American Curios
Otro país
David Brooks
Una de las razones centrales por las que hay optimismo en que la reforma migratoria podría prosperar este año es que el país está cambiando de manera inevitable. A la vez, lo mismo explica el tono casi histérico contra esta reforma, como también a nivel más general, el temor furioso que tanto marca el debate político y social aquí. Hay un choque en cámara lenta.
Es muy simple resumir los alcances dramáticos de este cambio: dentro de poco más de 30 años los blancos ya no serán mayoría en Estados Unidos, país que se volverá mayoritariamente minoritario, o sea, ningún sector de la población representará más de 50 por ciento de la población nacional.
En Estados Unidos literalmente nace un futuro multicolor. Por primera vez en la historia, los nacimientos no blancos –o sea, de las minorías– son mayoritarios en este país. El año pasado la Oficina del Censo de Estados Unidos informó que según sus cálculos 50.4 por ciento de la población nacional menor de un año eran minorías –latinos, afroestadunidenses, asiáticos y de razas mixtas– mientras sus contrapartes blancas conformaban 49.6 por ciento de esta población.
Como reportó La Jornada el año pasado, aunque el país permanece mayoritariamente blanco (63 por ciento), los demógrafos señalan que este informe del censo sobre nacimientos entre julio de 2010 y julio 2011 marca exactamente el punto en que este país comenzará su transformación en una sociedad multiétnica en la cual todos serán minorías.
Según proyecciones anteriores de la Oficina del Censo, para 2042 el país ya no tendrá mayoría blanca, aunque esta fecha podría postergarse hasta 2050, dadas las tendencias recientes de disminución del flujo migratorio, advierten algunos demógrafos. Pero todos saben que ese momento en que los blancos serán la minoría más grande, seguidos de los latinos, llegará.
Hoy día, los latinos o hispanos son la minoría más grande del país, con 52 millones, según el censo. Los latinos ahora conforman 17 por ciento de la población nacional de Estados Unidos. Los afroestadunidenses constituyen 12 por ciento y los asiáticos 5 por ciento.
De los latinos, 37 por ciento nacieron fuera de este país, o sea, son inmigrantes (casi 19 millones), según el Centro de Investigación Hispánico Pew. De éstos, 65 por ciento –unos 33.5 millones– son de origen mexicano (tanto de generaciones aquí como recién llegados), con 36 por ciento de éstos nacidos en México. Los otros sectores latinos son: puertorriqueños (9.2 por ciento), cubanos (3.7), salvadoreños (3.6 por ciento), dominicanos (3), guatemaltecos (2.2), seguidos de colombianos, hondureños, ecuatorianos y peruanos.
De los más de 40 millones de inmigrantes en este país, casi la mitad (47 por ciento) son latinos.
Todo esto se expresa de mil maneras: más español en el idioma cotidiano y hasta oficial del país, más alimentos latinos y de otras partes del mundo incorporados (y tristemente distorsionados y pervertidos) a la dieta nacional; nuevas influencias en las artes, sobre todo en la música, en el periodismo y, por supuesto, cambios en la política local, estatal y nacional.
Es en el ámbito electoral y político donde todo esto tiene implicaciones cada vez más evidentes para la cúpula del país. Vale recordar que el voto latino, afroestadunidense y asiático fue considerado clave para la histórica elección de un afroestadunidense a la Casa Blanca. El voto en 2008 fue el más diverso racial y étnicamente en la historia del país, con casi uno de cada cuatro votos emitidos por no blancos. En 2012, con 71 por ciento del voto latino, 73 por ciento del asiático, y la abrumadora mayoría del afroestadunidense, ayudaron a relegir a Barack Obama.
Pero no sólo se registra este cambio a nivel nacional, sino que también está transformando el mapa electoral en algunos lugares sorprendentes, como Texas e incluso Arizona, dos baluartes del poder conservador republicano y con regiones francamente racistas y antimigrantes. En Texas, por ejemplo, los blancos ya no son mayoría, sólo la minoría más grande, 45 por ciento del estado, mientras 38 por ciento se identifica como latino. Por lo tanto, algunos demócratas consideran que para 2016 ese estado podría dejar de estar controlado por republicanos. En Arizona, los latinos hoy representan 30 por ciento de la población, incremento del 46 por ciento en sólo una década. Eso explica, en parte, la ferocidad de las famosas iniciativas antimigrantes en la entidad, que algunos analistas perciben más como medidas para expulsar latinos en general (tanto nacidos aquí como en el extranjero) y tratar de detener un futuro donde los conservadores blancos pierdan el monopolio político del estado. Estos cambios también empiezan a transformar el panorama en lugares como Carolina del Norte y Georgia, entre otros.
Ese futuro en el que la mayoría son minorías ya es presente no sólo en Texas, sino también en California (donde los latinos conforman ya casi 40 por ciento de la población estatal), Nuevo México y Hawái.
El Estados Unidos rural, más viejo y blanco, ocupa una tierra; el Estados Unidos más joven, urbano y crecientemente no blanco, vive en otra, escribe el analista y ex secretario de Trabajo Robert Reich al caracterizar las pugnas sobre asuntos sociales, desde la inmigración a derechos civiles, control de armas y otras que hoy están en el centro del debate político.
Al correr del tiempo este Estados Unidos más viejo, rural y blanco pierde terreno ante una nación cada vez más joven, más urbana y menos blancay eso, alerta, provoca tal temor entre los primeros que están dispuestos a hacer todo
contra las fuerzas del cambio.
Pero, quieran o no, este se está volviendo, ahorita mismo, otro país.
El segundo gran ataque terrorista
Víctor Flores Olea
Tuvo lugar otro ataque terrorista de magnitud en territorio de Estados Unidos, en un poco más de una década. ¿Quién, por qué y para qué? son las preguntas que se formularon de inmediato las más altas autoridades de ese país. A una semana del atentado, ¿qué se ha resuelto? Aparentemente la identidad de los responsables, que fueron ya aprehendidos o muertos en un suburbio de Boston. Las fotografías o películas callejeras, desde dispositivos colocados justamente para encontrar o identificar a responsables de este tipo de acciones, fueron la aparente causa de esta definición de identidades. Pero ¡oh sorpresa!, el encuentro no llevó aparentemente a las autoridades a ciertas células de Al Qaeda o similares que se hubieran infiltrado en territorio estadunidense, sino apenas a un par de jóvenes hermanos de origen checheno cuyos antecedentes, a juzgar por amistades jóvenes de ambos, no tendrían relación con grupos externos (las explicaciones
internasdel atentado aún no se manifiestan).
Lo anterior, sin embargo, explica que en prácticamente la totalidad del territorio estadunidense haya habido una alarma de gran magnitud y estrictas medidas de seguridad, que refuerzan las ya existentes. El trauma de las Torres Gemelas sigue siendo una especie de síndrome que ha marcado tal vez para siempre, o por muchos años, la sensibilidad estadunidense en materia de seguridad, incluyendo, por supuesto, a los responsables oficiales del más diverso nivel y jerarquía.
Una cuestión, sin embargo, que ha tenido un efecto calmante es que las autoridades, según parece, están lejos de haber reaccionado con la histeria y violencia de hace 12 años. ¿O me equivoco por la falta de tiempo para observar en definitiva la magnitud y estilo de los actuales responsables oficiales? En todo caso, por fortuna, la reacción del presidente Barack Obama parece alejarse de la locura de mano dura fascista que caracterizó a George W. Bush en la época.
Recordemos que al mes de la destrucción de las Torres Gemelas, Bush firmó la llamada
Ley Patrióticay, al año escaso de la tragedia, una
Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, que contienen los lineamientos claves de la política interna e internacional del ala más radical de los conservadores estadunidenses, que caracterizaron a Bush como violador sistemático (y descarado) de la Constitución de Estados Unidos y del derecho internacional. Ambos documentos colocaron a Bush en los linderos del fascismo más abierto, y más allá.
La ley expande
legalmentela autoridad de las agencias de seguridad de Estados Unidos con el propósito de
luchar contra el terrorismo, en ese país y en el exterior. Entre sus definiciones encontramos la autorización inusitada a las agencias de seguridad para las escuchas telefónicas, el control de los correos electrónicos, los archivos médicos y financieros, etcétera. Incrementa además la autoridad de la Secretaría del Tesoro para regular transacciones financieras, particularmente las que se refieren a individuos y empresas; amplía las facultades de las autoridades migratorias para detener y deportar a los sospechosos de haber cometido actos de terrorismo o ser cómplices de los mismos. Fue apoyada por congresistas demócratas y republicanos, no obstante las críticas que surgieron, acusándola de debilitar los derechos humanos y sus defensas legales, sobre todo por la detención indefinida de emigrantes y la posibilidad de violar domicilios y correspondencia sin conocimiento de los afectados ni autorización judicial. Los tribunales federales, en distintos fallos, han decidido que buen número de las disposiciones de la ley son inconstitucionales.
Por fortuna, como decíamos, la reacción de los gobernantes actuales de Estados Unidos no se parecen, hasta el momento, a las de su predecesor Bush, y aunque sin duda hay ya un endurecimiento en los controles internos de la seguridad. Es pronto para hacer predicciones definitivas, pero todo indicaría que las cosas se desarrollarán en una orientación más suave, sobre todo respecto a los derechos humanos. Espero no equivocarme en lo anterior.
Buen número de analistas y académicos estadunidenses, inmediatamente después de las explosiones en el Maratón de Boston, opinaron que el atentado parecía más bien tener origen en círculos de extrema derecha, que no han perdido ocasión de manifestarse en contra del actual presidente Barack Obama, y más aún después de su relección. Pero no, los medios de información estadunidenses ya señalan como culpables a dos jóvenes de origen chechenio (uno ya muerto durante las persecuciones y el otro malherido), recalcando su raíz étnica y religiosa musulmana. Es decir, nuevamente orientando la acusación a los
tradicionalesenemigos de Estados Unidos, que darían continuidad con los recientes ataques al magno golpe de septiembre de 2001.
Por ejemplo, The New York Times, en su edición del sábado 20 de abril, afirma que el caso de
los sospechosos (en el caso de Boston) es similar al de otros jóvenes que están a la mitad entre su vida en Estados Unidos y la lealtad a sus compañeros musulmanes en un distante hogar, y que en un momento se transforma en violencia.
Según informes de la policía de Boston, en la casa de los hermanos Tsarnaev fue encontrada gran cantidad de armas e incluso varias bombas semejantes a las que estallaron en las calles del maratón. Pero la pregunta es: ¿alguna vez sabremos el real significado y origen del lamentable atentado del Maratón de Boston?
Entre Dios y el diablo
Gonzalo Martínez Corbalá
Nicolás Maduro aseguró, tras recibir la banda presidencial de manos de una de las hijas de quien fue el presidente más discutido de Venezuela, que él va a
revolucionar la revolución. Con su impecable traje negro que resalta su bigote, cejas y el pelo, se ve en las fotografías de La Jornada como un hombre adusto, físicamente corpulento, contrastando con Carlos Andrés Pérez, de quien se decía que practicaba judo y gimnasia, seguramente para compensar su constitución delgada. En las ceremonias muy especiales, vale decir, en las que fue presidente la primera vez, fuimos a saludarlo Emilio M. González y yo. Nos recibió junto a su esposa, que entonces llevaba todavía muy buena relación matrimonial que después se descompuso, y también estaba su hija haciendo gala de la hermosura de la mujer venezolana. Él portaba un báculo y daba la impresión de que nos iba a dar la bendición, pero no fue así. Lo que sí hizo fue decirnos
vayan con Dios.
El señor Maduro es más adusto que el comandante Chávez y que todos los anteriores presidentes que hemos tenido oportunidad de conocer. Sin embargo, parece que sí va a continuar usando los mismos diseños de mucho colorido de la vestimenta del comandante bolivariano, el que a medio discurso se soltaba cantando con algún mariachi, muy parecido a los de aquí, y esto le gustaba a sus seguidores, con sus pants con los colores de la bandera y su gorra miliciana roja.
El señor Maduro no parece que vaya a cantar con mariachis entreverado a sus discursos. Con sus grandes manos más bien da la impresión de que muy pronto dará un manotazo en la mesa de juntas del Palacio de Miraflores y sus ministros apresurarán la ejecución de las órdenes que vayan a recibir, aunque no sabemos si habrá de seguir algún plan de desarrollo que el ruido y la premura de la campaña no nos hubiera dejado conocer, pero que no dudamos que lo tiene ya preparado en algún cajón de sus oficinas. Él mismo, o bien quien será el ministro responsable de su ejecución, y en este caso, que es muy probable, muy pronto lo conoceremos para compararlo con los de nosotros, los que no siempre han corrido con buena fortuna; por ejemplo, en el primer plan de desarrollo que se lanzó al término de la campaña no apareció el correspondiente a zonas áridas, lo que fue una gran sorpresa para Manuel Camacho.
Por otra parte, veremos con mucho interés cómo va a estar esto de
revolucionar la revolución.
Según Norberto Bobbio y Nicola Matteucci en su última edición de su D iccionario de política, la revolución es la tentativa acompañada del uso de la violencia, de derribar a las autoridades políticas existentes y sustituirlas, con el fin de efectuar profundos cambios en las relaciones políticas, en el ordenamiento político constitucional y en la esfera socioeconómica.
Luego, no está fácil, en el marco en el que el presidente Maduro lo expresó, compaginar la definición del diccionario de Bobbio. Pues para empezar, aceptando que el movimiento chavista constituyó una revolución, ¿cómo será que el presidente Maduro va a usar la violencia para derribar a las autoridades políticas existentes? ¿Y las va a sustituir por gente, suponemos de su grupo de seguidores? Pues, de otro modo, no le arrendamos las ganancias.
Y luego: ¿va a revolucionar la revolución chavista en lo que se refiere a los cambios profundos en las relaciones políticas, en el ordenamiento político constitucional y en la esfera socioeconómica?
Bueno, Maduro es el presidente de la república de Venezuela, pero no puede olvidar ni soslayar el hecho de que ganó la presidencia en unas elecciones muy apretadas, con una ventaja de 1.8 por ciento, que para todo efecto práctico deja al país dividido en dos partes iguales, y no nos parece que esta política fuera un buen principio. Los retratos que el pueblo porta en los mítines son todavía los de Chávez, no los de Maduro. Esperamos que ya se habrá percatado de esto.
Y, ¿qué va a pasar con el petróleo venezolano? ¿Se continuará con la misma política interior y exterior del país? Este es un punto que por lo menos yo no he escuchado que trate con sus electores el presidente Maduro, y no sabemos cómo piensa al respecto. Es por demás hacer hincapié en que es un punto que tiene un carácter determinante para los otros, y no se ha explicado cómo va a revolucionar la revolución en este aspecto. ¿No sería más prudente hablar primero con el gobierno de Cuba al respecto? Creo que, dados los antecedentes, el presidente de Cuba, Raúl Castro, y el propio Fidel algo tendrán que decir. Parece que Chávez tenía algún plan en vigencia.
De todos modos, no será ni Dios ni el diablo quienes resuelvan a Maduro sus muy recientemente adquiridos problemas. ¡A patear el suelo! Como quiera, Chávez era un triunfador, a quien el destino le permitió morirse a tiempo. Al presidente Nicolás Maduro no le sabemos si es un hombre de suerte. Napoleón preguntaba cuando le recomendaban a algún general que era buen artillero, hombre valiente y leal: está bien, pero ¿tiene suerte?
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