Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

jueves, 25 de abril de 2013

El enemigo interno- Contraofensiva estratégica chavista- Dos políticas: diferentes resultados- FMI: notas de lectura

El enemigo interno

Soledad Loaeza
 
Todavía no se han encontrado evidencias firmes de la motivación de Tamerlan Tsarnaev que lo llevó a montar el atentado contra los maratonistas de Boston que costó la vida a cuatro personas y mutiló o hirió a 170 más. Hasta ahora no hay una sola pista que vincule a Tsarnaev, y menos todavía a su hermano menor, Dzhokhar, con organizaciones radicales nacionalistas o islamistas que hubieran podido organizar el ataque. Hay muchas interpretaciones y poco a poco se va formando la conclusión de que se trató de una acción individual, aunque sus consecuencias sobre la sociedad serán con seguridad amplias. Es muy importante identificar los porqués de la acción de los Tsarnaev. Mientras no haya claridad al respecto, seguirán las especulaciones, muchas de ellas descabelladas; no obstante, aun cuando lo sean pueden influir sobre dos temas muy delicados que en este momento ocupan el debate político en Estados Unidos: el control de armas y la migración.
 
Lo ocurrido en Boston removió uno de los temores atávicos que subyacen en la cultura estadunidense, el miedo al enemigo emboscado que se ha infiltrado en la comunidad, que se ha ganado su confianza, que ha simulado formar parte de ella, pero que en realidad se propone destruirla. Para un país que por décadas pretendió darle la espalda al mundo, el enemigo interno llegó ser más temible y amenazante que cualquier fuerza que proviniera del exterior. Para ilustrar la fuerza de este miedo difuso no hay más que recordar la quema de brujas en Salem en el siglo XVII, o la ferocidad de la campaña anticomunista que desencadenó el senador Joe MacCarthy entre 1950 y 1953, que focalizó y dio una identidad a ese miedo. De ahí la eficacia de su ofensiva contra los supuestos comunistas en el Departamento de Estado o en el mundo del cine y de las artes. Una desconfianza y un temor similares se han instalado ahora contra los musulmanes, de quienes se piensa desde el 11 de septiembre de 2001 que son todos potenciales terroristas. Pero igual puede extenderse a cualquier otro grupo o persona que sea diferente: antes eran los afroamericanos, ahora pueden ser los indocumentados mexicanos. La importancia de entender a los Tsarnaev reside en que sólo una explicación más o menos convincente de su comportamiento puede contrarrestar el efecto corrosivo del miedo y prevenir el surgimiento de actitudes hostiles frente a los inmigrantes o favorables a que los ciudadanos se sigan armando.

Día con día se confirma la impresión de que los Tsarnaev actuaron en forma solitaria, luego de que Tamerlan experimentó un proceso individual de radicalización que se expresó inicialmente en una religiosidad más intensa. Según sus parientes se volvió más intolerante frente a cualquier violación de las normas religiosas, a interpretaciones demasiado libres del Islam; había dejado de beber y cumplía escrupulosamente con sus deberes religiosos, aunque iba poco a la mezquita. Piensan que es probable que no asistiera de manera regular porque no le gustaba el estilo del imán, que era, a su manera de ver, demasiado liberal.
 
Además de que no se han encontrado vínculos entre Tsarnaev y alguna organización terrorista, creo que el tipo de bomba que hizo estallar sugiere que no tuvo más apoyo que sus propios y muy limitados recursos, porque es tan primitiva una bomba manufacturada con una olla exprés, tuercas y baleros –no por eso menos letal que otras más sofisticadas–, que cuesta trabajo pensar que haya sido construida por una organización más o menos compleja, que dispone de expertos en explosivos, material y otro tipo de instrumentos y armas de ataque. Es aterrador que un solo individuo –o dos, si se quiere– sea capaz de infligir tanto daño con artefactos de la vida diaria que, en principio, son inofensivos. También causa una enorme inquietud saber que su objetivo era causar el mayor daño posible a personas inocentes, a las que, sin embargo, estuvo dispuesto a sacrificar por una causa que apenas adivinamos, porque tampoco hay ningún rastro de documento o declaración con los que Tsarnaev exponga los motivos de su acción. En estas condiciones habrá que buscar conformarse con lo que podrían ser las causas generales de su comportamiento.
 
Desde la perspectiva amplia de la sociedad estadunidense, Tamerlan Tsarnaev aparece como un individuo que después de haber vivido diez años en su nuevo país, no había logrado integrarse a la comunidad que lo acogió cuando llegó adolescente de Kirguistán en el Cáucaso. Pese a haber formado una familia, todo indica que nunca realmente olvidó sus orígenes, sino que estaba parado en dos mundos cuya reconciliación era imposible, en la medida en que el islamismo es una temible amenaza y uno de los principales enemigos de Estados Unidos. Esta percepción es una fuente de tensiones en el interior de ese país, donde es creciente el número de musulmanes, y para muchos son ellos el enemigo interno al que hay que combatir. Es posible que ese irresoluble antagonismo haya sido un poderoso obstáculo a la integración de Tsarnaev, porque agudizaba el conflicto de lealtades que oponía su pertenencia, por una parte, a la comunidad chechena y, por la otra, a Estados Unidos.
 
El ataque terrorista en Boston decidirá el destino de las dos propuestas legislativas más importantes del presidente Obama, aunque no fuera su intención hacer fracasar la amnistía para millones de inmigrantes hoy indocumentados, o limitar el uso de armamento por parte de particulares. Sin embargo, si las iniciativas se miran a la luz del miedo, estarán destinadas al fracaso.
 
Contraofensiva estratégica chavista

Ángel Guerra Cabrera
 
El chavismo ha mostrado otra vez su potente músculo revolucionario con el fulminante izquierdazo propinado al plan golpista activado por Washington después de la elección presidencial. Así lo evidencia el parón dado por el presidente Nicolás Maduro al intento de Capriles Radonsky de realizar una marcha opositora al centro de Caracas, con la que –denunció– pretendía repetir el sangriento expediente golpista del 11 de abril de 2002, a la vez que lo responsabilizó por los muertos y heridos causados con el llamado a sus partidarios a descargar la arrechera en la calles. De igual modo, la rápida actuación de la fiscalía que ha abierto 161 investigaciones a los grupos de choque fascistas protagonistas de esos crímenes y del asalto o quema de instalaciones emblemáticas de los programas sociales bolivarianos. Ha sido atronador el silencio de los medios de derecha sobre la violencia fascista.
 
En todo caso, la contrarrevolución tuvo que meter la cola entre las patas muy pocos días después de su pretensión de incendiar el país con apoyo de una feroz campaña internacional de esos mismos medios. En una Caracas en calma, Maduro, con pleno respaldo de Unasur a su trasparente victoria electoral y arropado en un mar de pueblo, tomó posesión como presidente constitucional con la presencia de 17 jefes de Estado y gobierno y delegaciones de 61 países.

Antes y después de ese acto el presidente ha adoptado importantes medidas para solucionar problemas que afectan a la población, como la declaración de emergencia eléctrica y la entrega a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana de la seguridad del sistema eléctrico. Se acabó la impunidad de los sabotajes al vital servicio, causantes de los molestos y costosos apagones. Los órganos competentes ya han detenido a algunos empleados de la estatal Corpoelec y varios gerentes han sido destituidos. Además, se pondrá en marcha la Gran Misión Eléctrica Venezuela, una iniciativa del comandante Hugo Chávez para articular en el largo plazo la plena integración de esta industria en la construcción del socialismo bolivariano.
Esa decisión, junto a otras recientes de Maduro ponen de relieve el vigoroso contrataque chavista para liquidar el conato opositor poselectoral sin disparar un tiro ni aplicar a los inconformes la brutal represión habitual en muchos otros países. Pero más importante aún ha sido la trasformación evidente del contrataque en contraofensiva estratégica pues para gobernar hay que poner a la contrarrevolución a la defensiva. Maduro ha mostrado la voluntad de profundizar la revolución con audacia y energía pero con la serenidad de quien se sabe asistido de la razón y apoyado sólidamente por una masa combativa y disciplinada.
El odio y el desprecio al pueblo generó violencia y muerte. Hace una semana derrotamos el golpe de Estado con firmeza y el amor al pueblo, escribió el sucesor de Chávez en su cuenta de Twitter. El presidente renovó una parte del consejo de ministros en el que inyectó sangre de hombre y mujeres jóvenes probados ya en anteriores responsabilidades. Anunció que practicará un gobierno de calle y en una reunión con los 20 gobernadores revolucionarios expresó una clara voluntad de atacar errores y problemas: Vamos a una rectificación a fondo, retomar las tres R con fuerza: revisión, rectificación y reimpulso. Tres R históricas lanzadas por el comandante Chávez en 2007. Y las otras tres R lanzadas en 2009, que son la repolitización, la repolarización y la reunificación, que significan repolitizar.
Capriles exigió el conteo voto a voto –que no se le concedió– con el propósito de engañar a sus seguidores y a las audiencias mediáticas y crear desestabilización pues su equipo de campaña posee las actas igual que el chavista. Probablemente no aceptará el resultado de la auditoría adicional de 46 por ciento de las mesas electorales dispuesta por el Consejo Nacional Electoral (CNE) para contribuir a la paz social ya que de antemano sabe que es imposible que cambien los datos oficiales. Pero no podrá arrebatar la iniciativa al chavismo aunque Estados Unidos lo apoye en solitario. Hasta Insulza se vio forzado a dar marcha atrás a la solicitud de reconteo cuando la aplastante mayoría de miembros de la OEA reconoció la victoria de Maduro. Este ha dado una lección de refinada diplomacia al imperio al designar un encargado de negocios en Washington mientras con pericia indudable lidera la contraofensiva.
Twitter: aguerraguerra
 
Dos políticas: diferentes resultados

Orlando Delgado Selley
Tras la decisión electoral que eligió a Shinzo Abe en Japón muchas cosas están cambiando en ese país. Ha habido un importante cambio de sentido de la política monetaria del banco central japonés. Otra novedad trascendente es el fin de cinco años de apreciación del yen, observándose una devaluación frente al dólar cercana a 25 por ciento. Esta corrección cambiaria está permitiendo que una industria competitiva aproveche la ventaja que se le ofrece y amplíe sus mercados de exportación. Naturalmente las empresas están mejorando sus niveles de rentabilidad y la economía en su conjunto podría estar creciendo muy por encima de lo esperado. En la proyección del FMI recién presentada, el crecimiento esperado para 2013 aumentó 0.4 puntos porcentuales llegando a 1.6 por ciento.
 
En contraste, en México el pasado 8 de marzo el banco central redujo la tasa de interés de referencia de 4.5 a 4 por ciento anual. El BdeM destacó que no se trataba del inicio de reducciones continuas como las vividas en 2009. La situación cambiaria, por su parte, ha mostrado en los últimos cuatro meses una significativa apreciación del peso que le ha revaluado 7 por ciento. Se ha sostenido que es el resultado de la nueva condición mexicana una vez terminada la pesadilla panista. Esto es, por lo menos, muy prematuro. Incluso en la proyección del FMI, presentada la semana pasada, se ha reducido 0.1 puntos porcentuales el crecimiento esperado para 2013. Lo que es cierto es que ha habido un flujo importante de capitales especulativos que han llegado al país buscando mejores rendimientos.

En Japón el nuevo gobierno ha logrado que las diferentes áreas de política económica sean congruentes entre sí. Los estímulos fiscales se han alineado con una política monetaria que busca sacar a esa economía de la deflación y del estancamiento. Los primeros resultados parecen confirmar que las empresas han logrado elevar sustancialmente sus ventas al exterior, así como en el mercado interno. Consecuentemente las utilidades y el precio de las acciones de las grandes firmas japonesas se han elevado, generando un clima económico que augura incrementos importantes en la inversión y en el dinamismo económico.
 
En México la administración priísta, cuya enjundia reformadora parece inagotable, no se ha interesado en corregir uno de los excesos del liberalismo del fin de siglo pasado. La autonomía del banco central y la concentración exclusiva en la estabilidad de precios, se propuso garantizar que las decisiones de política monetaria fueran independientes de las decisiones económicas de quienes fueron electos para conducir al país. Esta autonomización de la política monetaria respecto de la fiscal ha complicado el logro de metas importantes para el funcionamiento económico.
 
La política del primer ministro Abe, la llamada Abeconomía, tiene –para usar la expresión de Stiglitz: tres flechas: la primera es una política monetaria expansiva, más audaz que los relajamientos cuantitativos I, II y III de la Reserva Federal; la segunda es un estímulo fiscal importante; la tercera es el crecimiento, para lo que se ha propuesto restructurar la economía, mejorando la productividad e incrementando la participación de las mujeres en el trabajo. Por esto, se ha planteado que Japón podría ser uno de los pocos signos de cambio trascendente entre las decaídas economía de los países desarrollados.
 
En contraste, a la incongruencia entre las diferentes áreas diseñadoras y ejecutoras de la política económica mexicana, hay que sumar que los cambios estructurales que se ha planteado el gobierno federal son los que derivan de una propuesta de reforma estructural que no dio los resultados que sus promotores esperaban. En realidad, amplió sustancialmente las desigualdades que han caracterizado a nuestra sociedad en el contexto de un comportamiento económico francamente mediocre, que sacó a nuestro país de cualquier protagonismo internacional.
 
La nueva administración federal, tan proclive a impactar con resultados, enfrenta un desafío central: seguir anclada en un modelo económico caduco o aprender de las nuevas líneas de política propuestas por Japón que ofrecen resultados económicos y sociales atendibles.
FMI: notas de lectura

Jorge Eduardo Navarrete
 
 Todas las primaveras, en vísperas de los encuentros de varios de sus comités, el personal técnico del Fondo Monetario Internacional propala la versión al día de su visión prospectiva de corto plazo de la economía y las finanzas globales. En los últimos años ha sido un material de lectura bastante deprimente, al menos para quienes consideran que sería saludable un crecimiento económico mayor, más sostenible, más extendido y más firme, que mejore la oportunidad de enfrentar los demás problemas, en particular la deso­cupación y la pobreza.
 
La actualización a abril de 2013 de la perspectiva económica mundial puede empezar a leerse a partir de un dato que sintetiza todos los demás: ¿ha mejorado el crecimiento esperado para el año en curso respecto de lo que se esperaba en el otoño pasado, cuando se publicó el documento anterior? Si la respuesta fuera positiva podría concluirse que en los últimos seis meses se han adoptado políticas adecuadas y se ha retomado el camino de la reactivación. La respuesta, por desgracia, es no. El fondo espera un avance más débil en la economía global (tres décimas de uno por ciento menos) y en sus dos mayores segmentos: los países avanzados (con reducción también de tres décimas) y los emergentes y en desarrollo (con caída de cinco décimas). No se piense que se trata de correcciones marginales: dadas las muy bajas tasas de crecimiento previstas, reducciones de entre 2 y 5 décimas de uno por ciento equivalen a caídas importantes, de un tercio o más del crecimiento esperado o, como en el caso de la zona del euro, a pasar del estancamiento a, otra vez, la recesión. 2013 será el quinto año sucesivo oscurecido –con amplias variantes nacionales y regionales– por la sombra de la gran recesión. Y quizá haya que decir lo mismo de 2014, año para el que el FMI en general mantiene las previsiones anunciadas en enero último, con las excepciones de Estados Unidos, España y Reino Unido en el sector avanzado, y la muy significativa del conjunto de economías emergentes y en desarrollo, afectado por el menor crecimiento esperado en China e India, para los que prevé ahora tasas menores a las propaladas hace cuatro meses.

Medido sólo con este indicador, el impacto de la gran recesión ha sido sustancial: los ritmos de crecimiento esperado para 2013-14 en la economía mundial, en los países desarrollados y en las economías emergentes y en desarrollo son inferiores, en alrededor de un tercio, a los registrados antes de su inicio, en 2006-2007. La economía mundial no sólo ha atravesado severos lapsos de contracción sino que ha perdido dinámica de largo plazo, que quizá nunca se recupere. Las tres velocidades de la economía mundial que acaba de descubrir la directora-gerente del FMI tienen un común denominador –salvo las excepciones bien conocidas–: la parsimonia, que no es congruente con la demanda de avance socioeconómico, sobre todo del mundo en desarrollo.

Se felicita el FMI porque, en el último trimestre, las economías del norte hayan evitado la quiebra del euro y, en Estados Unidos, una recaída en la recesión a resultas de las reducciones de gasto derivadas del fiscal cliff. No entra en detalles en el precio pagado para conseguirlo por, entre otros, los ahorradores europeos y los desempleados estadunidenses. Constata que los bancos, sobre todo en Europa, continúan constriñendo la oferta de crédito, a pesar del espectacular ascenso de sus ganancias. La principal receta de política que el fondo ofrece a los países avanzados es llevar adelante al ajuste fiscal a un ritmo compatible con la recuperación y compensar el efecto contraccionista con una política monetaria altamente liberalizada. Lo anterior equivale a que sean las economías emergentes y en desarrollo las que continúen financiando el ajuste global, mediante la continuada y quizá creciente sobrevaluación de sus tipos de cambio. A las economías emergentes y en desarrollo se les pide evitar el sobrestímulo y, en su momento, restablecer el enfoque restrictivo de la política monetaria. Estas prescripciones parecerían razonables si hubiese crecimiento sostenido y dinámico y existiesen riesgos de sobrecalentamiento.
 
En un aspecto novedoso de su análisis, el documento incluye un examen de los indicadores de sobrecalentamiento para las economías del G-20: nueve avanzadas y 10 emergentes. Se trata de una medida indirecta del espacio existente, a principios de 2013, para las políticas de estímulo, que mejoren la perspectiva de crecimiento y ocupación. En general, los indicadores muestran un muy bajo riesgo de sobrecalentamiento en las economías avanzadas, que disponen de espacio para políticas activas en los sectores interno, externo y financiero. El panorama en las economías emergentes del G-20 es más complejo y apunta al peligro de sobrecalentamiento en los cinco países en que la producción está creciendo ahora a un ritmo superior en 2.5 por ciento a la tendencia observada antes de la crisis: Arabia Saudita, Argentina, Brasil, India e Indonesia. En las otras cinco (China, México, Rusia, Sudáfrica y Turquía) en que el crecimiento no supera en 2.5 por ciento al anterior a la crisis hay mayor margen para las políticas de estímulo sin riesgo de sobrecalentamiento. En cuanto al balance fiscal del G-20, el FMI muestra un panorama equilibrado: en 10 de los países del grupo mejorará en 2012-2013; en tres habrá un leve deterioro, y en el resto una situación estable. El fondo concluye: No hay presiones de demanda excesiva en las mayores economías avanzadas. Las tasas de inflación también permanecen generalmente bajo control en las economías emergentes y en desarrollo.
 
En una investigación en proceso intenté un análisis similar: determinar el espacio fiscal existente en una veintena de economías emergentes para adoptar políticas activas a favor del crecimiento y el empleo. A partir de la posición de endeudamiento, la situación de las finanzas públicas, las presiones inflacionarias y la capacidad de producción no utilizada llegué a conclusiones similares a las que, en un análisis mucho más sofisticado, presenta el FMI: si los países emergentes quieren crecer más y crear más empleos, tienen margen para hacerlo. La opción por el crecimiento bajo y el desempleo elevado es una decisión política –o ideológica–, no un imperativo derivado de la situación por la que se atraviesa. Si México se conforma con 3.5 por ciento no es porque no se pueda crecer más, sino porque no se quiere crecer más.

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