Brasil: primeras reflexiones
Emir Sader
El movimiento iniciado en Brasil como resistencia al aumento de las tarifas del transporte fue inédito y sorprendente. Quien diga en este momento que alcanza a captar todas sus dimensiones y proyecciones futuras, muy probablemente tendrá una visión reduccionista del fenómeno,
presionando la sardinapara defender preconceptos, para confirmar sus propios argumentos, sin darse cuenta del carácter multifacético y sorprendente de las movilizaciones.
No vamos a intentar eso en este artículo, sino apenas allegar algunas primeras conclusiones que nos parecen claras.
Fue una victoria del movimiento la anulación del aumento; muestra la fuerza de las movilizaciones, aún más cuando se apoyan en una reivindicación justa y posible: tan así que se pudo concretar.
Esa victoria, en primer lugar, refuerza concretamente el que las movilizaciones populares valen la pena, sensibilizan a las personas, hacen que se hable a toda la sociedad y sirven como fuerte factor de presión sobre los gobiernos.
Además de lo anterior, el movimiento puso en discusión una cuestión fundamental en la lucha contra el neoliberalismo –la polarización entre intereses públicos y privados–, sobre quién debe financiar los costos de un servicio público esencial que, como tal, no debería estar subordinado a los intereses de las empresas privadas, movidas por el lucro.
La conquista de la anulación del aumento se traduce en un beneficio para los extractos más pobres de la población, que son los que comúnmente utilizan el transporte público, demostrando que un movimiento debe abarcar no sólo las reivindicaciones que corresponden a cada sector de la sociedad en particular, sino tiene que atender demandas más amplias, especialmente las procedentes de los sectores más necesitados de la sociedad, de quienes tienen mayores dificultades para trasladarse.
Tal vez el aspecto central de las movilizaciones haya sido el haber incorporado a la vida política amplios sectores de la juventud, no contemplados en las acciones gubernamentales que, hasta aquí, no habían encontrado formas específicas de manifestarse políticamente. Este
poder seres la consecuencia más permanente de las movilizaciones.
Quedó claro, también, que los gobiernos de los más diferentes partidos –unos más, los de derecha; otros menos, los de izquierda– tienen dificultades para relacionarse con las movilizaciones populares. Toman decisiones importantes sin consulta y cuando se enfrentan con resistencias populares tienden a reafirmar tecnocráticamente sus decisiones –
no hay recursos,
las cuentas no cierran, etcétera–, sin darse cuenta de que se trata de una cuestión política, de una justa reivindicación de la ciudadanía apoyada en un inmenso consenso social, a la que deben darse soluciones políticas para la que los gobernantes fueron elegidos. Sólo después de muchas movilizaciones y de desgaste de la autoridad gubernamental, las decisiones correctas se asumieron. Una cosa es afirmar que se
dialogacon los movimientos y otra es enfrentarse efectivamente con sus movilizaciones, más cuando contestan y contradicen decisiones tomadas por la autoridad.
Con certeza, un problema que el movimiento enfrenta son las tentativas de manipulación desde fuera. Una de ellas, representada por los sectores más extremistas, que buscaron incorporar reivindicaciones maximalistas, de
levantamiento popularcontra el Estado, buscaba justificar sus acciones violentas caracterizadas como vandalismo. Son sectores pequeños, externos al movimiento, con infiltración o no de la policía. Alcanzan a ser destacados de inmediato por la cobertura que los medios promueven, pero son rechazados por la casi totalidad de los movimientos.
La otra tentativa fue de la derecha, claramente expresada por la actitud de los viejos medios de comunicación. Inicialmente se opusieron al movimiento, como acostumbran hacer ante toda manifestación popular. Después, cuando se dieron cuenta de que podría representar un desgaste para el gobierno, promovieron e intentaron incidir artificialmente, con sus orientaciones dirigidas contra la autoridad federal. Fueron igualmente rechazadas esas intenciones por el conjunto de los movimientos, en el que siempre existe un componente reaccionario que se hace presente, como el rencor típico del extremismo derechista, magnificado por los envejecidos medios.
Hay que destacar la sorpresa de los gobiernos y su incapacidad para entender la explosividad de las condiciones de vida urbana y, en particular, la ausencia de políticas dirigidas a la juventud por parte del gobierno federal. Las entidades estudiantiles tradicionales también fueron sorprendidas y estuvieron ausentes de los movimientos.
Dos actitudes se distinguieron a lo largo de las movilizaciones: la denuncia de las manipulaciones intentadas por la derecha –expuesta claramente en la actividad de los medios tradicionales– y sus intenciones de apoderarse del movimiento. La otra, la exaltación acrítica del movimiento, como si él contuviese proyectos claros y de futuro. Ambas son equivocadas. El movimiento surgió a partir de reivindicaciones justas, compuesto por sectores de jóvenes, con sus actuales estados de conciencia, con todas las contradicciones que un movimiento de esas características contiene. La actitud correcta es la de aprender del movimiento y actuar junto a él, para ayudarlo a tener una conciencia más clara de sus objetivos, de sus limitaciones, de las intenciones de ser usado por la derecha y de los problemas que orginó, así como llevar adelante la discusión de sus significados y mejores formas de enfrentar sus desbordes.
El significado completo del movimiento va a quedar más claro con el tiempo. La derecha se interesará en sus estrechas preocupaciones electorales, en sus esfuerzos desesperados para llegar a la segunda vuelta de los comicios presidenciales. Los sectores extremistas buscarán interpretaciones acerca de que estaban dadas las condiciones de alternativas violentas, aunque esto desparecerá rápidamente.
La más importante son las lecciones que el propio movimiento y la izquierda –partidos, organizaciones populares, gobiernos– saquen de esta experiencia. Ninguna interpretación previa explica la complejidad y el carácter inédito del movimiento. Es probable que la mayor consecuencia sea la introducción del significado político de la juventud y de sus condiciones concretas de vida y de expectativas en el Brasil del siglo XXI.
El capitalismo como religión y el neofranciscanismo como su disciplina
Maciek Wisniewski*
A cien días del relevo en el Vaticano el nuevo Papa cautiva sobre todo con sus gestos. Desde los fieles hasta los teólogos de la liberación como Leonardo Boff u otros disidentes como Hans Küng, casi todos se dejaron seducir. Francisco estableció un estilo sencillo y austero: evita prendas adornadas, optó por un anillo y una cruz de plata, calza zapatos negros viejos, rechazó un lujoso apartamento; más de una vez dijo que quiere una
Iglesia pobre y para los pobres. Como recuerda Damián Pierbattisti, Michel Foucault en Vigilar y castigar (1975) define el poder disciplinario como
la anatomía política del detalle; no había últimamente otra ocasión donde aquella definición se vea con tal nitidez como con Francisco ( Página/12, 28/3/13).
austeridad papal, más que desnudar los mecanismos del orden dominante, los encubre.
Si algo abunda hoy es el anticapitalismo superficial: de todos lados se escuchan quejas por los
excesosde empresas, bancos y mercados. Este tipo de crítica
morales también la de Francisco. El Papa pide
justicia social, cuya falta resulta en desocupación ( La Jornada, 1/5/13); instruye al clero a
aprender de la pobreza de los humildesy a
evitar ídolos del materialismo que empañan el sentido de la vida( La Jornada, 9/5/13); pide
reformas al sistema financiero para distribuir mejor la riquezay condena
la tiranía del dinero y mercados.
La antigua veneración del becerro de oro ha tomado una nueva y desalmada forma en el culto al dinero, dice ( La Jornada, 17/5/13).
El mejor ejemplo de lo inocuo de esta crítica: Angela Merkel se reúne con Francisco y dice que
el Papa tiene razón( La Jornada, 19/5/13). Lo verdaderamente subversivo sería si el Papa argentino indicara por ejemplo el camino latinoamericano: la solución política a la crisis (sobre la que la UE calla) y un nuevo contrato social (todos están ocupados en destruir el viejo). Pero Bergoglio siempre estuvo de espaldas a los gobiernos populares, como los kirchneristas, a los cuales nunca ha reconocido por sacar a Argentina de la debacle 2001/2002 (él mismo en aquel entonces se limitó a distanciarse de los responsables y a llamar a la
resurrección moral del país). Al no hablar de la
lección argentina(la decisión acerca de la deuda, la importancia de la inversión social) o de los movimientos que hoy se oponen a la austeridad, con su
culto de la pobrezasólo ofrece un componente espiritual a la
austeridad autoritariaen Europa.
Si bien Francisco va más allá de Benedicto XVI (que cuando estalló la crisis sólo moralizaba sobre la
excesiva avaricia y consumismo), acercándose a la crítica soft del capital de Juan Pablo II (que de todos modos destacaba en los 80 y 90), se queda corto comparado con el enfoque sistémico de la teología de liberación (Bergoglio siempre se encontraba en los antípodas de esta corriente; hoy sus representantes le dan el voto de confianza
por el bien de la atormentada Iglesia). Como bien apunta Michael Löwy, el nuevo Papa sigue la tradicional doctrina social de la Iglesia, donde los pobres son sólo objetos de caridad y compasión, no sujetos de su propia historia que deben liberarse, estando muy lejos por ejemplo del pensamiento de Hugo Assmann o Franz Hinkelammert. Éstos, vinculando el catolicismo con el marxismo desarrollaron una crítica del capitalismo como una
falsa religión, donde los ídolos del dinero, la ganancia y la deuda, como los del Antiguo Testamento exigen sacrificios humanos, imagen empleada por Marx en El capital ( Le Monde, 30/3/13).
Francisco critica el culto al dinero (
becerro de oro), pero no cuestiona nuestra fe en el capitalismo. Su neofranciscanismo no es una herramienta de liberación, sino una nueva estrategia de disciplina; no está dirigida al sistema, ni a los banqueros, sino a la gente común. Es un mecanismo de contención que pretende hacer la crisis más manejable y hacernos asumir sus costos (lo que sería una paradoja ya que el gesto original de San Francisco, nacido en una familia de empresarios proto-capitalistas, fue profundamente antisistémico). La
austeridad papalcomo
la política de detallefoucaultiana pretende enseñarnos las bondades de
vivir con menosy de
pedir menos(sueldo, prestaciones, derechos, servicios), a contentarnos
con lo poco que hayy neutralizar a la vez el potencial político de la pobreza.
Giorgio Agamben leyendo a Walter Benjamin y su texto El capitalismo como religión (1921) –comentado también extensamente por Löwy– subraya que su análisis y comparación cobran incluso mayor relevancia después de que fuera cancelado el patrón oro y aumentara el papel de la deuda. Pero la más iluminadora fue su intuición de que el capitalismo como religión
no tiende a la redención sino a la culpa, no a la esperanza sino a la desesperación, no a la transformación del mundo sino a su destrucción( Rebelión, 14/5/13). Incluso pocos marxistas, en su mayoría cegados por la
acumulación de las fuerzas productivas, lo veían así, y no es sólo la ceguera del nuevo Papa. Pero la disciplina neofranciscana seguramente ayuda a hacer más suave nuestro viaje al precipicio (en un tren llamado
progreso, por supuesto).

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