Calderón en la teoría de juegos
Octavio Rodríguez Araujo
Albert W. Tucker fue un notable matemático de la Universidad de
Princeton. Millones de personas lo vieron (con otro nombre), como jefe del
departamento de matemáticas en la película Una mente brillante,
protagonizada por Russell Crowe en el papel de John Nash (premio Nobel de
Economía en 1994).
Tucker fue uno de los profesores de Nash e influyó en él en el desarrollo de
la teoría de juegos. Fue el creador del
dilema del prisioneroque, llevado a la ciencia política, nos ilustra sobre dos entidades en guerra en relación con el armamentismo. Estas dos entidades, que pueden ser dos gobiernos o un gobierno y el narcotráfico, tienen dos opciones: incrementar el gasto en armas o llegar a un acuerdo para reducir su armamento. Como ninguna de las dos entidades puede estar segura de que la otra llevará a cabo el acuerdo, ambas se armarán más y la guerra, si estalla, será más sanguinaria y más costosa. La paradoja es que creyendo sus mandos que están actuando racionalmente, el resultado que obtendrán será completamente irracional y su guerra los llevará a situaciones no previstas en las que, al final, ninguno ganará. En este caso las dos entidades mienten y, como todo mundo sabe, confiarse de un mentiroso no es ingenuidad, sino estupidez. El desenlace no puede ser otro que más armamento, más muertes y ninguna ventaja especial para ninguno de los contendientes.
El problema que tiene Calderón es que, aunque no gane (y no ganará), saldrá
del juego el 30 de noviembre de 2012 en la noche. Terminará su mandato como un
perdedor y, peor aún, como el causante de decenas de miles de muertes sin haber
logrado su propósito de acabar con el crimen organizado. En tanto que el
narcotráfico, aunque no gane tampoco, seguirá en el juego con quien gobierne el
próximo sexenio y así hasta que la producción y el tráfico de drogas por ahora
ilegales deje de ser negocio. Será entonces cuando los narcotraficantes
perderán, y se dedicarán a otra cosa, probablemente también ilegal, pero será
otra cosa.
La producción y el comercio de drogas (por ahora ilícitos) serán negocio
mientras exista la demanda. Así como las carretas jaladas por animales fueron
negocio por muchísimos años, comenzaron a declinar como tal a medida que el
automóvil fue invadiendo el mercado. Hoy en día es negocio producir y
comercializar automóviles, pero no carretas.
Cuando el producto a comercializar es ilegal, lo emprenderán grupos de
delincuentes que, en el mercado negro, ven perspectivas de hacer dinero aunque
en ello les vaya la vida. En el momento en que ese producto deja de ser ilegal,
sus productores y comerciantes ilegales cambiarán de giro o entrarán en la
legalidad aprovechando el mercado que bien conocen. En el caso de las bebidas
alcohólicas, sobre todo en Estados Unidos, los que salieron del juego fueron los
gobernantes al legalizarlo de nuevo en 1933, obligando a sus contrarios (las
mafias que crecieron con la prohibición) a cambiar de giro o a volverse legales.
El resultado del cambio de política gubernamental sobre el alcohol no fue acabar
con la demanda sino con el crimen que usó la prohibición como negocio. La
demanda existe y existirá, pese a sus graves consecuencias en la salud de
quienes abusan de su consumo, pero el alcohol ya no está asociado con el crimen
organizado.
El crimen, por otro lado, existe y existirá mientras sea negocio, igual se
refiera a trata de personas, a drogas, a contrabando de tabaco (por alzas de
impuestos), o por ejemplo en México, de televisores, antes de que se firmara el
GATT (por sus siglas en inglés) y se abrieran las fronteras para su
importación.
En relación con el crimen siempre habrá por lo menos dos jugadores: las
autoridades que tratan de combatirlo y los criminales que tratan de ganar dinero
mediante su actividad principal, sea cual sea. Si una de las partes, para el
caso el gobierno, declara la guerra al crimen, éste se defenderá mediante el
mismo mecanismo que se use en su contra. Si son armas, éstas se multiplicarán
entre ambos jugadores y los que más ganarán serán los que las venden, pues el
negocio de las armas es superior al del narcotráfico. El negocio de las armas,
dicho sea de paso, tampoco se extinguirá mientras exista demanda, y lo grave en
este tema es que no hay poder sobre la Tierra que quiera terminar con él, sea
legal o ilegal, pues no hay gobierno que no quiera armas, incluyendo a los que
se dicen neutrales. Tampoco los criminales querrán prescindir de ellas.
Ante esta situación los matemáticos han establecido un corolario, y éste
consiste en que la única forma de ganar es cambiando los valores de quienes
toman las decisiones en el juego. Si se piensa en términos egoístas (derrotar al
otro) uno de los dos jugadores pierde o pierden los dos; si se piensa en
términos del bien común, puede ser que ninguno de los dos gane, pero no se
destruyen. Esto ocurrió en la guerra fría: tanto Estados Unidos como la
Unión Soviética tenían armas para destruir al otro, pero ambos gobiernos sabían
que la destrucción de uno llevaría a la destrucción del otro y de muchos más. El
corolario fue que ninguno debía oprimir el botón rojo de una guerra nuclear.
Ahí, aunque a posteriori se vea como algo sencillo, hubo un cambio de
valores: el bien común por encima del egoísmo de cada una de las dos potencias.
El juego de supervivencia, no de ganar o perder, fue el que prevaleció, y
gracias a ese cambio de valores aquí estamos, todavía vivos. La opción era la
extinción de la humanidad o la fórmula del respeto al otro para sobrevivir.
Así conviven gobierno y crimen en Estados Unidos. Pero Calderón no lo ha
entendido, tal vez porque ni él ni sus asesores saben de teoría de juegos ni del
dilema del prisionero.
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