Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

jueves, 26 de abril de 2012

El triunfo de la extrema derecha en Francia- La crisis capitalista y sus repercusiones políticas- Análisis estratégico para el desarrollo

El triunfo de la extrema derecha en Francia
Soledad Loaeza
 
        Desde que se dieron a conocer los resultados de la elección presidencial en Francia el domingo pasado por la noche, quedó claro que el triunfo no había sido para el candidato del Partido Socialista, Francois Hollande, quien obtuvo el primer lugar con 29 por ciento del voto, sino para Marine Le Pen, candidata del Frente Nacional. Para sorpresa general alcanzó 19 por ciento del voto, y quedó como tercera fuerza en el escenario político nacional, por debajo del 27 por ciento del presidente en funciones, Nicolas Sarkozy, pero muy por delante del 11 por ciento del Frente de Izquierda, del que se esperaba más. El resultado de la segunda vuelta de la elección presidencial, que tendrá lugar el 6 de mayo, depende del FN y de lo que vayan a hacer sus electores. Pertenecen a la misma familia ideológica que la Unión por un Movimiento Popular, partido de Sarkozy, pero no hay ninguna certeza de que le transfieran su voto. Marine Le Pen advirtió hace tiempo que su objetivo era derrotar al actual presidente y provocar la implosión de su partido, segura de que muchos de sus fragmentos irán a parar al FN, que entonces se convertiría en el partido de derecha del espectro político francés.
El alto porcentaje de votos por el FN fue inesperado a pesar de que se sabía que sus temas tienen un elevado potencial de movilización, y que la inmigración y la defensa de la identidad nacional pesan en el corazón de una proporción importante de franceses que se sienten amenazados por una población inmigrante proveniente sobre todo del norte de África. El propio Sarkozy reconoció la fuerza de atracción de estos temas, hizo a un lado la economía, y los puso en el centro de su campaña junto con el tema de la seguridad, confiado también en que podría arrebatar electores al FN.
No obstante, el ascenso de Marine Le Pen no se explica únicamente por su llamado a las inseguridades que provoca la transición a una sociedad multicultural; tampoco significa que la xenofobia en Francia se haya agravado, sino que parece ser el producto de un hábil cambio de estrategia diseñado por la presidenta del FN, cuyo objetivo central era poner fin a la demonización de su partido, convertirlo en una organización normal, que dejara de ser identificada como una agrupación de colaboracionistas, de neonazis y de golpeadores. Es decir, Marine Le Pen ha sabido ir mucho más allá del partido que fundó su padre –Jean Marie Le Pen– en 1972, cuyo tema fundamental, si no es que el único, eran los inmigrantes y el rechazo a la presencia creciente del Islam en Francia. Ahora el FN se presenta orgullosamente como un partido antisistema, un partido antielitista –que en la mejor tradición populista contrasta con la imagen de Sarkozy como un presidente de los ricos–, que se opone a la presencia de los inmigrantes en defensa de los valores republicanos, véase del laicismo, y que predica el cierre de fronteras, el abandono del euro y el rechazo a la política de austeridad del actual gobierno en nombre de la identidad y de la soberanía francesas frente a Bruselas. Hoy el FN ofrece un populismo new look, dice el periódico Libération, pero esta nueva apariencia no ha alterado el fondo insidioso, profundamente xenófobo, que lo caracteriza. Si de veras llegara a sustituir a la derecha clásica como la que representa el UMP, el potencial de polarización que subyace en el FN alteraría la configuración de las fuerzas políticas en Francia, avivaría la fractura ideológica de la sociedad y minaría la disposición de partidos, asociaciones y grupos diversos a la negociación y al acuerdo.
Marine Le Pen presume que el FN es la verdadera y única oposición antiliberal que existe en Francia hoy en día; por lo visto ha decidido ignorar al Frente de Izquierdas de Jean Luc Mélenchon, que también se presenta como un partido antisistema y cuyas críticas al gobierno son muy similares a las del FN. Esta coincidencia podría indicar que al antisarkozismo no es de derecha ni de izquierda, sino que expresa el disgusto de muchos con las transformaciones que ha experimentado Francia desde los años 80, las cuales encarna el presidente. Su gobierno no ha cerrado la brecha que lo separa de los pobres y los desempleados; allí nació el impulso opositor que ha colocado al presidente a un paso de la derrota. En cambio, el mensaje de Marine Le Pen y del FN ha resonado con mucha fuerza entre los jóvenes, entre inmigrantes de segunda y tercera generación y, sobre todo, entre los abstencionistas que emitieron un voto de protesta contra un mundo político para el que no existen, de ahí que el FN los llame los invisibles.
El UMP enfrenta hoy un dilema difícil: necesita los votos de los lepenistas, pero para obtenerlos tendría que adoptar las posiciones radicales de este electorado; de hacerlo podría perder a los votantes centristas, que entonces darían su voto al Partido Socialista. Adicionalmente, el electorado del FN es profundamente antieuropeo y, por consiguiente, contrario a algunos de los presupuestos centrales del gobierno de Sarkozy, además de que en la coyuntura actual es una insensatez pretender anular la dimensión internacional de sus responsabilidades.
Mucho se ha dicho que la segunda vuelta de la elección presidencial francesa se desarrollará bajo la sombra de Marine Le Pen, pero ocurrirá algo más que eso, porque la victoria del partido que recupere los votos del FN estará ensombrecida por el hecho de que de todos modos la extrema derecha ya ganó.
Las encuestas no se equivocaron. La primera vuelta de la elección presidencial francesa fue un estentóreo rechazo a Nicolás Sarkozy y a sus políticas; fue también una protesta implícita al eclipse de Francia de los escenarios internacionales, al ensimismamiento al que la ha llevado el proceso europeo, y ahora la crisis. Los franceses no estaban acostumbrados a una política exterior a la zaga de las iniciativas alemanas.
¿Lecciones para nuestra elección en julio?
Ramírez Acuña-Magú

La crisis capitalista y sus repercusiones políticas
Ángel Guerra Cabrera/I
 
      La honda crisis de la economía capitalista mundial no da tregua y amenaza con adentrarse en la temida depresión, aunque hay autores que ya la ven en esa fase. En todo caso, estamos ante mucho más que una crisis estructural del capitalismo. Se trata de una crisis civilizatoria que exige transformar raigalmente los patrones culturales y el sistema de producción y consumo como única forma de preservar la vida de nuestra especie. Ya el capitalismo amenazó arrasar con la civilización en los terribles años de guerra general entre 1914 y 1945, agravados por la Gran Depresión de 1929 y culminados con el genocidio de Hiroshima y Nagasaki. Quién sabe en qué tragedia mayor habría concluido aquel drama si no es por la derrota infligida al nazismo por el Ejército Rojo.
El trastorno actual se inició en 1973, cuando el presidente Richard Nixon atajó el deslizamiento de la economía estadunidense hacia el abismo, provocado por los gastos de la guerra de Vietnam, el aumento de los precios del petróleo y el declive en la tasa de ganancia. Unilateral y dictatorialmente desligó el dólar –moneda de cambio internacional– del patrón oro y lo puso a flotar. Vulneraba así, en provecho de los capitales yanquis y en detrimento de los demás países –sobre todo los pobres–, los acuerdos de Bretton Woods, que pautaron las reglas de la economía internacional bajo la batuta de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial.
A partir de entonces, Washington emprendió una demencial vorágine de impresión de dólares e instrumentos de deuda sin respaldo productivo, con los que inundó los circuitos financieros globales de moneda devaluada y ha llevado a cabo la estafa más grande de la historia de la humanidad. La especulación financiera pasó a ocupar un lugar mucho más relevante que la producción y el comercio en la circulación monetaria y reforzó las políticas neoliberales, experimentadas en Chile bajo la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), elevadas a la categoría de dogma de fe mundial por los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher (1979-1990).
Son esas políticas generalizadas de achicamiento del Estado, contención salarial, desmantelamiento de las conquistas de los trabajadores, circulación libre de de capitales pero no de fuerza de trabajo, privatización del patrimonio público, socialización de las pérdidas de las corporaciones, especulación hasta con los alimentos, inclemente degradación ambiental e inicio de un nuevo ciclo de guerras coloniales (Afganistán, Irak, Libia) las que han conducido a la debacle económica manifestada abiertamente a partir del estallido de la burbuja inmobiliaria en Wall Street (2008).
Citada por pocos autores, otra causa fundamental, en el orden geopolítico, de la descomunal ofensiva internacional del capital contra los trabajadores y pueblos oprimidos fue el derrumbe de la Unión Soviética y demás países del experimento socialista del este de Europa, empujado sí por gravísimos errores y desviaciones de sus partidos dirigentes, pero portador de valiosas experiencias en la liberación humana y factor de equilibrio hasta ese momento en la balanza internacional de poder. La arremetida capitalista fue favorecida por los traumas subjetivos que provocó la inesperada catástrofe, ahondados por una vulgar campaña antisocialista que dura hasta hoy y la deserción hacia las filas del liberalismo económico –apenas sin excepción– de las cúpulas socialdemócratas europeas y partidos asociados en otras latitudes, así como de muchos intelectuales. Mientras, un número considerable de los partidos políticos y grupos de orientación marxista y socialista han tardado en sobreponerse a la conmoción y dar una correcta lectura a la nueva realidad.
En 2010 irrumpió en Europa la llamada crisis de la deuda soberana con graves consecuencias sociales, acentuadas por el ultraliberalismo de la señora Angela Merkel. España ha entrado de nuevo en recesión y se vaticina la rápida caída de la importancia, el tamaño de su economía y su quiebra no lejana dadas la fragilidad de sus bancos y las extremas medidas de ajuste ordenadas por Berlín, cumplidas al pie de la letra por el hidalgo Mariano Rajoy. De ser así arrastrará consigo a la Unión Europea, le pegará a Estados Unidos, que padece esencialmente los mismos problemas, solapados por la suicida inyección de liquidez, y es, en fin de cuentas, el mayor responsable de la crisis. Pero impactará mundialmente, aunque hay luz al final del túnel.
Análisis estratégico para el desarrollo
Orlando Delgado Selley
 
      En la última reunión conjunta del Banco Mundial (BM) y el FMI se dio a conocer el crecimiento logrado por diferentes países el año pasado. Esta información confirmó que Brasil es la sexta economía del mundo, sólo superada por Estados Unidos, China, Japón, Alemania y Gran Bretaña. Se trata ya de uno de los casos exitosos en el desarrollo mundial: la economía brasilera aprovechó el auge previo a la crisis actual, logrando tasas de crecimiento altas y en la propia crisis evitó la recesión con políticas contra cíclicas que resultaron eficaces.
México, en cambio, fue descrito por el BM como un país bien portado, pero con un crecimiento mediocre. Su posición mundial está en la segunda fila, no es –y casi nadie piensa que será– un protagonista mundial. La mayor parte de los mexicanos pensamos, como lo ha documentado el último Informe Latinobarómetro, que somos un país estancado o en retroceso. Podría pensarse que estamos en esta situación, porque no sabemos lo que hay que hacer. En realidad, el diagnóstico sobre nuestras fallas está hecho. Lo que hace falta es lograr un acuerdo nacional que permita superarlas, rencaminando nuestra ruta hacia un desarrollo sostenido y, lo que es fundamental, equitativo.
La semana pasada un amplio grupo de grupo de profesores de distintas universidades del país, públicas y privadas, que se ha planteado formular un sistema integral de propuestas de políticas públicas capaces de superar el pobre desempeño de la economía nacional, presentó el resultado de su trabajo. A partir de la constitución de un Consejo Nacional de Universitarios por una Nueva Estrategia para el Desarrollo, se llevaron a cabo en 2011 varias mesas de trabajo centradas en los grandes temas económicos, políticos y sociales. En ellas se presentaron estudios específicos, los que fueron discutidos por pares académicos.
Los materiales se relaboraron y ahora se presentan con el propósito de contribuir a la formación de una conciencia ciudadana que se proponga expresamente una nueva estrategia de desarrollo. Este esfuerzo analítico y propositivo, disponible en consejonacionaldeuniversitarios, ha producido 18 volúmenes que, bajo la denominación general de análisis estratégico para el desarrollo, desmenuza cuidadosamente los grandes problemas nacionales, formulando cambios institucionales que permitan modificar el sentido de la acción gubernamental en beneficio de la nación.
Algunos volúmenes están centrados en aspectos cruciales de la economía global: la crisis económica mundial y el futuro de la globalización, en las estrategias exitosas de Argentina, Brasil, China, Corea del Sur, India y Japón y en la crisis energética mundial y el futuro de la energía en nuestro país. Se estudia detalladamente en otros la problemática económica, arrancando con un libro dedicado a los mercados y la inserción de México en el mundo, para después concentrar la atención en las políticas macroeconómicas para el desarrollo sustentable ocupándose de la política de banca central, la responsabilidad de la hacienda pública, la política cambiaria y los requerimientos macroeconómicos para un desarrollo sostenido y con equidad.
Un análisis de particular relevancia, a contracorriente de la ortodoxia gubernamental de los últimos cinco gobiernos, formula un conjunto de propuestas para una nueva estrategia de industrialización. En otro de los materiales de este análisis estratégico para el desarrollo se presentan propuestas decisivas para que en México haya un desarrollo con equidad basado en empleos dignos y en una política salarial para el bienestar y el desarrollo.
En estos tiempos marcados por la contienda electoral por la Presidencia de la República estas propuestas podrían servir para elevar el nivel del debate político. Un debate en el que el centro esté en lo que hace falta hacer, en las decisiones públicas que es indispensable tomar para que salgamos de la mediocridad económica y de la desesperanza social en la que estamos colocando en el centro la manera de superar los grandes problemas nacionales.

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