El Dalai Lama se ríe
Elba Esther Gordillo y el Dalai Lama.
Foto: Octavio Gómez
Foto: Octavio Gómez
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Con una voz sosegada, tendiente a la risa, y riéndose a menudo entre frases, el Dalai Lama habló de México a los mexicanos, su buen humor en parte porque así es él, un primate bípedo risueño, cuya felicidad emana, según él mismo lo dijo, de su corazón, así sin metáfora: de su órgano cardiaco, y en parte porque se iba de México al final de una semana de visita, hacia Argentina, como también él mismo lo dijo a los maestros nacionales, en el evento que el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación organizó, y por el que por cierto el Dalai no cobró un centavo. “Yo mañana me voy”, sonrió al decir, “lo único que he hecho acá es hablar y hablar y hablar. En cambio ustedes, acá se quedan”.
Y con ese desprendimiento, y basado en una pura ojeada al vuelo del país, lo que nos dijo a los mexicanos el monje budista de lentes cuadrados fue simple y amplio. “Vean un poco más globalmente lo que acá les ocurre”, dijo. “Lo que acá les sucede está sucediendo en otros países. En Asia, por ejemplo, la corrupción es rampante”. Así de claro: para el Dalai Lama, el nuestro es un problema de corrupción. El anecdotario es numeroso y colorido, cada semana nos entretiene otra anécdota, algunos se distraen en ella como en el encuentro semanal de box: el exgobernador priista Moreira contra el exsecretario panista de Hacienda, Cordero, el alcalde panista Larrazabal contra las fuerzas oscuras del narco, Los Zetas contra el gobernador Medina, pero cada anécdota es sólo un síntoma de la misma enfermedad: la corrupción: la lucha de nuestros poderosos, así sean los poderosos que gobiernan, los poderosos que dirigen las empresas del país o los poderosos del crimen, para tomar para sí del Bien Común.
“El siglo XX fue un siglo de derramamiento de sangre”, ha dicho el Dalai Lama. Un siglo de dos guerras europeas que borraron a Dios del imaginario cultural de Occidente y dejaron a los primates bípedos con la fe desasida, como un cable de electricidad por conectar, y que los primates conectaron a las ideologías, con sus paraísos paganos por alcanzar: la sociedad sin clases comunista, la sociedad de la abundancia del capitalismo. Y luego perdimos la fe también en esas metas comunes, y a principios del siglo XXI nos hemos quedado sin fe en algo mayor que el individuo. “La gente hoy se encuentra en una búsqueda egoísta”, dijo el Dalai en el Estadio Azul, ante 30 mil escuchas atentos. “El único valor que hoy rige es el dinero”. En eso son idénticos el político corrupto y el capo narco, el monopolista y el sicario: en que buscan, como al don supremo, al dinero.
Y sin embargo, no se trata de negar la importancia del dinero o lo que procura, el bienestar en la vida material. Al contrario, según el Dalai, en el fondo, “la verdadera raíz de la violencia es la distancia entre los pobres y ricos”. “Pregunté en Monterrey si había mucha distancia entre pobres y ricos (en México) y me dijeron que muchísima”, y por tanto la violencia también tiene que abundar. Y es que “la pobreza causa frustración”, en especial en una sociedad que machaca, una y otra vez, en un medio de comunicación como en el otro, que el sentido de la vida es consumir bienes a los que se accede por dinero. “Y la frustración lleva a la envidia y la envidia al odio y el odio a la violencia”.
“Ahora que no se trata de sólo rezar por el Bien”, dijo de pronto el Dalai Lama en el Estadio Azul, y se soltó a reír. “Solamente rezar no cambia nada”. No es sentándose en flor de loto a meditar o rezar o contemplar que se cambia al mundo. “La ignorancia se disipa con la instrucción. La ignorancia del ABC sólo se disipa enseñando el ABC. La ignorancia de la ética se disipa con la enseñanza de la ética”. Eso lo dijo a los maestros. “Hay que enseñar los valores de la ética”, les insistió una y otra vez. Los valores de la ética: los que buscan el Bien Común y lo protegen y lo aumentan. Hay que enseñarlos a los niños no teóricamente, sino practicándolos, volviéndolos acciones, concretas y reales. “Porque la ética es la expresión física de la compasión por los otros”. De la compasión: del sentir con los otros. Y hay que “construir la paz”, la paz que no es la ausencia de Mal, que no sucede espontáneamente, que en la dimensión social se construye construyendo instituciones. “Son importantes (para la paz) el Poder Legislativo y el Poder Judicial”, dijo el Dalai Lama.
Gran decepción para los que miran al Dalai como un homo sapiens primitivo, que aboga por la magia: te sientas en flor de loto y tus vibraciones, por vías inmateriales, cambian al orbe. O lo ven como un monje que receta para la santidad el ostracismo: no te responsabilices de la sociedad enferma, aléjate de ella, para salvar tú el alma. “¿Esta violencia en México viene de un karma?”, le preguntó un ciudadano en el Teatro Metropólitan. El Dalai se puso serio, antes de replicar ante 3 mil personas que habían acudido para oírlo hablar sobre la práctica del budismo, y tal vez por buenos budistas terminaron preguntándole únicamente sobre la violencia. “Sí, viene por karma”, asintió, “pero el karma puede pararse, cambiarse. Ante la violencia, uno puede detenerse antes de reaccionar con más violencia, y reaccionar de otra forma”.
Y hablando del karma, esta vez de su karma personal y el del pueblo del Tíbet, el Dalai Lama ha revelado su pensamiento histórico. Ha dicho que es porque el Tíbet se aisló del resto del planeta que le pudo ocurrir que los chinos lo arrasaran. “Pero su invasión”, ha señalado también, “despertó al Tíbet, avivó a los tibetanos” y los desperdigó por el mundo. Es decir, el karma, la ley de las causas y los efectos, les procuró a los tibetanos el antídoto al ostracismo; y habría que añadir, al Dalai lo convirtió en el líder hoy más admirado de la especie humana, según la encuestadora Gallup. “¿Qué bien podría traernos a los mexicanos esta caída en la violencia, si es que sabemos detenernos, y no responder con más violencia, sino con algo distinto?”: esta es la pregunta que a mí me hubiera gustado hacerle al Dalai. Creo seguir la línea de la historia reciente del Tíbet cuando me respondo: Tal vez esta caída en la violencia nos obligará a construir por fin las instituciones para la ética de las que México ha carecido a lo largo de su historia.
“Yo acá lo único que he hecho es hablar y hablar y hablar”, advirtió de pronto, como de la nada, el Dalai a los maestros, y entonces, soltando la risa, juntó y separó el dedo índice del pulgar y volvió a juntarlo y separarlo, imitando el pico de un ave parlanchina. “En cambio ustedes”, dijo el Dalai, “ustedes acá se quedan…”.
Y con ese desprendimiento, y basado en una pura ojeada al vuelo del país, lo que nos dijo a los mexicanos el monje budista de lentes cuadrados fue simple y amplio. “Vean un poco más globalmente lo que acá les ocurre”, dijo. “Lo que acá les sucede está sucediendo en otros países. En Asia, por ejemplo, la corrupción es rampante”. Así de claro: para el Dalai Lama, el nuestro es un problema de corrupción. El anecdotario es numeroso y colorido, cada semana nos entretiene otra anécdota, algunos se distraen en ella como en el encuentro semanal de box: el exgobernador priista Moreira contra el exsecretario panista de Hacienda, Cordero, el alcalde panista Larrazabal contra las fuerzas oscuras del narco, Los Zetas contra el gobernador Medina, pero cada anécdota es sólo un síntoma de la misma enfermedad: la corrupción: la lucha de nuestros poderosos, así sean los poderosos que gobiernan, los poderosos que dirigen las empresas del país o los poderosos del crimen, para tomar para sí del Bien Común.
“El siglo XX fue un siglo de derramamiento de sangre”, ha dicho el Dalai Lama. Un siglo de dos guerras europeas que borraron a Dios del imaginario cultural de Occidente y dejaron a los primates bípedos con la fe desasida, como un cable de electricidad por conectar, y que los primates conectaron a las ideologías, con sus paraísos paganos por alcanzar: la sociedad sin clases comunista, la sociedad de la abundancia del capitalismo. Y luego perdimos la fe también en esas metas comunes, y a principios del siglo XXI nos hemos quedado sin fe en algo mayor que el individuo. “La gente hoy se encuentra en una búsqueda egoísta”, dijo el Dalai en el Estadio Azul, ante 30 mil escuchas atentos. “El único valor que hoy rige es el dinero”. En eso son idénticos el político corrupto y el capo narco, el monopolista y el sicario: en que buscan, como al don supremo, al dinero.
Y sin embargo, no se trata de negar la importancia del dinero o lo que procura, el bienestar en la vida material. Al contrario, según el Dalai, en el fondo, “la verdadera raíz de la violencia es la distancia entre los pobres y ricos”. “Pregunté en Monterrey si había mucha distancia entre pobres y ricos (en México) y me dijeron que muchísima”, y por tanto la violencia también tiene que abundar. Y es que “la pobreza causa frustración”, en especial en una sociedad que machaca, una y otra vez, en un medio de comunicación como en el otro, que el sentido de la vida es consumir bienes a los que se accede por dinero. “Y la frustración lleva a la envidia y la envidia al odio y el odio a la violencia”.
“Ahora que no se trata de sólo rezar por el Bien”, dijo de pronto el Dalai Lama en el Estadio Azul, y se soltó a reír. “Solamente rezar no cambia nada”. No es sentándose en flor de loto a meditar o rezar o contemplar que se cambia al mundo. “La ignorancia se disipa con la instrucción. La ignorancia del ABC sólo se disipa enseñando el ABC. La ignorancia de la ética se disipa con la enseñanza de la ética”. Eso lo dijo a los maestros. “Hay que enseñar los valores de la ética”, les insistió una y otra vez. Los valores de la ética: los que buscan el Bien Común y lo protegen y lo aumentan. Hay que enseñarlos a los niños no teóricamente, sino practicándolos, volviéndolos acciones, concretas y reales. “Porque la ética es la expresión física de la compasión por los otros”. De la compasión: del sentir con los otros. Y hay que “construir la paz”, la paz que no es la ausencia de Mal, que no sucede espontáneamente, que en la dimensión social se construye construyendo instituciones. “Son importantes (para la paz) el Poder Legislativo y el Poder Judicial”, dijo el Dalai Lama.
Gran decepción para los que miran al Dalai como un homo sapiens primitivo, que aboga por la magia: te sientas en flor de loto y tus vibraciones, por vías inmateriales, cambian al orbe. O lo ven como un monje que receta para la santidad el ostracismo: no te responsabilices de la sociedad enferma, aléjate de ella, para salvar tú el alma. “¿Esta violencia en México viene de un karma?”, le preguntó un ciudadano en el Teatro Metropólitan. El Dalai se puso serio, antes de replicar ante 3 mil personas que habían acudido para oírlo hablar sobre la práctica del budismo, y tal vez por buenos budistas terminaron preguntándole únicamente sobre la violencia. “Sí, viene por karma”, asintió, “pero el karma puede pararse, cambiarse. Ante la violencia, uno puede detenerse antes de reaccionar con más violencia, y reaccionar de otra forma”.
Y hablando del karma, esta vez de su karma personal y el del pueblo del Tíbet, el Dalai Lama ha revelado su pensamiento histórico. Ha dicho que es porque el Tíbet se aisló del resto del planeta que le pudo ocurrir que los chinos lo arrasaran. “Pero su invasión”, ha señalado también, “despertó al Tíbet, avivó a los tibetanos” y los desperdigó por el mundo. Es decir, el karma, la ley de las causas y los efectos, les procuró a los tibetanos el antídoto al ostracismo; y habría que añadir, al Dalai lo convirtió en el líder hoy más admirado de la especie humana, según la encuestadora Gallup. “¿Qué bien podría traernos a los mexicanos esta caída en la violencia, si es que sabemos detenernos, y no responder con más violencia, sino con algo distinto?”: esta es la pregunta que a mí me hubiera gustado hacerle al Dalai. Creo seguir la línea de la historia reciente del Tíbet cuando me respondo: Tal vez esta caída en la violencia nos obligará a construir por fin las instituciones para la ética de las que México ha carecido a lo largo de su historia.
“Yo acá lo único que he hecho es hablar y hablar y hablar”, advirtió de pronto, como de la nada, el Dalai a los maestros, y entonces, soltando la risa, juntó y separó el dedo índice del pulgar y volvió a juntarlo y separarlo, imitando el pico de un ave parlanchina. “En cambio ustedes”, dijo el Dalai, “ustedes acá se quedan…”.
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