Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

miércoles, 4 de enero de 2012

El papa Ratzinger en México- Sorpresas que da la vida-


El papa Ratzinger en México
Bernardo Barranco
El papa Benedicto XVI vendrá a México a fines de marzo, en pleno proceso electoral, y mucho se ha advertido sobre la utilización política de las jornadas pontificales y de la fecha tan inoportuna que deliberadamente el Vaticano ha seleccionado para la primera visita de un pontífice poco viajero y distante de las realidades latinoamericanas. En otro momento abordaré la dimensión política de la visita para concentrar la reflexión en la lógica geopolítica y religiosa desde la perspectiva de Roma.
Para nadie es un secreto que para el papa Ratzinger Europa es su principal prioridad pastoral. Ahí ha concentrado sus primordiales energías intelectuales y teológicas en la discusión sobre la identidad de una Europa secular que amenaza con sacudir sus raíces cristianas. Dicha prioridad se comprueba por el número de viajes que ha prodigado en el viejo continente, siendo España su principal laboratorio de intervención. Las interpelaciones y provocaciones del anciano pontífice no han tenido el eco necesario para abrir grandes debates sobre la orientación de la cultura y a cambio ha recibido una pasmosa indiferencia. Su pontificado ha sido severamente cuestionado por conservador y ha sido sacudido por escándalos cíclicos que han minado su autoridad tanto en el ámbito del concierto internacional como dentro de la propia Iglesia. Aquí los principales reproches se centran en el paulatino alejamiento del Concilio Vaticano II.
A diferencia de Juan Pablo II, la universalidad de Joseph Ratzinger se ha concentrado en una región del planeta. El papa Wojtyla intervino en el fin de la guerra fría y fue actor central del derrumbe del mundo bipolar, encabezados por la desaparecida Unión Soviética y Estados Unidos. En su encíclica Centésimus annus, Juan Pablo II se opuso a la configuración de un mundo unipolar manipulado desde Norteamérica. Por ello, Estados Unidos fue un gran desafío para el pontífice polaco, y llegó al extremo de imponer en la región una visión continental globalizadora, cuya identidad no fluctuaba en torno a la cultura, razas, usos y costumbres, sino en torno a una gran identidad americana. Y problemáticas comunes tanto en el norte como en el sur, que requerían respuestas sociales y pastorales comunes. ¿Cuáles eran estos problemas? A manera de ejemplo, los modelos económicos diseñados por los tecnócratas del norte y sufridos por las poblaciones en el sur; las migraciones, la lacerante pobreza del sur y las corrientes migratorias hacia el norte; aquí una de las áreas más delicadas para la Iglesia: las sectas que nacen y son financiadas en el norte y se consumen en el sur; el narcotráfico y la corrupción, etcétera. Del norte, pues, surgen no sólo los modelos económicos, sino los nuevos movimientos religiosos, sectas que invaden el universo popular del continente, y también el New Age, que seduce a las clases medias y altas. Por lo tanto, el Vaticano, bajo la conducción de Juan Pablo II, dio la máxima prioridad a México como país culturalmente puente, por un lado, y de contención religiosa, por otro. No es gratuito que el papa polaco haya venido cinco veces a nuestro país; tampoco es casual el fervor por la Virgen de Guadalupe, cuya religiosidad popular constituye un dique a la expansión de otras ofertas religiosas en el mudo popular.
En los primeros años de Benedicto XVI este acento geopolítico fue parcialmente abandonado. La eclesiósfera de Ratzinger se concentró en debatir el futuro de una Europa en el contexto de la globalización. Sin embargo, a finales de 2011 las prioridades empezaron a mudar al constatarse que México y Brasil, las dos grandes naciones con el mayor número de fieles católicos, han venido decayendo de manera notoria y dramática en los últimos años.
En efecto, los datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística muestran que a inicios del siglo XX 99 por ciento eran católicos, para descender en 2010 a 68.4. Igualmente, en México, de casi ciento por ciento, los católicos han bajado, según el censo de 2010, a 83 por ciento; las fronteras ya no figuran como la zonas más diversificadas religiosamente, sino la megápolis de la ciudad de México. Centroamérica y el Caribe son regiones que igualmente presentan una enorme mutación religiosa a la que Roma no puede sustraerse. Por ello, Benedicto XVI ha anunciado recientemente que visitará ambos países en diferentes fechas. Es cierto que América Latina no es una región confortable para el Papa, quien se enfrentó en diversas oportunidades, como el guardián de la ortodoxia, a numerosos teólogos de la liberación y fue factor de represión y disciplinamiento de una región eclesialmente rebelde. En su primer viaje a Latinoamérica (Brasil, mayo de 2007) fue muy criticada su valoración en torno a la primera evangelización tersa y delicada, según el pontífice.
Después de siete años de pontificado, Benedicto XVI se arriesga a visitar México, tierra identificada totalmente con el carisma de Juan Pablo II. Y no es que con una visita vaya a animar las cifras católicas ni revertirá la creciente diversificación religiosa en nuestro país. La visita a Cuba y a México puede significar un nuevo giro de prioridades eclesiásticas en la dimensión internacional de su pontificado. Independientemente de todas las hipótesis, sin duda el Papa reforzará la agenda de los obispos mexicanos y seguramente abordará temas de la libertad religiosa, la sana laicidad y el derecho de los padres a ofrecer la educación religiosa a sus hijos. La lógica es clara: posicionar a la Iglesia católica como actor de creciente gravitación y poder ante una clase política que se disputa sus favores y preferencias. Lo abordaremos con mayor detalle en otras entregas.

Sorpresas que da la vida
Néstor de Buen
Cuando navegábamos por el Caribe a bordo del Santo Domingo, en julio de 1940, con rumbo a Puerto México –ya que el dictador Trujillo nos impidió entrar a su país, adonde estábamos destinados–, habiendo dejado atrás al Cuba, que terminó su ruta en Martinica, la certidumbre de que viajábamos a México, la patria de Lázaro Cárdenas, nos llevó a pensar que nos encontraríamos con un país próximo al socialismo y ajeno al catolicismo violento que había sido nuestro contrario durante la Guerra Civil.
La muy cariñosa recepción que nos hicieron aquel 26 de julio vino a confirmar nuestra impresión. La primera sorpresa fue que Puerto México no se llamaba así. Al levantar las actas los empleados de Migración vimos con sorpresa un nombre muy diferente y esencialmente distinto del esperado, nada menos que Coatzacoalcos, nada fácil de pronunciar.
Pero la impresión política y social no se alteró. Se vivían en México los preliminares de la elección presidencial y los nombres en juego: Manuel Ávila Camacho y Juan Andrew Almazán, no nos dijeron otra cosa que el primero era el favorito del presidente Cárdenas y, por lo mismo, el nuestro.
Poco tiempo después supimos que la elección no había sido tan clara y que Almazán había sido el triunfador, lo que nos pareció increíble.
Al tomar posesión Ávila Camacho y muy próximo el fin de año, nos encontramos con la sorpresa de que 1941 sería el año de la Virgen de Guadalupe, que arrastraba una gran devoción, empezando por la esposa del Presidente, doña Soledad Orozco de Ávila Camacho.
Los primeros contactos con nuestros condiscípulos mexicanos en el Instituto Luis Vives empezaron a confirmar nuestras sospechas de que en México la derecha tenía un predominio impactante a pesar de los izquierdismos presuntos.
Entré a la facultad y ese mismo año me presenté al sorteo de la conscripción. Salí agraciado con bola blanca. Y allí mismo conocí a Carlos Laborde y nos hicimos amigos. Para mi suerte, Carlos me incluyó en un grupo de amigos que nos destinaron a Transmisiones, entre ellos Pablo Rovalo y Miguel Romero, ambos católicos fervientes, como Carlos, por supuesto.
Discutíamos de todo y especialmente de la religión. Aprendí entonces que el catolicismo era nota permanente entre mis amigos. De manera particular, Carlos, evidentemente de familia conservadora, al terminar el servicio militar inició Medicina en la UNAM. Pero abandonó la carrera y se metió a un seminario. Años después pude visitarlo en Zacatecas, donde ejercía ya de obispo.
Al volver a la Facultad de Derecho conocí a René Capistrán Garza y supe de los antecedentes cristeros de la familia. Con René traté a Diego Mariscal y Carlos Loperena, con quienes forjé una amistad absoluta que nos llevó a reunirnos todos los fines de año en la casa de René para preparar los exámenes. No faltaron, por supuesto, las discusiones sobre religión.
Pasados algunos años, ya terminada la carrera, en la chamba en una financiera, conocí a Nona y aquello acabó en matrimonio. Lo curioso es que con Nona, con agravantes, me ocurrió lo mismo que con mis amigos del cuartel y de la facultad: resultó alumna del Colegio del Sagrado Corazón, con lo que se repitió lo que ya era tradición. Nuestra boda se celebró bajo el régimen de disparidad de cultos, que tiene su gracia, con el compromiso que cumplí, no de muy buena gana, de que nuestros hijos se educaran en la religión católica, con bautizos, a los que no asistí, y esas cosas.
Mis muchos años de matrimonio, sin discusiones teologales, han vencido cualquier diferencia que se ha trocado en armonía muy placentera. Pero lo que cambió rotundamente fueron mis impresiones acerca del pensamiento político de México. Por eso no me extraña la reforma constitucional del artículo 24 constitucional, que de hecho había sido puesta en práctica todos los días 12 de diciembre y algunos más. Simplemente, México es un país mocho y ahora, con cultos públicos, lo será aún más. Culpa, sin duda, de la Colonia española.
Ojalá que la Cámara de Diputados ponga remedio al proyecto del Senado. Pero me temo que, por el contrario, hará suyo el proyecto. La verdad es que no se vale, aunque, dados los antecedentes, será natural que así sea.
El regreso del dedazo-Helguera

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