Libia, ¿el fin del unilateralismo de Estados Unidos?
Soledad Loaeza
El pasado lunes 28 de marzo, la Casa Blanca dio a conocer un texto en el que el presidente Barack Obama explica la participación de Estados Unidos en el conflicto libio. No se trata de una doctrina –señalan los comentaristas– porque el presidente es un pragmático, que toma sus decisiones con base en una evaluación ponderada de cada caso. Sin embargo, el texto sobre Libia contiene planteamientos que pueden ser leídos como los lineamientos de una política exterior de largo plazo. El más importante de éstos me parece ser el reconocimiento de que si bien el siglo XXI se ha iniciado en un mundo unipolar, en el que existe una única superpotencia, ésta no puede asumir la responsabilidad de policía mundial que algunos se empeñan en atribuirle. En estos momentos Estados Unidos tiene más compromisos militares de los que puede atender, y más responsabilidades internacionales de las que está dispuesto a asumir, dada la urgencia de algunos de sus problemas internos, por ejemplo, el sobrendeudamiento. Es decir, hoy, la Casa Blanca reconoce que cuenta con recursos limitados, de suerte que sus acciones en el exterior también serán limitadas.
Esta postura de Obama es radicalmente distinta de la que sostenía su predecesor, George W. Bush, que defendía el unilateralismo en política exterior, indiferente a cualquier limitación, ya sea financiera o de opinión pública. El presidente Obama sostiene que la intervención en Libia es de carácter humanitario, pero subraya que comparte la responsabilidad de las operaciones con una coalición integrada con sus aliados europeos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y por miembros de la Liga Árabe, el reino de Qatar y los Emiratos Árabes Unidos. Además, las operaciones de la coalición se apoyan en una resolución de Naciones Unidas, y pueden ser vistas como respuesta a la urgente solicitud de los rebeldes libios.
Me parece que el tema de la responsabilidad compartida en el mantenimiento de la paz, o en la defensa de los derechos humanos, marca una profunda discontinuidad de la política exterior de Estados Unidos con el pasado. Es cierto que la responsabilidad compartida subyace al principio de la seguridad colectiva, que fue una de las piedras angulares del orden internacional en la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, también es cierto que desde que en 1947 el presidente Truman enunció su doctrina de Defensa de la democracia donde quiera que ésta estuviera amenazada, Estados Unidos asumió ese objetivo como una responsabilidad exclusiva que, en realidad, sirvió para enmascarar la defensa de sus intereses. Ahora, en cambio, y después de las amargas lecciones de Vietnam, Irán, Irak y Afganistán, el gobierno estadunidense se ha tomado más en serio el compromiso de compartir con otros gobiernos responsabilidades internacionales, en particular la protección de los derechos humanos, el tema que ha minado el concepto tradicional de soberanía.
La intervención humanitaria plantea dilemas de difícil solución: ¿hasta qué punto es legítima? ¿se trata de un vehículo de los intereses extranjeros? Si recordamos las masacres de Kosovo o de Ruanda, donde murió más de un millón de personas, la reflexión que se impone es ¿por qué no intervino la comunidad internacional para detener esos crímenes contra la humanidad? Según el presidente estadunidense, el apoyo de la coalición a los rebeldes libios ha evitado un baño de sangre, dada la ferocidad de la represión que han emprendido la fuerzas leales a Kadafi y la superioridad de recursos con que cuentan. Obama sostiene que Estados Unidos tiene una responsabilidad moral como país líder que no puede cerrar los ojos a las atrocidades en contra de seres humanos.
El segundo tema importante en el documento de Obama sobre Libia se refiere al objetivo de la intervención, que se empeña en circunscribir al apoyo militar a los rebeldes en su lucha contra la dictadura, pero considera que sería un error ampliar esas operaciones al terreno de la política. Es decir, ni Estados Unidos ni la coalición deben participar en el cambio de régimen en Libia, pues considera que es un asunto de los libios, y mal harían en repetir los errores cometidos en Irak, donde la participación en la construcción de un nuevo régimen ha tardado ocho años y ha costado miles de vidas americanas e iraquíes, así como millones de dólares. Para el presidente de Estados Unidos esto es algo que no podemos darnos el lujo de repetir en Libia. Si efectivamente estamos ante el fin del unilateralismo, un gran reordenamiento internacional está en puerta, guiado por la cooperación y, sobre todo, por el reconocimiento de los límites que se imponen a las acciones de los poderosos.
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