Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

jueves, 20 de diciembre de 2012

ASTILLERO- Peña y la crítica liberal- Las expectativas para el 2013-Las novedades del PRI

Astillero
Recuento 2012
PAN-FC, gran derrota
PRI-EPN, regresión
PRD-AMLO, inmovilidad
Julio Hernández López
Foto
EN GUERRERO. En Acapulco, organizaciones sociales se manifestaron durante la visita de Enrique Peña Nieto
Foto Notimex
 
Lo peor del sistema fue reciclado. Doce años de un panismo ineficaz y corrupto fueron sustituidos por un priísmo voraz, represivo y maquinador, mientras la izquierda se hundía en sus contradicciones, insuficiencia y divisionismo. Año políticamente trágico, si se considera que las características más negativas de esas tres corrientes básicas se están reformulando mediante un pacto denominado por México, que en realidad es por las élites partidistas, con exclusión de los genuinos intereses populares.
 
Calderón se fue como llegó: por la puerta de atrás. Pudo despedirse ceremonialmente del poder pisando el terreno antes vedado del Congreso federal, pero lo hizo en el contexto de una derrota profunda, que si solamente fuera electoral sería poca cosa frente a la herencia de ese felipismo que hundió a su partido en la peor crisis, desacreditado socialmente, pleno de pillerías en su clase política convertida en alta burocracia de saqueo, con un padrón de militantes tan escandalosamente abultado como los extravagantes proyectos de imposición interna, de arrasamiento de corrientes adversas, de postración de los postulados históricos de un partido que presumía de legalidad, decencia y orden. Y, desde luego, con la cruz histórica a cuestas de haber propiciado una descomposición institucional extrema, que sacó al Ejército a las calles, provocó decenas de miles de muertes y desapariciones, abatió los de por sí bajos niveles de respeto a los derechos humanos, cercenó libertades políticas y derechos constitucionales y será recordado siempre por su caracter sangriento, funerario, macabramente retorcido.
 
Peña Nieto se instaló por la vía comercial. De poca monta intelectual, tocado irremediablemente desde la FIL por las evidencias de poco, casi nulo ejercicio de lector; creador involuntario del mayor movimiento social reciente, el del 132; movido, financiado y regido por un sindicato de gobernadores con erarios generosos y por oscuros personajes de la política tradicional priísta, con el ex presidente Salinas a la cabeza; errático, mediático y predispuesto a la mano dura, el ex gobernador del estado de México no conduce de retorno a Los Pinos a un PRI reformado, mejorado y moderno, sino una versión regresiva que abre la puerta a una segunda oleada salinista, con privatizaciones anunciadas, concertaciones partidistas de cúpula y uso afinado de los órganos estatales de espionaje y represión para fines políticos grupales.
 
López Obrador apostó su resto a una segunda oportunidad electoral. Sacrificó el discurso y el historial de lucha acumulado desde 2006 para autocorregirse y proponerse como paladín de repúblicas amorosas. Trató de rediseñarse con perfiles que hicieran creer a la taimada clase dominante que ya no era un peligro sino un aspirante a buen pastor nacional místico. Dejó de hablar de mafias del poder e incorporó a su equipo a un polémico empresario regiomontano a la baja, Alfonso Romo, y ofreció cargos en su gabinete a personajes relacionados familiarmente con Carlos Slim y con otros segmentos que le hicieran ver cargándose al centro político. No fue contundente en los debates frente a EPN y no resistió la presión de las televisoras que le exigían firmar un pacto de civilidad que finalmente le amarró las manos (si es que en realidad las hubiera querido tener libres) para eventuales protestas posteriores a lo electoral. Desde la inmovilidad donó tiempo de oro que permitió a Peña Nieto instalarse social, política y diplomáticamente como ganador de la contienda. Y decidió reconducir su capital político hacia la construcción de un nuevo partido con base en Morena.
 
El escenario después de la batalla no deja, sin embargo, un libreto sexenal claro ni actores definidos. La precariedad de la compra presidencial priísta le obliga a buscar legitimación y aliados que sólo puede encontrar en las franjas más deterioradas: en el calderonismo que al interior del PAN es enfrentado por Gustavo Madero y los que a su alrededor se pertrechan. Pero, a fin de cuentas, desde la catástrofe, esas élites panistas aceptan lo que sea con tal de mantener viabilidad: no es el plano de relativa igualdad que mantenía el PAN con el salinismo y el jefe Diego en 1988, sino el del abismo desde el cual negocian cediendo cuanto es necesario.
 
Y en la izquierda electoral las circunstancias son parecidas: la corriente dominante del PRD, los Chuchos, junto al amalismo, el ebrardismo y los grupos del estado de México, deciden alquilarse para convalidar el pactismo excluyente con que Peña y compañía pretenden legitimar su llegada mercantil al poder y los planes reformistas que incluyen lo laboral, lo energético y la preservación de la desigualdad fiscal. Están relativamente condenados en el PRD a la pérdida de votos por la salida de AMLO para construir otra corriente, Morena, pero saben sus directivos actuales que asociándose con el PRI-gobierno podrán recibir recursos, posiciones, estímulo mediático e incluso votos ficticios. Con Marcelo Ebrard como proyecto para 2018, el sol azteca vende caro su amor al arranque de la telenovela sexenal. Devaluadas por el efecto peje, las fichas del PRD aún sirven para negociaciones exitosas en el gran casino mexiquense.
 
A pesar de que oficialmente son los grandes ganadores, los priístas de base no tienen motivo para el bullicioso contento público (que nunca han expresado, hasta ahora) ni para la recuperación auténtica de su orgullo partidista. Quienes triunfaron fueron los ex gobernadores, las relaciones oscuras con el crimen organizado, las relaciones clarísimas con el erario para financiar campañas y la consolidación de camarillas perniciosas e intereses depredadores. La del 2012 no es una victoria que signifique un aprendizaje depurador, sino una vuelta a las historias del priísmo dinosáurico modificado apenas cosméticamente.
 
Bajo estas consideraciones: que 2013 nos agarre confesados. Y, mientras sigue adelante la presunta reforma educativa, que no es otra cosa que un reacomodo de cúpulas y pandillas, ¡hasta mañana, ya con el fin del mundo encima!
Peña y la crítica liberal
Adolfo Sánchez Rebolledo
Fuera de quienes rechazan por principio la sola idea de llegar a acuerdos de gran aliento entre las diversas fuerzas políticas nacionales, e independientemente de la naturaleza de sus objeciones, hemos visto cómo las dos grandes quejas en torno al Pacto por México expresadas por un abanico de comentaristas partidarios de las reformas que necesitamos se refieren no tanto a los qué –los objetivos concretos– sino a los cómo. Algunos se preguntan en voz alta: ¿qué necesidad tenía el Presidente de eso, cuando le bastaba con seguir la lógica programática para forjar una alianza duradera con el PAN, tal y como se entendió bajo la presidencia de Carlos Salinas?
 
Les molesta que el pacto sea una redición del viejo presidencialismo envuelto en la reciclada bandera de la unidad nacional, una concesión innecesaria a fuerzas que en rigor obtuvieron votos y presencia promoviendo una política arraigada en el polo opuesto (y ellos, ya se sabe, prefieren el modelo presidencial, bipartidista).

Se olvidan esos críticos que si bien el planteamiento de las reformas estructurales es la clave de la nueva política oficial, Peña y su grupo buscan insertarse como una fuerza hegemónica en la sociedad y no sólo como el (desechable) representante de los poderes fácticos, como ocurrió, justamente, durante los dos sexenios panistas. Por eso está inmerso en una gran operación política capaz de sacudir la mata antes de que las piezas se reacomoden en el escenario. Poco importa, en esta etapa, si el Congreso queda relegado a una oficialía de partes que sigue el ritmo y la tonada impuesta por el Presidente mediante el pacto. Devoto confeso de la eficacia y en particular del pragmatismo como norma suprema del ejercicio del poder, Peña hizo su propia lectura del resultado electoral y sin el menor triunfalismo se propuso aprovechar la situación de las oposiciones para pactar con quien estaba disponible y no, necesariamente, con todos los que debían suscribir un verdadero pacto nacional. La intención de fortalecer cierta visión renovada del presidencialismo ha quedado acreditada, paradójicamente, por el funcionamiento del pacto que, en teoría, debiera ensayar el camino hacia las coaliciones y otras formas parlamentarias de organización del Estado.

Pero la gran objeción de los críticos es que Peña no estaba obligado a incluir al PRD (Zambrano) en un verdadero pacto de gobierno, y no porque renieguen de cierto favoritismo hacia ese sector de la izquierda, sino porque temen que no sea capaz de resistir en el futuro las presiones de otras fuerzas del mismo flanco (de las cuales buscan deslindarse) a la hora de enfrentarse a varios temas capitales, en particular la reforma energética, asunto sobre el cual el calderonismo y el propio Peña Nieto ya habían llegado a trazar grandes convergencias. Esta es la segunda gran objeción.
 
La desilusión llega al grado de expresarse en los medios bajo la firma de analistas como Leo Zuckerman, quien alarmado manifiesta su preocupación por el modo como en el pacto se trata la cuestión energética: “En el Pacto por México se habla de mantener la propiedad y el control absolutos del Estado de los hidrocarburos y de Pemex como empresa pública. Esto fue interpretado como la negativa del gobierno a permitir la inversión privada en el negocio petrolero más rentable que es la exploración y explotación de crudo y gas. La supuesta apertura se daría en otros negocios menos rentables como la ‘refinación, petroquímica y transporte de hidrocarburos’” (Excélsior, 18 de diciembre). En definitiva, para él como para muchos otros analistas de la realidad nacional, lo que muchos inversionistas, sobre todo extranjeros, están esperando, es una reforma energética que demuestre que el gobierno de Peña va en serio con su promesa de abrir la economía mexicana. Desafortunadamente, la primera señal que envió el nuevo Presidente no fue nada alentadora. Sin embargo, en el mismo texto, el autor da cuenta de los matices introducidos por el Presidente para tranquilizar a los mercados, lo cual –por supuesto– abre nuevas interrogantes acerca de los alcances del pacto y cuáles son los grandes objetivos que legítimamente se pretende alcanzar. Es mentira que esa cuestión esté resuelta o no sea de interés dilucidarla cuanto antes, aquí y ahora. Por lo demás, es imposible no coincidir en la necesidad urgente de transformar a México, pero ese es el punto de partida desde el cual es preciso elaborar un camino y un horizonte que debiera concentrarse en una real y profunda reforma del Estado y no sólo en el necesario y justo cumplimiento de las reivindicaciones insatisfechas que justamente están listadas en el pacto.
 
La naturaleza de los problemas acumulados requiere, por supuesto, de grandes y pequeños acuerdos entre todas las fuerzas sociales y políticas, pero la deliberación pública, abierta, tanto en la sociedad como en el Congreso es indispensable para lograr objetivos generales, no instrumentales o sectarios en beneficio de una de las partes.
 
La pluralidad exige libertad sin exclusiones, evitando la retórica de la unidad o el gradualismo que se conforma con avances micrométricos que de inmediato quedan sepultados por las inercias o la voracidad de las fuerzas en pugna. Para atender la frustración acumulada hará falta mucho más que ingeniería institucional, mercadotecnia o colmillo de viejos dinosaurios. No hace falta hurgar demasiado en la realidad para advertir, bajo la pompa triunfal del poder, el aliento de un país dividido, desvertebrado, sometido a la acción disolvente de la corrupción, la violencia o la miseria que ya sobrevuela sobre la mayoría de nuestros jóvenes. Y eso es muy grave.
Buena solución-Hernández
Las expectativas para el 2013
Napoleón Gómez Urrutia
En breves días se habrá de iniciar el año 2013. Y no es sólo una referencia de calendario, sino principalmente de circunstancias y experiencias. Se cierra el 2012 con una serie de injusticias, crímenes, errores, desviaciones e impunidades que los gobernantes del PAN cometieron desde la cúpula del poder político. Muchos acontecimientos tendrán que ocurrir en México para borrar la pésima imagen que los dirigentes de Acción Nacional le crearon a toda una nación que no se lo merecía bajo ningún concepto, ni tampoco la ignominia de soportarla.
 
El país ha tratado con suma benevolencia, mucho más de la necesaria, a esos actores de la administración pública. Diríase que la nación los toleró demasiado, sin consecuencias graves, hasta ahora, para ninguno de los responsables. La historia política del México moderno es de progreso y de lucha hacia adelante, así como de compromiso con el pueblo, cosas de las cuales carecieron totalmente los dirigentes y los protagonistas del PAN, con visiones deformadas de la realidad que desafortunadamente han logrado contagiar a algunos políticos de los demás partidos.

La inútil guerra de Calderón contra las bandas organizadas del crimen y el narcotráfico; el derramamiento de muchísima sangre de mexicanos; el fracaso en la economía de las amplias masas del pueblo; el ocultamiento mediante campañas manipuladas de propaganda mediática para encubrir las ruinosas condiciones en que los panistas han dejado a la sociedad; la miseria y la pobreza crecientes de más de 15 millones de personas adicionales en seis años (que pasaron de 45 a 60 millones entre 2006 y 2012); la falta de oportunidades, las corrupciones y las impunidades de los favorecidos –entre ellos algunos empresarios carentes de toda conciencia social o de solidaridad hacia el país– y los incumplimientos cínicos y descarados de las promesas de la campaña electoral, entre las cuales sobresale aquella de que sería el presidente del empleo, todo ello ensombreció a México durante largos 12 años, que con justicia hoy día son denominados la docena trágica.

No está por demás recordar esas terribles experiencias y sus resultados trágicos, para poder diseñar una estrategia totalmente diferente. Ante tanta ignominia no es posible echar simplemente borrón y cuenta nueva, ya que la nación fue gravemente ofendida, y es preciso tomar conciencia de ello para poder salir adelante en el futuro inmediato, el cual comenzó este diciembre de 2012. De esa situación debe nutrirse el esfuerzo para no repetir los errores en la aplicación de los nuevos planes y programas de gobierno. De la conciencia de la realidad debe surgir la necesaria corrección, para que las transformaciones presentes y futuras estén apegadas a nuestras necesidades como nación y como sociedad.
 
Hacen falta, evidentemente, nuevas estrategias para revertir los daños ocasionados a los mexicanos en cada uno de los temas de la agenda nacional, para así no volver a caer en las improvisaciones. Es necesario instrumentar políticas sociales en materia educativa y en la seguridad nacional, pero también en lo laboral, en lo hacendario, en lo ecológico, en lo agrario, en el desarrollo urbano, así como en todos los demás renglones de la actividad del país.
 
Las expectativas para 2013 podrán ser positivas en este arranque del nuevo sexenio, sólo si con realismo se elaboran políticas concretas para cada uno de los sectores y problemas de México. Pero no sólo con objetivos particulares, sino con una visión general que permita dar cauce, en una dirección convergente, a las diversas acciones sectoriales. Hay urgencia, en síntesis, de un cambio que nos lleve a transformar el modelo de economía y sociedad que bajo el dogma neoliberal ha imperado en la vida de México en los últimos seis lustros, el cual sólo se ha traducido en más desorden económico y social y en mayor explotación de la fuerza de trabajo y de los recursos naturales. El Estado debe recuperar su rectoría efectiva en todos los sectores y operar con sensibilidad y habilidad en el mediano y largo plazos.
 
Dichas expectativas para 2013 serán halagüeñas, positivas y esperanzadoras para México, en la medida que se atienda, como herramienta fundamental de gobierno, la voz de los abandonados, los trabajadores de la industria y los servicios, las clases medias, las comunidades campesinas e indígenas, los jóvenes y los estudiantes, las mujeres y los grupos marginados. Sus demandas reales deben ser atendidas a fondo en las políticas de gobierno. Esas expectativas serán negativas y ominosas si no se procede a esta consulta permanente con el pueblo y no se tiene la voluntad de escucharlo, si no se aprende la lección de los pasados 12 años de incapacidad, ineptitud y corrupción en el gobierno, en que nunca se consultó a la sociedad sobre sus propósitos de acción, como lo ilustra la improvisada guerra contra las bandas del crimen organizado a las que nunca pudieron controlar.
 
La nación debe cambiar el modelo de economía y sociedad que ha prevalecido y debe recuperar las tasas de crecimiento con justicia y equidad, con base en una política económica y social que trascienda los intereses de corto plazo y conduzca a nuestro país hacia un futuro de mayor bienestar, seguridad y nuevas oportunidades para todos los mexicanos.
 
Las novedades del PRI
Soledad Loaeza
El PRI ha vuelto al poder con novedades interesantes. No hablo de la firma del pacto entre las fuerzas políticas relevantes, pues no es esa una originalidad del gobierno de Peña Nieto. Lo nuevo del nuevo gobierno estriba más en la experiencia de la competencia con otros partidos en que se han formado muchos de sus funcionarios que en la propuesta de un acuerdo al margen del Congreso. Muchos han sido los pactos en la historia del México contemporáneo; en cambio, muy recientes y relativamente escasas son las biografías de los miembros del gobierno cuya carrera ha transcurrido en un ámbito de competencia con partidos de oposición con los que se disputa efectivamente el poder por la vía del voto popular. Para empezar, una trayectoria de esta naturaleza es formativa, no hay más que recordar la capacidad discursiva de los jefes de gobierno que provienen de una carrera parlamentaria; pensemos en David Cameron, François Hollande o Angela Merkel, que aprendieron a persuadir a sus electores en los debates con la oposición. Además, esta experiencia de la competencia política puede generar actitudes favorables a la negociación; sin embargo, también puede fomentar en el ganador la tentación a hacer valer la victoria, a disfrutar la derrota del adversario y hacerle morder el polvo.
 
Todavía es muy pronto para saber si el PRI hoy en el poder va a comportarse como un ganador discreto que sabe que las victorias políticas tienen, por naturaleza, la vida breve; o si habrá de imponerse como si no hubiera pasado 12 años en el exilio, viendo cómo otros hacían uso del poder que siempre había visto como suyo.

Desde la fundación del partido de Calles en marzo de 1929, la elite política ha recurrido a este tipo de diálogos extraparlamentarios para resolver embrollos que podían agravarse si los involucrados no acordaban llegar a un acuerdo. Hace unos días María Amparo Casar hacía un recuento de los pactos que firmó el gobierno de De la Madrid para frenar la inflación y estabilizar la renqueante economía de la post expropiación bancaria; y luego, los gobiernos panistas también pactaron con el PRI, con sindicatos, con legisladores del PRD reformas políticas y de otro tipo. A estos antecedentes inmediatos podríamos añadir el pacto obrero-patronal al que convocó el presidente Ávila Camacho en 1945; la convocatoria que hizo él mismo a la unidad nacional, o su invitación a discutir los problemas de la posguerra en un foro en el que participaban líderes políticos, sindicalistas, banqueros, industriales, funcionarios, universitarios de todos colores y sabores. López Portillo invitó a la Alianza para la Producción con el lema La solución somos todos.
 
Todas estas propuestas eran una vía alternativa a los debates, las argumentaciones elaboradas, las votaciones frustrantes que forman parte sustantiva de la actividad de los legisladores; es decir, los pactos son una manera de sustraer temas complejos del aparente desorden que invariablemente parece posesionarse de la discusión legislativa. Pero en el México del PRI de antes, este recurso era también una manera de suplir la cuasi inexistencia del Poder Legislativo al que el presidente había despojado de su función central; entonces la ejercían los actores políticos no parlamentarios y no partidistas.
 
Sin embargo, en la actualidad uno de los argumentos en apoyo de estos arreglos es que se fundan en negociaciones que entablan los actores políticos al margen de las exigencias de la vida parlamentaria, que puede ser terriblemente fastidiosa, sobre todo cuando el partido en el gobierno no tiene la mayoría legislativa. Para las oposiciones los pactos son atractivos porque no se apoyan en un recuento de votos, porque generan el espejismo de la igualdad, como si más allá del número de legisladores que tenga cada partido, todos los participantes en el arreglo fueran iguales, borran artificialmente las diferencias entre la mayoría y las minorías. Así que no es de extrañar que las oposiciones hayan aceptado el principio de un pacto, aun cuando objeten el contenido de algunas de sus propuestas.
 
Vuelvo a lo novedoso de una propuesta que proviene de un partido que fue derrotado en dos elecciones presidenciales consecutivas. Es posible que su origen sea la experiencia del fracaso, que fue, con toda seguridad, un doloroso aprendizaje que, esperamos también, no olvide fácilmente. La naturaleza plural de la sociedad política mexicana es un hecho que ningún pacto, ni acuerdo, ni un así llamado proyecto nacional, pueden suprimir, ni siquiera disimular. Esto significa que la competencia también se ha instalado entre nosotros como un rasgo definitivo de nuestra vida política. Creo que esa es la verdadera novedad que aporta el PRI al gobierno: las enseñanzas de la derrota y de la victoria.

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