El hambre eterna
Pobreza extrema en Cochoapa Guerrero
Programas van y vienen, discursos y más discursos se dicen en nombre de los marginados pero México sigue siendo un país donde la desnutrición, amén de la corrupción y la indolencia, mata a decenas de miles de niños. Ahora el gobierno federal priista anuncia un programa más: la Cruzada Nacional contra el Hambre, cuya eficacia está por verse…. Expertos médicos muestran a Proceso las devastadoras cifras de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2012: cada año 10 mil niños fallecen por problemas asociados a la malnutrición. Los sobrevivientes, afirman, son individuos mal alimentados, enfermizos y con una educación de baja calidad.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- En México en estos momentos un millón y medio de menores de cinco años padecen desnutrición crónica. Son niños bajitos, flacos, que no alcanzan la talla que deberían tener. Los de un año, por ejemplo, no llegan a los 75 centímetros de los infantes sanos. A la edad en la que deberían pronunciar sus primeras palabras, no lo hacen. Se arrastran cuando deberían gatear. Les cuesta mucho trabajo tomar y sostener algo.
Cuando lleguen a la edad escolar estarán en desventaja. Tendrán dificultades de aprendizaje. No desarrollarán habilidades. La falta de hierro, zinc, vitamina A y ácido fólico les minó las conexiones neuronales. No podrán aprender porque no pueden concentrarse.
Desde que sus madres –desnutridas también– los llevaron en el vientre carecieron de los nutrientes que dan la carne, el pollo, los huevos y la leche.
En los primeros dos años de vida, los de la llamada “ventana de oportunidad” –esos 24 primeros meses cruciales para desarrollarse–, no tuvieron nutrientes.
Expertos del Instituto Nacional de Nutrición y del Instituto Nacional de Salud Pública señalan lo anterior y agregan que la desnutrición infantil en México mata a 10 mil infantes al año. Pocos por hambre. La mayoría por infecciones que los encuentran sin defensas. Chiquitos, en cajas de cartón cuando las hay, son sepultados en tumbas prematuras. Es vergonzoso, dicen. No debería ocurrir, agregan.
Desde hace décadas México arrastra esa desvergüenza. Las mismas zonas de muerte infantil. Las mismas víctimas. Pobres, campesinos, indígenas que huyeron del hambre rural y se asentaron en los cinturones de miseria urbanos.
Estamos quemando nuestro bono demográfico, nuestro futuro. Ya destruimos nuestra fuerza de trabajo, advierten los expertos con las estadísticas en la mano. Quienes lo dicen son investigadores de los centros públicos de conocimiento más importantes del país: el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán (INNSZ) y el Instituto Nacional de Salud Pública (INSP).
Pero el drama no sólo afecta a los niños, advierten. En años recientes tres de cada 10 hogares tuvieron problemas para alimentarse. En uno de estos, por pobreza se saltaron alguna comida. La familia entera se fue a dormir con hambre.
Los sondeos sobre el hambre son falibles no por cuestiones técnicas, sino porque algunos encuestados, de tanto que se acostumbraron a no tener alimento en el estómago, ya ni la notan ni la registran en sus respuestas.
“El Estado abdicó”
El director ejecutivo del Centro de Investigación en Nutrición y Salud del INSP, doctor Juan Ángel Rivera Dommarco, muestra los gráficos del hambre, resultado de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2012.
Una de las preguntas que se hizo en la encuesta fue: “¿En algún momento tuvo temor de que no podía darle alimento a sus hijos?”.
Si la respuesta era sí comenzaba otra serie de preguntas para determinar la “inseguridad alimentaria”: “¿Usted se fue a la cama sin cenar? ¿Los niños se fueron a dormir sin cenar? ¿Alguna vez durante el día no tuvo alimento? ¿Tuvo que pedir comida a un conocido o sacarla del basurero?”.
En los hogares encuestados 30% nunca sintió inseguridad alimentaria y 41.6% presentó inseguridad leve (sintió que quizás no iba a alcanzarle el gasto), pero 17.7% registró inseguridad moderada (dejó de comer carne y consumió alimento de menos calidad) y 10.5% severa (es decir que por la carencia se saltó alguna comida).
Esto significa que 4 millones de hogares o 16 millones de personas en algún momento tuvieron hambre, un día no tuvieron qué comer.
“No puede ser que en un país como México pase esto”, dice Rivera.
En esos hogares se crían niños con desnutrición y algunas veces con anemia. En México, calcula, hay más de 2 millones de menores de cinco años con alguna de esas características. Aunque muestra que desde hace cinco años la desnutrición ha bajado en México, advierte que el número de infantes con carencias nutricionales “es muy alto”.
“Unos 100 mil de estos bebés están delgaditos y bajos de peso. No todos están enfermos. Algunos –quizás los de regiones como La Tarahumara o Los Altos de Chiapas– podrían estar en permanente riesgo de muerte por el ataque de cualquier infección curable.
“Si vemos a los mexicanos menores de cinco años como cortes de niños que van a transitar diferentes edades, estamos produciendo cortes en los que 20% de ellos tuvieron un retardo de desarrollo por efectos de la desnutrición.
“Quienes nacieron en 1988 están ahora en la etapa productiva de los 22 años en adelante; de esos muchachos uno de cada tres tuvo una infancia que se caracterizó por un grado de desnutrición y tuvo efecto en su desarrollo psicomotriz. A lo mejor lo remontaron pero tenían un déficit sumado a escuelas de baja calidad educativa. Estamos generando individuos con desventajas en la vida porque están mal alimentados, tienen una educación de baja calidad y las enfermedades tuvieron un efecto en su desarrollo”, explica.
El experto en epidemiología de la mala nutrición –premiado por la Real Academia de Medicina del Principado de Asturias– explica que aunque la desnutrición ha descendido en los últimos 25 años, la reducción se frenó el sexenio pasado, mientras países como Brasil sí “hicieron bien la tarea”.
El problema es multifactorial pero tiene soluciones. Esos niños de las familias más pobres están desnutridos desde la gestación. Los primeros seis meses de vida deberían alimentarse exclusivamente de la leche materna, que les aporta nutrientes y anticuerpos que previenen enfermedades. Es el periodo que llaman de “la ventana de oportunidad para que el niño tenga todas las ventajas”.
Esa práctica, que de por sí era baja (“México –dice– es de los países de Latinoamérica con las peores prácticas de América Latina en lactancia materna”), de 2006 a 2012 se desplomó de manera “brutal”. De 22.3% de mujeres que alimentaban a sus bebés con su propia leche, seis años después sólo lo hace 14%.
Esta deserción de la lactancia se dio en el medio rural y en familias indígenas. Estas introdujeron agua, que algunas veces está contaminada, que combinan con fórmulas para bebés.
Para este fenómeno tiene algunas hipótesis: O las mamás se incorporaron al mercado laboral o los médicos regalan a estas madres muestras gratis de fórmulas que les dan los fabricantes.
Quienes dejaron de amamantar, con el tiempo produjeron menos leche. “El sistema de salud no ha tenido una política clara de promoción de lactancia materna”, señala.
A los seis meses, cuando la leche materna no aporta los requerimientos de hierro, zinc, vitamina A y ácido fólico, y los bebés requieren una alimentación más diversa, 45% de ellos no la tienen. Por falta de información, por cuestiones culturales o por carencias.
Las proteínas que llegan a consumir los más pobres no son de calidad, no son de carne, huevo, pollo o leche. Las familias sustituyeron la leche materna por el atole, los frijoles por el arroz y la pasta –que tienen baja calidad nutricional– y la tortilla tradicional por la refinada, carente de aminoácidos. La única orientación nutricional que recibe la gente es a través de los comerciales de televisión que promueven comida chatarra. Prácticamente, dice, “el Estado abdicó y la gente se las arregla como puede”.
Un sustituto son las papillas del programa Oportunidades y la leche enriquecida de Liconsa.
“Es un círculo vicioso: A los niños sin leche materna les dan alimentos contaminados; además no tienen anticuerpos, empiezan a tener enfermedades diarreicas que causan desnutrición. Si la cura era la leche materna, la mamá empieza a producir menos, el niño ya está inmerso en un ciclo de desnutrición (…) y si agregamos que no tienen acceso al agua potable, entonces tienen diarreas seguido.”
Este coctel da como resultado el retardo del crecimiento. La desnutrición marcada por la inequidad.
“¡Una de las peores injusticias es que tenemos un número importante de niños que llegarán con desventajas a la escuela; y las tendrán toda su vida!”
Da varias referencias sobre cómo la desnutrición se concentra en los sectores de menor ingreso. “Es un volado (si tendrás desnutrición) según donde naciste”. 31% de los indígenas contra 12% de los no indígenas. Entre los pobres, en general, en el último sexenio se redujo la desnutrición; no así entre los indígenas.
Rivera explica que en México influyó la crisis de alimentos, el aumento de la pobreza y que el programa Oportunidades llegó a su límite. No se lograron cambios estructurales, como que todo mundo tuviera agua potable y viviera dignamente y en un ambiente limpio. Sin embargo señala que había dinero para hacerlo, era cuestión de usarlo eficientemente y redirigirlo.
Señala que Brasil combatió mejor el hambre gracias a que hizo grandes inversiones en infraestructura, salud y redistribución del ingreso real. Aunque México destinó programas sociales para atender a los más pobres, fue “insuficiente a falta de un entorno de mejoramiento económico y una redistribución del ingreso”.
“Debemos tener políticas de desarrollo social que enfaticen la equidad y el mínimo de desarrollo para toda la población. Aun en épocas sin crecimiento económico puedes tener una mejor redistribución.”
Interrogado sobre la Cruzada Nacional contra el Hambre, anunciada por el gobierno entrante, opina que se necesitan programas específicos para atacar la desnutrición en el “periodo crítico”, entre la lactancia y los dos años de vida (que incluyan dotación de suplementos alimentos, nutrición de calidad con orientación alimentaria, fomento a la lactancia materna), y al mismo tiempo cambios estructurales, como ampliar la dotación de agua potable, drenaje, servicios de salud preventivos y el mejoramiento de los ingresos para “que no haya ese 10% de gente que tiene días con hambre, que no come”.
Además asegurar que los servicios sean de muy buena calidad y la adecuada capacitación del personal, con evaluación y rendición de cuentas.
“Aunque sea un solo niño el que muera, no debe permitirse.”
Vergüenza catastrófica
El médico Abelardo Ávila Curiel, investigador de ciencias médicas de la Dirección de Nutrición del INNSZ, señala que cada año hay 10 mil defunciones asociadas con la desnutrición infantil en menores de cinco años atacados por enfermedades infecciosas que no matan a niños sanos.
Las tasas de mortalidad infantil en México son de 14 niños por cada mil nacidos vivos. El doble que en países como Cuba, Costa Rica o Chile, superior a otros como Argentina.
Esa mortandad se concentra entre la población indígena. En La Montaña de Guerrero la tasa real es de 20 por cada mil, aunque las estadísticas registran ocho. El subregistro se presenta también en otras zonas de Guerrero, Chiapas, Oaxaca.
“Si uno traza el mapa de la desnutrición infantil se encontrará que es el mismo de zonas indígenas, de medio rural atrasado, en los estados de Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Veracruz, Puebla y el Estado de México”, dice el también epidemiólogo doctorado en estudios de población.
En algunos lugares, como Chiapas, encuestas como la de seguridad alimentaria no reflejan la realidad pues la gente se acostumbró a la falta de alimentos y “perdió el sentido del hambre”. Clausuró su apetito.
El 80% de la desnutrición se concentra en Los Altos y Selva de Chiapas; la Montaña de Guerrero; la Mixteca, sierras Norte y Sur de Oaxaca; Sierra Norte de Puebla; Huasteca y zona totonaca de Veracruz; la zona mazahua en el Estado de México y en enclaves como la zona tarahumara y la huichola-tepehuana-cora donde colindan Zacatecas, Durango, Jalisco y Nayarit.
En 2004 la zona mazahua y la otomí del Estado de México tenían la mayor densidad de niños desnutridos en el país; en 2009 disminuyó.
“Encontramos que 60% de los niños de áreas rurales pobres de esas comunidades presenta problemas de desarrollo neuronal con desnutrición. Y 90% de los niños que presentan altos grados de desnutrición no tiene un desarrollo normal”, dice.
Considera que el mapa de la desnutrición se modificó por la migración de personas en miseria a las periferias de las ciudades y a Estados Unidos. En las ciudades se sobrealimentan de comida chatarra barata. Se registra un nuevo fenómeno: un niño desnutridos puede llegar a ser un escolar obeso.
En este momento no se puede decir quiénes son los niños en desnutrición porque la directora del DIF durante el sexenio de Felipe Calderón suspendió el censo de talla que se hacía desde 1993.
Explica que en 2009 se hizo un estudio en las primarias del Estado de México que arrojó que había 50% más de los niños desnutridos que esperaban encontrar (“no eran 100 mil, eran 150 mil”), que habían migrado del campo de Oaxaca, Guerrero o Veracruz a la zona urbana.
El autor del libro La política alimentaria en México señala que la desnutrición debía haberse erradicado hace 30 años y “es un pendiente brutal que nos está saliendo carísimo y devastador”.
México eligió seguir el modelo neoliberal de dar transferencias condicionadas (iniciado con el programa Progresa después llamado Oportunidades) en vez de un programa integral de apoyo a la nutrición.
“Que no lo hayamos logrado es una vergüenza que ya se convirtió en una catástrofe, ya no solamente por la desnutrición y el daño al desarrollo humano que se produjo y se sigue produciendo, sino porque se complica terriblemente por la obesidad de esta población que empieza a enfermar a los 20, 25 o 30 años, al inicio de la etapa productiva, con enfermedades crónicas que eran para etapas maduras.
“Eso significa destruir la fuerza de trabajo, que demandará más en gasto por sus enfermedades que su capacidad de producir, justo cuando se están tomando medidas para precarizar el trabajo. El análisis es catastrófico. Vamos a la quema del bono demográfico y no se puede financiar el incremento de costos”, señala.
Para él, la solución es reorientar el gasto porque el problema no ha sido la falta de presupuesto.
Señala que el análisis con el que partió la Cruzada Nacional contra el Hambre está bien planteado, pero advierte que si el programa se usa para elevar la imagen del gobierno y mientras sea un programa “del presidente, estamos condenados al fracaso”.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- En México en estos momentos un millón y medio de menores de cinco años padecen desnutrición crónica. Son niños bajitos, flacos, que no alcanzan la talla que deberían tener. Los de un año, por ejemplo, no llegan a los 75 centímetros de los infantes sanos. A la edad en la que deberían pronunciar sus primeras palabras, no lo hacen. Se arrastran cuando deberían gatear. Les cuesta mucho trabajo tomar y sostener algo.
Cuando lleguen a la edad escolar estarán en desventaja. Tendrán dificultades de aprendizaje. No desarrollarán habilidades. La falta de hierro, zinc, vitamina A y ácido fólico les minó las conexiones neuronales. No podrán aprender porque no pueden concentrarse.
Desde que sus madres –desnutridas también– los llevaron en el vientre carecieron de los nutrientes que dan la carne, el pollo, los huevos y la leche.
En los primeros dos años de vida, los de la llamada “ventana de oportunidad” –esos 24 primeros meses cruciales para desarrollarse–, no tuvieron nutrientes.
Expertos del Instituto Nacional de Nutrición y del Instituto Nacional de Salud Pública señalan lo anterior y agregan que la desnutrición infantil en México mata a 10 mil infantes al año. Pocos por hambre. La mayoría por infecciones que los encuentran sin defensas. Chiquitos, en cajas de cartón cuando las hay, son sepultados en tumbas prematuras. Es vergonzoso, dicen. No debería ocurrir, agregan.
Desde hace décadas México arrastra esa desvergüenza. Las mismas zonas de muerte infantil. Las mismas víctimas. Pobres, campesinos, indígenas que huyeron del hambre rural y se asentaron en los cinturones de miseria urbanos.
Estamos quemando nuestro bono demográfico, nuestro futuro. Ya destruimos nuestra fuerza de trabajo, advierten los expertos con las estadísticas en la mano. Quienes lo dicen son investigadores de los centros públicos de conocimiento más importantes del país: el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán (INNSZ) y el Instituto Nacional de Salud Pública (INSP).
Pero el drama no sólo afecta a los niños, advierten. En años recientes tres de cada 10 hogares tuvieron problemas para alimentarse. En uno de estos, por pobreza se saltaron alguna comida. La familia entera se fue a dormir con hambre.
Los sondeos sobre el hambre son falibles no por cuestiones técnicas, sino porque algunos encuestados, de tanto que se acostumbraron a no tener alimento en el estómago, ya ni la notan ni la registran en sus respuestas.
“El Estado abdicó”
El director ejecutivo del Centro de Investigación en Nutrición y Salud del INSP, doctor Juan Ángel Rivera Dommarco, muestra los gráficos del hambre, resultado de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2012.
Una de las preguntas que se hizo en la encuesta fue: “¿En algún momento tuvo temor de que no podía darle alimento a sus hijos?”.
Si la respuesta era sí comenzaba otra serie de preguntas para determinar la “inseguridad alimentaria”: “¿Usted se fue a la cama sin cenar? ¿Los niños se fueron a dormir sin cenar? ¿Alguna vez durante el día no tuvo alimento? ¿Tuvo que pedir comida a un conocido o sacarla del basurero?”.
En los hogares encuestados 30% nunca sintió inseguridad alimentaria y 41.6% presentó inseguridad leve (sintió que quizás no iba a alcanzarle el gasto), pero 17.7% registró inseguridad moderada (dejó de comer carne y consumió alimento de menos calidad) y 10.5% severa (es decir que por la carencia se saltó alguna comida).
Esto significa que 4 millones de hogares o 16 millones de personas en algún momento tuvieron hambre, un día no tuvieron qué comer.
“No puede ser que en un país como México pase esto”, dice Rivera.
En esos hogares se crían niños con desnutrición y algunas veces con anemia. En México, calcula, hay más de 2 millones de menores de cinco años con alguna de esas características. Aunque muestra que desde hace cinco años la desnutrición ha bajado en México, advierte que el número de infantes con carencias nutricionales “es muy alto”.
“Unos 100 mil de estos bebés están delgaditos y bajos de peso. No todos están enfermos. Algunos –quizás los de regiones como La Tarahumara o Los Altos de Chiapas– podrían estar en permanente riesgo de muerte por el ataque de cualquier infección curable.
“Si vemos a los mexicanos menores de cinco años como cortes de niños que van a transitar diferentes edades, estamos produciendo cortes en los que 20% de ellos tuvieron un retardo de desarrollo por efectos de la desnutrición.
“Quienes nacieron en 1988 están ahora en la etapa productiva de los 22 años en adelante; de esos muchachos uno de cada tres tuvo una infancia que se caracterizó por un grado de desnutrición y tuvo efecto en su desarrollo psicomotriz. A lo mejor lo remontaron pero tenían un déficit sumado a escuelas de baja calidad educativa. Estamos generando individuos con desventajas en la vida porque están mal alimentados, tienen una educación de baja calidad y las enfermedades tuvieron un efecto en su desarrollo”, explica.
El experto en epidemiología de la mala nutrición –premiado por la Real Academia de Medicina del Principado de Asturias– explica que aunque la desnutrición ha descendido en los últimos 25 años, la reducción se frenó el sexenio pasado, mientras países como Brasil sí “hicieron bien la tarea”.
El problema es multifactorial pero tiene soluciones. Esos niños de las familias más pobres están desnutridos desde la gestación. Los primeros seis meses de vida deberían alimentarse exclusivamente de la leche materna, que les aporta nutrientes y anticuerpos que previenen enfermedades. Es el periodo que llaman de “la ventana de oportunidad para que el niño tenga todas las ventajas”.
Esa práctica, que de por sí era baja (“México –dice– es de los países de Latinoamérica con las peores prácticas de América Latina en lactancia materna”), de 2006 a 2012 se desplomó de manera “brutal”. De 22.3% de mujeres que alimentaban a sus bebés con su propia leche, seis años después sólo lo hace 14%.
Esta deserción de la lactancia se dio en el medio rural y en familias indígenas. Estas introdujeron agua, que algunas veces está contaminada, que combinan con fórmulas para bebés.
Para este fenómeno tiene algunas hipótesis: O las mamás se incorporaron al mercado laboral o los médicos regalan a estas madres muestras gratis de fórmulas que les dan los fabricantes.
Quienes dejaron de amamantar, con el tiempo produjeron menos leche. “El sistema de salud no ha tenido una política clara de promoción de lactancia materna”, señala.
A los seis meses, cuando la leche materna no aporta los requerimientos de hierro, zinc, vitamina A y ácido fólico, y los bebés requieren una alimentación más diversa, 45% de ellos no la tienen. Por falta de información, por cuestiones culturales o por carencias.
Las proteínas que llegan a consumir los más pobres no son de calidad, no son de carne, huevo, pollo o leche. Las familias sustituyeron la leche materna por el atole, los frijoles por el arroz y la pasta –que tienen baja calidad nutricional– y la tortilla tradicional por la refinada, carente de aminoácidos. La única orientación nutricional que recibe la gente es a través de los comerciales de televisión que promueven comida chatarra. Prácticamente, dice, “el Estado abdicó y la gente se las arregla como puede”.
Un sustituto son las papillas del programa Oportunidades y la leche enriquecida de Liconsa.
“Es un círculo vicioso: A los niños sin leche materna les dan alimentos contaminados; además no tienen anticuerpos, empiezan a tener enfermedades diarreicas que causan desnutrición. Si la cura era la leche materna, la mamá empieza a producir menos, el niño ya está inmerso en un ciclo de desnutrición (…) y si agregamos que no tienen acceso al agua potable, entonces tienen diarreas seguido.”
Este coctel da como resultado el retardo del crecimiento. La desnutrición marcada por la inequidad.
“¡Una de las peores injusticias es que tenemos un número importante de niños que llegarán con desventajas a la escuela; y las tendrán toda su vida!”
Da varias referencias sobre cómo la desnutrición se concentra en los sectores de menor ingreso. “Es un volado (si tendrás desnutrición) según donde naciste”. 31% de los indígenas contra 12% de los no indígenas. Entre los pobres, en general, en el último sexenio se redujo la desnutrición; no así entre los indígenas.
Rivera explica que en México influyó la crisis de alimentos, el aumento de la pobreza y que el programa Oportunidades llegó a su límite. No se lograron cambios estructurales, como que todo mundo tuviera agua potable y viviera dignamente y en un ambiente limpio. Sin embargo señala que había dinero para hacerlo, era cuestión de usarlo eficientemente y redirigirlo.
Señala que Brasil combatió mejor el hambre gracias a que hizo grandes inversiones en infraestructura, salud y redistribución del ingreso real. Aunque México destinó programas sociales para atender a los más pobres, fue “insuficiente a falta de un entorno de mejoramiento económico y una redistribución del ingreso”.
“Debemos tener políticas de desarrollo social que enfaticen la equidad y el mínimo de desarrollo para toda la población. Aun en épocas sin crecimiento económico puedes tener una mejor redistribución.”
Interrogado sobre la Cruzada Nacional contra el Hambre, anunciada por el gobierno entrante, opina que se necesitan programas específicos para atacar la desnutrición en el “periodo crítico”, entre la lactancia y los dos años de vida (que incluyan dotación de suplementos alimentos, nutrición de calidad con orientación alimentaria, fomento a la lactancia materna), y al mismo tiempo cambios estructurales, como ampliar la dotación de agua potable, drenaje, servicios de salud preventivos y el mejoramiento de los ingresos para “que no haya ese 10% de gente que tiene días con hambre, que no come”.
Además asegurar que los servicios sean de muy buena calidad y la adecuada capacitación del personal, con evaluación y rendición de cuentas.
“Aunque sea un solo niño el que muera, no debe permitirse.”
Vergüenza catastrófica
El médico Abelardo Ávila Curiel, investigador de ciencias médicas de la Dirección de Nutrición del INNSZ, señala que cada año hay 10 mil defunciones asociadas con la desnutrición infantil en menores de cinco años atacados por enfermedades infecciosas que no matan a niños sanos.
Las tasas de mortalidad infantil en México son de 14 niños por cada mil nacidos vivos. El doble que en países como Cuba, Costa Rica o Chile, superior a otros como Argentina.
Esa mortandad se concentra entre la población indígena. En La Montaña de Guerrero la tasa real es de 20 por cada mil, aunque las estadísticas registran ocho. El subregistro se presenta también en otras zonas de Guerrero, Chiapas, Oaxaca.
“Si uno traza el mapa de la desnutrición infantil se encontrará que es el mismo de zonas indígenas, de medio rural atrasado, en los estados de Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Veracruz, Puebla y el Estado de México”, dice el también epidemiólogo doctorado en estudios de población.
En algunos lugares, como Chiapas, encuestas como la de seguridad alimentaria no reflejan la realidad pues la gente se acostumbró a la falta de alimentos y “perdió el sentido del hambre”. Clausuró su apetito.
El 80% de la desnutrición se concentra en Los Altos y Selva de Chiapas; la Montaña de Guerrero; la Mixteca, sierras Norte y Sur de Oaxaca; Sierra Norte de Puebla; Huasteca y zona totonaca de Veracruz; la zona mazahua en el Estado de México y en enclaves como la zona tarahumara y la huichola-tepehuana-cora donde colindan Zacatecas, Durango, Jalisco y Nayarit.
En 2004 la zona mazahua y la otomí del Estado de México tenían la mayor densidad de niños desnutridos en el país; en 2009 disminuyó.
“Encontramos que 60% de los niños de áreas rurales pobres de esas comunidades presenta problemas de desarrollo neuronal con desnutrición. Y 90% de los niños que presentan altos grados de desnutrición no tiene un desarrollo normal”, dice.
Considera que el mapa de la desnutrición se modificó por la migración de personas en miseria a las periferias de las ciudades y a Estados Unidos. En las ciudades se sobrealimentan de comida chatarra barata. Se registra un nuevo fenómeno: un niño desnutridos puede llegar a ser un escolar obeso.
En este momento no se puede decir quiénes son los niños en desnutrición porque la directora del DIF durante el sexenio de Felipe Calderón suspendió el censo de talla que se hacía desde 1993.
Explica que en 2009 se hizo un estudio en las primarias del Estado de México que arrojó que había 50% más de los niños desnutridos que esperaban encontrar (“no eran 100 mil, eran 150 mil”), que habían migrado del campo de Oaxaca, Guerrero o Veracruz a la zona urbana.
El autor del libro La política alimentaria en México señala que la desnutrición debía haberse erradicado hace 30 años y “es un pendiente brutal que nos está saliendo carísimo y devastador”.
México eligió seguir el modelo neoliberal de dar transferencias condicionadas (iniciado con el programa Progresa después llamado Oportunidades) en vez de un programa integral de apoyo a la nutrición.
“Que no lo hayamos logrado es una vergüenza que ya se convirtió en una catástrofe, ya no solamente por la desnutrición y el daño al desarrollo humano que se produjo y se sigue produciendo, sino porque se complica terriblemente por la obesidad de esta población que empieza a enfermar a los 20, 25 o 30 años, al inicio de la etapa productiva, con enfermedades crónicas que eran para etapas maduras.
“Eso significa destruir la fuerza de trabajo, que demandará más en gasto por sus enfermedades que su capacidad de producir, justo cuando se están tomando medidas para precarizar el trabajo. El análisis es catastrófico. Vamos a la quema del bono demográfico y no se puede financiar el incremento de costos”, señala.
Para él, la solución es reorientar el gasto porque el problema no ha sido la falta de presupuesto.
Señala que el análisis con el que partió la Cruzada Nacional contra el Hambre está bien planteado, pero advierte que si el programa se usa para elevar la imagen del gobierno y mientras sea un programa “del presidente, estamos condenados al fracaso”.
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