Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

miércoles, 18 de enero de 2012

Benedicto XVI: entre México y el concilio-Brasil trascendió a la multipolaridad y México se estancó en la unipolaridad


Bajo la Lupa
Brasil trascendió a la multipolaridad y México se estancó en la unipolaridad
Alfredo Jalife-Rahme
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La presidenta Dilma Rousseff durante una reunión con rectores de las universidades federales de Brasil, en Brasilia, el pasado 13 de diciembreFoto Reuters
El asombroso éxito de Brasil en la primera década del siglo XXI se suele atribuir en forma hiperreduccionista al rubro geoeconómico y deja de lado la toma de decisiones de gran trascendencia geopolítica que colocaron al gigante sudamericano en los primeros sitiales del planeta.
En forma relevante el dos veces canciller Celso Amorim –en la fase de Itamar Franco (etapa de unipolaridad estadunidense), de 1993 a 1995, y en la era Lula, de 2003-2011– revela en un luminoso ensayo en America’s Quarterly (Reflejos sobre el crecimiento global de Brasil, primavera de 2011) la imaginación de su país, que entendió la dinámica del nuevo orden mundial en su travesía de la caduca unipolaridad a la incipiente multipolaridad y a cuya lectura se adelantó un año antes el equipo de Lula (El éxito de Brasil y el fracaso del México neoliberal panista; Contralínea, Radar Geopolítico, 22/5/11).
No es igual la toma de decisiones por la misma persona en dos fases distintas de la geopolítica global. Mientras Brasil se arriesgó temerariamente en 2003 al pronunciarse contra la invasión de Estados Unidos a Irak, el México neoliberal panista profundizaba su relación bilateral con la otrora superpotencia unipolar: aquí se comenzó a escribir el diferente destino de los dos países de Latinoamérica.
El México neoliberal panista ahondaba su relación sadomasoquista con Estados Unidos –una potencia en decadencia–, en tanto Brasil abría creativas relaciones multipolares conectándose con países africanos (básicamente de habla portuguesa), árabes e islámicos no árabes para conformar lo que llamo el BIT (alianza virtual de intereses nucleares entre Brasil, Irán y Turquía). Peor aún: el México neoliberal panista cerraba sus mercados (v.gr. el cierre demencial de la embajada en Angola), ya se diga Arabia Saudita, mientras Brasil los abría con sentido geopolítico.
Cuando el México neoliberal panista se encapsulaba en una concha inexistente (el blindaje de Estados Unidos en franco declive), Brasil, en la era creativa de Lula, emprendía una complementariedad geoeconómica de primer orden con China: su primer socio comercial global.
A partir de la derrota militar de Estados Unidos en Irak –que observé desde la primavera de 2004– se aceleran todos los sucesos que marcan el fin de la unipolaridad y el inicio de la multipolaridad, donde Brasil y el México neoliberal panista toman antagónicamente sus decisiones geopolíticas y geoeconómicas.
Tres meses después de la invasión de Irak, Brasil lanzó sus vectores geoeconómicos en el Foro IBSA (precursor de los BRICS), ya no se diga su ruptura mercantil en la cumbre de la OMC de Cancún, ocho meses más tarde, cuando se alia al sur subdesarrollado (China e India) frente al proteccionismo alimentario y de servicios de Estados Unidos y la Unión Europea.
En tal lapso, el México neoliberal panista –cuya política exterior fue secuestrada en la fase foxiana por los hermanos Rozental y Castañeda Gutman– favorece la invasión contra la tradición política del país (como alertó Adolfo Aguilar Zinser, embajador de México en el Consejo de Seguridad de la ONU: Miente Vicente Fox sobre Irak, Contralínea, Radar Geopolítico, 28/11/10), profundizando su entrega al modelo neoliberal global y su absorción gradual por Estados Unidos, que había empezado con el TLCAN y prosiguió con el documento Nuevos horizontes (La desnacionalización de Pemex, 2009, Orfila) del CSIS (Center for Strategic and International Studies), con sede en Washington, y que intentó prolongar la agonía ya visible con el decálogo neoliberal del Consenso de Monterrey (sic), entregándose aún más en la reuniónsecreta de la ASPAN, Alianza para la Seguridad (sic) y Prosperidad (sic) de América del Norte (TLCAN plus).
Desde 2004, el TLCAN había sido desacreditado por el NBER (National Bureau of Economic Research), el máximo think tank en economía de Estados Unidos: El TLCAN y México: menos que un desempeño estelar (enero de 2004).
Los muy creativos mandatarios de Sudamérica en su generalidad entendieron correctamente el cambio de los tiempos de la unipolaridad a la incipiente multipolaridad; cabe destacar sus audaces iniciativas: el Alba (14/12/04), Unasur (18/12/04) y el reciente papel geoestratégico de la Celac.
México se encuentra ausente de las grandes jugadas de los mandatarios de Sudamérica en sus variantes del Alba y Unasur. Peor aún: se arroja insensatamente a los brazos del militarismo de Estados Unidos, llevándolo a la incrustación del México neoliberal, en la fase calderonista, al desquiciante Plan México: un clon del Plan Colombia que fue rebautizado Plan Mérida cuando ya había fracasado el proyecto geoeconómico foxiano del hilarante cuan delirante Plan Puebla-Panamá. ¡Toda una autopsia!
La crisis financiera global (15/11/08) golpeó a Brasil y a México. Lo que para los centralbanquistas del México neoliberal fue un catarrito, en Brasil lo tomaron muy en serio y salieron de su marasmo, mientras el calderonismo exhibía una de las mayores depresiones económicas del mundo, con alrededor de 7 por ciento de crecimiento económico negativo.
Brasil salió pronto de su crisis debido a dos consideraciones: 1) la existencia de una banca nacional, tanto comercial como de desarrollo, que permitió refinanciar sus grandes proyectos; y 2) su complementariedad geoeconómica bidireccional con China, el gran triunfador de la globalización económica.
Cabe señalar que el banco de desarrollo de Brasil (BNDES), en contrapunto a Banobras (hoy en manos monetaristas), concertó la mayor oferta pública inicial de la historia para lanzar a la estratosfera a la empresa petrolera estatal (sic) Petrosal, con el fin de explotar los pletóricos yacimientos de Brasil en el océano Atlántico.
Un tema más en el que Brasil y el México neoliberal estarán en lados opuestos es el reconocimiento del Estado palestino, al que Lula se adelantó y en el que el México neoliberal panista todavía está ausente debido al entreguismo de Calderón a Estados Unidos e Israel.
Pese a las ventanas multipolares de oportunidades que se han abierto, el México neoliberal panista sigue empecinado en hundirse con el Titanic de Estados Unidos, hoy en decadencia inexorable, que sucede cuando amenaza la última fase de entrega del México neoliberal, que pasa probablemente por su incrustación militarista al Comando Norte (NorthCom) bajo la férula de Estados Unidos y su unilateral Seguridad de la Patria.
No es asunto de personas, sino de toma política de decisiones en los momentos trascendentales que marcan el destino de las naciones.
Brasil con Lula se atrevió un año antes del derrumbe del orden unipolar a jugar en forma temeraria la carta multipolar.
El México neoliberal panista no pudo, o no quiso, y hoy se sume en el Titanic unipolar arrumbado en la catatonia y sin creatividad. El próximo presidente requiere de un golpe de timón que contemple la pertenencia ineludible de México a la multipolaridad, sin dañar la bilateralidad geopolítica y geoeconómica de las trascendentales relaciones con Estados Unidos, hoy en decadencia.
Para ello deberá enterarse de que la unipolaridad cesó y hoy nos encontramos en el incipiente nuevo orden multipolar, donde México conserva tres cartas de primer orden geoestratégico: el bono demográfico (su población juvenil), el petróleo y la plata.
Bernardo Barranco V.
Probablemente el viaje de Benedicto XVI a México sea el primero y único. Próximo a cumplir 85 años, justo la edad en que Juan Pablo II falleció, el Papa llega debilitado físicamente, cargando en sus espaldas el peso de una doble crisis: la secular que niega a Dios, culturalmente, como protagonista societal, y la crisis propia de la Iglesia católica, tan sacudida no sólo por escándalos, sino por divisiones internas.
Sin duda el viaje a México y Cuba en marzo próximo será un acontecimiento que guarda mucha expectativa, pues habrá de calibrarse el verdadero interés del pontífice por América Latina, hasta ahora parcialmente abandonada de las grandes prioridades de un Ratzinger empecinado en revangelizar la actual Europa, que bosteza ante la Iglesia. El Papa carga desde hace más veinticinco años un profundo desencuentro no sólo con los cristianos latinoamericanos, sino con una represión doctrinal e institucional hacia un gran sector progresista de la Iglesia en nuestro continente. El cardenal Ratzinger, antes de su elección papal, al frente como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se caracterizó por su hostilidad a la teología de la liberación. De entrada, no es un Papa que goce de todas las simpatías en un continente católico cuyo ministerio ha sido profundamente marcado por su inflexibilidad. En Brasil, en 2007, mostró apertura para la reconciliación, pero puso en evidencia su perspectiva eurocéntrica al afirmar el 13 de mayo que la evangelización en América no supuso en ningún momento una alienación de las culturas precolombinas ni fue una imposición de una cultura extraña. Ante la indignación y protestas de grupos, pueblos indígenas e incluso mandatarios, el Papa en Roma días después se corrige y habla de las luces y sombras de la primera evangelización en nuestro continente.
El otro gran evento de Benedicto XVI en este 2012 será la celebración de los 50 años de la primera sesión solemne con la que se inaugura el Concilio Vaticano II, el 22 de octubre de 1962. En dicha celebración se podrá examinar la verdadera gravitación de las aperturas conciliares que el pontífice ha venido matizando e imponiendo una lectura conservadora.
Vamos por partes. Primero, existen signos preocupantes por la frágil salud del Papa; en los pasillos romanos se ventilan diferentes versiones sobre un decaimiento físico. Desde fines de 2011 hay signos visibles de un pontífice agotado y mermado en su salud. Como cuando regresó de su viaje de Estados Unidos en 2008, hasta Le Figaro, el conservador periódico francés, especuló con una inminente dimisión. Si bien no existen reportes médicos y a lo largo de su casi ocho años de reinado Ratzinger no ha ingresado en ningún hospital, su estado se guarda como secreto de Estado; los vaticanistas italianos han venido especulando sobre el progresivo deterioro de un anciano que lleva a cuestas el peso de una Iglesia sacudida y un pontificado que ha transitado de crisis en crisis, mermando su autoridad moral a nivel internacional. El papa Ratzinger, entronizado a los 78 años, es el de más edad, tras Clemente XII, en 1730, que fue elegido a los 80 años. Sus palabras, recogidas por el periodista alemán Peter Seewald en el libro Luz del mundo, resuenan con fuerza al admitir como un derecho el poder dimitir en caso de que su salud o sus fuerzas se deterioren notablemente. Sobre esta cuestión, una nueva diferencia con el mesiánico Juan Pablo II, quien mostró al mundo su catolicismo heroico y resistencia imperturbable frente a la vejez y enfermedades.
En ese sentido, no podemos esperar en México una visita arrolladora de Ratzinger, al estilo de las maratónicas giras de Juan Pablo II. La agenda de Benedicto XVI comprende pocas actividades y largos espacios donde el anciano pontífice se recupere y tome fuerza para cubrir los compromisos pactados. Igualmente, no debemos imaginar un papa mediáticamente populista, que llegue a improvisar y ganarse el aclamo de las multitudes con gestos y expresiones arrebatadores. Todos conocemos el estilo tímido y suave de un papa que se aleja del esterotipo de la espectacularidad. El talante de Benedicto XVI es de ser un papa teólogo sobrio, con planteamientos profundos que requieren ser meditados. En Benedicto XVI hay un concepto clave: dictadura del relativismo, expresado días antes del cónclave que lo entroniza; dicho concepto se ha convertido en el eje de su pontificado. Su terquedad a contracorriente, para que Occidente recupere sus raíces éticas como la salvación a la crisis actual, que en labios del Papa no sólo es económica, sino principalmente ética. Otra misión a contramano es reconciliar la fe con la razón.
La Iglesia hará un gran festejo, como decíamos, del quincuagésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II. Será un momento de grandes definiciones, pues los sectores progresistas han reprochado al Papa su alejamiento y lectura conservadora del concilio. Por su parte, cuando Benedicto XVI invita a hacer referencia al Concilio Vaticano II insiste una vez más en lo que él llama la hermenéutica correcta. Es decir, en una interpretación correcta y global de los textos desde la tradición de una cultura religiosa que data de hace más de 2 mil años. El pontífice alemán rechaza ver el concilio como un momento de ruptura o un partir de cero, como reingeniería en la vida del catolicismo contemporáneo. Cuestiona fuertemente lo que plantean los católicos progresistas, que enfatizan el espíritu del Concilio, es decir, la apertura al mundo y el cuestionamiento de la religión tradicionalista católica. En el libro reciente Joseph Ratzinger, crisi di un papato, el reconocido vaticanista Marco Politi, del diario La Repubblica, a pesar de su admiración intelectual, le reprocha con dureza las directrices ultraconservadoras, su disminución de encuentros con líderes internacionales religiosos y laicos que podrían haberlo ayudado a tomar el pulso de los acontecimientos actuales, su empeño en evitar buscar el asesoramiento de los oficiales de la curia, entrenados en el arte milenario de la diplomacia vaticana, que podrían haber evitado que el papa Ratzinger tomara decisiones problemáticas.
En memoria de Alexis Rovzar, un amigo querido.

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