Los maestros por la vereda tropical
Por: Jorge Javier Romero Vadillo - abril 5 de 2013 - 0:00LOS ESPECIALISTAS, Romero en Sinembargo - Sin comentarios
Salió el gobernador Gabino Cué con su domingo siete de “tropicalizar la evaluación”. Su propuesta quedó marcada por la frase desafortunada, aunque en realidad quisiera haber dicho que su iniciativa busca proporcionar a los maestros de Oaxaca la capacitación adecuada para competir en condiciones de igualdad con los maestros de otras regiones menos atrasadas.
Hay en el planteamiento de Cué un reconocimiento de que los profesores de su estado, uno de los tres con más pobreza y coincidentemente con mayor rezago educativo, no serían capaces de enfrentar un proceso serio de evaluación, no sólo de conocimientos sino de capacidades didácticas elementales. Se trata de profesores que realizan su trabajo en condiciones realmente adversas, entre población alejada de los servicios y que vive de economías agrarias de subsistencia y de las transferencias de los programas estatales para combatir la pobreza extrema. Son los maestros de las zonas del hambre, quienes, además, han sido las primeras víctimas del fraude en el que se convirtió la educación en México; pero si es ahí donde más grave es el problema, la formación de los maestros es cuando menos deficiente en todo el país.
La catástrofe educativa mexicana no sólo se debe al arreglo corporativo. No todo es culpa del control sindical de las carreras de los maestros; también se debe a que el Estado mexicano abandonó a las normales, las escuelas que deberían formar a los profesores: dejó unas en manos del SNTE y otras bajo el control de grupos radicales de izquierda revolucionaria que una y otra vez han utilizado métodos violentos –que aún hoy se manifiestan simpáticos con la lucha armada al estilo de las guerrillas de la década de 1970–, aunque siempre sus demandas se reduzcan a que les aumenten los recursos o les garanticen puestos al momento de su egreso, cosa que pueden reclamar porque durante años ese fue el acuerdo: todo el que saliera de una normal pública tenía su plaza. Hoy puede parecernos una demanda desproporcionada, pero el hecho es que el régimen del PRI garantizó durante años empleo a todos los egresados, con el pretexto de la necesidad de alcanzar la cobertura total de la educación básica, mientras excluyó a los privados de la formación de maestros como mecanismo de contención contra las normales católicas.
Los maestros se oponen a ser evaluados porque saben que están mal formados. Es verdad lo que el miércoles en Boca del Río, en el foro de educación para el Plan Nacional de Desarrollo, dijo Gilberto Guevara Niebla: sería un error culpar del desastre a los maestros. Ellos han sido las primeras víctimas de un arreglo que no sólo los dejó sin auténticos derechos sindicales, sino que los engañó con una formación deficiente, en extremo ideológica y con carencias enormes. Muchos profesores no pueden enseñar a leer y escribir ni a multiplicar y dividir porque ellos mismos no saben ni gramática ni matemáticas. Las escuelas normales, que tienen el monopolio de la formación docente, son la base del desastre educativo nacional, intocadas en sus planes de estudio, impermeables a las nuevas ideas; las urbanas reproductoras de los cursis comportamientos cortesanos –con su pompa pueblerina– del ritual priísta, mientras que en muchas rurales priva un discurso al borde permanente de la subversión revolucionaria.
Hace décadas que el Estado mexicano no invierte seriamente en la formación de profesores. Lo último fue la creación de la Universidad Pedagógica Nacional en los tiempos de López Portillo, más como un parche que como un proyecto renovado de formación profesional. La antigua Normal Superior, de gran tradición, quedó al garete y las normales estatales, en su mayoría, no cumplen con criterios rigurosos de calidad educativa. Los mecanismos de egreso son laxos y la carrera de maestro, antes destinada a las señoritas de clase media, cada vez más se convirtió en un recurso poco exigente para que los más pobres consiguieran un empleo público de por vida.
Esa es la vereda tropical por la que tiene que caminar la reforma educativa en curso: sea la que sea la evaluación a la que se someta a los maestros que hoy tenemos –ya sea con las pruebas estandarizadas tan temidas o con cualquier otro instrumento que mida su desempeño– la mayoría de los profesores que hoy tenemos la van a reprobar (un término que ha hace años dejó de ser políticamente correcto). De ahí que una y otra vez se oigan voces como la de la dirigente del SNTE Silvia Luna quien clama por una evaluación no punitiva –tal vez la prefiera decorativa– y una y otra vez se argumente que la evaluación no puede ser un criterio absoluto para determinar la carrera magisterial.
Los diseños del sistema nacional de evaluación y del nuevo servicio profesional docente creados por la reforma constitucional reciente tendrán que tomar en cuenta esta realidad tropical que no afecta sólo a Oaxaca, aunque ahí se manifieste con mayor crudeza: los maestros que hoy tenemos podrán ser muy abnegados algunos de ellos, otros muy rijosos, pero casi todos están mal formados. Los métodos de evaluación, el grado de publicidad que se les dé, los efectos que las evaluaciones produzcan, deberán tomar en cuenta esta situación y corregirla.
El primer paso, sin duda, será que el nuevo servicio profesional docente comience por reclutar a los mejores no sólo entre los egresados de las normales sino entre los todos los graduados universitarios. Para que esto resultare eficaz, el servicio también debería contar con un sistema de homologación pedagógica y formación continua –asociado al proceso de ingreso, promoción y permanencia– para que los nuevos maestros vivan su carrera como un proceso contante de aprendizaje.
En cuanto al sistema de evaluación, sería pertinente que pronto tuviéramos una idea de qué vamos a entender por ello, porque hasta ahora se ha hablado más de qué es lo que no deberá ser, mientras poco se ha dicho sobre lo que será. Desde luego, para los actuales maestros, los efectos de la evaluación tendrían que ser esencialmente diagnósticos y se les debería proveer con las posibilidades y los incentivos para mejorar. En el caso del nuevo servicio profesional, la evaluación debería jugar un papel importante en el sistema de incentivos de su diseño institucional, aunque el acento se ponga en el proceso de reclutamiento.
Sin embargo, para que la reforma tenga resultados en el mediano plazo, el Estado deberá invertir en serio en la formación inicial de los docentes. Sin buenas escuelas de maestros no habrá buenos maestros. Se debe aprovechar a las universidades públicas y privadas e incluirlas en la educación de los futuros profesores. Los docentes deben de comenzar a ser vistos como profesionistas universitarios que realizan una labor especializada, no como parias abnegados o sucios revoltosos, como se les suele estereotipar.
Las razones de los profes para salir a marchar
Por Ricardo RaphaelLos profesores han salido a marchar en contra de la reforma educativa, particularmente los que pertenecen a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación. Traen los argumentos que ya habíamos escuchado, varios de ellos por cierto falsos porque la reforma ni privatiza la escuela ni hace que los maestros al día siguiente se queden sin trabajo, ni mucho menos atenta contra el principio de laicidad en la educación. Son mentiras inventadas antes y continuadas ahora por estos profesores.
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