya. Ingresó al hospital con síntomas misteriosos: se quejaba de una sensación de quemazón por todo el cuerpo y sufría de vómitos. Murió debido a un fallo multiorgánico provocado por una toxina desconocida.

El teatro Dubrovka
Litvinenko también revisó pruebas del cerco de las fuerzas de seguridad rusas en el teatro Dubrovka, en Moscú, donde terroristas chechenos tomaron como rehenes a los actores y al público, el 23 de octubre de 2002.
Dichas pruebas las revisó junto con su vecino en Londres, Ájmed Zákaev, un antiguo actor de Grozni y figura de la independencia chechena.
“Juntos, Litvinenko y Zákaev, revisaron documentos y grabaciones en video del cerco al teatro y descubrieron algo desconcertante: uno de los terroristas no fue asesinado; al parecer, abandonó el edificio poco antes de que lo asaltasen las tropas rusas. Lo identificaron como Jampash Terkibaev, un antiguo periodista que, según creían, llevaba mucho tiempo trabajando para la policía secreta rusa”.
El 31 de marzo de 2003, Zákaev vio a Terkibaev en Estrasburgo, donde ambos habían viajado para asistir a una reunión del Parlamento europeo como representantes del pueblo checheno. Sólo que Terkibaev lo hizo con la autorización de Moscú.
Litvinenko contactó con Serguéi Yushénkov, un coronel liberal que ahora participaba en la investigación parlamentaria sobre el asalto al teatro, y “le dio toda la información que había recopilado sobre Terkibaev. Dos semanas después, Yushékov fue asesinado a tiros en Moscú, a plena luz del día (…) Litvinenko estaba seguro de que había sido consecuencia directa de su investigación sobre el asedio al teatro”, plantea Gessen.
Sin embargo, Yushékov ya había entregado los documentos que había recibido de Litvinenko a otra persona: Anna Politkóvskaya, la periodista que mejor documentó y denunció los abusos y crímenes de guerra en Chechenia.

En la mira
El 1 de abril de 2004, en cuanto llegaron las noticias del cerco de las fuerzas militares rusas a una escuela en Belsán, Politkóvskaya salió al aeropuerto rumbo a Osetia del Norte.
“Siempre cauta –en esas fechas Politkóvskaya era objeto de continuas amenazas de muerte y había visto cómo su jefe murió envenenado–, ella llevó consigo su propia comida al avión y solo pidió una taza de té. A los 10 minutos había perdido la conciencia. Cuando el avión aterrizó, estaba en coma”. Los médicos determinaron que había sido “envenenada con una toxina desconocida que le había provocado graves daños en los riñones, el hígado y el sistema endocrino”.
Masha Gessen investigó la historia de la toma de la escuela y descubrió que los soldados rusos atacaron indiscriminadamente el inmueble, donde había rehenes.
“Con motivo del segundo aniversario de la tragedia de Beslán, Politkóvskaya, que estaba incapacitada, escribió poco sobre ese hecho, pero su contribución fue sorprendente: obtuvo un documento policial que demostraba que un hombre detenido cuatro horas antes de la toma de rehenes había avisado del plan a la policía. No le hicieron caso. Ni siquiera se elevó el nivel de seguridad de la escuela”, relata.
Zákaev dijo a Gessen que tenía evidencia de que “el FSB había organizado todo para que los rebeldes chechenos asaltaran la oficina del gobernador de Belsán con el propósito de darle a Putin la excusa de imponer el control federal directo sobre las administraciones regionales. Pero algo salió mal y los terroristas acabaron en el colegio”.
Gessen concluye que “los atentados en los edificios de viviendas fueron obra de la policía secreta” y que los secuestros del teatro y de Beslán, “más que operaciones bien planeadas, parecen el resultado de una serie de decisiones equivocadas, alianzas contra natura y planes frustrados”.
“Sin embargo –añade–, las decisiones que tomó el gobierno de Putin no fueron con el objetivo de evitar los ataques terroristas ni para solucionar las crisis de forma pacífica”, sino para “eliminar a los terroristas”.
El 7 de octubre de 2006 Politkóvskaya volvía a su casa, ubicada en un edificio en el centro de Moscú, cuando la asesinaron a tiros en el ascensor.
Gessen dice de Politkóvskaya que “tenía una personalidad extremadamente empática”, pero también podía “arremeter a la más mínima provocación. Podía ser dura con sus fuentes, como lo fue con Janpash Terkibaev –lo entrevistó y éste reconoció su presencia en el teatro Dubrovka–, a quien retrató como un engreído y un estúpido cuando él intentó causarle una buena impresión. Pero, sobre todo, era famosa por sus críticas al régimen de Putin”.
Gessen señala que Litvinenko estaba seguro de que esas críticas fueron las que causaron su asesinato. “Anna Politkóvskaya fue asesinada por Putin”, fue el título del obituario que el exespía publicó el día en que ella murió.
“A veces no estábamos de acuerdo o discutíamos –le relató Litvinenko a Gessen–. Pero sí estábamos completamente de acuerdo en una cosa: los dos pensábamos que Putin es un criminal de guerra, culpable del genocidio del pueblo checheno, y que debería ser juzgado por un tribunal libre e independiente. Anna sabía que Putin podría matarla por pensar así, y por eso lo despreciaba.”
Tres semanas después de la muerte de la periodista, Alexander Litvinenko cayó enfermo.

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