Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

lunes, 29 de agosto de 2011

De Irak a México: violencia, injerencia y armamentismo

URGENTE. Evidencias de complicidad del estado mexicano en ataque terrorista en Monterrey.
Alerta, en México se esta preparando el escenario para imponer un estado de sitio, lo que usted esta a punto de descubrir, si es que no lo sabe aún, es que el gobierno mexicano planea una serie de…
00:08:32
Agregado el 28/08/2011
7,884 vistas
Videos que debes ver…

URGENTE. Evidencias de complicidad del estado mexicano en ataque terrorista en Monterrey.

De Irak a México: violencia, injerencia y armamentismo
Un atentado suicida perpetrado ayer en una mezquita de Bagdad dejó un saldo de 30 muertos y un número igual de heridos: una lamentable muestra más de que Irak, a más de ocho años de la invasión estadunidense, no ha logrado recuperar la normalidad y la convivencia pacífica. La ocupación militar que siguió a la agresión militar de 2003 se tradujo en una polarizada violencia facciosa que ha dejado centenares de miles de muertos. Diversos analistas han apuntado la posibilidad de que la proliferación de cruentos atentados en las principales ciudades de Irak no haya ocurrido a pesar de la presencia militar estadunidense y británica, sino más bien impulsada por los propios invasores a fin de dividir a la sociedad iraquí, debilitar cualquier intento de resistencia y generar justificaciones para alargar la ocupación.
Luego de la serie de ataques perpetrados en México en días recientes, especialmente el que causó más de 50 muertes en el casino Royale de Monterrey, el presente y la historia reciente de Irak adquieren, en nuestro país, una nueva significación. Guardando las distancias, y haya o no una relación causal directa entre esos hechos y el accionar en territorio nacional de agencias estadunidenses especializadas en operaciones de desestabilización y guerra sicológica, la militarización de un entorno nacional y la existencia de un enfrentamiento bélico son factores de aliento, no de disuasión, para la espiral de violencia. Ejemplo claro de ello es la escalada armamentista –no se le puede llamar de otra manera– que han protagonizado las fuerzas del orden y los grupos irregulares al servicio de los cárteles del narcotráfico, fenómeno al que no han sido ajenos los distintos actores policiales, militares y empresariales de Estados Unidos que controlan la producción y la distribución de armas de alto poder, desde fusiles de asalto hasta lanzagranadas múltiples y armamento antiaéreo.
Es claro que esos estamentos del país vecino encuentran en el nuestro un contexto favorable para realizar sus objetivos. La descomposición institucional, el descontrol y la descoordinación entre distintos niveles de gobierno constituyen terrenos fértiles para el desarrollo de toda suerte de injerencias.
La responsabilidad de Washington en esta circunstancia va mucho más allá de la permisividad del país vecino para con sus comerciantes de armas y del consumo masivo de drogas ilícitas: se extiende a conductas perversas, como la tolerancia, en su propio territorio, a un narcotráfico pacífico –que sólo puede entenderse como resultado de una decisión política de omitir su persecución policial–, y como el doble canal para surtir de armas tanto a las autoridades mexicanas, por medio de la Iniciativa Mérida, como a la delincuencia organizada, por medio del operativo Rápido y furioso.
Con esas consideraciones en mente, es claro que la respuesta oficial a las crecientes agresiones contra la población –de las que el mortífero incendio provocado en el casino Royale es, hasta ahora, la muestra más atroz– no puede ser meramente reactiva ni reiterativa de una estrategia clamorosamente señalada de ineficaz: más soldados y policías a las calles, rondas de declaraciones y discursos para decir lo mismo, o acciones de control tardías y propagandísticas, como la reciente ola de cateos, revisiones, embargos y clausuras de casinos en diversas entidades del país.
Es preciso cobrar conciencia de la gravedad de la circunstancia y actuar en consecuencia. Más allá de las acciones de soldados, policías y recaudadores de impuestos, se requiere de visión de Estado para reformular la estrategia de seguridad vigente y corregir la cesión de soberanía en que se ha incurrido.
País de oportunidades-Magú


Violencia y autoritarismo
Bernardo Bátiz V.
Las noticias terribles, truculentas, se suceden una a la otra para asombro y preocupación de todos; no acaban los programas amarillistas de la televisión de hacernos ver, tres, diez, cien veces la escena de la gente corriendo en el estadio, por pánico explicable al escuchar tiroteo, cuando tienen que retirarlas para sustituirlas por otras, mucho más terribles, de un casino de juego del que salen llamas y humo y del que se retiran muertos y heridos por un incendio intencional y, otra vez, por salidas de emergencia bloqueadas.
Las cosas horribles suceden y los comentaristas impecables en su vestir y en su hablar, tranquilos, eficaces y doctorales, apoyados por sus reporteros y un aparato infalible que les envía hasta el último detalle de lo acontecido, se regodean con los hechos que tensan a la sociedad y voluntaria o involuntariamente contribuyen al miedo y a la preocupación colectivas.
Por su parte, las voces oficiales, empezando por el primer mandatario, se multiplican dando pésames colectivos y urbi et orbi aseguran, con tono y estilo de infalibles, que se encontrará a los criminales y se les castigará como merecen.
Pareciera que esa escalada de violencia, y consecuentemente de miedo, obedeciera a un plan, a un designio de alguien que busca un fin, una justificación, un pretexto. ¿Para qué?, podríamos preguntarnos, ¿qué puede justificar esta secuencia cada vez más trágica? Expreso lo oído, la gente comenta, inquiere, duda, acerca de los dolorosos acontecimientos.
Nadie puede dejar de ver que hay o puede haber una coincidencia entre un hecho tan espantoso como el de Monterrey y la insistencia en la aprobación de reformas a la Ley de Seguridad Nacional, que podría, de pasar en el Congreso como está proyectada, poner a nuestro pobre y sacudido país en el umbral de un régimen autoritario.
Este proyecto encuentra sus fuentes remotas en la creación de una ya superada Policía Federal Preventiva, convertida en Policía Federal, con facultades desde 2008 para investigar delitos; está también el intento de poner en evidencia a nuestro sistema de procuración y administración de justicia, todo en busca de cambios a favor de un Estado con más herramientas y facultades para la dureza y la fuerza.
El proyecto de cambios a la Ley de Seguridad Nacional fue presentado por el Presidente en ejercicio. Se aprobó una minuta en el Senado con el único voto en contra del senador Ricardo Mon-real y, para continuar el proceso, esa minuta se envió a la Cámara de Diputados; ahí ha tenido un largo y tortuoso camino, porque está en juego no sólo el contenido mismo del proyecto legislativo, sino, lamentablemente, su uso como moneda de cambio en negociaciones políticas.
Primero, el diputado del estado de México Alfonso Navarrete Prida propuso un dictamen que rebasó en mucho los puntos iniciales aprobados en el Senado; se trataba de la propuesta de Enrique Peña Nieto, pero recibió tantas críticas y comentarios adversos de académicos, organizaciones de ciudadanos y legisladores que quedó en los archivos.
El poeta Javier Sicilia intervino entonces con su grupo y en la reunión con los diputados les planteó detener las reformas por autoritarias y por falta de cuidado en el tratamiento de los derechos humanos.
Recientemente, el diputado Javier Corral, en forma sorpresiva y, en opinión del mismo Sicilia, traicionando lo platicado y ofrecido en la reunión del castillo de Chapultepec, hizo circular un nuevo proyecto de dictamen, aprobando en parte las reformas y conservando en lo esencial la tendencia al autoritarismo y a la discrecionalidad; se le ha llamado el proyecto Corral con involuntaria ironía.
El proyecto aparece aprobado por la Comisión de Gobernación, otra vez con un solo voto en contra, el del diputado Enrique Ibarra. La objeción surgió de inmediato, dado que la minuta fue turnada no sólo a esa comisión, sino a otras, entre las que están la de derechos humanos.
Los hechos violentos y la noticia de injerencia de policías y militares extranjeros en nuestro país coinciden con la delicada discusión y la difícil determinación que tendrán que tomar nuestros representantes en el Poder Legislativo; coinciden también con el resultado de una encuesta de la Universidad Nacional Autónoma de México, destacada en La Jornada del jueves, según la cual muchos, en especial jóvenes, piensan como solución a la violencia aplicar más violencia, y les parecen aceptables la pena de muerte y la tortura como medidas para combatir la delincuencia. Aparece la sombra de Montiel y su comparación de los delincuentes con ratas.
Confiemos en que los legisladores no se dejen presionar ni impresionar por lo que está pasando; la verdad es que las autoridades con las leyes vigentes tienen herramientas útiles y eficaces en contra del crimen organizado; con más facultades y con menos respeto a los derechos de los ciudadanos no se resolverán los problemas.
Las causas de la violencia son de carácter social, económico y educativo y hay que combatirlas al mismo tiempo que sus efectos. Más policías, más armas y sentencias absurdas de decenas o cientos de años de cárcel en nada contribuyen a modificar el negro panorama de nuestro país.
Operativo en Monterrey-Helguera

Militarización informativa
Hermann Bellinghausen
No puede minimizarse el ascenso político de militares, marinos y policías de origen castrense desde que Felipe Calderón se hizo de la presidencia de facto mediante procedimientos documentadamente facciosos e ilegales. Es un hecho innegable, no siempre explícito, en buena parte del territorio nacional y con base en una nueva idea de la seguridad nacional sin sus tradicionales resonancias en términos de soberanía o independencia. Esta sería una de las explicaciones de la triste, desangelada y poco prestigiosa celebración del bicentenario en 2010, en contraste con los festejos, bastante más espontáneos y alegres, de las también bicentenarias independencias bolivarianas y del Cono Sur.
El estado de emergencia decretado desde Los Pinos –bajo el cual avanzan los síntomas de descomposición, retroceso en los derechos civiles y pérdida de soberanía– encuentra en la militarización causa y efecto. Las muertes colaterales, los allanamientos arbitrarios, las detenciones injustificadas, la renovada práctica de la tortura y las desapariciones se justificarían con base en una necesidad de la seguridad que los ciudadanos, en particular los jóvenes, consideran perdida.
Como se sabe, una reciente encuesta universitaria arrojó alarmantes resultados al mostrar que los adolescentes justifican la tortura con buenos fines y la pena de muerte contra los malos. Resulta doloroso ver a qué valores responden las nuevas generaciones. No podemos deslindar de esto a la prédica ideológica de los intelectuales reaccionarios, a la devaluación cualitativa y ética de la educación pública (y el paralelo avance de la enseñanza privada, elitista y ultra conservadora), ni a la calculada histeria de los medios electrónicos.
A México le tomó más de un siglo retirar a los militares del poder político. El último general presidente, el olvidable Manuel Ávila Camacho, dejó el poder al terminar la Segunda Guerra Mundial. Hoy, aunque el Estado sigue formalmente en manos de civiles, a ojos vistas militariza su conformación y sus procedimientos con base en justificaciones falaces o profecías autocumplidas de caos y criminalidad. El ejercicio periodístico se ha vuelto peligroso, y los medios optan razonablemente por proteger a los reporteros y fotógrafos que cubren historias de violencia, bien con el anonimato, bien con el relevo de su habitual obligación de estar allí y generar información de primera mano.
Marco Lara Klahr, brillante cronista y reportero que ahora ha optado por desarrollar una suerte de deontología periodística en su blog meDios y por coordinar el proyecto Violencia y medios, describía recientemente el panorama de militarización informativa que se ha extendido a la par de la guerra del gobierno contra el crimen organizado: “Por canales formales y/o informales, se provee a los medios noticiosos y los periodistas de un flujo permanente de información… con mucha mayor capacidad de incidencia” que las agencias que nutren al periodismo convencional de nuestro país.
En dicho flujo, los contenidos provienen oficialmente del lugar mismo de los hechos, y los medios se limitan a encuadrar los contenidos según los requerimientos editoriales de sus respectivos medios. Lara Klahr revela que, como nunca, las áreas de comunicación de las instituciones de seguridad y procuración de justicia han habilitado policías, militares y empleados como reporteros, sabiendo que mientras más detalles provean de los hechos, menor esfuerzo harán medios y periodistas para hacer su propio acopio de información.
Sostiene que el enfoque y el discurso implícitos en los contenidos de las instituciones de la política criminal, incluidas Fuerzas Armadas, así como su profusión de detalles verosímiles, permiten a medios y periodistas presentar vibrantes escenarios bélicos sin haber estado presentes. Dicha estrategia comunicacional agravó la adicción de los periodistas y los medios a la información gratuita.
Lara Klahr asegura que los tiburones comunicacionales del régimen calderonista están capitalizando la mutación de la industria noticiosa global que ahora alimenta al mercado noticioso con contenidos de interés periodístico producidos por otros, casi siempre de forma gratuita. De esta manera, “los periodistas hemos ido convirtiéndonos en editores técnicos y los medios en diseminadores por goteo de la versión oficial de la ‘guerra’… En este ecosistema informativo hay una correlación entre la militarización de la seguridad pública y el predominio, en los medios, de periodistas funcionales, desde los niveles ejecutivos hasta los reporteriles, produciéndose una prensa que puede considerarse militarizada también, sea sumisa o crítica ante la militarización de la seguridad”.
Ya no se necesitan spin doctors que orienten a los reporteros dóciles en los temas delicados; tampoco chayotes ni chantajes disfrazados de línea. El relevo de los militares es amplio y eficaz. La guerra por otros medios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario