Saldos de la guerra antinarco
Hay 4 mil desaparecidos en este sexenio;
podrían ser más, dice la Afadem
Hay quienes hablan de que la cifra sería de 20 mil, señala secretario del
organismo
Faltan datos oficiales o un censo; se catalogan como levantones para
no indagar
Manifestación en demanda de información sobre las personas
desaparecidasFoto Víctor Camacho
María Teresa Núñez Moreno muestra la foto de su hijo Carlos
Enrique Ruiz Núñez. A la derecha, Josefina de Jesús Fiol también presenta
imágenes de su esposoFoto Sanjuana Martínez
Sanjuana Martínez
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 31 de julio de 2011, p. 2
Domingo 31 de julio de 2011, p. 2
¿Cuántas personas han desaparecido en México en los pasados cinco
años?... No hay estadísticas oficiales, no hay cifras institucionales, no hay un
censo nacional, mucho menos un protocolo de investigación de los casos, ni
siquiera un programa federal que atienda a los familiares de los miles de
desaparecidos registrados durante el gobierno de Felipe Calderón.
Los mal llamados levantones tienen cuatro cosas en común: una
connotación negativa, porque a las víctimas se les relaciona muchas veces con la
actividad criminal; una desatención de las autoridades, la indolencia de las
instituciones de seguridad que se supone deberían investigar y un bajísimo
porcentaje de casos resueltos.
“Muchas veces para la autoridad el levantado es la gente involucrada
con el narcotráfico y es mentira. La palabra la han inventado para que el
Ministerio Público no realice investigaciones. Es una manera fácil de etiquetar
un caso y dejarlo sólo como registro. Normalmente están involucrados grupos
policiacos, militares o paramilitares y al decir levantón descalifican
a la víctima”, afirmó Julio Mata Montiel, secretario ejecutivo de la Asociación
de Familiares de Detenidos Desaparecidos y Víctimas de Violaciones de los
Derechos Humanos en México (Afadem).
Desbordados por los miles de casos de desapariciones que se registran en todo
el país desde que Felipe Calderón declaró la guerra contra el narcotráfico, Mata
Montiel aseguró que tienen expedientes de más de 4 mil desaparecidos en este
sexenio, pero reconoce que la cifra puede ser mucho mayor:
Hay gente que habla de 10 mil o 20 mil, pero es muy difícil determinar la cifra exacta. Es una labor enorme; nos rebasa.
Muchos ADN
Kristian Karim Flores, de 25 años, salió de su casa de Juárez,
Nuevo León, a las cuatro de la mañana junto a su cuñado Martín Alejandro Fiol
Alfaro, de 20. Era 12 de agosto del año pasado y ambos trabajaban para la
empresa de transportes Fletes Garza y la Distribuidora Esporteo. Tenían que
repartir chocolates Ferrero y Kínder Sorpresa en Piedras Negras, Múzquiz y Nueva
Rosita, Coahuila.
Ya se había ido, pero regresó a darme un beso, dice Josefina de Jesús Fiol Alfaro, que en ese momento tenía un embarazo de unos ocho meses. Dos semanas después dio a luz a su hijo que ahora tiene 10 meses. El pequeño está sentado a su lado en una carriola, se pone de pie e intenta quitarle la foto del padre que no llegó a conocer.
Ellos no salieron de Juárez porque a las 4:20 intenté comunicarme con ellos. Les estaba mandando mensajes y les estaba marcando y nunca me contestaron. Pusimos una denuncia en Juárez, pero vimos que no hacían nada. No se están moviendo. Nos dicen que hay muchos casos. Cuando voy, los policías me preguntan a mí si he sabido algo de ellos, es el colmo.
A Josefina la acompaña su suegra, la madre de Kristian Karim: “Cuando mi hijo
salió de casa mandó una alerta por teléfono a un compañero. Estamos seguros que
no alcanzaron a salir de Juárez. En aquel entonces la policía estaba totalmente
coludida con el crimen organizado y sabíamos que andaba levantando
muchachos. Estamos seguros que fueron ellos. Mi instinto de madre me dice que mi
hijo no salió de allí”.
Ambas han decidido romper el silencio y denunciar la desaparición de los dos
jóvenes ante la Procuraduría de Justicia de Nuevo León: “No habíamos dado a
conocer el caso porque el Ejército nos dijo que no lo hiciéramos, ‘pues si sus
captores se enteran y aún los tienen vivos, los matan’. Pero ya pasó un año. Ya
me cansé. Toco puertas y puertas y no veo nada. Mínimo que sepan que estoy
buscando a mi hijo. Que no me he quedado sentada. Quiero que él, donde esté, se
dé cuenta de que lo estoy buscando. Ya no nos podemos callar”.
A falta de un padrón nacional que cruce datos de desaparecidos con muestras
de ADN, las dos familias iniciaron el peregrinar por anfiteatros y servicios
periciales de otros estados vecinos para proporcionar los datos genéticos: “Me
hice la prueba de ADN en Periciales del fuero común de Nuevo León y la misma
prueba en la PGR hace tres semanas. ¿Cómo van a hacer coincidir los resultados
de ADN con los cuerpos encontrados en las narcofosas? No saben. Es
imposible andar de ciudad en ciudad para hacernos esa pruebas. Se necesita
dinero. Trabajamos para vivir. No hay manera. Pedí mis vacaciones y alcancé a
llegar a Reynosa, Matamoros, San Fernando, Nuevo Laredo y Saltillo y párale de
contar”.
La madre de Kristian Karim se quiebra. El nudo en la garganta con el que
hablaba, aguantando la intensidad del recuerdo, se deshace y se convierte en
llanto profundo. Llora inconsolable a las puertas de las procuraduría: “Se fue
una parte de mi corazón con él. Todos los días es dormirme pensando en él. Soñar
con él. Decirle que lo amo, que me hace mucha falta... No hay voluntad política
para resolver los casos, no hay derechos para un bebé que se quedó sin su papá;
para mi hijo, un trabajador que ya dieron de baja en el Seguro Social. El patrón
perdió la camioneta de su empresa, pero me dijo: ‘Yo ya recuperé el dinero del
seguro y este asunto se acabó’. No nos dio ni un solo peso”.
El empresario Ernesto Garza dio de baja a Kristian Karim y a Martín Alejandro
el pasado 23 de febrero. Ya no son sus empleados. El bebé de 10 meses no puede
tener papá en los documentos de identidad hasta que pasen cinco años de su
desaparición. Josefina de Jesús sigue esperando un milagro a pesar de todo:
Estamos en ceros. No sabemos nada. Ni apareció la camioneta, ni la ropa, ni las carteras. Nada. Estamos en blanco... Siempre pienso en mi hermano; a Kristian lo tengo muy presente y me duele que no conozca a su hijo. Tengo esperanza. Hasta que no vea sus cuerpos o algo de ellos no voy a estar en paz.
Buscar en silencio
Ricarda Durón Torres tiene 54 años y seis hijos. Uno desapareció el
pasado 3 de febrero. Anselmo Salazar Durón tiene 29 años, es casado y tiene tres
hijos, de ocho, seis y cinco, con residencia en la colonia Camino Real en
Guadalupe, Nuevo León, uno de los municipios más violentos del área
metropolitana.
“Mi hijo estaba en la tienda de abarrotes y carnicería que tenemos. Salió a
un mandado y ya no regresó. Lo levantaron con su camioneta. Unos
vecinos vieron cómo unos hombres en una camioneta negra lo bajaron de su
vehículo y lo subieron a otro... Quiero que me lo regresen. Mi hijo es víctima
de ellos, es una persona inocente y noble; es un trabajador. No somos muebles ni
animales nomás para que nos levanten. Nomás levantan personas
porque no hay quien las defienda. ¿Con quién nos vamos a quejar?”
A Ricarda la acompaña su esposo, pero él no habla. Generalmente son ellas las
que deambulan por las oficinas de las procuradurías o los anfiteatros buscando
en silencio a sus desaparecidos. Ella llora desconsoladamente, ocultando el
rostro, secando las lágrimas. Él la mira con semblante rígido, en silencio.
Ricarda se repone, suspira:
Sus hijos me preguntan por él y les digo que ya va a regresar. Tengo mucha fe en Dios... Pero si me lo mataron... yo sé que mi hijo está con Dios y ellos están muertos en vida.
Las desapariciones suceden en la calle, en las casas, en los negocios. Carlos
Enrique Ruiz Núñez platicaba afuera de su casa con sus tíos el 20 de mayo del
año pasado. Estaban en la banqueta, relajados, cuando una camioneta Cherokee se
paró. Iban hombres fuertemente armados a cara descubierta. Uno se bajó y le dijo
súbete.
Con chica ametralladora pues cómo no se iba a subir y por temor a que le hicieran algo a sus tíos, mi hijo se subió y ya no volvimos a saber de él, dice María Teresa Núñez Moreno, de 60 años.
Carlos Enrique está casado y tiene cuatro niños. Trabajaba como taxista: “En
las noticias nacionales por la televisión vimos cuando la policía lo sacaba de
una casa de seguridad federal. Suponemos que está en México, en alguna
delegación de allá, pero no sabemos nada. Interpusimos una denuncia en
Averiguaciones Previas de la Procuraduría de Justicia de Nuevo León, pero
siempre nos dicen que no han tenido respuesta, que hay muchos levantones.
Voy a seguir buscándolo. No me canso, ni me cansaré”.
Un mismo código
“Nada se está investigando, no investigan las desapariciones. Es
una forma en la que el Estado evade su responsabilidad. Con la palabra
levantón, unida a la de narcotráfico, la respuesta para referirse a los
desaparecidos es la misma: el descrédito:
algo debían,
se lo merecían,
en algo malo andaban... Y no hay investigación; conocemos personas que no estaban involucradas en nada: abogados, ingenieros, transportistas, choferes de mudanzas, trabajadores, gente que salió a cumplir con su trabajo y en el camino desapareció y ya no se supo de ellos”, dice Julio Mata Montiel, secretario ejecutivo de la Afadem.
Desde 1999 ofrecieron un proyecto de ley sobre la desaparición forzada que
nunca fue atendido. Incluye la creación de un organismo donde sean denunciados
todos los casos, una ventanilla única cotejada con un banco de ADN. Este año el
PRD lo intentó nuevamente, pero la ley sigue esperando. Mata Montiel lo tiene
muy claro:
No hay voluntad política de que se conozca la verdad.
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