La TPP en Lima
Jorge Eduardo Navarrete
Algunos observadores interesados han denunciado la falta de transparencia con que se realiza la 17 ronda de negociaciones de la Asociación Transpacífica en la capital de Perú, que culmina hoy. Uno de ellos es la ONG estadunidense Electronic Frontier Foundation, que se define en su página web (eef.org) como entidad no lucrativa, defensora del intercambio libre e irrestricto en Internet. En un blog fechado el 20 de mayo en Lima,
en las afuerasdel hotel elegido como sede de la reunión, se queja de la falta de información sobre el contenido de los diversos asuntos que se negocian, en especial el relativo a criterios y reglas de copyright: derechos de autor y cuestiones relacionadas que limitarían la difusión de contenidos en la red. Otro es el presidente de Adifan (Asociación de Industrias Farmacéuticas Nacionales de Perú), quien declaró al diario peruano El Comercio que
el problema es la metodología con la que están trabajando: poca transparencia y nada de información. Teme la asociación que se pretenda
ampliar por más de 20 años el alcance de las patentes a las medicinas para tener monopolios comerciales.
Se esperaba que la ronda de Lima, la 17, fuera definitoria para cumplir el objetivo proclamado por Obama con especial entusiasmo, de concluir en el presente año el proceso de negociación. Hasta ahora y a pesar de las insuficiencias de información ya señaladas, puede presumirse que algo salió mal.
Quizá la verdadera noticia de la TPP en Lima sea la ausencia de Japón. Están reunidas las otras 11 delegaciones, incluidas las de Canadá y México, que, junto con Japón, fueron las últimas en sumarse al proceso. Como se sabe, el procedimiento de acceso a la TPP es, por lo menos, laberíntico y complicado. Exige a cada uno de los nuevos aspirantes –como los tres que acaban de mencionarse– negociar en lo bilateral con cada uno de los nueve socios anteriores a 2010 (Australia, Brunei, Chile, Estados Unidos, Malasia, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam) concesiones que les parezcan satisfactorias. Se trata, en otras palabras, de que compren su billete de acceso al club y puedan participar en las verdaderas negociaciones. Para los tres que anunciaron su intención en 2011 se diseñó un procedimiento acelerado para desahogar tan engorroso y, casi siempre, costoso trámite. Canadá y México lo desahogaron al parecer sin dificultades y con celeridad: un año después de proclamar su intención, participaron formalmente en la 15 ronda de negociaciones en Auckland. No se ha divulgado, al menos en el caso de México, qué concesiones se aceptaron para despachar nueve negociaciones en menos de un año.
Con Japón las cosas han sido muy diferentes. El anuncio de adhesión, formulado por el gobierno Noda, del Partido Democrático de Japón, fue primero ignorado y después vuelto a negociar –desde el principio– por el gobierno Abe, del Partido Liberal Democrático (el PRI japonés, que ha detentado el poder por 53 de 57 años de vida democrática en la posguerra). De la serie de negociaciones bilaterales de Japón con los otros asociados a la TPP, la más complicada fue, desde luego, la de Estados Unidos, iniciada en noviembre de 2011. Su conclusión, anunciada en abril de 2013, se basó en el principio de no excluir, por principio, ningún sector, sino buscar su resolución en las negociaciones multilaterales de la TPP. Se sabe que las dificultades se concentran en los sectores de alimentos, de automotores y de seguros. Es probable que Japón no haya logrado concluir sus negociaciones bilaterales con uno o más de los otros socios y que, simplemente, se requiera más tiempo. Es posible que haya problemas más de fondo.
Sin embargo, parece que el verdadero problema para culminar el acuerdo de la TPP resida en otra parte: el Congreso de Estados Unidos y el enfrentamiento sistemático entre demócratas y republicanos. A principios de abril, en un acto de promoción comercial de Nueva Zelanda en Washington, seis antiguos representantes comerciales estadunidenses –la mayor parte de ellos de gobiernos republicanos–, encabezados por la inolvidable Carla Hills, afirmaron que resultaba poco probable que las negociaciones concluyeran en 2013 ya que, como señaló el redactor de una nota aparecida en un boletín electrónico neozelandés,
en diversos países participantes hay creciente oposición debido a posibles afectaciones severas en sectores sensibles: protección de la propiedad intelectual, subsidios a las industrias farmacéuticas locales [productoras de genéricos, que ganan terreno en la oferta disponible de fármacos], desregulación de las inversiones extranjeras directas, entre otros.
En el Congreso estadunidense parece existir poca disposición a otorgar a Obama las facultades especiales de negociación comercial, conocidas como fast-track, sin las cuales sería imposible obtener la aprobación legislativa de un acuerdo tan complejo, sobre todo a raíz de la posible participación de Japón, sin la cual la TPP carecería aún más de sentido.
No he mencionado el aspecto más controvertido y polémico de la TPP: la intención, implícita pero evidente, de excluir a la potencia en ascenso del área, China, y de tenderle un cerco comercial, económico y financiero. Por ello se enfatizan elementos como la libre convertibilidad monetaria, la ausencia total de restricciones o requisitos a las inversiones extranjeras directas, la defensa abusiva y a ultranza de la propiedad intelectual, entre otras. Se sabe que China no aceptaría ahora, quizá nunca, estas condiciones. Por ello, naciones como Corea –que hace un año firmó un acuerdo bilateral con Estados Unidos–, Filipinas, Indonesia y Tailandia, que parecen preferir no sumarse al cerco a China, han decidido mantenerse alejadas de ejercicio tan poco transparente y cristalino como la TPP. México se sumó por reflejo pavloviano.
Unasur en la mirilla yanqui
Ángel Guerra Cabrera
Lo que se disputa hoy en América Latina y el Caribe es si se consolida el proyecto bolivariano de independencia e integración regional, o si Washington y las derechas locales consiguen derrotarlo. En esta batalla, los enemigos de nuestros pueblos utilizan los cuantiosos recursos materiales –incluyendo militares– y culturales acumulados por siglos de explotación, saqueo y opresión. Nuestros pueblos, a su vez, se valen de la rica experiencia de sus tradiciones patrióticas y revolucionarias, forjadas en la resistencia anticolonial y antiesclavista, las revoluciones por la primera independencia y las luchas antineocoloniales posteriores, inscriptas en la marcha hacia la segunda y definitiva independencia.
Inspirado, como lo afirmaba con orgullo, por el ejemplo y la amistad de Fidel Castro y la revolución cubana, Chávez logró articular un magnífico equipo con Néstor y Cristina Kirchner, Lula da Silva, Evo Morales y Rafael Correa, entre otros líderes populares latino-caribeños. La derrota del Alca (Mar del Plata, 2005) fue una de sus grandes victorias, que sentó las bases para el auspicioso e inédito surgimiento de la Alba, Petrocaribe, la Unasur, la Celac, el Mercosur ampliado, organizaciones que han puesto coto al arrogante monroísmo e impulsado un sentimiento de independencia, fraternidad y solidaridad regional. Ahora los pueblos y gobiernos de América Latina y el Caribe hablan con voz propia.
Eso es lo que no soportan los imperialistas yanquis. Tener que tratarnos de igual a igual pese a que el secretario de Estado Kerry nos siga llamando traspatio. Que le digan con la frente alta, como le tocó a Obama en la Cumbre de las Américas de Cartagena, que no podía haber más cumbres sin Cuba y que debía ponerse fin al criminal bloqueo. Que las Malvinas son argentinas, idea intragable no sólo para la elite británica con su nostalgia imperial. También y, sobre todo, para su socio estadunidense que codicia el petróleo de su suelo marino y quiere utilizarlas como una base de intervención contra nuestra América.
En los feroces y persistentes planes desestabilizadores yanqui-oligárquicos contra los gobiernos dignos y soberanos de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argentina se observa nítidamente la creciente relevancia tomada por el ejército mediático imperial. Capriles Radonsky, por ejemplo, existe políticamente gracias a su fabricación mediática. Subestimar la ruin tarea de ese ejército en la descerebración o la siembra de la confusión y la división en importantes sectores, incluso populares, puede costar muy caro.
La Alianza del Pacífico (AP), que reúne a Chile, Perú, Colombia y México y cuya cumbre se inicia hoy en Cali, es una daga apuntada al cuello de las ya mencionadas instituciones de unidad e integración latino-caribeña, en particular al de Unasur. Es también un intento de reflotar el Alca. Los países que lo integran tienen tratados de libre comercio con Europa y Estados Unidos, instrumentos que como está ampliamente documentado han ocasionado ya una tragedia económica, social y cultural de grandes proporciones en los países del sur que los han aplicado, y que más allá del comercio –nada con Washington es libre– implican la veloz anexión y subordinación de los estados al norte revuelto y brutal. La AP, con más de 200 millones de habitantes, una extensión territorial de más de cinco millones de kilómetros cuadrados y 40 por ciento del PIB regional se mete como una cuña en el cuerpo de Unasur.
La AP se une al Acuerdo de Asociación Transpacífico, un hecho muy grave pues este está concebido por Washington para enrolar a sus integrantes en el cerco y creciente hostilidad contra China, pero también contra Brasil. Estados Unidos alucina por su ascenso como potencia suramericana y mundial, aliado a Argentina e instalado en el BRICS.
Los procesos trasformadores no se rinden y combaten con un arma formidable: el apoyo popular y su credibilidad. Hoy lo veremos en el gigantesco cabildo de La Paz en apoyo a Evo Morales (¿qué-clase-de-clase-es-esa?)
Twitter: @aguerraguerra
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