La violencia económica en México
Marcos Chávez M*
La
nueva desgracia que se avecina para la mayoría de los mexicanos es que ante la
patente desaceleración productiva, cuyo proceso se inició antes de lo reconocido
oficialmente, es decir, previamente a la actual convulsión de los mercados
financieros internacionales, y cuya extensión y duración podría ser más amplia
que la prevista, el gobierno, otra vez, nada tiene que ofrecer (más allá de
volver a repetir sus desgastados conjuros de siempre y de proponer la
aplicación de la misma receta para tratar de atenuar la violencia del ciclo
económico, cuyos resultados fueron inútiles en 2009, si se considera la
profundidad del desplome, 6.1 por ciento, y la duración de la recesión, 15
meses, registrada entre el último trimestre de 2008 y el mismo periodo de
2009).
Como sucedió en aquella ocasión, para tratar de despejar
la incertidumbre que se cierne sobre el curso de la economía y la consecuente
inquietud social, primero se recurre a la construcción de una fantasiosa
realidad. De acuerdo con el secretario de Hacienda, Ernesto Cordero,
nuestra “situación económica ante la presente incertidumbre financiera mundial
nos posiciona (sic) favorablemente para retomar, si actuamos y tomamos
las medidas pertinentes, en la senda del crecimiento
económico sostenido”.
A
diferencia de Estados Unidos –que atraviesa una turbulencia por “gastar más de
lo que tiene”– o de la “profunda inestabilidad” que ha generado el escepticismo
de que países como Grecia, España y Portugal puedan poner en orden sus cuentas
públicas, “México ha trabajado para reducir el impacto desfavorable que tienen
los choques externos sobre la economía nacional a través del saneamiento de las
finanzas públicas, el refinanciamiento y la reducción del endeudamiento externo
de su deuda a largo plazo con tasas más bajas, el orden monetario, la
flexibilidad cambiaria, la acumulación de reservas internacionales para defender
la moneda y el fortalecimiento del sistema financiero”. Por ello, “México ha
salido bien librado”, aunque Cordero agrega, cautelosamente, que “si bien es
imposible garantizar que estamos perfectamente blindados, que nunca nos va a
volver a pasar nada, nadie puede asegurar eso, sí podemos asegurar que nunca más
habrá una crisis… o al menos en este momento no hay condiciones para que se
origine una en México como las que se generaron en las décadas de 1980 y
1990” .
Después de su apología a “la favorable conducción
económica”, Cordero recurre a la letanía de las cuentas alegres. Para
enfrentar cualquier choque externo y garantizar un eventual ajuste ordenado, se
dispone de 136 mil millones de dólares por concepto de reservas internacionales
y la línea de crédito flexible abierta por el Fondo Monetario Internacional,
poco más de 70 mil millones. La fallida “fortaleza financiera” de 2008-2009
ahora aparece revestida como el “blindaje financiero”.
Ante el escenario de incertidumbre y volatilidad
internacional, ¿qué medidas preventivas se han adoptado oficialmente? Para
“mitigar los efectos adversos”, añade Cordero, se han realizado “reuniones con
los diferentes actores económicos y políticos del país: cámaras empresariales,
líderes parlamentarios, intermediarios financieros y comisiones reguladoras del
sistema financiero mexicano”; a los que se les ha presentado “la estrategia
integral de financiamiento para mejorar las condiciones crediticias del sector
rural”; “el lanzamiento de programas de impulso al financiamiento de la banca de
desarrollo para pequeñas y medianas empresas”; “el anuncio de programas para
fortalecer el financiamiento de infraestructura y desarrollo de empresas
mexicanas”; y la “presentación de programas de garantías para el
refinanciamiento de la deuda pública de estados y
municipios”.
Es
decir, en sentido práctico, nada. Pese a que a principios de junio de 2011 el
banco central señaló que el ritmo del crecimiento empezó a desacelerarse desde
finales del primer trimestre del año, y que la crisis financiera y la menor
actividad en Estados Unidos lo obligó a reducir su meta de expansión para 2011
(de 4-5 por ciento a 3.8-4.8 por ciento, y 2012, de 3.8-4.8 por ciento a 3.5-4.5
por ciento) así como en la creación de empleos (575 mil-675 mil vacantes este
año, 25 mil menos respecto del cálculo hecho en el trimestre anterior, y 570
mil-670 mil para 2012), tales ajustes, empero, son irrelevantes. Subestiman la
situación interna y externa, y la capacidad oficial y de la economía para
asimilar el desorden mundial.
Las
metas del producto interno bruto (PIB) manifiestan una declinación respecto de
2010 (5.4 por ciento) y no un proceso de recuperación del crecimiento sostenido.
En nada contribuyen a recuperar el potencial histórico del crecimiento de
1950-1982 (6.1 por ciento). Ni siquiera permiten que el calderonismo iguale la
mediocre tasa media de 1983-2006 (2.5 por ciento). Su sexenio promedia 1.8-2.2
por ciento, en el mejor de los casos, por lo que el PIB durante el ciclo
neoliberal priísta-panista cayó 2.1-2.3 por ciento, o más. En materia de empleo
serían inservibles: sólo generarían la mitad de las 1.3 millones de plazas
formales requeridas anualmente.
¿Qué se ofrece oficialmente a los próximos marginados
del mercado laboral? Nada, más que reforzar las filas del desempleo, la
informalidad, la migración o, lo más grave, de la delincuencia. De todos modos,
éstos no tienen nada que envidiar a los que logran ocuparse, debido a la
inestabilidad e inseguridad laboral, los bajos salarios, las decrecientes
prestaciones recibidas, la falta de servicios de salud y la imposibilidad de
jubilarse alguna vez, aunque sea indignamente.
El
gobierno panista exagera la supuesta fortaleza de la economía. Hasta el momento
las secuelas de las diferentes fases de la crisis sistémica irresuelta iniciada
en 2007, el colapso financiero, la depresión (desplome del producto y el
consumo, altas tasas de desempleo y de quiebras de empresas), los problemas
fiscales y de endeudamiento de los estados, y las nuevos síntomas de la
deflación (recesión con baja de precios), se ha concentrado básicamente en los
países avanzados. En 2009 la economía del Grupo de los Siete (G7) decreció 3.7
por ciento; la Unión
Europea 4.1 por ciento; la de los países subdesarrollados
creció 2.7 por ciento; y la de América Latina y el Caribe cayó 1.7 por ciento.
En 2010 se reactivaron 2.8 por ciento, 1.8 por ciento, 7.3 por ciento y 6.1 por
ciento, en cada caso. El mundo subdesarrollado resintió sus efectos, pero no en
la misma intensidad, y su recuperación fue más rápida y con mejores tasas
económicas. Unos por la reducción de su dependencia con dicha región y la
reorientación de sus exportaciones (minerales, alimentos y otros productos
primarios) hacia China. Otros, como Argentina, descansaron en su mercado interno
y en una política económica estatal activa (mayores salarios reales, apoyos a
las familias, el gasto público, los altos precios de los commodities, el
tipo de cambio competitivo, la administración de comercio que sostienen el
superávit externo). México, en cambio, en 2009 y 2010 ha tenido uno de las peores tasas
de crecimiento de América Latina, similar a los países más humildes de la
región.
En
lo que va de 2011, la mayoría de los países del mundo resienten una declinación
en su expansión, sobre todo desde el segundo trimestre, en consonancia con el
nuevo desorden financiero mundial y sus efectos negativos sobre el sector real,
así como por la deflación que empieza a resentirse en el G7 y la Unión
Europea.
México no es la excepción. Sin embargo, su
desaceleración se inició antes de la renovación de la salvaje especulación
financiera y contracción del mundo industrializado. A partir del segundo
trimestre de 2011, cuando creció 7.6 por ciento, se redujo el ritmo de
crecimiento hasta ubicarse en 3.6 por ciento en el segundo trimestre de 2011. Y
caerá aún más, en sincronía con la contracción estadunidense, debido a la
dependencia estructural y la falta de políticas contracíclicas.
La
mayor parte de las actividades productivas, los sectores primario, secundario
(la minería, las manufacturas y la construcción) y terciario (el comercio, el
transporte, los servicios financieros) ya muestran su desaceleración. Incluso,
algunas como la minería o las manufacturas de fabricación de productos derivados
del petróleo y del carbón y la industria química, están en recesión; los
servicios educativos, de salud y de asistencia social, estancados; las compras y
las ventas al mayoreo y al menudeo se debilitan, al igual que el crédito vigente
real de la banca comercial destinado a la vivienda, social y residencial; la
construcción, el sector agropecuario, la minería y la industria, pese a la
política monetaria que mantiene las tasas de referencias reales en casi cero por
ciento y negativas las pagadas a los ahorradores, en detrimento de su
patrimonio. Lo mismo sucede con la tasa nominal de crecimiento de las
exportaciones totales: en mayo de 2010 ésta fue de 43 y de 27 por ciento. No fue
mayor debido a las ventas petroleras. Las no petroleras declinaron de
41 a 18 por
ciento. Esas mismas tasas registran las manufacturas. En junio de 2010 las
exportaciones de la industria automotriz crecieron 99.5 por ciento; en 2011
aumentaron 27 por ciento.
El
gasto público real en inversión presupuestaria que pudo atenuar el ciclo se
contrajo 10 por ciento en el primer trimestre de 2011. El consumo de la
población nada ha podido hacer a favor de la demanda porque el poder de compra
de los salarios reales es lamentable y el alza del desempleo tiene efectos
contractivos.
La
desaceleración se explica por factores internos. Los externos sólo complican los
problemas, pese al “blindaje financiero”. La adversidad mundial se transmite por
mecanismos conocidos: el financiero, el comercial y el productivo. El pánico del
mercado bursátil (su índice ha caído 9 por ciento en lo que va de 2011), la
entrada especulativa de capitales y la incertidumbre afectan el nivel de la
moneda (desde el 23 de julio pasado a la fecha se ha depreciado 6 por ciento),
lo que afecta las tarifas de las importaciones, presiona a la inflación y
desalienta a la inversión productiva. Un alza de los réditos aceleraría la caída
económica.
Del
lado comercial y productivo se resentirá aún más la dependencia estructural de
Estados Unidos. El sector orientado del mercado local está aletargado por el
débil poder de compra de la población. El “moderno”, el exportador, depende de
la demanda estadunidense. El consumo privado, que representa el 70 por ciento
del PIB, declinó de 3.1 por ciento en el último trimestre de
2010 a 1.6
por ciento en el segundo de 2011, afectado por el desempleo, la caída de los
salarios reales y los altos niveles de endeudamiento, entre otros factores. La
inversión productiva declinó de 7.4 a 4.2 por ciento. El gasto público
en consumo e inversión que había crecido 0.1 por ciento decreció en 2.2 por
ciento. El ritmo de crecimiento anual se desaceleró de 3.5 por ciento en el
tercer trimestre de 2010
a 1.6 por ciento en el segundo de
2011.
La
política monetaria y fiscal contracíclica impuesta por el gobierno estadunidense
se agotó sin que se superara la crisis iniciada en 2007 y se consolidara la
reactivación. Ahora ésta última declina y se impondrá un ajuste fiscal
procíclico en lo que resta del mandato de Barack Obama, lo que debilitará aún
más a la economía en lo que resta de este año.
Lo
anterior será mortal para la economía mexicana que coloca el 80 por ciento de
sus exportaciones en aquel mercado. En junio de 2010 las ventas anualizadas a
ese país aumentaron en 44 por ciento; en junio de 2011 apenas crecieron 22 por
ciento. Desde el punto de vista de las estadísticas estadunidenses, entre junio
de 2009 y junio de 2010 su importación total de bienes mexicanos se expandió en
39 por ciento; en junio de 2011 por 16 por ciento. Las compras de equipo y
transporte bajaron de 87
a 16 por ciento; las de equipos electrónicos y de cómputo
de 29 a 1
por ciento; Las petroleras de 46
a 38 por ciento; las de equipo eléctrico de
24 a 12 por
ciento. Todas representan el 64 por ciento de las importaciones. A medida que
decline su demanda afectará más a la producción mexicana.
A
nadie debe sorprender que a finales de 2011 la economía estadunidense inicie una
segunda recesión que se desarrollaría hacia 2012. Lo más preocupante es que ese
país se hunda en una depresión similar a la japonesa, que duró de
1992 a
2002. Cualquiera de los dos escenarios serían desastrosos para México, cuyo
gobierno neoliberal priísta-panista no sólo no hizo nada para reducir la
dependencia estructural, sino que, por el contrario, la agravaron desde la firma
del Tratado de Libre Comercio. Le vendieron el alma al diablo y nos
arrastran hacia su averno. Nuestro futuro inmediato es sombrío: recesión
y más estancamiento económico, mayor descomposición social e inestabilidad
política que podrían ser saludables porque pueden forzar a un cambio
postneoliberal, aunque muy costoso también.
*Economista
[TEXTO PARA TWITTER: Ante recesión mundial, el panorama
de México es sombrío. Gobierno aplicará de nuevo medidas que ya
fracasaron]
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