Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

domingo, 8 de abril de 2012

«Desconfianza estratégica» entre EU y China, según Brookings Institution- La recurrente fiebre malvinera y el antimperialismo

Bajo la Lupa
Desconfianza estratégica entre EU y China, según Brookings Institution
Alfredo Jalife-Rahme
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Policías chinos durante una ceremonia para honrar a los mártires de la revolución comunista, el pasado lunes, en el cementerio Fushouyuan, en ShanghaiFoto Reuters
L
a primera semana de abril, China Center, del think tank Brookings Institution, publicó la relevante monografía Abordando la desconfianza estratégica de EU y China de dos connotados académicos: el estadunidense Kenneth Lieberthal, director del China Center y anterior miembro del Consejo de Seguridad Nacional de Clinton, y Wang Jisi, director del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales y decano de la Escuela de Estudios Internacionales de la Universidad de Pekín. Ambos aducen que tal desconfianza ha alcanzado niveles corrosivos.
Más allá del análisis de Jane Perlez (The New York Times, NYT, 2/4/12) –que sintetiza el creciente sentimiento del liderazgo chino de que el poder de EU se encuentra en una declinación de largo plazo–, el editorialista indio Ananth Krishnan (The Hindu, 5/4/12) evalúa oportunamente la relevante monografía.
Es fundamental conocer la percepción de los estrategas de India, miembro cada vez más suelto de los BRICS (ver Bajo la Lupa, 1/4/12), sobre la dinámica de las relaciones bilaterales entre EU y China, debido a sus implicaciones en el océano Índico.
Krishnan asimila que China ha dejado atrás su diplomacia de “bajo perfil (taoguangyanghui)” durante dos décadas formulada por su líder Deng Xiaoping.
Wang identifica cuatro cambios estructurales mayores en el sistema internacional desde 2008 que tendrán un impacto profundo (sic) en la relación de China con EU y el resto del mundo. Primer cambio (el más significativo): tras haber sorteado las dos crisis financieras de 1997/98 y 2008/09, China emergió como poder global (sic) de primer orden.
Segundo cambio: EU, pese a su gran poderío, se encamina a su declinación. Tercer cambio: emergencia de los BRICS.
A juicio de Wang, los BRICS desafían el dominio occidental mediante su coordinación de políticas económicas y su diplomacia que sirven como contrapeso, con el G-20 sustituyendo al G-8 como mecanismo internacional más efectivo.¿Pero quién, a estas alturas, se acuerda todavía del G-8, cuando el mismo G-20 deja mucho que desear?
Krishnan es muy escéptico de los BRICS, pero admite que las economías emergentes y las potencias asiáticas han sido atrapadas en medio de las dos más probables arenas de la rivalidad entre China y EU: la competencia para influir en las instituciones multilaterales globales y en la región India (sic)/Pacífico.
Cuarto cambio: el modelo de desarrollo chino (consenso de Pekín), emergió como una alternativa viable a las democracias neoliberales de Occidente.
Los lectores pueden descargar gratis el libro Beijing consensus, del kissingeriano Joshua Cooper Ramo, del Foreing Policy Centre (http://fpc.org.uk/fsblob/244.pdf).
Hasta el economista John Williamson, autor del decálogo neoliberal consenso de Washington, lo había sepultado hace casi una década, de lo cual los teólogos del fundamentalismo neoliberal en México aún no se actualizan enternecidamente. No deseo hacer leña del árbol caído y arrojado al basurero del ridículo sobre el hilarante consenso de Monterrey (¡supersic!) de la dupla Fox/Castañeda Gutman.
Las elites chinas consideran que EU se encuentra en el lado equivocado de la historia. Nadie niega la superioridad militar estadunidense pero, a juicio de Wang, EU es una potencia declinante a largo plazo, debido a su desorden financiero, déficit alarmante y tasa de desempleo, recuperación económica lenta y una polarización política doméstica –opinión compartida por Lieberthal, quien arguye que los servicios de espionaje de EU y otras fuentes oficiales han llegado a creer que el liderazgo chino piensa en términos de un juego de suma-cero a largo plazo. Ambos dicen lo mismo que Zheng Bijian y Zbigniew Brzezinski (Bajo la Lupa, 8/2 y 11/3/12).
Según Wang, “hay tres fuentes de desconfianza: diferentes tradiciones políticas y sistemas de valores; insuficiente comprensión de los procesos políticos, y disminución de la brecha del poder.
Los dos académicos de EU y China prescriben varias medidas para crear un puente sobre la brecha de desconfianza y así evitar una confrontación inevitable: una relación comercial más íntima y medidas para profundizar la comunicación en temas militares.
Al analista indio le impactó la idea de establecer dos mecanismos trilaterales de diálogo: China/Japón/EU y China/India/EU. Llama la atención que no aparezca Rusia y que coloquen a Japón e India. Con todo mi respeto, Japón se ha vuelto irrelevante y su lugar debe ser ocupado por Rusia (con excelentes relaciones con India).
Perlez (del NYT) pone de relieve que China se considera el vencedor en el largo plazo si el sistema económico y político doméstico estadunidense persiste en sus desequilibrios. Los chinos juzgan, no obstante, que EU tratará de contratacar (sic) para socavar y aun desbaratar (sic) el poderío económico y militar chino. La elite china ya no ve a EU con asombro y lo considera poco digno de confianza (¡supersic!), por lo que no toma en serio sus reprimendas.
Wang toma como punto de inflexión 2003 (fecha de la invasión de la dupla anglosajona a Irak) cuando el PIB de EU era ocho veces mayor que el de China (hoy es tres veces menor).
Los analistas de Brooking Institution y un servidor, dicho sea con humildad de rigor, coincidimos en señalar que el inicio de la decadencia de EU se manifestó en 2004, cuando se supo la humillante derrota de la dupla anglosajona en Irak.
El epitafio de Wang es cruel: ahora es una cuestión de en cuántos años, más que en cuántas décadas, China sustituirá a EU como la mayor economía del mundo. No hay que ser tan sabios, ya que tanto las tendencias como la prospectiva del FMI asientan que China rebasará a EU en 2016. Insisto: la gran vulnerabilidad de China y, por extensión, de los BRICS, son las geofinanzas cuando al renminbi le tomará por lo menos 10 años equipararse al dólar como divisa de reserva global (aunque HSBC pregona que ello pueda ocurrir en los próximos tres años).
La monografía expone los agravios de ambas partes: EU espiando con sus aviones, porta-aviones, barcos y submarinos a China, lo cual irrita sobremanera a su ejército, además de la promoción de los derechos humanos por ONG patrocinadas por EU que significan una forma de occidentalizar a China y desestabilizar al Partido Comunista. En EU están alarmados por el incremento del contraespionaje chino y sus ciberataques que son manejados por las autoridades de Pekín para colectar información de interés nacional.
El estadunidense Lieberthal comentó en un seminario en la Universidad Tsinghua que existe la creencia creciente de ambas partes de que los dos países serían antagonistas en 15 años, lo cual significará mayor gasto militar obligando a otros países a optar por uno de ellos, cuando el peor caso es que todo esto pudiera desembocar en un conflicto armado, aunque no sea una necesaria consecuencia del antagonismo mutuo.
Perturba que ninguno de estos análisis considere el posicionamiento de Rusia, lo cual, a mi juicio, será determinante en la fractura tectónica global de la nueva bipolaridad transregional entre el decadente G-7 y los resplandecientes BRICS.
La recurrente fiebre malvinera y el antimperialismo
Guillermo Almeyra
 
      Antes que nada, una premisa. Las Malvinas son argentinas pues fueron arrebatadas por la fuerza, pobladas con colonos extranjeros y mantenidas con la ocupación británica desde los primeros años del siglo XIX, en 1833, y desde entonces todos los gobiernos argentinos denuncian regularmente ese despojo. Sin embargo, el reclamo por las Malvinas sólo pasó al primer plano de la política nacional durante dos periodos: el del comienzo de la agonía de la dictadura militar, jaqueada por huelgas, manifestaciones y movimientos de masas, y el de la segunda presidencia de Cristina Fernández de Kirchner. En efecto, ésta no dijo ni hizo nada importante al respecto durante su primer mandato o cuando era senadora durante el menemismo, y la misma cuasi mudez tuvieron todas las dictaduras que se sucedieron desde 1955 hasta 1976, así como los gobiernos de Perón y del peronismo. Si la dictadura militar creyó poder instrumentalizar el caso de la usurpación de las Malvinas como diversivo para reforzar su poder y su prestigio declinantes y se lanzó a una aventura pensando que la misma no terminaría con una guerra, temo mucho que el gobierno argentino actual llene sus medios de información con el reclamo legítimo de la devolución de las islas colonizadas por el Reino Unido no por un repentino prurito antimperialista sino para no tener que hablar de aumentos de salarios, de la depredación causada por la gran minería y por la soya, de problemas ferroviarios y energéticos, de la ley antiterrorista impuesta a pedido de Obama. Además, creo también que el 14 de junio, cuando la presidenta participe en el Comité de Descolonización de la ONU, reiterará la justa exigencia de la devolución de las islas y la denuncia del colonialismo británico pero no pedirá al mismo tiempo el fin de la colonización de Puerto Rico, que está ocupado por Estados Unidos desde 1898, ni el de la colonización de los territorios usurpados por Israel a los palestinos.
Lo peor de toda esta ola retórica y de esta explotación de un tema sentido por todos los latinoamericanos para cubrir una política conservadora es que en ellas participan sectores progresistas que pierden la cabeza al sentir las fanfarrias del nacionalismo. Recordemos que el nacionalista socialista Jorge Abelardo Ramos, tan recordado y recomendado por la presidenta, fue el último civil que visitó las Malvinas cuando la aventura de la dictadura ya demostraba su fracaso. Recordemos también que los Montoneros exiliados fletaron un avión para combatir bajo el mando de los dictadores que habían asesinado a decenas de millares de militantes de todo tipo y oprimían al pueblo argentino. Registremos igualmente que la izquierda argentina en su inmensa mayoría, desde varios grupos que se autoproclamaban trotskistas hasta socialistas y comunistas, secundó la aventura militar de la dictadura. La base teórica de tal posición aberrante fue que Inglaterra era un país imperialista y Argentina uno semicolonial, dependiente. Sólo unos pocos en el país y un puñado en el exilio nos opusimos a la guerra. En mi caso publiqué de inmediato en el diario mexicano unomásuno un artículo en el que explicaba que el enemigo principal era la dictadura, que las Malvinas eran argentinas pero también lo eran los muertos y desaparecidos, que una eventual victoria de la dictadura reforzaría a Galtieri y los demás asesinos, que la guerra dificultaría el desarme británico en curso (en efecto, el mismo se suspendió) y reforzaría al sector más colonialista, empezando por fortalecer a la Thatcher (que inmediatamente después de la guerra aisló y aplastó a los mineros en huelga) y que el nacionalismo fomenta nacionalismos opuestos. Alberto di Franco, Adolfo Gilly y ese gran socialista e historiador que fue Sergio Bagú sostuvieron la misma posición, que provocó mucha polémica entre los exiliados y en el seno de la izquierda mexicana.
¿Cuál había sido hasta entonces la actitud de la izquierda mundial? Apoyar la resistencia a la colonización o la sublevación contra el colonialismo de los pueblos víctimas de éste, como sucedió en el caso de la rebelión tribal norafricana de Abdel Kader contra franceses y españoles en los años 20 o las guerras de liberación en Argelia o en Indochina en los años 50 y 60. Incluso Trotsky formulaba la hipótesis de que ante un ataque de la democrática Inglaterra contra el Brasil gobernado en los años 30 por la dictadura de Vargas, había que defender al país semicolonial agredido contra su agresor imperialista democrático.
Pero la guerra de las Malvinas fue desatada por la dictadura argentina y no por Inglaterra, y se trataba de una maniobra diversionista realizada por un gobierno que colaboraba con la CIA, que tenía torturadores en Centroamérica y era anticomunista, anticubano y proimperialista en lo internacional y un salvaje opresor de los trabajadores y del pueblo, en nombre de su alianza con la oligarquía y con las trasnacionales. Cuando como muchos exiliados (por ejemplo Juan Gelman) saboteamos el Campeonato Mundial de Futbol que la dictadura utilizaba para ganar legitimidad y apoyo popular, recurrimos al mismo derrotismo: lo mejor para los trabajadores argentinos era la derrota de la aventura tan costosa en vidas de jóvenes movilizados, porque acortaría la vida de la dictadura (tal como sucedió) y porque la guerra inoculaba nacionalismo en Argentina y en Inglaterra en vez de desarrollar las ideas internacionalistas, pacifistas, socialistas.
No es de extrañar pues que ahora no se recuerde que hubo gente que mantuvo una posición principista, opuesta a la idea de que quienes se enfrentan son los estados (que además se confunden con sus gobiernos) y basada en cambio en la diferenciación, por un lado, entre las clases explotadas y oprimidas y, por el otro, las clases dominantes que están unidas por la defensa del régimen de explotación, a pesar de sus disputas y de las fronteras. Quien no aprende de la experiencia pasada es peligroso para su pueblo y la democracia.

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