¿Quién lee las esquelas? Ricos y poderosos se anuncian post mortem
Autor: Álvaro Cepeda Neri *
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Sección: Conjeturas
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El negocio de las agencias funerarias ha prosperado con exagerados costos por sus servicios etiquetados como “derecho de marcha”. No fallezca uno de nosotros porque ni en las listas del montón las publican. Pero al morir un millonario o alguien de la cúpula en el poder, se inundan los periódicos de esquelas para participar en ese fallecimiento. Éstas están destinadas, me parece, a sus conocidos, aunque se pregonan a voz en cuello en noticieros de radio y televisión (incluso ya por internet). Son publicidad muy bien recibida en los diarios impresos, ahora que ese periodismo está en un período de transición y no pocos analistas le entonan el réquiem, por falta de publicidad, que los entes de gobierno manipulan para acallar sus tropelías.
En las páginas impresas se “pelean” por dar el pésame a los familiares y a quienes conocieron al fallecido, deseándole que le vaya bien en el “más allá”. Y quedan testimonios de las diferentes creencias religiosas en las esquelas: la Estrella de David, las Cruces, los recados y sentimientos. Tal vez pasados los días, los deudos repasan las páginas para darse cuenta de quienes enviaron sus condolencias. Si es un político, como acaba de pasar, se encadenan los noticieros y públicamente el orador envía al muerto “que se nos adelantó” oraciones y recuerdos. Esas esquelas nos dan a conocer a personas ajenas y desconocidas por nosotros, aunque no pocos de los “famosos” en las páginas sociales, en las de espectáculos y el chisme, son más o menos dados de alta en la información cotidiana.
En tono irónico, un amigo me dice que no deja de leer las esquelas diariamente, no vaya a ser que haya muerto él y ni siquiera se enteró. El asunto es que sirven para mandarse mensajes unos a otros… ¡entre los vivos! No hay una sola sobre los más de 50 mil muertos en la “guerra” para tratar de someter a los delincuentes; solamente nos enteramos de esos fallecimientos por la cantidad diaria, sin nombres, salvo excepciones. Estos mexicanos han ido a parar, por lo general, a la fosa común o fueron enterrados clandestinamente. Mueren anónimamente. Incluso hay familiares que buscan donde han sucedido catástrofes (como los de la mina de Pasta de Conchos) para darles cristiana sepultura. Y es que existe, entre los mortales, la imperiosa necesidad de presenciar el entierro de sus amigos y familiares.
No pocos se dan a la lectura de las esquelas. Y menos cuando hasta aumentan las páginas de los periódicos para publicarlas. Es una costumbre social de harto rendimiento comercial. Los muertos, que se sepa por algún testimonio de ultratumba, no se enteran de esa publicidad luctuosa. Pero, todos los días aparecen esquelas compitiendo por el mayor espacio contratado, en las que sobresalen los firmantes como para dar a conocer que sienten profundamente la partida de un amigo o un ser querido. Empero, la mayoría de los que fallecen de muerte natural no reciben esa notoriedad y corren al parejo de los más de 50 mil homicidios que han ocurrido y nadie les dedicó una esquela.
*Periodista

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