José María Pérez Gay y el silencio del nombre
Luis Hernández Navarro
Ernesto Cardona es un joven mexicano que estudió en la Universidad Libre de Berlín, vivió en Colonia, trabajó en la embajada de México, regresó a su país y fue profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México, donde quiso, infructuosamente, no refugiarse sino vivir.
De muchas maneras, la vida de Ernesto Cardona es la de Chema. Escrita con una prosa excepcional y una tensión dramática que no da descanso al lector, Tu nombre en el silencio relata, a través de Cardona, la biografía y tribulaciones del escritor.
“Alemania –dice Cardona, en la ciudad de Managua, al colombiano Alonso Vélez Giraldo, un viejo amigo suyo de los tiempos de Berlín, asesor del gobierno sandinista emanado del levantamiento armado– fue el río de nuestros sueños (...) Los sueños en los que aprendimos a deletrear la esperanza, pero también los que nos volvieron inmunes a los hechos incómodos.”
Alemania (y también Austria), su cultura, su literatura y su idioma fueron eso y mucho más para José María Pérez Gay. Allí vivió 15 intensos años. Allí escuchó al filósofo Herbert Marcuse, profeta temprano de la revuelta juvenil. Allí conoció a su querido Rudi Dutschke, el socialista antiautoritario que falleció en una bañera después de sufrir un atentado, el gran artífice del movimiento estudiantil de 1968, y con quien Chema aprendió la profecía de la memoria que señala que todos dejamos nuestro nombre en el silencio.
Traductor privilegiado del mundo germano a nuestro país y a la cultura latinoamericana, Pérez Gay recibió de manera abierta por parte de esas naciones los honores literarios que apenas tímidamente le fueron reconocidos en México. En 1992 el gobierno alemán le otorgó la Cruz al Mérito y tres años más tarde la medalla Goethe. En 1997 Austria le dio la Gran Cruz de las Artes y las Letras.
Devorador insaciable de libros, escucha atento de los sonidos de la vida, fue un formidable conversador y escritor, cualidades que con frecuencia no se presentan simultáneamente en una misma persona. Sus charlas eran como pequeños cuentos sacados de la vida real, sus novelas una impresionante galería de personajes únicos y sus ensayos un juego desbordante de erudición esclarecedora alejada de la pedantez.
A su manera, sus relatos eran una versión masculina de Sherezade. Acompañados siempre por la sonrisa de su mirada, surgían uno de otro, como si fueran matrioskas. De esa manera Chema se convertía en el centro de tertulias y reuniones o atrapaba a los lectores como la princesa hacía con el sultán en Las mil y una noches. Por esta vía, la atención e interés que su palabra lograba, se convertía en una victoria más sobre su tartamudez infantil, la misma que derrotó leyendo libros en voz alta.
Sus historias no eran meras anécdotas para entretener sino fábulas llenas de contenido. Al platicar cómo su vida cambió drásticamente cuando comenzó a asesorar a Andrés Manuel López Obrador, y tuvo que madrugar regularmente para asistir a las conferencias de prensa que el jefe de Gobierno de la ciudad de México daba a las 6 de la mañana, ejemplificaba el contraste existente entre el mundo del tabasqueño y el suyo con la historia de los desayunos que compartían al terminar la sesión con los periodistas: mientras la cocinera de López Obrador le preparaba a su jefe mojarras fritas cuando apenas salía el sol, Pérez Gay pedía humildemente que le sirvieran unos corn flakes con leche.
Chema se acercó a López Obrador y su movimiento con la misma pasión con la que su generación abrazó el sueño de un mundo más justo. No obstante la evidencia de la vertiginosa agonía de los principios y certezas que se respiraban en su época alemana, él encontró la forma de comenzar la vida por segunda vez después de haber sido funcionario público de la cultura y diplomático, en la acción pública con el lopezobradorismo. Para horror de muchos de sus amigos y de una parte de la República de la Letras, su adhesión a la causa fue mucho más allá de lo político y se convirtió en una entrañable relación personal, llena de mutua admiración.
Su papel en el movimiento fue mucho más allá de su papel de asesor en cuestiones internacionales. Junto a su esposa Lilia Rossbach fue clave en la construcción de una red de académicos, intelectuales y artistas de enorme prestigio; un bloque político-cultural nacido de la convicción, que ningún partido político, gobierno o medio de comunicación ha logrado articular desde entonces, a pesar de lo abultado de sus nóminas.
Desde 2005, José María Pérez Gay fue el puente entre un grupo de generales de gran peso en las fuerzas armadas y Andrés Manuel López Obrador. Los divisionarios simpatizaban con el tabasqueño, consideraban que tenía enormes posibilidades de ganar las elecciones y estaban hartos de Vicente Fox y su esposa. Con prudencia, evitaron tener con el jefe de Gobierno de la ciudad de México una relación directa, que habría sido detectada por los organismos de seguridad de Presidencia y creado muchos problemas. Chema fue el canal de comunicación con ellos.
Cuando en 2006 estalló el conflicto poselectoral y los simpatizantes de López Obrador ocuparon Paseo de la Reforma, esos militares se opusieron a que se sacara al Ejército a las calles para
resolverel conflicto. Tenían muy presente lo sucedido en el movimiento estudiantil de 1968, en el que fueron usados por los civiles para reprimir a los jóvenes y acabaron pagando por ello un enorme precio.
José María no pudo hablar durante los últimos meses de su vida. Una penosa enfermedad se lo impidió. Su rostro y sus ojos se convirtieron entonces en el vehículo para comunicarse. Lo hacía con emotividad conmovedora. Hoy, esa capacidad para decir permanece en su obra. Su nombre no quedará en el silencio.
FUENTE: LA JORNADA OPINION
Hombre de pluma-Fisgón
Geografía de la represión y la resistencia
Francisco López Bárcenas
Amenazas a Pedro Martínez y su familia, de la Coordinadora de Pueblos Unidos del Valle de Ocotlán, por su participación en la lucha contra la minería en José del Progreso; agresiones a mano armada contra Celestino Bartolo Terán y amenazas a su hija Sara Bartolo, en el istmo de Tehuantepec, por su participación en la lucha contra las empresas eólicas; ejecución de Félix Martínez Santiago, líder de la Organización de Pueblos Indígenas Zapotecos (OPIZ), ocurrido este 15 de mayo en la comunidad de Tierra Blanca, San Vicente Loxicha, todos en el estado de Oaxaca; amenazas de muerte a la abogada Estela Ángeles Mondragón, por defender comunidades rarámuris de la invasión de sus tierras por ganaderos, en el estado de Chihuahua; desaparición de Teodulfo Torres Soriano El Tío desde el 24 de marzo, en el Distrito Federal; son casos que configuran parte de la geografía de la represión en este México. No son los únicos, pero muestran que no se trata de un fenómeno aislado, sino de una respuesta sistemática a la resistencia de los pueblos contra el despojo o la imposición, que se extiende por todo el territorio mexicano.
Los asuntos en los que no se ha logrado lo que los movimientos se proponen no deben llevar al desanimo, pero tampoco los pequeños triunfos pueden presentarse como logros finales. La lucha contra el despojo es de larga duración y los movimientos tienen que ir aprendiendo a resistir en la lucha misma, sea que ganen o pierdan las batallas, para ganar la guerra. Tejer alianzas y extender el campo de batalla es importante, porque fortalece y permite resolver los problemas cotidianos de la gente. Hace cinco años, cuando este tipo de luchas comenzar a brotar como hongos en tiempos de lluvia pocos creían que se podía derrotar al capital trasnacional, después de un lustro se nota que esa es una utopía posible. En la sierra norte de puebla ya se forman dos presentes que pueden llegar a ser uno; en el istmo y el valle de Oaxaca también ya se crearon organizaciones regionales y seguro que se irán construyendo más. Pero falta mucho para triunfar. Hay que pensar formas novedosas de organización, pero sobre todo el futuro por el que se empeña el esfuerzo. Es necesario dar rostro propio a la resistencia.
FUENTE: LA JORNADA OPINION
Ecología y política: cómo salir de la crisis
Víctor M. Toledo
Si estamos inmersos en una crisis de civilización, tesis formulada hace dos décadas hoy casi unánimemente aceptada, las vías para superarla no pueden venir sino de posiciones críticas inéditas, construidas desde nuevas epistemologías, y que conllevan una praxis política totalmente diferente a la asumida por los movimientos de vanguardia, incluyendo los más avanzados. Hasta donde alcanzo a mirar, la única corriente que logra realizar una crítica completa a la civilización moderna es aquella que, sin proponérselo, se finca en lo que podemos denominar una ecología política. Esta parte de un principio formulado en la década de los setentas por G. Skirbekk (
Ecologie et marxisme, L’Espirit, 1974): la transformaciones sociales ya no pueden explicarse a partir de la contradicción entre las
fuerzas productivas y las relaciones de producción, sino entre esas y las
fuerzas de la naturaleza.
La percepción inmediata, lo que la piel de un individuo registra cuando hablamos de capitalismo, es aquella representación de una maquinaria gigantesca, global, inconmensurable, imposible de detener y todopoderosa, que lo tritura y lo arrasa todo. Y sin embargo, su presencia en el mundo globalizado de hoy no es ni total ni absoluto. Por el contrario, existen fisuras, islas, burbujas, tendencias a contracorriente que no sólo existen, sino que crecen sigilosamente por todo el mundo al ritmo en que la crisis de civilización se hace más presente. Boaventura de Sousa Santos le ha llamado la globalización contrahegemónica. Esto tiende a ser ocultado por los medios de comunicación de masas (televisión, prensa, radio), porque conlleva un muy alto valor subversivo. Salir del capitalismo es un imperativo para la supervivencia de la humanidad, de la vida y del planeta.
Construir el poder social supone organizar en la vida cotidiana la emancipación civlizatoria. Casi cada
instituciónprocreada bajo la lógica del capital puede hoy ser confrontada por
instituciones alternativas, las cuales requieren de una sencilla
fórmula secreta: resistencia y organización social en plena solidaridad y alianza con la naturaleza. Frente a las empresas y corporaciones existen las cooperativas donde no hay patrones, sólo socios. Frente a los bancos (basados en la usura) aparecen las cajas de ahorro y los bancos ciudadanos. Frente a la producción agroindustrial de gran escala la pequeña producción familiar o comunitaria fincada en la agroecología. Frente a la circulación desbocada de las mercancías las redes de intercambio directo y en corto entre productores y consumidores, y la autosuficiencia local, municipal, regional. Frente a los megaproyectos los diseños de pequeña escala. Frente a la especulación financiera, la creación de monedas alternativas y el trueque. En fin, frente a una racionalidad basada en el individualismo, la competencia y la acumulación de riqueza material, una ética fundada en la solidaridad, la reciprocidad, el bien colectivo y la supervivencia de la especie.
Pero hay algo más. Debemos al pensador franco-austriaco André Gorz una reflexión iluminadora, que confirma que esos procesos emancipadores se ven facilitados por la propia crisis del capital. En su artículo, el último de su vida,
La salida del capitalismo ya comenzó( Revue de Ecologie Politique, 28/10/08) establece que el asunto no es si estamos frente al fin del capitalismo, sino si su salida será por una vía
bárbarao
civilizada. Tres tesis fundamentan su idea. El capitalismo no sobrevive por la crisis ecológica y porque para su reproducción requiere ya de una economía ficticia, la especulación financiera, que es la
mercantilización de lo que viene… pero que no existe. La tercera afirma que la innovación tecnológica (informática, telecomunicaciones, geomática, etcétera) abre las puertas a procesos de producción, circulación y consumo no controlables, que atentan contra el monopolio, la propiedad privada y las patentes. La autoproducción induce circuitos y canales ciudadanos o sociales, autonomía, autosuficiencia y autogestión.
Si usted puede producir en su casa o en su taller un disco, una película, un instrumento, un servicio o un producto e insertarlo en el mercado; generar sus propios alimentos, su agua y su energía, o bien organizar con otras familias o socios una red, una cooperativa o una pequeña empresa; si su familia puede sobrevivir sin dinero, sin usar los bancos, sin creer en los partidos políticos, y además tiene conciencia social y ambiental, ¡enhorabuena!, usted es un militante de lo contrahegemónico, llámese sustentabilidad, descrecimiento, buen vivir o eco-socialismo. Usted está contribuyendo a salir de la crisis. Y como usted hay millones haciendo lo mismo, y millones que buscan hacerlo. Eso lo veremos en una próxima entrega.
FUENTE: LA JORNADA OPINION
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