Internet: dependencia y riesgos
Afloran amenazas de que gobiernos usen la red para acentuar el control social
La adaptación a las nuevas tecnologías ya es irreversible, afirman expertos
Asistentes al encuentro Campus Party México 2011, realizado en el Distrito Federal en julio pasadoFoto José Carlo González
Arturo García Hernández
Periódico La Jornada
Domingo 8 de abril de 2012, p. 2
Domingo 8 de abril de 2012, p. 2
El mundo ya no podría funcionar sin Internet. La vida cotidiana, incluso la de quienes no están conectados, depende de una forma u otra de la red de redes. Es tal la cantidad de actividades de toda índole que ocurren ahí, que cabe preguntarse qué pasaría si de pronto se colapsara la infraestructura tecnológica que la hace funcionar.
Supongamos que una serie de gigantescas explosiones solares colapsa los satélites que intercomunican a la red, que un virus inutiliza todos los servidores o que un ciberataque los deja fuera de servicio. Acaso ese día apocalíptico se desquiciaría el tráfico aéreo, perderíamos nuestras fotos y a todos nuestros
amigosen Facebook y no leeríamos en Twitter la enésima noticia falsa de la muerte de un personaje famoso (Chabelo, Chespirito o un ex presidente). Tampoco podríamos estar al tanto del movimiento mundial de los
indignados, no veríamos en YouTube las imágenes que la televisión censura ni sabríamos más de los mensajes ominosos de los
matazetas.
¿Es posible algo así? ¿Cuáles serían sus consecuencias? ¿Estamos preparados para enfrentarlo?
Los efectos de la vulnerabilidad de la red los han padecido los clientes de Sony, cuya información privada quedó al descubierto hace algunos meses, cuando el sitio de la firma japonesa fue hackeado. También lo saben los administradores de los portales de instancias gubernamentales de distintos países, atacados por Anonymous; o los usuarios de BlackBerry que meses atrás veían con desesperación que sólo podían hacer llamadas telefónicas y enviar mensajes de texto convencionales.
No obstante, expertos y enterados del tema dicen que Internet es prácticamente indestructible. Están seguros de que no hay razón para temer que un día despertemos y nos encontremos con que desaparecieron nuestras cuentas de Facebook o de Twitter o que nuestro correo electrónico ya no existe.
Existe la posibilidad técnica, admite Fabián Romo, de la dirección general de cómputo y de tecnologías de la información y la comunicación de la UNAM, de que una serie de contingencias pudieran dejar fuera de servicio algunas áreas de la web, pero
hablar de un colapso total es algo casi imposible.
Óscar Mondragón, empresario desarrollador y proveedor de sistemas de seguridad, sostiene:
la red está diseñada para resistir incluso una explosión nuclear o una actividad solar atípica.
La mayor parte de los ataques y las fallas, dice Mondragón, tienen que ver con vulnerabilidades comunes a casi todos los sistemas.
Cualquier estudiante de segundo semestre de ingeniería de sistemas es capaz de hacerlo desde su computadora de escritorio, afirma.
Es cierto que algunos ataques o fallas, sostiene Daniel Rodríguez, desarrollador del programa Enciclomedia, podrían afectar mecanismos tan simples como las plumas que controlan la entrada y salida de algunos estacionamientos, o tan sofisticados como el software de las válvulas que regulan la cantidad de petróleo que se envía a Estados Unidos a través de los oleoductos, repercutiendo negativamente en su contabilización.
Hace aproximadamente cinco años sufrieron un atentado los equipos donde se concentraban las cuentas de Internet técnicamente llamadas
nombres de dominio, es decir, las direcciones numéricas mediante las cuales las computadoras conectan a los usuarios con sus sitios personales o empresariales. No es difícil imaginar el desconcierto o desesperación de miles de personas que de pronto encontraban que su información se había esfumado. O por lo menos eso parecía. Poco después la mayoría de las cuentas quedó restablecida. Aunque a los afectados nadie les quitó el susto.
Romo explica que gran parte de la información subida a Internet se duplica en varios servidores situados en distintos lugares del planeta.
Si se daña un servidor donde hay información nuestra, es muy factible que exista un respaldo de la misma en los centros de datos en las millones de computadoras distribuidas a lo largo y ancho del planeta.
Óscar Mondragón concuerda con Fabián Romo en que colapsar toda la red resulta, desde un punto de vista técnico, casi imposible, además de incosteable: acabar con Internet
requeriría de cientos de personas durante periodos de tiempo prolongados, y habría que invertir cantidades notables de dinero.
Algo así sólo podría hacerlo hasta cierto punto un Estado-nación, por el poder financiero que se requiere.
Hace años se cayeron los sistemas del gobierno de una de las repúblicas bálticas, y fue evidentemente una acción del gobierno ruso; se habla también de un virus cibernético muy sofisticado, capaz de paralizar una red, creado por el gobierno de Israel para atacar la infraestructura nuclear de Irán.
Podríamos pensar en China, Rusia y Estados Unidos poniéndose de acuerdo para intentar algo así,
pero ya estaríamos hablando de una situación de guerra que los afectaría a ellos mismos.
Acerca del colectivo multinacional Anonymous, cuyos ataques en Internet se distinguen por su espectacularidad y su impacto mediático, Daniel Rodríguez lo describe como
un fenómeno interesante, una especie de virus cultural o socialcon cierta tendencia ideológica que comprende, entre otros puntos,
la defensa de un Internet libre, abierto, público y ético.
Mondragón explica que en su mayor parte los famosos ataques
son muy básicos: se llevan a cabo con un software que
cualquiera puede bajar de Internety sirve para hacer lo que se llama
un ataque por inundación, que no es otra cosa que enviar un número de peticiones a un servidor web en cantidad tal que éste pierde capacidad para procesarlas y se paraliza.
En otras ocasiones, irrumpen de manera forzada (hackean) los códigos de seguridad de un sistema o de una red y alteran los contenidos o dejan mensajes.
Ambos tipos de ataque son tan básicos, insiste Mondragón, que no representan un peligro para la red:
sus objetivos son políticos y en ese sentido lo que sí han logrado es evidenciar los tremendos niveles de incompetencia en la protección de los sistemas, por ejemplo, del gobierno mexicano.
Tanto Daniel Rodríguez como Óscar Mondragón coinciden en advertir que el riesgo para Internet es otro: la migración hacia lo que llaman el paradigma de la nube. Es decir, que el almacenamiento y el procesamiento de datos se está llevando a cabo en la red misma, de tal forma que se podrá prescindir de las máquinas computadoras, de la memoria ram, del disco duro: bastará un dispositivo para ejecutar los programas que proporcionará la propia red y podremos acceder a nuestra información personal desde cualquier equipo.
Eso significa que perderíamos el control sobre nuestros datos y aumentaría el número de variables que intervienen en su preservación.
Refiere Mondragón:
la computadora nació en un cuarto cerrado donde unos señores de corbatita delgada y lentes de pasta se encargaban de un aparato que para todos los demás es misterioso; después llegaron unos jipis de Silicon Valley que la sacaron de ese cuarto y la pusieron en el escritorio de todo mundo.
Ahora “estamos de regreso al centro de datos controlado por unos señores muy listos con lentes de pasta, y los usuarios vamos a tener unas pantallas muy padres con las cuales vamos a interactuar por medio del tacto, la voz, el movimiento, y si hoy nos sentimos ansiosos sobre el paradero de nuestra información, en un futuro va a ser irrelevante para todo efecto práctico”.
De ese modo alguien se hará cargo de administrar y cuidar nuestros datos (documentos, fotos, videos, información personal). Existirán empresas (Google, Microsoft, Telmex, etcétera) que se harán responsables ante los usuarios. Será la mejor manera de protegerla, copiarla y distribuirla, afirma Mondragón.
¿Y la privacidad? “Habrá gente a la que le cause ansiedad esto, que diga: ‘yo no quiero que nadie lea mis correos, que el señor que opera el centro de datos tenga acceso a mis fotos personales’”.
Tendrán que adaptarse, sentencia, porque la idea de privacidad está cambiando:
las nuevas generaciones, que todo lo suben a redes sociales, tienen vidas públicas.
Por supuesto que lo anterior conlleva un riesgo: el de un mayor control social por parte de los gobiernos y los estados.
Como quiera que sea, el proceso de adaptación y dependencia de los seres humanos con las tecnologías de la información y la comunicación ya es irreversible. El sociólogo Octavio Islas, catedrático del ITAM y director de la revista Razón y Palabra, especializada en estos temas, recuerda una de las afirmaciones centrales de Marshall McLuhan y los herederos de su pensamiento de que
la tecnología transforma la ecología cultural de la sociedad, lo que va desde los hábitos cotidianos hasta la manera en que percibimos el mundo y nuestra relación con los demás.
La hora de la reforma y de un nuevo curso
Rolando Cordera Campos
La necesidad de la reforma se vuelve aguda cuando se piensa en la obra de Jorge Carpizo y se lamenta y sufre su demasiado pronta partida. Como en la gloriosa época de la reforma liberal en el siglo XIX, el México del siglo XXI reclama un severo, drástico, ajuste de cuentas con su evolución reciente para poner en marcha un nuevo curso para su desarrollo. De no ser así, lo logrado en los últimos lustros en apertura política y económica se pondrá en peligro y los frágiles entendimientos sociales en los que aún se sostiene nuestra convivencia comunitaria darán paso a la anomia y el desaliento, los mil y un exilios interiores y la furia individual y colectiva, para dar entrada a las tendencias siempre presentes a la entropía y la desintegración nacional.
Se dice pronto, pero al proyectar la presente acumulación de males y angustias no queda campo para el optimismo ramplón al que se ha dedicado el gobierno que se va pero no se va, empeñados como están sus dirigentes en imponerle a la sociedad, una vez más, un destino manifiesto sin perfil ni perspectiva, condensado en la pueril idea de que con el cambio político lo único que puede venir es la vuelta al pasado. Este futurismo de sacristía, que tanto éxito alcanzó en el pasado cuando la sociedad mexicana vivía la primera de sus crisis contemporáneas, satanizó los últimos tramos del desarrollo basado en la industrialización dirigida por el Estado, con el apelativo de la docena trágicay contribuyó al entronizamiento de una irracionalidad mayor, supuestamente iluminada por la racionalidad inmanente que sus creyentes atribuyen al mercado, mientras más mundial y unificado, mejor.
Sobrevino entonces una suerte de nuevo abrazo de Acatempan, esta vez entre los libertadores de la economía para volverla abierta y de mercado y quienes postulaban el cambio sin adjetivos ni objetivos. Todo para aterrizar en el reclamo de un nuevo concordato, la negación de los derechos fundamentales de las mujeres a decidir, y la exigencia, disfrazada de diplomacia papal, de una libertad religiosa que sólo quiere decir enseñanza de la religión católica en la escuela pública, propiedad y uso irrestricto por parte de la jerarquía de los medios de comunicación masiva y, por qué no, extensión del derecho de voto de los curas a ser votados como cualquier ciudadano.
La conjunción entre los reformistas de mercado y los restauradores de la fe mayoritaria como religión dominante se dio bajo la divisa del cambio y desembocó en esta peculiar democracia de mayorazgos y encomenderos que se resume en las tristemente célebres telebancadas, que columnistas y publicistas festejan como si se tratara de nuevas libertades arrancadas al tirano. Una prueba mayor para esta abollada democracia colonizada por los poderes de hecho se dará este julio, cuando sus mecanismos den cuenta (o no) de su eficacia para encauzar el interés ciudadano en las urnas y, sobre todo, para darle al conflicto rampante que corroe los acuerdos básicos que nos quedan, un horizonte institucional creíble. De no ocurrir así, sólo quedará como panorama futuro la trifulca que desgasta y el rencor que se acumula antes de estallar.
Hace tres años, un grupo de mexicanos convocó a gobierno y sociedad a emprender cuanto antes una acción firme contra una recesión que amenazaba ser demoledora. Del recuento hecho entonces, quienes firmamos el documento
México frente la crisis, hacia un nuevo curso de desarrollocoincidimos en que más allá de la acción gubernamental contra la recesión que avasallaba al mundo, era indispensable erigir una forma de crecer distinta a la seguida por casi 30 años y que había desembocado en lo que algunos hemos dado en llamar un
estancamiento estabilizadorque amenaza convertirse en desestabilizador por sus implicaciones sociales nefastas, injustas y destructivas de los tejidos elementales para una mínima cohesión social.
No tuvimos éxito en nuestra convocatoria a la acción inmediata y al cabo de los meses el resultado estaba a los ojos de todos: una caída del producto interno bruto superior a 6 por ciento; un desempleo abierto mayúsculo, que se daba sobre todo en las zonas norteñas de la nueva industrialización ligada a la exportación; un nuevo brote en los números de pobreza que recogían los estragos de la llamada crisis alimentaria de 2008 y amplificaban el impacto negativo de la recesión, al reducir todavía más la capacidad del mercado interno para compensar en algo la drástica caída de las exportaciones. Nunca como en ese año fue tan transparente el alto costo social y productivo que ha implicado el (mal) llamado equilibrio macroeconómico, cuya vigencia contrasta con la irrupción de déficit mayores en la existencia social, el potencial de crecimiento de la economía y en las condiciones generales para un crecimiento sostenible a mediano y largo plazos.
Sólo la democracia incipiente pareció quedar al margen de la conmoción universal de la crisis y el 2010 auspició una vuelta de tuerca más del pluralismo, al castigar al partido en el gobierno y favorecer al otrora gran derrotado del cambio sin adjetivos, el antiguo partido de las mayorías autodefinidas cuando no autoconstruidas por el capricho del poder presidencial.
Hoy, no podemos presumir de que esta seguirá siendo la pauta dominante de nuestra renqueante evolución política. La normalidad vuelta mantra de los transitócratas deberá ceder espacio a una política constitucional efectiva, para cambiar un régimen que de improductivo ha pasado a corrosivo.
Una sociedad desprotegida es una comunidad donde manda la inseguridad y la incertidumbre se vuelve mala costumbre que configura una mala educación política. Y así vivimos, sin que nadie pueda apostar porque el desenlace de julio rompa este equilibrio vicioso y ofrezca a la sociedad una luz al final del túnel que no resulte ser otra locomotora en sentido contrario.
De aquí la justeza de una convocatoria como la que se ha vuelto a hacer, gracias a la hospitalidad de la UNAM, a replantearnos el rumbo y buscar otro, más generoso socialmente hablando y más robusto y vigoroso desde el punto de vista productivo. Crecer rápido para dar empleos; invertir más, para que ese crecimiento se sostenga; tributar más y gastar mejor, para que la sociedad se eduque y el cuidado de su salud llegue en verdad a todos; redefinir cuanto antes el perfil productivo del país, con una nueva industrialización y un desarrollo rural sustentable; dotarnos de una dimensión regional integradora, una infraestructura potente y un sistema energético poderoso y congruente con el desarrollo sustentable, son las líneas maestras del planteamiento contenido en esta nueva entrega a favor de un nuevo curso de desarrollo.
En el centro, la recuperación de la capacidad del Estado para hacer política económica, trazar estrategias que reconquisten el futuro extraviado y hacer de la igualdad y la equidad divisas compartidas y criterios centrales del desarrollo y la democracia. Nada más pero nada menos. Insistir en la inercia como virtud teologal es conjurar los espectros del único pasado que no se puede reditar; no el de la docena trágica, que como farsa y tragedia a la vez restrenaron los gobiernos panistas del primer decenio del siglo XXI, sino el de la Decena Trágica que dio al traste con la gran promesa cívica de Madero para dar entrada a más de una década de violencia y autodestrucción nacional.
Aquí estamos y estas son las coordenadas de un espíritu reformador, no sólo reformista (pace querido Fito), como el que Jorge Carpizo encarnó y nos legó como lección indeleble de civismo y honestidad política e intelectual.
Gran idea-Hernández
Recibos
locos: se requiere solución de fondo
Antonio Gershenson
En estos días hemos visto publicada una serie de problemas y denuncias de los llamados recibos
Este problema no lo vemos en otras ramas de los servicios públicos. Ni en los recibos del teléfono, ni en los del gas, ni en los del agua. Tampoco es algo accidental, porque los locosen el consumo de electricidad. Se trata de aumentos inmediatos del monto cobrado de varias veces su precio de la factura anterior.
erroresnunca ocurren en contra de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), siempre son contra el consumidor.
Tampoco parece algo planteado caso por caso, porque ocurren sin ninguna lógica. Por ejemplo, se le ha cobrado una fortuna a alguien de una vivienda en un poblado y con cuatro focos.
No es el único problema, hay otros que se traducen en recibos caros, pero si no se resuelve el asunto de los recibos
locos, el daño no sólo seguirá ocurriendo, sino que aumentará, como parece ocurrir al aumentar las quejas al respecto. En estas páginas lo hemos visto, en especial, en esta semana.
La CFE tiene un sistema de personal agresivo y que trata a como dé lugar cobrar, aunque el usuario no tenga recursos para pagar. La CFE tiene conflictos en barrios o colonias enteras. Fuera de la región central, tiene conflictos en zonas enteras de Chiapas, Tabasco y otros estados. Deben tratarse conforme al origen del problema, hay casos en que la tarifa se cobra cara en general y no por cómo sale cada recibo.
La CFE pierde un dineral con lo que les paga a las empresas privadas que le producen electricidad a partir del gas caro y de tarifas carísimas. Está endeudada hasta el cuello, y no le importa seguirse endeudando. Luego, trata de desquitarse de todo esto a partir de los recibos
locos, cuando no aumentos generales.
La solución. La solución no es sencilla, pero existe, claro que aplicándola. Sí, hay que cambiar las tarifas, eliminando por ejemplo la tarifa de alto consumo (TAC). Pero esto no basta, la TAC tampoco explica por qué aumenta la tarifa cinco o 10 veces de golpe. Se debe formar una comisión, que tenga capacidad técnica y también independencia absoluta de las autoridades, con poderes para:
–Revisar todo el sistema que procesa desde la entrada de consumos de cada usuario donde haya este problema, hasta el cálculo de aplicación de las tarifas y hasta la emisión de la factura. Se deben revisar los casos ya conocidos por las denuncias presentadas por diferentes canales. Se debe localizar dónde en el proceso, y cómo, se generó el altísimo recibo.
–Los que forman el aparato de cobro y presión sobre los usuarios no deben estar ni siquiera enterados de esta revisión, porque pueden ser parte interesada en la deformación. Cada caso que se compruebe como alterado, no sólo se debe corregir sino que se debe ir a fondo sobre cómo pudo ocurrir.
–La CFE debe recuperar, hasta donde pueda, los recursos perdidos por vías ilegales o anticonstitucionales. Debe recuperar sus funciones constitucionales, y llevar a cabo las que el artículo 27 de la Constitución le encomienda. Y que sea de ahí, no del desplume de los usuarios con recibos
locos, de donde venga el dinero.
La CFE debe recuperar, en general, sus funciones originales para las cuales se fundó. Durante años, la CFE construía plantas eléctricas, líneas de transmisión y otras instalaciones para la industria. Cuando se nacionalizaron las empresas extranjeras en 1960, el personal electricista cobró un papel fundamental. Ahora se contratan no sólo compañías que entregan a alto precio la electricidad, sino con empresas privadas el mantenimiento de las instalaciones eléctricas de la región central, y la corrupción se multiplica. ¿Quién, y a cambio de qué o de a cómo, selecciona a esas empresas? Ya ni la simulación de concursos. Y luego que por qué sale todo carísimo. En este periódico se informó el martes 28 de febrero que la CFE tuvo el año pasado pérdidas por 17 mil millones de pesos, monto sin precedente. Y luego quieren recuperarse con los recibos
locos, más la corrupción.
Por si fuera poco, se pone en manos de particulares el manejo de los recibos y del sistema de cobro
automatizado. ¿Quién cobra y quién
resuelvelos problemas relacionados? La corrupción ya se privatiza también, y luego les llega indirectamente a los funcionarios públicos que decidieron qué empresa privada hace esto y lo otro.
Pero incluso eso se les hace poco. Ya también mostramos el 26 de febrero
la venta del futuro, que plantea comprometer la compra de gas a Estados Unidos, para el norte y el noroeste del país, durante los próximos 25 años. No les importa que les queden unos meses de gobierno y que por elemental responsabilidad no se debe comprometer nada de esto, más allá del próximo primero de diciembre.
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