Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

viernes, 22 de abril de 2011

TEORIA DE LA RELATIVIDAD MILITAR- NI PAZ NI GUERRA TODO LO CONTRARIO SEMANA SANTA

Astillero
Teoría de la relatividad militar
Ni paz ni guerra: todo lo contrario
Estado exprés de excepción
Fallido manejo del caso San Fernando
Julio Hernández López
Pocas veces han sido los diputados federales tan oportunos y sugerentes como en estas vísperas de sublimación teologal. Párrafos henchidos de filosofía profunda y letras cargadas de mensajes pedagógicos para las masas descarriadas (aunque bien claritos, reveladores, para los ánimos de control belicista unipersonal que alberga el felipismo demostradamente espirituoso, es decir, vivo, animoso, con mucho espíritu, según una de las dos acepciones del término).
Léase, por ejemplo, una de las joyas del pensamiento legislativo mexicano al servicio del uso discrecional del Ejército y la Marina, por parte del piadoso y sereno Felipe Primero (Por el bien de Los Pinos, primero las armas: 40 mil casos lo confirman), todo aderezado con comentarios astillados, casi de pila de agua bendita, colocados entre paréntesis nomás por la irrefrenable vocación latosa del tecleador semanasantero: “La paz debe interpretarse como estado contrario a la guerra (de otra manera se entraría en un caos cósmico, pues se confundiría lo seco con lo húmedo, y las balaceras con la quietud monacal, por usar ejemplos propios de la cotidianidad patria), pero no como estado exento de conflictos o alteraciones diversas de mayor o menor peligro (en Oaxaca y Atenco se vivió largamente la paz, incluso cuando las fuerzas federales, a cargo de Ardelio Vargas Fosado, arremetieron contra pobladores en protesta, Ardelio que presidió la comisión de defensa nacional de San Lázaro antes de irse como secretario de seguridad pública a Puebla: en realidad, los conflictos o alteraciones diversas, y su consecuente represión gubernamental, son excepciones que confirman las reglas: garrote y balas para fortalecer la paz)”.
Continúan los iluminados de San Lázaro: “La Constitución no señala expresamente que existen diversos ‘niveles o grados’ de paz (chin: constituyentes tan chafas que no metieron en cada artículo una descripción detallada de las variantes de cada máxima genérica, por ejemplo: el número de muertos y de ciudades dominadas por el narco, para poder entender que ya no hay paz), por lo que no se debe interpretar este concepto en ‘blanco y negro’. Existen las más variadas gamas de grises: la paz en todo lugar y momento es relativa”.
La teoría de la relatividad militar y la postulación del gris como el paraíso cromático provienen de una preocupante y vergonzosa pretensión de colar en semana de Pascua una minuta de comisiones de diputados que, en respuesta al primer impulso dado por los senadores al tema, y con el militante interés militar de Los Pinos detrás de todo, otorgue al jefe máximo de la campaña castrense en curso, el comandante Calderón, la posibilidad de utilizar por sus pistolas a las fuerzas armadas en los momentos en que a su puritito juicio (o en ausencia de él) así lo considere necesario, condicionada la detonación de las operaciones militares a la valoración de lo relativo, a la visión pinolera de los grises que significarán guerra o paz.
Cheque fragoroso en blanco al explosivo ocupante actual del mando institucional superior, según la oportuna nota de Enrique Méndez publicada en La Jornada este miércoles. De aprobarse la mencionada minuta, el comandante de la indumentaria holgada estaría en condiciones de instaurar el estado de excepción sin necesidad de declararlo, e incluso negándolo o diluyéndolo mediante las interpretaciones mendaces de lo relativo y los grises.
Bastaría con que a juicio del general de cinco estrellas se estuviera en presencia de situaciones que hubieran quebrantado la tranquilidad y el orden sociales, es decir, que constituyan una afectación a la seguridad interior para que, manteniendo la paz, es decir, la ausencia de guerra, o los grises, el comandante Calderón tome medidas extraordinarias sin consultarlas con nadie, ni congreso ni sociedad. De aprobarse esa pretensión, hoy mismo podría actuar militarmente, conforme al estado de ánimo con que amaneciera o anocheciera, en varias entidades (Tamaulipas, Chihuahua, Michoacán, por citar casos notables), al amparo de la teoría castrense de la relatividad a conveniencia.
Gracias, distinguidos miembros de las comisiones de Gobernación, Derechos Humanos y Defensa Nacional del convento conceptual de San Lázaro, pues gracias a sus esfuerzos de travestismo redaccional se está en una antesala procesal de establecimiento del felipescamente soñado imperio de lo militar por encima de todas las cosas, el reino de las armas en el cielo, la tierra y todo lugar, la declaración formal de que en este México de calvario cotidiano nada será verdad ni será mentira, pues todo dependerá del cañón y la mirilla (y, sin embargo... no pasará tal minuta).
Astillas
El manejo oficial de la tragedia de San Fernando demuestra la cortedad de miras de los gobiernos estatal y federal, la creencia de que mediante arrestos y boletines de las procuradurías se puede asentar la percepción de que algo se está haciendo, la incapacidad sustancial de abordar esa desgracia como una parte de un todo que debe erradicarse y no como un asunto de burocracia forense y papeleo ministerial... Sólo con un cinismo extremo o con una pérdida absoluta de las dimensiones y las responsabilidades es posible pretender el abordamiento de los temas de las narcofosas y de los continuos secuestros de pasajeros en autobuses como asuntos aritméticos, informando puntualmente de las sumas macabras, sin poder ni siquiera establecer, cuando menos por pose necesaria, por imagen obligada, una red de apariencias que hagan creer que el tal Estado recupera cierta capacidad de garantizar seguridad a la población... Y, mientras las elites partidistas dominantes del Senado cierran filas para negar importancia a la inundación y los desperfectos del edificio inteligente que como imprudente regalo se dieron frente a un pueblo empobrecido, ¡hasta mañana, en esta columna que come tlayudas y mole negro, entre otras ricuras!
Semana Santa
Adolfo Sánchez Rebolledo
En esta Semana Santa las informaciones nos traen dos noticias sobre las cuales vale la pena reflexionar sin orden de prelación. Una es la negativa de la Secretaría de Gobernacióón a imponerle sanciones al sacerdote Valdemar Romero, no obstante que el IFE halló evidencias de que había violado varias disposiciones legales. La otra se refiere al viaje del presidente Calderón al Vaticano para asistir a la beatificacióón de Juan Pablo II, el Papa que los católicos mexicanos en un exceso de celo apropiatorio llegaron a llamar el Papa mexicano, aludiendo a la frecuencia de sus viajes y a los multitudinarios como calurosos recibimientos que se le brindaron desde que por vez primera pisara estas tierras, visitas que se tornaron relevantes, luego, en el proceso de normalización y reformas que actualizara, por así decir, las relaciones entre la Iglesia católica y el Estado en plena efervescencia del mal llamado liberalismo social.
Los cambios introducidos en el artículo 130 constitucional modernizaron las disposiciones que fijaban en el tiempo situaciones ya superadas, pero quedó en pie, a pesar de todo, la regla de oro forjada con dolor y sangre en el curso de la historia mexicana: la obligada separación entre Iglesia y Estado, la defensa del Estado laico como garantía absoluta de la libertad de creencias que asegura la convivencia civilizada, moderna, de la sociedad. Para la jerarquía eclesiástica que desde la Reforma se opuso al laicismo como un peligroso enemigo, las modificaciones de los años noventa representaron, con todo, una victoria que de inmediato se tradujo en nuevos y más importantes requerimientos en materias claves como la educación pública, los medios masivos de comunicación y, en definitiva, en el acceso a nuevos espacios de la vida pública que la secularización de la sociedad le había arrebatado.
Ya no se trataba de presentarse como la iglesia del silencio a la que aludía Juan Pablo al compararla con la de su Polonia natal, pero las exigencias prosiguieron sin que necesariamente cambiara el discurso victimista legado por el conflicto religioso que sacudió a la nación al comenzar la institucionalización de la Revolución Mexicana. Como no podía ser menos, la Iglesia católica mexicana también recibió el influjo de las grandes corrientes renovadoras que pedían cambios en el funcionamiento de la institución, pero sobre todo en la actitud de los cristianos ante la pobreza y la injusticia, a los que –y eso es motivo de otro análisis– los sectores conservadores, con el papa Juan Pablo II a la cabeza, se opusieron sin concesiones. Con todo, para ajustarse a las cambiantes condiciones del mundo, la Iglesia revaloró el laicismo como una premisa compatible, incluso necesaria para la realización de su propio cometido espiritual, pero reinterpretó sus contenidos para afirmar concepciones muy diferentes a los que históricamente el término fue precisando. El asunto ya no es, por ejemplo, que el Estado laico cuide el ejercicio de la libertad de creencias, sino de impulsar la libertad religiosa como un derecho no sujeto a regulación alguna.
El clero aspira, no a la neutralidad del Estado ante el hecho religioso como un asunto perteneciente a la esfera privada de los individuos, sino que reclama la promoción de sus propios valores como principios universales por encima de las leyes y el Estado. Es sobre esa visión particular del laicismo y el Estado laico que se cuelan las conductas irremediablemente contradictorias con el espíritu y la letra de la Constitución que son tan frecuentes desde que el Partido Acción Nacional ganara la presidencia de la República. (No es por molestar a los lectores que descansan leyendo el periódico en sus lugares de descanso que recuerdo a Fox y doña Martha durante alguna visita papal.) Ahora Felipe Calderón dice que va a la beatificación de Juan Pablo por no caer en la descortesía de rechazar la invitación, cuando es obvio que se trata de un acto religioso al que asistirá como jefe de Estado y no como el católico practicante cuyas creencias la Constitucióón protege. En fin, menudencias como éstas debieran hacernos pensar qué hay detrás de la iniciativa de algunos panistas para incorporar el concepto laico al texto constitucional, sin antes agotar la reflexión acerca de sus posibles sentidos. Es lamentable que por la vía de la complacencia, la Secretaría de Gobernación se haga a un lado en cuanto se trata de aplicar la ley a los ministros del culto que, en nombre de la libertad de expresión, intervienen en asuntos que la Constitución les prohíbe y que lo haga no obstante las resoluciones de los tribunales, en este caso del TEPJF, o las emitidas por instancias como el IFE. Pero ésa es la realidad de un Estado frágil, acorralado por los poderes fácticos, casado con sus fabulaciones y, en última instancia, comprometido con un sueño de poder que contradice la historia de los mexicanos por su libertad y emancipación. Felices vacaciones.

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