Del rancho a la NBA
Gustavo Ayón. Máximo nivel.
Foto: AP
Foto: AP
Para llegar a la NBA se requiere de un talento excepcional y gran capacidad físico-atlética. El nayarita Gustavo Ayón reúne estas condiciones y pudo lograr un anhelo largamente acariciado: estar en la liga donde se juega el mejor basquetbol del mundo. Consciente de que no podría cumplir su meta con equipos del circuito mexicano, se enroló en conjuntos españoles, ya que la liga ibérica tiene reconocimiento y jerarquía para ser la antesala de la NBA. Sólo dos mexicanos han precedido a Gustavo: Eduardo Nájera y Horacio Llamas.
ZAPOTÁN, NAYARIT (Proceso).- “Allá voy NBA”, garabateó Gustavo Ayón en la hoja de un cuaderno un día cualquiera en el que su anhelo de ser estrella del basquetbol acaparaba su atención.
María Aguirre, su madre, aún conserva esa libreta que encontró cuando no alcanzaba a descifrar los sueños de su hijo. Nada sabía ella de la liga de baloncesto más importante del mundo, tan sólo que su muchacho no se miraba al espejo sin un balón en las manos.
Casi nueve años después de aquel decreto, los Hornets de Nueva Orleáns, uno de los 30 equipos que integran la NBA, contrataron a Gustavo Ayón por tres temporadas a cambio de 5 millones de dólares. Se convirtió así en el tercer mexicano que llega a la liga estadunidense, detrás de Horacio Llamas y Eduardo Nájera.
“Desde que se fue de aquí llevaba ese sueño. Ya pensaba en la NBA. Está escrito. No me pregunte de dónde lo sacó. No lo sabemos”, dice la mamá del atleta.
Gustavo es el menor de los cuatro hijos de Carlos Ayón Peña, un campesino de 1.92 metros y piel curtida a fuerza de estar bajo el sol, y María Edelmira Aguirre Garza, maestra jubilada que trabajó durante tres décadas en la escuela primaria rural federal Emiliano Zapata, la única que desde 1952 ha enseñado a leer y escribir a los niños de esta comunidad.
Y aunque en esta ranchería, localizada en las faldas de la Sierra de Zapotán, municipio de Compostela, el basquetbol es cosa de todos los días, lo que Gustavo Ayón aprendió en sus primeros años de vida fueron las faenas del campo. Antes que a botar un balón, su papá le enseñó a él y a sus hermanos a sembrar maíz, pastorear el ganado, ordeñar vacas, montar a caballo, herrar a los becerros, lazar a los animales.
“Pobre de mi hijo. Lo regañaba porque hacia el lazo muy grande. Se metía al corral que tenemos con mis cuatro hijos cuando estaban bien chiquillos y yo me ponía muy nerviosa. Los subía en los becerritos porque aquí cuando había toros, después metían a las vaquitas y ahí andaba Gustavo montándolas. De hecho la malformación que tiene en su codo izquierdo es porque como a los siete años lo tumbó una becerrilla y se lo fracturó”, cuenta María Aguirre.
“Le quedó el codo torcido”, tercia el señor Ayón. “No sé si no le acomodaron el brazo correctamente o quedó así porque dicen que esas lesiones de por sí no quedan bien. Aunque está chueco eso no le estorba para nada. Cuando lo estira se le ve porque se le dobla más de lo normal”.
Ni Gustavo ni su familia se preocuparon por la secuela que le dejó la vida campirana. No reparaban en su estatura –hoy de 2.06 metros– pues en la familia todos son altos. María Aguirre asume que su hijo creció demás porque comía mucha fruta o por los enormes vasos con leche bronca que atiborraba con galletas de animalitos y devoraba a cucharadas. Tampoco se asustaron cuando el pequeño a los 10 años se quejaba de dolor en las rodillas.
“Le dolían por lo alto que ya era. Desde el kínder siempre fue el más largo de todos sus compañeros. El doctor nos explicó que sus huesos crecieron mucho, que se estiraron más que los ligamentos. Le pusieron unos ejercicios para fortalecer los ligamentos y quedó bien. Nunca ha sufrido de lesiones en las rodillas ni le impidió jugar”, relata Carlos Ayón.
Por aquellos años, Gustavo ya hacía sus pininos en el baloncesto gracias a las enseñanzas de su papá y también las de su tío Fernando El Chispo Ayón, un jugador talentoso que en torneos municipales y estatales se dio a conocer y se ganó el reconocimiento de la gente.
“Nosotros éramos deportistas de rancho. Acá cada ranchería tiene su cancha y su equipo, porque se juega mucho basquetbol en esta región. Cuando salíamos a jugar a los alrededores o íbamos a algún campeonato siempre anduvieron conmigo mis cuatro hijos y mi mujer. Aquí Gustavo se enseñó con nosotros, bueno a lo rústico porque a nosotros tampoco nadie nos enseñó. Aprendió nomás a lo que uno sabía: que párate aquí, pásate por acá, métete por aquí; nada más lo elemental.”
Aprendizaje
En cualquier lugar donde se disputara un torneo ahí estaba Gustavo. Recorrió muchas de las rancherías en la zona alta del municipio: La Cumbre, Pajarito, Vizcarra, Carrillo Puerto, Mazatán, Las Piedras. Se presentaba en todos los torneos de las fiestas patronales de las comunidades. Maravillaba su manera de jugar en el “inter-ranchos”.
“El basquetbol se le da como enchilar una tortilla, muy facilito. Mi hermano lo invitaba a torneos de buen nivel a Tepic y ahí empezaron a ver que tenía facultades. Hay un entrenador cubano que se llamaba Lázaro que le empezó a enseñar la técnica porque mi hijo sólo jugaba por imitación. Otro jugador que se llama Antonio Ayala también le enseñó”, narra Ayón.
Cuando no estaba en las competencias el chamaquillo pasaba horas en la canchita de piso de cemento y tableros de madera que está al final de la calle principal de Zapotán, una cuesta empedrada que termina en un lugar que fue bautizado como El Llanito cuando era un paraje desolado.
De entonces a la fecha ha crecido la población de Zapotán. Hay poco más de 800 personas que habitan en unas 350 casas. El pavimento en la carretera apenas lo pusieron hace cuatro años. Escasean las oportunidades de trabajo, los servicios médicos y hasta la telefonía fija. Hoy en día hay una sola caseta en cuyo techo hay cinco altavoces apuntando en todas direcciones para anunciar el nombre de quien recibe una llamada.
En la cancha de El Llanito ya nadie juega. Ahora se usa la nueva que está en la placita de actos cívicos y que tiene tableros de acrílico. En la que Gustavo Ayón encestó sus primeros balones ya nada más se pasean los gallos de una vecina cuando se escapan de su corral. Está pegadita al lienzo charro, donde se realizan los jaripeos que tanto disfruta el jugador cuando va de visita y los niños se le arremolinan para saludarlo.
Al salir de la primaria, Gustavo se matriculó en la Secundaria Técnica número 13 que está en Carrillo Puerto, una comunidad a escasos seis kilómetros de Zapotán, lugar donde nació su mamá y donde aún viven sus abuelos maternos. Aunque en esa época los caminos eran de terracería, el adolescente iba y venía todos los días.
“Era muy apegado a nosotros. No le gustaba quedarse en ningún otro lugar. Hasta cuando nos lo llevábamos a Compostela cada 15 días para hacer la despensa, se desesperaba y se regresaba solo. Le quitaba la chapa a la puerta, sacaba su balón y se iba a jugar a la canchita. Siempre quería estar en su casa. Yo le decía a mi esposo: ‘se me hace que se va a quedar a vivir con nosotros. Es el que nos va a acompañar en nuestra vejez’ y mire, es el que se fue más lejos. No logro entenderlo, supongo que es por la ambición de seguir su meta”, dice Aguirre.
Obligado por los ruegos de sus padres, Ayón entró a la preparatoria que está en Compostela, pero al cabo de unos meses dejó de asistir. Después se cambió al Conalep que está en La Peñita, donde se quedó alrededor de año y medio, hasta que en mayo de 2003, por petición de su tío Fernando, el entrenador Javier Ceniceros, de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP) lo invitó a probarse. Gustavo ya tenía 18 años. De los alrededor de 30 aspirantes a una beca académica, sólo él fue aceptado para formar parte de las Águilas, uno de los equipos más ganadores del basquetbol colegial de México.
“A Gustavo no le gustó la escuela. Siempre fue así. Lo que estudió fue porque lo obligamos. Flojeó mucho. Cuando estaba en la preparatoria de la UPAEP sí hacía las cosas, pero por conservar la beca porque le exigían mucho en lo académico. Cuando entró a la universidad le dije: ‘terminando tu carrera, ya que tengas un documento, haces con el juego lo que quieras’. Pero me dijo: ‘no mamá, no es lo mío’. Y no lo hizo. A fuerzas llegó hasta la carrera de ciencias de la comunicación y escogió esa porque dijo que era la más fácil. Se quedó un semestre y se fue a la Universidad de San José State, donde también estuvo menos de seis meses”, explica María.
“No era bueno en la escuela, y las personas tienen un pensamiento acerca de eso; dicen que si no eres bueno en la escuela no tienes futuro. Eso es una mentira. No importa que tengas 10 y 9 en tu boleta, lo que importa para mí es que mis padres me enseñaron cómo vivir con valores y ejemplos”, dijo Gustavo en una entrevista para el periódico Tribuna de la Bahía de Puerto Vallarta en diciembre pasado.
A picar piedra
En 2006, Gustavo Ayón debutó como jugador profesional. El equipo Halcones de la Universidad Veracruzana en Xalapa de la Liga Nacional de Baloncesto Profesional (LNBP) lo firmó como refuerzo. El basquetbolista Víctor Mariscal lo había visto en acción en Tepic y descubrió que era el hombre que necesitaban para ser campeones.
Sus primeros días en Xalapa, Gustavo se comía la uñas en la banca. Tenía pocos minutos de juego, pero cuando el entrenador se decidió a utilizarlo se convenció de su capacidad. En el partido de la final de aquella campaña, Ayón perdió un balón que a la postre le costó el título de la LNBP, error que no se perdonó hasta que en la temporada siguiente los Halcones obtuvieron el campeonato.
A sus papás les decía una y otra vez que se tenía que ir a España porque sabía que jugando en la liga de México no llegaría nunca a la NBA. En abril de 2009, se marchó a Madrid con el equipo Alta Gestión Fuenlabrada de la ACB (Asociación de Clubes de Baloncesto), la segunda más importante del mundo. Como tenía ocupadas sus dos plazas de extracomunitarios, el Fuenlabrada lo mandó a picar piedra con un club de la Liga Venezolana y luego al Illescas de la Liga Española de Baloncesto (LEB Plata), algo así como la tercera división.
Al borde de la desesperación, y con la idea de regresar a México, recibió la llamada del español Iván Deniz –exentrenador de los Soles de Mexicali, equipo ante el cual Ayón y los Halcones se enfrentaron en dos finales de la LNBP– para invitarlo a sumarse al plantel del Tenerife Rural de la LEB Oro, segunda división del baloncestos ibérico.
Deniz sabía de las ambiciones y enjundia del mexicano. De estar en los últimos puestos de la clasificación, el Tenerife fue uno de los mejores equipos de la segunda mitad de la campaña y se quedó muy cerca de colarse a playoffs.
“Su camino y el mío se encontraron. Ambos nos ayudamos: me cambió mi equipo y reventó la liga. Siempre hacía más que todos, se quedaba entrenando tiempo extra. Tenía claro a dónde quería llegar. Muy poca gente creía que lo lograría. Yo era de los que lo defendía. Muchas veces le dije que tenía su futuro en las manos. Tuve la oportunidad de ir a verlo a Phoenix y se lo dije: ‘te lo marcaste y lo conseguiste’. Dios le dio esas virtudes, pero él ha trabajado muchísimo y también ha tenido suerte porque salir de un rancho para estar entre los mejores son circunstancias que muy pocas veces se dan en la vida”, comenta.
El entrenador destaca que con todo y que Gustavo Ayón tiene la elasticidad del brazo izquierdo reducida al mínimo –a consecuencia de la fractura que sufrió en la niñez–, el defecto en el codo no lo limita y más bien lo supera con muchas otras cualidades. Explica que por eso con frecuencia usa una codera que lo protege.
En la temporada 2010-11 Gustavo Ayón se consagró en el Fuenlabrada. El club se volvió dependiente de su juego. Se ganó un puesto como titular por sus tapones espectaculares, enorme capacidad atlética y potencia de salto.
En duelas de EU
En junio de 2011, Ayón estuvo en el campamento de verano de la NBA. Ya tenía un pie puesto en la liga, pero la amenaza de un paro laboral empañaba el panorama. En julio se fue a pasar las vacaciones a Zapotán. Como siempre, salió a andar a caballo con su papá. Se dio tiempo para donar el material con el que se repavimentó el atrio de la Iglesia de San Francisco de Asís, donde a los nueve años hizo su primera comunión, y quedó lista para la fiesta del santo patrono que se festejó el 4 de octubre.
El presidente municipal en turno le organizó un homenaje por su éxito deportivo en el que su amigo de la infancia Hugo Suárez aprovechó su condición de juez auxiliar, una especie de representante de los ejidatarios, comuneros y avecindados de Zapotán ante el ayuntamiento, para proponer que a la calle principal del rancho se le cambie el nombre de Lázaro Cárdenas por el de Gustavo Ayón.
“Junté más de 100 firmas. Ya fue aprobada mi propuesta por el cabildo, pero que no se ha hecho el cambio”, explica Suárez con quien de niño Gustavo jugaba “a las pistolas” y siempre derrotaba en los duelos de canicas.
En la pared de su tienda de abarrotes, Suárez colgó un pendón con la foto de Gustavo que “se robó” del ayuntamiento y que luego el jugador autografió como si siguiera siendo el “muchacho altote” que se subía a los camiones con el cuello doblado y se sentaba de lado porque las piernas no le cabían entre los asientos.
Carlos Ayón, se pone contento de saber que la calle donde siempre ha vivido llevará el nombre de su hijo, pero más le entusiasma pensar que aprovechando el detalle, por fin los del municipio pongan la nomenclatura en todo el pueblo para que las direcciones de los zapotanenses dejen de ser domicilio conocido.
A unos metros del negocio de los Suárez, al paso de los papás de Gustavo un hombre balbucea algo que no se entiende. “Ese es El Nécura, bueno, así le dicen, pero se llama Inés”, aclara el señor Ayón. El sujeto levanta con emoción su brazo izquierdo y con el índice de la otra mano apunta al reloj de extensible negro que se abraza a su muñeca. “Es que ese reloj se lo regaló Gustavo ‘ora que vino y desde entonces anda contento. A todo el que pasa le enseña y le hace así porque no puede hablar bien, está un poquito malito, como dicen le falta un 20 pa’l peso”.
Cuando en agosto pasado Gustavo partió de Zapotán, llevó una maleta pequeña. Le dijo a su mamá que en esta ocasión no empacaría mucha ropa. “Estaba seguro que se vendría pronto”, dice María. Con todo y que el paro laboral en la NBA ya había iniciado, el mexicano confiaba en que se resolvería pronto.
El 20 de diciembre de 2011, tres semanas después de que terminó el paro laboral, se anunció la contratación de Gustavo Ayón con Nueva Orleáns. A través de una carta se despidió de los aficionados del Fuenlabrada, equipo al que el mexicano se fue debiéndole 1.5 millones de dólares por la rescisión del contrato aún vigente.
Tres días después fue presentado con el equipo del entrenador Monty Williams. Le asignaron el dorsal 15. No pudo quedarse con el 14, su favorito (representa su fecha de nacimiento, 1 de abril), porque pertenece al delantero de poder Jason Smith.
El domingo 1 de enero, el jugador nayarita de 26 años debutó en el partido contra los Kings de Sacramento. Su hermana Imelda estuvo en las gradas de la arena del equipo californiano. La suerte quiso que sus primeros pasos en las duelas de la NBA Gustavo los diera en una ciudad cercana a San Francisco, lugar al que emigró su parienta y con quien nunca imaginó que pasaría el Año Nuevo.
Los padres de Gustavo no han podido viajar a Estados Unidos para ver jugar a su hijo porque la visa de María está vencida y don Carlos nunca ha tramitado una para él. Tuvieron que contratar un sistema de televisión restringida y el paquete de partidos de la temporada para poder seguirlo.
“Hará unos cuatro años que se ve bien la televisión aquí. Cuando mis hijos estaban chiquillos teníamos una televisioncilla con una antena con la que peleaba uno para que se viera la imagen. Ahorita ya tenemos Sky y, por lo pronto, desde aquí lo apoyamos”, dice María.
ZAPOTÁN, NAYARIT (Proceso).- “Allá voy NBA”, garabateó Gustavo Ayón en la hoja de un cuaderno un día cualquiera en el que su anhelo de ser estrella del basquetbol acaparaba su atención.
María Aguirre, su madre, aún conserva esa libreta que encontró cuando no alcanzaba a descifrar los sueños de su hijo. Nada sabía ella de la liga de baloncesto más importante del mundo, tan sólo que su muchacho no se miraba al espejo sin un balón en las manos.
Casi nueve años después de aquel decreto, los Hornets de Nueva Orleáns, uno de los 30 equipos que integran la NBA, contrataron a Gustavo Ayón por tres temporadas a cambio de 5 millones de dólares. Se convirtió así en el tercer mexicano que llega a la liga estadunidense, detrás de Horacio Llamas y Eduardo Nájera.
“Desde que se fue de aquí llevaba ese sueño. Ya pensaba en la NBA. Está escrito. No me pregunte de dónde lo sacó. No lo sabemos”, dice la mamá del atleta.
Gustavo es el menor de los cuatro hijos de Carlos Ayón Peña, un campesino de 1.92 metros y piel curtida a fuerza de estar bajo el sol, y María Edelmira Aguirre Garza, maestra jubilada que trabajó durante tres décadas en la escuela primaria rural federal Emiliano Zapata, la única que desde 1952 ha enseñado a leer y escribir a los niños de esta comunidad.
Y aunque en esta ranchería, localizada en las faldas de la Sierra de Zapotán, municipio de Compostela, el basquetbol es cosa de todos los días, lo que Gustavo Ayón aprendió en sus primeros años de vida fueron las faenas del campo. Antes que a botar un balón, su papá le enseñó a él y a sus hermanos a sembrar maíz, pastorear el ganado, ordeñar vacas, montar a caballo, herrar a los becerros, lazar a los animales.
“Pobre de mi hijo. Lo regañaba porque hacia el lazo muy grande. Se metía al corral que tenemos con mis cuatro hijos cuando estaban bien chiquillos y yo me ponía muy nerviosa. Los subía en los becerritos porque aquí cuando había toros, después metían a las vaquitas y ahí andaba Gustavo montándolas. De hecho la malformación que tiene en su codo izquierdo es porque como a los siete años lo tumbó una becerrilla y se lo fracturó”, cuenta María Aguirre.
“Le quedó el codo torcido”, tercia el señor Ayón. “No sé si no le acomodaron el brazo correctamente o quedó así porque dicen que esas lesiones de por sí no quedan bien. Aunque está chueco eso no le estorba para nada. Cuando lo estira se le ve porque se le dobla más de lo normal”.
Ni Gustavo ni su familia se preocuparon por la secuela que le dejó la vida campirana. No reparaban en su estatura –hoy de 2.06 metros– pues en la familia todos son altos. María Aguirre asume que su hijo creció demás porque comía mucha fruta o por los enormes vasos con leche bronca que atiborraba con galletas de animalitos y devoraba a cucharadas. Tampoco se asustaron cuando el pequeño a los 10 años se quejaba de dolor en las rodillas.
“Le dolían por lo alto que ya era. Desde el kínder siempre fue el más largo de todos sus compañeros. El doctor nos explicó que sus huesos crecieron mucho, que se estiraron más que los ligamentos. Le pusieron unos ejercicios para fortalecer los ligamentos y quedó bien. Nunca ha sufrido de lesiones en las rodillas ni le impidió jugar”, relata Carlos Ayón.
Por aquellos años, Gustavo ya hacía sus pininos en el baloncesto gracias a las enseñanzas de su papá y también las de su tío Fernando El Chispo Ayón, un jugador talentoso que en torneos municipales y estatales se dio a conocer y se ganó el reconocimiento de la gente.
“Nosotros éramos deportistas de rancho. Acá cada ranchería tiene su cancha y su equipo, porque se juega mucho basquetbol en esta región. Cuando salíamos a jugar a los alrededores o íbamos a algún campeonato siempre anduvieron conmigo mis cuatro hijos y mi mujer. Aquí Gustavo se enseñó con nosotros, bueno a lo rústico porque a nosotros tampoco nadie nos enseñó. Aprendió nomás a lo que uno sabía: que párate aquí, pásate por acá, métete por aquí; nada más lo elemental.”
Aprendizaje
En cualquier lugar donde se disputara un torneo ahí estaba Gustavo. Recorrió muchas de las rancherías en la zona alta del municipio: La Cumbre, Pajarito, Vizcarra, Carrillo Puerto, Mazatán, Las Piedras. Se presentaba en todos los torneos de las fiestas patronales de las comunidades. Maravillaba su manera de jugar en el “inter-ranchos”.
“El basquetbol se le da como enchilar una tortilla, muy facilito. Mi hermano lo invitaba a torneos de buen nivel a Tepic y ahí empezaron a ver que tenía facultades. Hay un entrenador cubano que se llamaba Lázaro que le empezó a enseñar la técnica porque mi hijo sólo jugaba por imitación. Otro jugador que se llama Antonio Ayala también le enseñó”, narra Ayón.
Cuando no estaba en las competencias el chamaquillo pasaba horas en la canchita de piso de cemento y tableros de madera que está al final de la calle principal de Zapotán, una cuesta empedrada que termina en un lugar que fue bautizado como El Llanito cuando era un paraje desolado.
De entonces a la fecha ha crecido la población de Zapotán. Hay poco más de 800 personas que habitan en unas 350 casas. El pavimento en la carretera apenas lo pusieron hace cuatro años. Escasean las oportunidades de trabajo, los servicios médicos y hasta la telefonía fija. Hoy en día hay una sola caseta en cuyo techo hay cinco altavoces apuntando en todas direcciones para anunciar el nombre de quien recibe una llamada.
En la cancha de El Llanito ya nadie juega. Ahora se usa la nueva que está en la placita de actos cívicos y que tiene tableros de acrílico. En la que Gustavo Ayón encestó sus primeros balones ya nada más se pasean los gallos de una vecina cuando se escapan de su corral. Está pegadita al lienzo charro, donde se realizan los jaripeos que tanto disfruta el jugador cuando va de visita y los niños se le arremolinan para saludarlo.
Al salir de la primaria, Gustavo se matriculó en la Secundaria Técnica número 13 que está en Carrillo Puerto, una comunidad a escasos seis kilómetros de Zapotán, lugar donde nació su mamá y donde aún viven sus abuelos maternos. Aunque en esa época los caminos eran de terracería, el adolescente iba y venía todos los días.
“Era muy apegado a nosotros. No le gustaba quedarse en ningún otro lugar. Hasta cuando nos lo llevábamos a Compostela cada 15 días para hacer la despensa, se desesperaba y se regresaba solo. Le quitaba la chapa a la puerta, sacaba su balón y se iba a jugar a la canchita. Siempre quería estar en su casa. Yo le decía a mi esposo: ‘se me hace que se va a quedar a vivir con nosotros. Es el que nos va a acompañar en nuestra vejez’ y mire, es el que se fue más lejos. No logro entenderlo, supongo que es por la ambición de seguir su meta”, dice Aguirre.
Obligado por los ruegos de sus padres, Ayón entró a la preparatoria que está en Compostela, pero al cabo de unos meses dejó de asistir. Después se cambió al Conalep que está en La Peñita, donde se quedó alrededor de año y medio, hasta que en mayo de 2003, por petición de su tío Fernando, el entrenador Javier Ceniceros, de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP) lo invitó a probarse. Gustavo ya tenía 18 años. De los alrededor de 30 aspirantes a una beca académica, sólo él fue aceptado para formar parte de las Águilas, uno de los equipos más ganadores del basquetbol colegial de México.
“A Gustavo no le gustó la escuela. Siempre fue así. Lo que estudió fue porque lo obligamos. Flojeó mucho. Cuando estaba en la preparatoria de la UPAEP sí hacía las cosas, pero por conservar la beca porque le exigían mucho en lo académico. Cuando entró a la universidad le dije: ‘terminando tu carrera, ya que tengas un documento, haces con el juego lo que quieras’. Pero me dijo: ‘no mamá, no es lo mío’. Y no lo hizo. A fuerzas llegó hasta la carrera de ciencias de la comunicación y escogió esa porque dijo que era la más fácil. Se quedó un semestre y se fue a la Universidad de San José State, donde también estuvo menos de seis meses”, explica María.
“No era bueno en la escuela, y las personas tienen un pensamiento acerca de eso; dicen que si no eres bueno en la escuela no tienes futuro. Eso es una mentira. No importa que tengas 10 y 9 en tu boleta, lo que importa para mí es que mis padres me enseñaron cómo vivir con valores y ejemplos”, dijo Gustavo en una entrevista para el periódico Tribuna de la Bahía de Puerto Vallarta en diciembre pasado.
A picar piedra
En 2006, Gustavo Ayón debutó como jugador profesional. El equipo Halcones de la Universidad Veracruzana en Xalapa de la Liga Nacional de Baloncesto Profesional (LNBP) lo firmó como refuerzo. El basquetbolista Víctor Mariscal lo había visto en acción en Tepic y descubrió que era el hombre que necesitaban para ser campeones.
Sus primeros días en Xalapa, Gustavo se comía la uñas en la banca. Tenía pocos minutos de juego, pero cuando el entrenador se decidió a utilizarlo se convenció de su capacidad. En el partido de la final de aquella campaña, Ayón perdió un balón que a la postre le costó el título de la LNBP, error que no se perdonó hasta que en la temporada siguiente los Halcones obtuvieron el campeonato.
A sus papás les decía una y otra vez que se tenía que ir a España porque sabía que jugando en la liga de México no llegaría nunca a la NBA. En abril de 2009, se marchó a Madrid con el equipo Alta Gestión Fuenlabrada de la ACB (Asociación de Clubes de Baloncesto), la segunda más importante del mundo. Como tenía ocupadas sus dos plazas de extracomunitarios, el Fuenlabrada lo mandó a picar piedra con un club de la Liga Venezolana y luego al Illescas de la Liga Española de Baloncesto (LEB Plata), algo así como la tercera división.
Al borde de la desesperación, y con la idea de regresar a México, recibió la llamada del español Iván Deniz –exentrenador de los Soles de Mexicali, equipo ante el cual Ayón y los Halcones se enfrentaron en dos finales de la LNBP– para invitarlo a sumarse al plantel del Tenerife Rural de la LEB Oro, segunda división del baloncestos ibérico.
Deniz sabía de las ambiciones y enjundia del mexicano. De estar en los últimos puestos de la clasificación, el Tenerife fue uno de los mejores equipos de la segunda mitad de la campaña y se quedó muy cerca de colarse a playoffs.
“Su camino y el mío se encontraron. Ambos nos ayudamos: me cambió mi equipo y reventó la liga. Siempre hacía más que todos, se quedaba entrenando tiempo extra. Tenía claro a dónde quería llegar. Muy poca gente creía que lo lograría. Yo era de los que lo defendía. Muchas veces le dije que tenía su futuro en las manos. Tuve la oportunidad de ir a verlo a Phoenix y se lo dije: ‘te lo marcaste y lo conseguiste’. Dios le dio esas virtudes, pero él ha trabajado muchísimo y también ha tenido suerte porque salir de un rancho para estar entre los mejores son circunstancias que muy pocas veces se dan en la vida”, comenta.
El entrenador destaca que con todo y que Gustavo Ayón tiene la elasticidad del brazo izquierdo reducida al mínimo –a consecuencia de la fractura que sufrió en la niñez–, el defecto en el codo no lo limita y más bien lo supera con muchas otras cualidades. Explica que por eso con frecuencia usa una codera que lo protege.
En la temporada 2010-11 Gustavo Ayón se consagró en el Fuenlabrada. El club se volvió dependiente de su juego. Se ganó un puesto como titular por sus tapones espectaculares, enorme capacidad atlética y potencia de salto.
En duelas de EU
En junio de 2011, Ayón estuvo en el campamento de verano de la NBA. Ya tenía un pie puesto en la liga, pero la amenaza de un paro laboral empañaba el panorama. En julio se fue a pasar las vacaciones a Zapotán. Como siempre, salió a andar a caballo con su papá. Se dio tiempo para donar el material con el que se repavimentó el atrio de la Iglesia de San Francisco de Asís, donde a los nueve años hizo su primera comunión, y quedó lista para la fiesta del santo patrono que se festejó el 4 de octubre.
El presidente municipal en turno le organizó un homenaje por su éxito deportivo en el que su amigo de la infancia Hugo Suárez aprovechó su condición de juez auxiliar, una especie de representante de los ejidatarios, comuneros y avecindados de Zapotán ante el ayuntamiento, para proponer que a la calle principal del rancho se le cambie el nombre de Lázaro Cárdenas por el de Gustavo Ayón.
“Junté más de 100 firmas. Ya fue aprobada mi propuesta por el cabildo, pero que no se ha hecho el cambio”, explica Suárez con quien de niño Gustavo jugaba “a las pistolas” y siempre derrotaba en los duelos de canicas.
En la pared de su tienda de abarrotes, Suárez colgó un pendón con la foto de Gustavo que “se robó” del ayuntamiento y que luego el jugador autografió como si siguiera siendo el “muchacho altote” que se subía a los camiones con el cuello doblado y se sentaba de lado porque las piernas no le cabían entre los asientos.
Carlos Ayón, se pone contento de saber que la calle donde siempre ha vivido llevará el nombre de su hijo, pero más le entusiasma pensar que aprovechando el detalle, por fin los del municipio pongan la nomenclatura en todo el pueblo para que las direcciones de los zapotanenses dejen de ser domicilio conocido.
A unos metros del negocio de los Suárez, al paso de los papás de Gustavo un hombre balbucea algo que no se entiende. “Ese es El Nécura, bueno, así le dicen, pero se llama Inés”, aclara el señor Ayón. El sujeto levanta con emoción su brazo izquierdo y con el índice de la otra mano apunta al reloj de extensible negro que se abraza a su muñeca. “Es que ese reloj se lo regaló Gustavo ‘ora que vino y desde entonces anda contento. A todo el que pasa le enseña y le hace así porque no puede hablar bien, está un poquito malito, como dicen le falta un 20 pa’l peso”.
Cuando en agosto pasado Gustavo partió de Zapotán, llevó una maleta pequeña. Le dijo a su mamá que en esta ocasión no empacaría mucha ropa. “Estaba seguro que se vendría pronto”, dice María. Con todo y que el paro laboral en la NBA ya había iniciado, el mexicano confiaba en que se resolvería pronto.
El 20 de diciembre de 2011, tres semanas después de que terminó el paro laboral, se anunció la contratación de Gustavo Ayón con Nueva Orleáns. A través de una carta se despidió de los aficionados del Fuenlabrada, equipo al que el mexicano se fue debiéndole 1.5 millones de dólares por la rescisión del contrato aún vigente.
Tres días después fue presentado con el equipo del entrenador Monty Williams. Le asignaron el dorsal 15. No pudo quedarse con el 14, su favorito (representa su fecha de nacimiento, 1 de abril), porque pertenece al delantero de poder Jason Smith.
El domingo 1 de enero, el jugador nayarita de 26 años debutó en el partido contra los Kings de Sacramento. Su hermana Imelda estuvo en las gradas de la arena del equipo californiano. La suerte quiso que sus primeros pasos en las duelas de la NBA Gustavo los diera en una ciudad cercana a San Francisco, lugar al que emigró su parienta y con quien nunca imaginó que pasaría el Año Nuevo.
Los padres de Gustavo no han podido viajar a Estados Unidos para ver jugar a su hijo porque la visa de María está vencida y don Carlos nunca ha tramitado una para él. Tuvieron que contratar un sistema de televisión restringida y el paquete de partidos de la temporada para poder seguirlo.
“Hará unos cuatro años que se ve bien la televisión aquí. Cuando mis hijos estaban chiquillos teníamos una televisioncilla con una antena con la que peleaba uno para que se viera la imagen. Ahorita ya tenemos Sky y, por lo pronto, desde aquí lo apoyamos”, dice María.
No hay comentarios:
Publicar un comentario