Los “ninis” de Elba Esther Gordillo
Elba Esther y el desastre educativo.
Foto: Eduardo Miranda
Foto: Eduardo Miranda
MÉXICO, D.F. (apro).- Hace un par de días, la OCDE, a través de su reporte “Panorama mundial de la educación 2011” dio a conocer que México ocupaba el tercer lugar entre los 30 países miembros con jóvenes que no estudian ni trabajan.
Los llamados “ninis” -están en el rango de edad de entre 15 y 29 años y nacieron entre 1982 y 1996, es decir, al momento en el cual el corporativismo mexicano empezó a hacer crisis y la democratización del sistema electoral comenzó a generar frutos con victorias, primero en los municipios, luego en las entidades federativas, para después lograr congresos sin mayorías absolutas y alternancias legítimas.
Esta generación que debía llevar el sello de la democracia, es hoy la “del empleo perdido” como se ha referido recientemente el Fondo Monetario Internacional (FMI).
En México, es la generación que ha sido formada por una política educativa que ha sido complaciente con maestros y maestras sometidos al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), un sindicato que refleja una de las peores herencias del corporativismo autoritario y que desafortunadamente ha logrado sembrar semilla en las jóvenes generaciones mexicanas.
Esta generación aparentemente despolitizada, pareciera no haber adquirido ni en sus familias ni en la escuela ni en los medios de comunicación,ni en las universidades (los que llegaron a ellas), cultura de la participación, suficiente sentido crítico, o capacidad de exigencia social como para manifestarse ante la crisis que vivimos actualmente.
O si no ¿dónde están nuestros “ninis”? El reporte de la OCDE muestra que son más de siete millones de jóvenes mexicanos inactivos, después de Turquía e Israel y sin embargo, las reacciones en estos países son muy diferentes.
En Israel hace menos de un mes, jóvenes universitarios lograron convocar a más de 300 mil personas para manifestarse “por un país con justicia social”. Lo mismo sucedió en Brasil (también con niveles de empleo y estudio en jóvenes por debajo del promedio de los países miembros de la OCDE), en donde días antes de los festejos de independencia, estudiantes de la Universiad de Brasilia convocaron a través de las redes sociales a manifestarse por un “país sin corrupción”.
Asimismo, en la India, país con democracia electoral pero sin justicia social, el ayuno del líder Anna Hazare fue secundado por miles de jóvenes seguidores que se manifestaron contra el abuso de la clase en el poder.
Cada uno en su contexto particular, estos movimientos que evocan a “los indignados” de España, poseen al menos cuatro características en común: en primer lugar, todos han sido lidereados por jóvenes afectados por el desempleo y por la crisis económica mundial; en segundo, todos rechazan ser identificados con una ideología política específica, el movimiento de Brasil lo resume bien “sin rostro, sin bandera y sin partido”; en tercer lugar, todos rechazan la corrupción y el abuso de la clase política en el poder pidiendo que rindan cuentas de sus actos y, finalmente, todos han logrado articular un discurso de manera pacífica para provocar una respuesta del gobierno.
Estas manifestaciones han cimbrado a la clase política, obligándolos a brindar soluciones y a cuestionarse sobre la impunidad con la que actúan. Toavía no se sabe cuál será el resultado pero al menos las propuestas se están discutiendo.
En México las condiciones para exigir un alto a la corrupción y un cambio en la clase política están dadas y sin embargo, nuestros “ninis”, buenos alumnos de Elba Esther, solo callan y observan.
Los llamados “ninis” -están en el rango de edad de entre 15 y 29 años y nacieron entre 1982 y 1996, es decir, al momento en el cual el corporativismo mexicano empezó a hacer crisis y la democratización del sistema electoral comenzó a generar frutos con victorias, primero en los municipios, luego en las entidades federativas, para después lograr congresos sin mayorías absolutas y alternancias legítimas.
Esta generación que debía llevar el sello de la democracia, es hoy la “del empleo perdido” como se ha referido recientemente el Fondo Monetario Internacional (FMI).
En México, es la generación que ha sido formada por una política educativa que ha sido complaciente con maestros y maestras sometidos al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), un sindicato que refleja una de las peores herencias del corporativismo autoritario y que desafortunadamente ha logrado sembrar semilla en las jóvenes generaciones mexicanas.
Esta generación aparentemente despolitizada, pareciera no haber adquirido ni en sus familias ni en la escuela ni en los medios de comunicación,ni en las universidades (los que llegaron a ellas), cultura de la participación, suficiente sentido crítico, o capacidad de exigencia social como para manifestarse ante la crisis que vivimos actualmente.
O si no ¿dónde están nuestros “ninis”? El reporte de la OCDE muestra que son más de siete millones de jóvenes mexicanos inactivos, después de Turquía e Israel y sin embargo, las reacciones en estos países son muy diferentes.
En Israel hace menos de un mes, jóvenes universitarios lograron convocar a más de 300 mil personas para manifestarse “por un país con justicia social”. Lo mismo sucedió en Brasil (también con niveles de empleo y estudio en jóvenes por debajo del promedio de los países miembros de la OCDE), en donde días antes de los festejos de independencia, estudiantes de la Universiad de Brasilia convocaron a través de las redes sociales a manifestarse por un “país sin corrupción”.
Asimismo, en la India, país con democracia electoral pero sin justicia social, el ayuno del líder Anna Hazare fue secundado por miles de jóvenes seguidores que se manifestaron contra el abuso de la clase en el poder.
Cada uno en su contexto particular, estos movimientos que evocan a “los indignados” de España, poseen al menos cuatro características en común: en primer lugar, todos han sido lidereados por jóvenes afectados por el desempleo y por la crisis económica mundial; en segundo, todos rechazan ser identificados con una ideología política específica, el movimiento de Brasil lo resume bien “sin rostro, sin bandera y sin partido”; en tercer lugar, todos rechazan la corrupción y el abuso de la clase política en el poder pidiendo que rindan cuentas de sus actos y, finalmente, todos han logrado articular un discurso de manera pacífica para provocar una respuesta del gobierno.
Estas manifestaciones han cimbrado a la clase política, obligándolos a brindar soluciones y a cuestionarse sobre la impunidad con la que actúan. Toavía no se sabe cuál será el resultado pero al menos las propuestas se están discutiendo.
En México las condiciones para exigir un alto a la corrupción y un cambio en la clase política están dadas y sin embargo, nuestros “ninis”, buenos alumnos de Elba Esther, solo callan y observan.
Relación casinos-Iglesia, el vínculo inexplorado
Casino Caliente, en Cuernavaca.
Foto: Margarito Pérez.
Foto: Margarito Pérez.
MÉXICO, D.F. (apro).- El mundo tenebroso del poder y el dinero de los concesionarios, de los dueños de los casinos y casas de apuestas que se ha mezclado con lo político, no es nada nuevo en México.
En la década de los treinta, un grupo de empresarios de bares de Los Ángeles, California, creó el famoso hipódromo Agua Caliente, en Tijuana, Baja California. Las hectáreas en donde se asentó este emporio de las apuestas eran propiedad, nada más y nada menos, que del entonces gobernador de Baja California, Abelardo L. Rodríguez, quien a la postre se convertiría en presidente de México.
Quien se encargó de realizar las gestiones para conseguir los permisos del hipódromo, fue justamente el político más importante de la entidad: su gobernador.
Parte de esta historia es relatada en forma amena y ligera por el reportero Juan Alberto Cedillo en su libro, La Cosa Nostra en México.
Cedillo relata cómo Virginia Hill, viuda del creador de lo que hoy son Las Vegas, Bugsy Siegel, fue enviada por la mafia ítalo-americana a México para abrir de nuevo las puertas al crimen organizado. Para ello, se convirtió en amante de militares y políticos mexicanos.
El poder corruptor y, algunas veces, encantador, de quienes manejan el mundo de las apuestas sigue en pie. De ahí que no sea raro lo que, desde hace décadas sucede en México pero que hoy, a raíz del recriminable incendio del Casino Royale en Monterrey, está empezando a salir.
Desde hace décadas se ha demostrado cómo el narcotráfico financia campañas electorales, sobre todo en los municipios, para luego cobrar las facturas con licencias de giros negros y alcoholes.
La escalada del crimen organizado fue en aumento al inicio del sexenio calderonista, pero las relaciones de narcotráfico, giros negros, casinos, empresarios y políticos ha formado parte de nuestra historia.
Hoy son los panistas quienes están involucrados en estos temas. La razón es muy sencilla, son ellos los que ahora están en el poder; ayer fueron los priistas, mañana podrá ser cualquiera.
Pero hay otro vínculo que no se ha explorado: casinos-Iglesia. De ello pueden decir mucho José María Guardia, dueño de casinos que operaban en Chihuahua, propietario del permiso desde 1990 y muy amigo del cardenal de Guadalajara, Juan Sandoval Iñiguez. Es cuestión de tiempo para que empiecen a ser del conocimiento público esas torcidas relaciones. Este contexto no hay que olvidar la muerte del cardenal Jesús Posadas Ocampo el 24 de mayo de 1993.
En fin, de nada hay que sorprendernos, aunque sí indignarnos y, por supuesto, denunciar
Comentarios: mjcervantes@proceso.com.mx
En la década de los treinta, un grupo de empresarios de bares de Los Ángeles, California, creó el famoso hipódromo Agua Caliente, en Tijuana, Baja California. Las hectáreas en donde se asentó este emporio de las apuestas eran propiedad, nada más y nada menos, que del entonces gobernador de Baja California, Abelardo L. Rodríguez, quien a la postre se convertiría en presidente de México.
Quien se encargó de realizar las gestiones para conseguir los permisos del hipódromo, fue justamente el político más importante de la entidad: su gobernador.
Parte de esta historia es relatada en forma amena y ligera por el reportero Juan Alberto Cedillo en su libro, La Cosa Nostra en México.
Cedillo relata cómo Virginia Hill, viuda del creador de lo que hoy son Las Vegas, Bugsy Siegel, fue enviada por la mafia ítalo-americana a México para abrir de nuevo las puertas al crimen organizado. Para ello, se convirtió en amante de militares y políticos mexicanos.
El poder corruptor y, algunas veces, encantador, de quienes manejan el mundo de las apuestas sigue en pie. De ahí que no sea raro lo que, desde hace décadas sucede en México pero que hoy, a raíz del recriminable incendio del Casino Royale en Monterrey, está empezando a salir.
Desde hace décadas se ha demostrado cómo el narcotráfico financia campañas electorales, sobre todo en los municipios, para luego cobrar las facturas con licencias de giros negros y alcoholes.
La escalada del crimen organizado fue en aumento al inicio del sexenio calderonista, pero las relaciones de narcotráfico, giros negros, casinos, empresarios y políticos ha formado parte de nuestra historia.
Hoy son los panistas quienes están involucrados en estos temas. La razón es muy sencilla, son ellos los que ahora están en el poder; ayer fueron los priistas, mañana podrá ser cualquiera.
Pero hay otro vínculo que no se ha explorado: casinos-Iglesia. De ello pueden decir mucho José María Guardia, dueño de casinos que operaban en Chihuahua, propietario del permiso desde 1990 y muy amigo del cardenal de Guadalajara, Juan Sandoval Iñiguez. Es cuestión de tiempo para que empiecen a ser del conocimiento público esas torcidas relaciones. Este contexto no hay que olvidar la muerte del cardenal Jesús Posadas Ocampo el 24 de mayo de 1993.
En fin, de nada hay que sorprendernos, aunque sí indignarnos y, por supuesto, denunciar
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