Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

jueves, 1 de agosto de 2013

El Estado imperial, ¿en crisis?- A 60 años del inicio de la revolución cubana- El transporte colectivo y las decisiones gubernamentales

El Estado imperial, ¿en crisis?
Adolfo Sánchez Rebolledo
Los fiscales militares no consiguieron acusar al soldado Manning de servir al enemigo y, aunque el detenido pasará buena parte de su vida en la cárcel, es obvio que el gran argumento para proteger la intocabilidad de la información secreta se ha ido por la borda. Noam Chomsky ha subrayado (ver La Jornada de ayer) las incongruencias de una política que justifica la seguridad como parte de la actividad contra el terrorismo, cuando al mismo tiempo esta diseñada para incrementar el terror, como ocurre, señala, con la campaña de los drones y la presencia de fuerzas especiales en cualquier parte del mundo. Y concluye: Entonces, no puedes seriamente, por un lado, llevar a cabo terror masivo y hasta generar terroristas potenciales contra ti mismo y, por otro, decir que debemos tener vigilancia masiva para protegernos contra el terror. Eso es una burla, merecería grandes encabezados periodísticos.
 
Si Wikileaks no es identificable con el enemigo, tampoco los destinatarios de las revelaciones de Snowden, entregadas a la prensa, parecen poner en riesgo secretos cuya difusión pudiera afectar la seguridad de Estados Unidos, aunque la histeria desatada por las autoridades, presionando a propios y extraños sin consideración alguna por el derecho internacional, así lo hiciera pensar. En rigor, el mayor secreto divulgado por Snowden es el secreto mismo sobre la existencia de una red tejida entre el gobierno y grandes empresas privadas capaz de entrometerse, masiva, puntualmente, en las comunicaciones de cada ciudadano o espiar instituciones o gobiernos, sean aliados o enemigos.

Una vez más, la opinión pública mundial se topó con el doble rasero aplicado por la cúpula de la seguridad imperial, pero esta vez en detrimento de su propia ciudadanía, confirmando una vez más la tendencia de los órganos de seguridad del Estado construidos sin suficientes controles externos a adquirir autonomía, vida propia.

No es la primera ocasión que los servicios de seguridad estadunidenses se vuelcan contra sus ciudadanos para perseguirlos y limitar sus derechos. El nombre de Edgar J. Hoover está asociado a las más injustas campañas anticomunistas de que se tenga memoria en el siglo XX, pero se trataba de acciones contra supuestos o potenciales adversarios del orden, como ocurrió bajo la era delirante del macartismo. Sin embargo –como escribe Amy Goodman–, a más de 10 años de la aprobación de la Ley Patriótica, el gobierno actual introduce una visión panóptica para abarcar todo el campo de visión, llevando a “cabo operaciones de intervención de todas las comunicaciones electrónicas, entre ellas, los ‘metadatos’ telefónicos, que pueden ser analizados de forma tal que revelen datos íntimos de nuestra vida. Sin duda, estamos ante la legalización de un sistema de vigilancia total verdaderamente orwelliano”, dice Goodman.

Como era inevitable, la crisis desatada por las denuncias de Snowden auspició un debate que apenas está en sus primeras fases acerca de la pertinencia y la moralidad de dichos procedimientos. Al respecto, el gobierno, comenzando por el presidente Obama, ha mantenido una postura errática y poco convincente, sobre todo cuando se trata de dar explicaciones de conjunto más allá de la responsabilidad individual concerniente al el ex analista que, para todo fin práctico, y hasta donde se sabe, tampoco es un espía al servicio de potencias extranjeras. Frente al escándalo, los gobiernos europeos, que se despertaron con la noticia, luego de un primer gesto de repudio, han vuelto a la calma, para no verse envueltos en una discusión de la que es improbable que salieran indemnes. Su complicidad es obvia. Sin embargo, la prensa y la propia ciudadanía, cuyo estado de ánimo ha sido consultado en sucesivas encuestas, no parecen dispuestas a admitir la supremacía de la seguridad sobre la vigencia de las libertades, pues tras el castigo a Snowden se oculta una grave amenaza a la libertad de expresión. Analistas como Lilia Shestova no dudaron en decir que un Estado que concede mayor importancia a la seguridad que a los derechos y las libertades civiles resulta fácil de secuestrar por las agencias de seguridad. Sin duda, el incidente remite a cuestiones que trascienden el anecdotario de Snowden, pues está en juego responder a una pregunta que es esencial, sobre todo en un mundo globalizado como el actual: ¿hasta qué punto los intereses del Estado, cada vez más administrados o dirigidos por cuerpos especiales fuera del alcance de la fiscalización pública, son también los intereses de la ciudadanía? Para la autora citada, Obama han perdido su derecho a invocar altura moral y la evidente incapacidad de las democracias liberales para proteger a sus ciudadanos de la violación de sus derechos individuales, ha socavado su reputación en el interior y en el exterior.
 
En realidad, hay una quiebra de los grandes paradigmas que la sociedad occidental asegura proteger. El doble rasero es tolerado, asimilado, impulsado, siempre y cuando beneficie intereses protegidos, que no siempre visibles. En el fondo, admite la citada investigadora, está en cuestión un modelo de democracia liberal que no reacciona ante las amenazas que contradicen los valores que debe defender. Véase el caso de Egipto y los problemas para explicar el apoyo estadunidense al gobierno militar: la pésima gestión de los Hermanos Musulmanes, así como las tendencias sectarias que hicieron valer durante su gobierno, despertaron una oleada inmensa de protestas que, sin embargo, acabaron con un golpe de Estado militar, ahora apoyado por numerosos sectores liberales que al parecer esperaban que los uniformados les hicieran la tarea para, entonces sí, entrar en el reino final de la democracia. Pero ocurrió lo previsto, el ejército tomó el mando y se apoderó de la escena política a un costo aún incalculable. ¿Y qué dicen ante los hechos crudos y llanos los impulsores de la democracia como panacea? Para no contradecirse niegan que en Egipto se hubiera dado un golpe de Estado y se cruzan de brazos ante la represión contra los musulmanes. El imperio está cambiando, pero, ¿hacia dónde? ¿Cuál es el futuro de la democracia?
FUENTE: LA JORNADA OPINION
 
A 60 años del inicio de la revolución cubana
Ángel Guerra Cabrera/II y última
La revolución desencadenada con el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes encarnaba la continuidad de la lucha del pueblo cubano por su independencia desde el siglo 19. Decir de Martí, como lo hizo Fidel, que había sido el autor intelectual del ataque al Moncada expresaba meridianamente esta conexión. El apóstol de la independencia de Cuba actualizó los radicales objetivos de la guerra emancipadora y antiesclavista iniciada el 10 de octubre de 1868 a la luz del surgimiento del imperialismo estadunidense y del análisis crítico de las primeras décadas de construcción republicana de nuestros pueblos.
 
Martí concibió la derrota del yugo colonial español con el fin de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Su programa perfilaba una república antioligárquica, antiimperialista y profundamente democrática, donde negros, blancos criollos, mulatos y españoles convivieran como hermanos. No hay razas, advirtió. En su visión, deudora de Bolívar, esa república debía unir su destino al de las demás naciones al sur del río Bravo, llamadas a formar una gran patria común –Nuestra América– que pusiera coto a las pretensiones expansionistas estadunidenses y sirviera de contrapeso para lograr el equilibrio del mundo.

Pero el logro de esos objetivos fue frustrado por la intervención estadunidense de 1898 y la posterior mediatización de la fulgurante revolución democrática y antimperialista de los años 30. Como consecuencia, Cuba era probablemente, en la América Latina de entonces, el país más atenazado por los tentáculos imperialistas de Estados Unidos y sólo podía llegar a ser verdaderamente independiente el día que rompiera ese yugo.

La cuenta regresiva para lograrlo se inició justamente con el ataque al Moncada y concluyó cinco años, cinco meses y cinco días después, el primero de enero de 1959. Los sobrevivientes de aquella acción hicieron de su encierro la prisión fecunda, convertida –como expliqué en mi entrega anterior– en verdadero estado mayor de la revolución hasta la amnistía de 1955.

Los 55 días que Fidel batalló políticamente en Cuba a la salida de la cárcel explican el posterior exilio en México de los moncadistas y su líder. Este demostró su voluntad de utilizar los precarios espacios legales tolerados por la dictadura batistiana y esta su decisión de cerrarlos. Una vez más quedaba clara la necesidad de reiniciar la lucha armada.
 
Pero el desembarco del yate Granma devino un nuevo revés y los expedicionarios fueron casi exterminados. Sólo la fe inquebrantable de Fidel y sus compañeros en las masas, su indomable voluntad de lucha, el arropamiento que les prodigó el campesinado serrano organizado por Celia Sánchez y, más tarde, la gran mayoría del pueblo explica la recomposición y crecimiento del ejército rebelde hasta conseguir la victoria en poco más de dos años.
 
La arrolladora campaña rebelde de 1958, la gran huelga general insurreccional que la coronó, la fuga del tirano, la constatación posterior de la hondura de la revolución cubana permitieron vislumbrar el incendio por la segunda independencia que ocasionaría en América Latina y el Caribe.
 
Washington lanzó a partir de 1959 una colosal campaña de terrorismo de Estado y una inclemente guerra económica para destruir a la revolución cubana. Inmediatamente después de su triunfo sembró nuestras tierras de golpes de Estado, asesores de contrainsurgencia y cientos de miles de cadáveres para impedir el contagio.
 
Al derrumbarse la URSS pareció por unos años que Cuba se había quedado sola pero resultó que un gran Moncada a escala latino-caribeña estaba por estallar. El pueblo de la Venezuela bolivariana y el brillante y decidido accionar de su gigantesco líder Hugo Chávez rompieron con la inercia neoliberal. Mostraron que aún después de la gran derrota sufrida por el movimiento revolucionario mundial con el derrumbe soviético era posible proponerse de nuevo la justicia social, la libertad política, la fraternidad y la solidaridad entre los pueblos. Se han sacado lecciones muy útiles de los errores anteriores.
 
Es así que a 60 años del Moncada la lucha por la segunda independencia y la unidad de Nuestra América ha ganado más terreno que nunca antes por caminos propios e inusitados que cada pueblo va encontrando.
 
La combativa y creativa XII Cumbre de la Alba celebrada en Ecuador el pasado 30 de julio así lo confirma.
Twitter: @aguerraguerra
FUENTE: LA JORNADA OPINION
 
El transporte colectivo y las decisiones gubernamentales
Orlando Delgado Selley
La relevancia del transporte colectivo en la vida de las grandes ciudades es indudable. Sin los metros de Nueva York, Londres, París, Moscú, Hong Kong, Tokio, Sao Paulo, entre otros y, por supuesto, del de la ciudad de México, la vida de estas grandes ciudades sería inconcebible. Por eso es de capital importancia que funcionen adecuadamente. El director del Metro de nuestra ciudad capital ha reconocido que el Metro mexicano no está funcionando bien, ya que hay 125 trenes con problemas, lo que genera una operación con complicaciones extremas que hacen que las cinco millones de personas que utilizan diariamente este modo de transporte sufran retrasos permanentes.
 
El diagnóstico planteado por la administración actual es claro: el organismo no cuenta con los recursos necesarios para comprar las refacciones indispensables ni para firmar contratos de mantenimiento para que el sistema pueda operar adecuadamente. Su propuesta ha sido que es necesario aumentar la tarifa que pagan sus usuarios. En efecto, esta es una de las posibilidades para hacerse de mayores recursos, pero hay otra: que el gobierno de la ciudad le asigne los recursos que le hacen falta. Los ingresos de todos los metros del mundo están formados por aportaciones presupuestales de sus gobiernos y por el ingreso generado por la tarifa que pagan los usuarios.

Argumentan que la tarifa de nuestro metro es la más barata del mundo, lo que no necesariamente es cierto. Entender la tarifa en términos absolutos es, por lo menos insuficiente. Es indispensable entenderla en relación con los ingresos de quienes lo utilizan, es decir, qué proporción del ingreso promedio diario o mensual de esos 5 millones representa lo que pagan por el metro. Vistas así las cosas, puede ser que nuestro Metro no sea el más barato del mundo. En una comparación hecha en 2001, con el promedio ponderado de las 12 ocupaciones principales de los usuarios de los 10 metros más grandes del mundo, resultó que nuestra tarifa estaba lejos de ser la menor.
 
Más allá de si se trata de la menor tarifa, el Metro requiere urgentemente recursos. Es evidente que el problema no surgió este año. Las últimas dos administraciones del Metro lo dejaron crecer. Sin decirlo, la dirección actual del Metro ha señalado que en ese organismo público del Gobierno del Distrito Federal (GDF) ha habido una irresponsabilidad administrativa que debiera ser investigada a fondo y sancionada si fuera necesario, la que se aprecia en el número de trenes parados por falta de refacciones, así como en las condiciones en las que recibieron la Línea 12, que a pocos meses de su inauguración ha tenido que cerrar cuatro estaciones para darles mantenimiento preventivo.
 
Otro problema importante señalado por la dirección del Metro es el sindical. El sindicato de ese organismo público no es diferente de los sindicatos de entidades públicas y dependencias federales. Se trata de sindicatos corruptos, controlados por grupos que han lucrado desde hace años y que sólo plantean su preocupación por el funcionamiento de la empresa cuando no se atienden sus demandas. El planteo del director del Metro es duro: la dirección sindical asignó 43 plazas al Comité Ejecutivo aunque no cumplen con el perfil del puesto. De nuevo se pone en entredicho la responsabilidad de las dos últimas administraciones que permitieron irregularidades de este tipo.
 
 
No se trata de un asunto que le compete a una empresa específica. Se trata de la entidad del gobierno de la ciudad de México que transporta 150 millones de personas mensualmente. Una entidad a la que el Gobierno de la Ciudad (GDF) le otorga un subsidio que tiene una importancia presupuestal enorme. La tarifa expresa el apoyo que el GDF da a sus usuarios. Con ello despliega una política pública fundamental. Lo que ocurre en esta empresa le concierne a los ciudadanos del Distrito Federal. Consecuentemente, quienes nos representan y quienes gobiernan debieran resolver estos asuntos, estableciendo las responsabilidades que correspondan.

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