Diez años que cambiaron América Latina
Ángel Guerra Cabrera
Diez años hace del demoledor contrataque popular-militar que aplastó en menos de 48 horas el golpe de Estado fascista contra el presidente Hugo Chávez (11 al 13 de abril). Crucial giro en la historia latinoamericana pues lo usual hasta entonces era el triunfo fatal de las aventura golpistas auspiciadas por Estados Unidos. Chávez había revitalizado a la OPEP, impulsado precios más dignos del petróleo e intentaba convertir las enormes reservas venezolanas de crudo en un instrumento de independencia, desarrollo, justicia social y unidad latinoamericana. En pleno auge neoliberal, esta conducta independiente era del todo intolerable para el imperialismo y sus amanuenses de las elites criollas, quienes siempre habían usufructuado el hidrocarburo como su coto privado.
Luego de arribar a la conclusión de que no era posible derrotar al líder venezolano por vía electoral, el imperio, junto al bloque de clases y capas dominantes locales, había decidido derrocarlo con la violencia. El golpe fue planeado durante meses por la administración de W. Bush y la oligarquía con la estrecha complicidad del generalato traidor, la jerarquía católica, los líderes de los partidos tradicionales, los charros sindicales y los dueños de los pulpos mediáticos. El plan exigía que ocurriera un baño de sangre para poder justificar el golpe acusando a Chávez de haber cometido un crimen de lesa humanidad. Se trataba de hacer chocar una marcha de simpatizantes de la oposición –desviada de curso sin previo aviso– con la compacta y resuelta masa popular chavista que protegía el Palacio de Miraflores, sometiendo a ambos grupos al fuego de francotiradores. Grabada antes que ocurriera ese hecho la proclama fascista ya lo mencionaba. Suponían, además, que la guardia presidencial abriría fuego contra la gente inerme al ver amenazada su posición, algo que no ocurrió impedido por el tapónde pueblo. En todo caso, el presidente había ordenado no disparar. Fue muchísimo menos cruento el saldo de los enfrentamientos gracias al respeto y cuidado de la vida humana que guiaron las acciones de Chávez y los revolucionarios desde un primer momento y, por supuesto, al fulminante fracaso del golpe. Debe recordarse siempre la conducta fascista de los sublevados, que disolvieron de un plumazo todos los poderes del Estado e iniciaron las persecución, asesinato y apresamiento de bolivarianos.
Lo que dio un giro decisivo a los acontecimientos fue la audaz irrupción de Chávez ante los jefes sublevados en su madriguera, únicamente acompañado de su ayudante. El inmensamente popular mandatario constitucional, hecho prisionero por los sediciosos y negado a firmar su renuncia, unido –como se vería en unas horas– al apoyo de la mayoría de los mandos medios y la tropa, colocaba a los golpistas en una situación muy precaria. Sí disponían de la ventaja de contar con todos los medios de difusión, que trasmitían incansablemente un video editado con arreglo a su versión de los hechos y machacaban con la renuncia de Chávez. Pero les duró poco tiempo cuando desde Cuba se dio a conocer al mundo en la voz firme y emotiva de María Gabriela Chávez el mensaje de su padre de que no había renunciado y que era prisionero de los golpistas.
A partir de ese momento comenzó a virarse la tortilla. Nuevas informaciones desde Cuba anunciando el apoyo a la Constitución de los jefes con mando de tropas, regreso a su cargo del leal y diligente José Vicente Rangel, entonces ministro de Defensa, quien de inmediato puso bajo arresto a los golpistas.
El contragolpe fue tan estremecedor que la oposición, devenida abiertamente contrarrevolución, no pudo movilizar ni uno de aquellos clasemedieros del este de Caracas que habían marchado horas antes. La mayoría del liderazgo oposicionista continúa haciendo con Estados Unidos el doble juego electoral-golpista para las próximas elecciones de octubre porque saben que no cuentan con los votos para ganarle a Chávez. No debieran olvidar que todo 11 tiene su 13.
Emociona recordar el regreso triunfal del líder venezolano en hombros del pueblo, fundido de repente en la pantalla de la tele con los fusiles y banderas levantados por los soldados que habían recuperado el control del palacio presidencial. Uno sentía en todas las fibras de su ser que una página nueva se abría en la lucha por la independencia de las naciones al sur del río Bravo, como en efecto ha ocurrido y se apreciará en la cumbre de Cartagena.
FMI: la longevidad como
riesgo
En un documento presentado por el Fondo Monetario Internacional (FMI), que forma parte de su Informe sobre la estabilidad financiera mundial, el organismo presidido por Christine Lagarde señala que
Es innegable que el incremento en la longevidad de las poblaciones –lo cual es, en principio, un dato positivo– va aparejada de un aumento en la carga fiscal de los estados y en el gasto de los propios individuos, no sólo en el terreno de las pensiones, sino también en el ámbito de la salud pública, como reconoció recientemente la Secretaría de Salud federal. La perspectiva resulta tanto más desoladora en naciones como la nuestra, donde los servicios de sanidad a cargo del Estado y los sistemas de pensiones acusan severas deficiencias en el presente, en buena medida debido al abandono presupuestario derivado de la adopción del modelo neoliberal en curso.a medida que las poblaciones envejezcan en las próximas décadas, consumirán un porcentaje creciente de recursos, ejerciendo presión sobre los balances públicos y privados, y afirma que ello
constituye un riesgo financiero para los gobiernos y las entidades que ofrecen prestaciones jubilatorias definidas, que tendrán que pagar más de lo esperado en pensiones y prestaciones de la seguridad social. A renglón seguido, el FMI señala que, para neutralizar esos posibles efectos, los gobiernos deben aumentar la edad de la jubilación, ligar ésta a la esperanza de vida, recortar las pensiones, incrementar los montos de las cotizaciones y contratar, con aseguradoras privadas, coberturas para ese
riesgo de que la gente viva más de lo esperado.
Pero si el diagnóstico formulado por el FMI parece acertado, las propuestas de solución de ese organismo son cuando menos cuestionables, en la medida en que siguen la tendencia a optar –ante las dificultades económicas presentes y futuras– por el sacrificio de la población y a reducir a las personas a la condición de meros indicadores macroeconómicos.
En el caso que se comenta, dicha inercia es particularmente descorazonadora, por cuanto presenta a los jubilados, es decir, a quienes han contribuido durante años, con su trabajo, a la productividad y a la generación de riqueza en sus respectivos entornos, como una amenaza para la estabilidad macroeconómica de las naciones. Aunque en el documento referido se señala que el riesgo de las reformas sugeridas debe estar distribuido
entre los particulares, los organizadores de los planes de pensiones y el gobierno, es claro que la mayor parte de los costos que conlleven recaerá en las personas. Baste citar, como ejemplo, el caso de nuestro país, donde las reformas al sistema de pensiones logradas en años anteriores –y justificadas, por cierto, con base en argumentos similares a los del FMI– han derivado en circunstancias desventajosas para los trabajadores y en una jugosa oportunidad de negocio para las empresas privadas encargadas de administrarlas.
Otro aspecto criticable de la propuesta del FMI es que, al plantear en forma general una disminución en las pensiones y un aumento en la edad de jubilación, no toma en cuenta las diferencias sociales abrumadoras que persisten en países como México, que se reproducen en todos los grupos poblacionales por edad y que se reflejan en un mayor deterioro de la salud y en una menor esperanza de vida de los sectores menos favorecidos. De tal forma, un retroceso en los derechos a la jubilación como el sugerido por el FMI afectaría, ante todo, a los integrantes de los estratos sociales más bajos, y profundizaría, en esa medida, la brecha de la ya grave desigualdad social.
En una coyuntura como la actual, caracterizada por estados que han sido llevados a la condición de languidez y a la renuncia de muchas de sus atribuciones más elementales, resulta lógico que éstos sean incapaces de atender las problemáticas que padecen sus economías y poblaciones. Lo pertinente, en suma, es revertir esa situación y restañar a los aparatos estatales de los recursos y de los mecanismos de bienestar necesarios para que puedan hacer frente a los retos actuales y futuros.
Más allá y por encima de la crisis
Jorge Eduardo Navarrete
El benemérito Instituto de Investigaciones sobre la Paz de Estocolmo (mundialmente conocido por el acrónimo Sipri) ha iniciado la difusión de su serie anual de investigaciones sobre fabricación y transferencias de armamentos y gasto militar en el mundo. Aunque estos últimos datos sólo se darán a conocer más adelante en el mes, y el informe anual 2011 completo sólo será difundido a principios de junio, se dispone ya de los que documentan las transferencias mundiales de armas hasta este último año. (Como estas transferencias están sujetas a muy marcadas fluctuaciones de año a año, el Sipri analiza información por quinquenios, a fin de atenuar las fluctuaciones coyunturales.) La presentación del resumen del informe resalta el hecho siguiente: el volumen de las transferencias de armamentos en el mundo en 2007-2011 fue 24 por ciento superior al registrado en el quinquenio anterior, 2002-2006. Nadie ignora que el comercio mundial de armas es un negocio floreciente, pero el hecho de que haya registrado un incremento de casi una cuarta parte en el quinquenio de la gran recesión lo coloca en otra dimensión: más allá y por encima de la crisis (perdón por el anglicismo).
Las cifras más asequibles sobre la actividad económica global, que se encuentran en los Indicadores Mundiales de Desarrollo (WDI) del Banco Mundial, no ofrecen estimaciones del volumen del producto bruto global, sino diversas mediciones de su valor monetario. La más idónea para comparaciones internacionales es la medición del producto mundial bruto (PMB) a precios constantes y calculado con paridades de poder de compra. Así medido, en el quinquenio 2007-2011 el PMB registró un aumento acumulado de sólo 10 por ciento, tras haber alcanzado un crecimiento superior a 16 por ciento en el quinquenio anterior. Las exportaciones mundiales, por su parte, observaron aumentos acumulados de 38 por ciento en 2002-2006 y de apenas 18 por ciento en 2007-2011. Así, si se comparan uno y otro lapsos, el valor real del producto mundial se redujo en más de 6 puntos porcentuales y las exportaciones mundiales en 20 puntos, en tanto que el volumen de las transferencias internacionales de armas se amplió, como queda dicho, en 24 por ciento. Parecen fenómenos ocurridos en planetas diferentes, aunque si se piensa dos veces esta impresión se desvanece.Este adelanto del informe anual del Sipri contiene gran riqueza informativa y analítica. Desde el inicio de la segunda década, todo mundo habla del siglo del Pacífico, aludiendo de este modo al traslado hacia el área del Pacífico asiático del fulcro de la dinámica económica global. Ahora bien, el Sipri nos hace saber que, en materia de compras de armamento, también puede hablarse del siglo –o más modestamente del quinquenio– del Pacífico. En efecto, en 2007-2011 los cinco mayores importadores de armas fueron países asiáticos y a la región de Asia Pacífico correspondieron más de dos quintas partes de las importaciones mundiales de armamento. India, reconocida como la más poblada democracia del globo, se distinguió también en ese quinquenio por ser, con mucho, el mayor importador de armas, concentrando 10 por ciento de las adquisiciones mundiales, casi el doble de su más cercano seguidor: la República de Corea, con 6 por ciento de ese total. Este quinteto de grandes adquirentes de material bélico se complementa con Pakistán (5 por ciento), China (5 por ciento) y, sorprendentemente, el centro financiero global, Singapur (4 por ciento). El informe resumido no explica esta aparente anomalía, aunque parece razonable suponer que la rexportación de armas puede envolver operaciones financieras atractiva,s sobre todo si permiten ocultar a los destinatarios finales de las transferencias.
China no es sólo el astro más brillante en la constelación de países de alto crecimiento económico del Pacífico sino que es uno de los más activos productores, exportadores e importadores de armamento. Ya se ha dicho que en el quinquenio 2007-2011 fue destinatario de 4 por ciento de las transferencias mundiales de armamento, pero destaca también en los otros dos terrenos. De hecho, tras haber sido el mayor importador mundial en el lapso precedente, pasó ahora a un modesto cuarto puesto, debido a que –dice el Sipri–
la disminución en el volumen de las importaciones chinas coincide con las mejoras en la industria bélica de China y el aumento de las exportaciones de armas. Además, “entre 2002–2006 y 2007–2011, el volumen de estas exportaciones aumentó 95 por ciento. Ahora China figura como el sexto mayor proveedor de armas del mundo, con un estrecho margen respecto al Reino Unido”.
El informe detalla que las exportaciones de armas de China han crecido sobre todo por el aumento de los suministros a Pakistán, país al que China provee ahora de casi la mitad de sus adquisiciones. La base de datos del Sipri muestra, por otra parte, que el mayor importador mundial de armamento en 2006-2011, India, obtiene cuatro quintas partes de sus adquisiciones en Rusia. Quizá podría formularse una hipótesis respecto de una (¿involuntaria?) división de mercados en el subcontinente indio y de cómo tanto China como Rusia, o al menos sus empresas exportadoras de equipo bélico, ven con interés el recrudecimiento de las tensiones indo-paquistanas y con preocupación los tímidos pasos hacia la détente, como los ensayados hace algunos días por Manmohan Singh y Alí Zadari.
La base de datos del Sipri permite constatar que en el quinquenio 2007-2011, cuando los cinco mayores importadores de armamento fueron países asiáticos, del lado de los exportadores existió también un polo de concentración: los seis mayores exportadores de equipo bélico integraron el grupo conocido como P5+1, es decir los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad más Alemania. Adviértase que la etiqueta P5+1 no fue imaginada para identificar a los mayores mercaderes de armamentos sino a los seis países que están empeñando sus mejores esfuerzos para evitar que Irán se dote de armamento... nuclear. Si lograran que Irán renunciase a las intenciones que le atribuyen, por ejemplo desmantelando sus instalaciones de enriquecimiento de uranio, quizá no tuvieran empacho alguno en proveerle de cualquier volumen de armamento... convencional. A fin de cuentas, ese es su negocio.
En el hemisferio occidental se localiza el mayor exportador de armamento: en 2007-2011 correspondió a Estados Unidos realizar casi una tercera parte de las exportaciones mundiales. Como mercado, sin embargo, el continente americano no es, por fortuna, tan importante. En ese quinquenio, sus adquisiciones de armas alcanzaron apenas 11 por ciento de las mundiales, un volumen algo inferior al de la India.
Habrá que retomar el interesante tema del armamentismo y sus tendencias en un par de meses, cuando esté disponible completo el informe anual 2011 del Sipri.
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