Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

lunes, 2 de abril de 2012

Historia de un pacto siniestro

Historia de un pacto siniestro

Cementerio Darwin. Dolor por los caídos. Foto: Reuters
Cementerio Darwin. Dolor por los caídos.
Foto: Reuters
En el trigésimo aniversario de la guerra de las Malvinas –este lunes 2– la presidenta Cristina Fernández reaviva los reclamos acerca de la soberanía argentina sobre las islas, incrementa las tensiones diplomáticas con Gran Bretaña y atiza el nacionalismo de su pueblo. En el fondo, señalan analistas, se trata de una “cortina de humo” que intenta desviar la atención de los problemas que enfrenta su gobierno, entre ellos la inflación, las medidas de ajuste económico y el escándalo de corrupción que implica al vicepresidente Amado Boudou.
BUENOS AIRES (Proceso).- Este lunes 2 Argentina recordará el inicio de la guerra de las Malvinas y lo hará sumida en una tensión diplomática con Gran Bretaña sin precedente desde la llegada de la democracia.
A 30 años de un conflicto que causó la muerte de 649 soldados argentinos y en medio de una gestión cada vez más antipopular, el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner reactivó su reclamo de soberanía sobre el archipiélago e inició una escalada contra el Reino Unido, medidas que dividen al país sudamericano.
Para la presidenta, se trata de una reivindicación necesaria y tardía que pone a Argentina en pie de lucha contra el “colonialismo hegemónico” encarnado por Inglaterra. Pero una creciente masa opositora ve en la “malvinización del discurso” una maniobra retórica y demagógica pensada para disimular las grietas de un gobierno que empieza a ser interpelado incluso por el propio kirchnerismo. “El nacionalismo parece ser una nueva faceta de profundización del modelo K”, sintetiza el analista político Rosendo Fraga.
El periodista Luis Majul coincide pero usa menos eufemismos: “La presidenta utiliza un reclamo de soberanía legítimo como cortina de humo para que los medios y la sociedad dejen de hacer foco sobre los aspectos más conflictivos del gobierno, como el ajuste económico, la inflación y el escándalo de corrupción en el que está metido el vicepresidente Amado Boudou”, dice el autor de Él y ella, libro que desnuda las mayores oscuridades del matrimonio Kirchner.
Más allá de que el deseo de soberanía siempre estuvo presente en Argentina, los analistas ubican un punto de inflexión en enero de este año: en la reapertura de las sesiones legislativas la presidenta pronunció un discurso de tres horas y 15 minutos, donde abundó varias veces en la legitimidad de los reclamos sobre el archipiélago y se centró en la construcción de un nuevo y viejo enemigo: Gran Bretaña.
Desde entonces y a lo largo de los últimos dos meses, el gobierno buscó profundizar el conflicto. La presidenta anunció la desclasificación del Informe Rattenbach, un documento encargado en 1982 por la dictadura que analiza las responsabilidades militares y políticas durante la guerra (y que en realidad ya se vendía en internet desde hace años).
Por otra parte el gobierno hizo llegar al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas una denuncia por lo que considera una escalada militarista en el Atlántico Sur: el Reino Unido había anunciado el envío al archipiélago de un moderno destructor y además el príncipe Guillermo viajó a las islas en una misión de entrenamiento militar que fue vista como un gesto político de peso.
Además Argentina gestionó y logró una renovada solidaridad de los países del Mercosur, que prohibieron que en sus puertos atraquen los buques con bandera de las Falkland (como llaman los británicos a las Malvinas) basándose en un argumento irrebatible: las Falkland no son un país.
Y, por último, Cristina Fernández formó parte de un agresivo cruce de declaraciones con el primer ministro británico, David Cameron.
De cara a los reclamos de soberanía del gobierno argentino, Cameron se manifestó tajante: “Mientras las islas Falkland quieran ser territorio soberano británico, deben seguir siendo territorio soberano británico. Punto final de la historia”, dijo en un discurso en el Parlamento. La presidenta respondió sin eufemismos: señaló que la declaración del premier británico había sido “un gesto de mediocridad y casi de estupidez”, y calificó al Reino Unido de “burda potencia colonial en decadencia”.
Frente a estos ataques las preguntas no tardaron en llegar. ¿Está bien que el gobierno argentino haya situado entre las prioridades de su política exterior la demanda al Reino Unido? ¿Por qué la presidenta querría alentar ese nacionalismo?
“La mayor utilidad de las Malvinas es que no las tenemos”, sentencia el historiador Luis Alberto Romero, quien junto con otros intelectuales firmó un documento que pide una visión alternativa para el conflicto. “Un territorio irredento y que debe ser recuperado es lo mejor para unirnos contra cierto enemigo nacional que no necesariamente es extranjero. Cualquiera que se oponga a la recuperación es visto hoy como un apátrida y un liberal. No hace falta decir mucho más para subrayar todas las nefastas consecuencias ideológicas y políticas de este discurso”.
En su libro Naciones y nacionalismos desde 1780, el historiador británico Eric Hobsbawm sostiene algo parecido a lo que dice Romero: “¿Qué otra cosa sino la solidaridad de un ‘nosotros’ imaginario contra un ‘ellos’ simbólico hubiese empujado a Argentina y Gran Bretaña a una guerra descabellada por unas tierras pantanosas y unos pastos en el Atlántico Sur?”. Lo curioso es que no habla de Cristina Fernández, sino de Margaret Thatcher, quien en los ochenta usó la guerra de las Malvinas para recuperarse de un escandaloso descenso de popularidad.
Rodrigo Lloret, editor de la sección Internacional del diario opositor Perfil rescató esta similitud entre Thatcher y Fernández en su editorial del pasado 8 de febrero:
“Thatcher logró instalar en la opinión pública británica el ‘factor Malvinas’ como tema excluyente para disimular los efectos de una economía que no reaccionaba. (…) “Algo de eso parece haber aprendido Cristina Kirchner. La presidenta –siguiendo los pasos de Thatcher– prefiere ‘malvinizar’ una agenda interna que de otra manera estaría ocupada por reclamos sindicales de aumentos salariales o malestar social por el incremento de tarifas en servicios y transportes públicos”.

Distraer de la crisis

Argentina llega a esta fecha histórica sumida en la mayor crisis del kirchnerismo.
El 22 de febrero un accidente ferroviario en el que murieron 51 personas –que pasará a la historia como “la tragedia de plaza Once”– echó luz sobre la falta de inversión y de control estatal en las concesionarias del servicio público. Ese episodio además volvió a poner en primer plano el obtuso modo de comunicación del gobierno: luego del desastre, el secretario de Transporte, Juan Pablo Schiavi, y el ministro de Planificación, Julio de Vido, dieron una conferencia de prensa en la que no se permitía hacer preguntas.
La falta de diálogo entre el gobierno nacional y la prensa “no adicta” se extiende a otras áreas. En estos días es motivo de preocupación y debate el hermetismo oficial ante la drástica restricción a las importaciones impuesta por el secretario de Comercio, Guillermo Moreno.
Desde que el funcionario decidió equilibrar la balanza comercial con el modelo binario (“El que quiere importar tiene que exportar por igual monto”) el país entró en un lento y creciente desabasto. Faltan medicamentos oncológicos y productos tecnológicos elementales (como cartuchos de tinta para impresoras), hay severas restricciones a la importación de libros y varias empresas tienen la producción detenida porque carecen de insumos que vienen del exterior.
“Esto sirve para mejorar ahora mismo y sólo un poco la balanza comercial pero está afectado el crecimiento de le economía de manera ostensible. La industria automotriz va a empezar a suspender operarios por falta de insumos y los dentistas que necesitan instrumental importado se lo piden a los amigos, pero esa situación no da para más”, advirtió ante la prensa Mauricio Macri, jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires y, hasta el momento, la principal figura opositora al gobierno de Fernández.
Según una encuesta de la consultora Poliarquía, hoy Macri supera en intención de voto a la presidenta y directamente aplasta en popularidad al vicepresidente Boudou, quien tiempo atrás era candidato a ocupar el trono kirchnerista en 2015 y que hoy es visto como un lastre.
A Boudou se le investiga por presuntamente hacer negocios millonarios con dinero del Estado: encarna uno de los mayores escándalos de corrupción. Está acusado de tener vínculos comerciales –mediante un testaferro– con Ciccone Calcográfica, productora de papel que a últimas fechas recibió un inédito rescate del Estado (la sacó de una quiebra multimillonaria mediante un plan de pagos que no se le ofrece a ninguna otra compañía en el país) y que además acaba de recibir por parte del Estado el encargo de emitir los billetes de 100 pesos.
A pesar de las acusaciones Boudou sigue en su puesto. Y habla. El 5 de febrero pasado dio una entrevista al canal del Estado (Canal 7) donde comparó a David Cameron con el exdictador argentino Leopoldo Galtieri, quien gobernaba cuando se inició la guerra. Según Boudou, Cameron usa el enfrentamiento con Argentina para encubrir problemas de política interna del Reino Unido:
“Toda esa bravuconada de mantener alrededor de las Malvinas una serie de agresiones de Cameron y su equipo tiene que ver con lo mal que está la política interna. Han buscado, como hizo Galtieri en su momento, una salida en ese sentido”, dijo Boudou.
Tan cerca, tan lejos

Malvinas: una alternativa distinta es un documento que firmaron escritores, científicos sociales y periodistas para abrir el debate sobre la soberanía de las Malvinas y pedirle al gobierno que deje a un lado los visos nacionalistas y tenga en cuenta los derechos y deseos de los actuales habitantes del archipiélago (que no quieren ser argentinos).
En ese grupo de intelectuales está el periodista Jorge Lanata, quien dijo al diario Perfil que “la política de Argentina hacia las Malvinas es una locura, errática y sin sentido”, y luego arremetió con una declaración más fuerte: “Tenemos que afrontar el hecho de que hemos perdido la guerra. Malvinas no es parte de Argentina, es parte de nuestra imaginación. Estamos tan cegados por años de retórica que no podemos ver la realidad”.
Lanata fue el rostro visible de Tan cerca, tan lejos: un documental sobre las islas Malvinas que presentó, por primera vez, una mirada distinta sobre la idiosincrasia del archipiélago. El documental, realizado hace cinco años, tuvo entre sus productores a Tamara Florin, periodista argentina que nació en 1981, que no tiene un recuerdo directo de la guerra y que se sorprendió cuando viajó al archipiélago para producir el video.
“Mi visión de las islas cambió completamente con ese viaje”, asegura. “Yo había crecido con el discurso de que ‘las Malvinas son argentinas’, pero cuando llegué vi que no hay nada argentino allá. La gente cena a las seis de la tarde, come pescado con papas… es británica. Pero cada vez que lo planteo en Argentina lo que recibo como respuesta es un profundo silencio”.
El único punto en común entre Argentina y las islas, dice Florin, es el paisaje: un páramo árido que recuerda a la Patagonia y donde hay, desde hace décadas, una inmensa nada coronada por un caserío y por un camposanto que honra los cuerpos de los caídos en la guerra. Allí, en el cementerio Darwin, 237 cruces recuerdan que las islas –más allá de la retórica y las conveniencias políticas– siempre tendrán, con Argentina, un doloroso punto en común.

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