Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

jueves, 4 de abril de 2013

Pasado presente: el «cuerno de la abundancia»- Los alcances del reformismo de Peña

Pasado presente: el cuerno de la abundancia
Pedro Salmerón Sanginés
Desde niños nos enseñan a los mexicanos que el nuestro es un país con el que la naturaleza se portó pródiga y somos, o deberíamos ser, muy ricos. Cuando contrastamos esa idea con la realidad histórica y actual, cuando constatamos la pobreza de sus mayorías y los excesos e impunidad de los poderosos, no quedan sino la angustia o el cinismo. Hace 72 años Daniel Cosío Villegas expresó así la disyuntiva: ¿Por qué en este país de maravillas hay tanto malestar, tanta pobreza? ¡Ah!, dice uno, por el cura; el otro dice por el militar; éste, por el indio; aquél, por el extranjero; por la democracia, por la dictadura, por la ciencia, por la ignorancia; finalmente, por el castigo de Dios. Y claro, hace algunos años que las respuestas de moda son éstas: por el ejidatario, por los sindicatos, por la legislación laboral (La riqueza legendaria de México, El Trimestre Económico, volumen VI, México, 1940).
 
Ejemplos de estos hay a montones. No sólo los críticos u opositores, también los gobernantes han visto en el hombre el obstáculo que impide el desarrollo de nuestra riqueza. Todos ellos dicen: México tendría todo si..., si se riega o se drena, si se combate el paludismo o se fomenta el turismo, dice el inocente; si hubiera una dictadura o una revolución social, dice el muy ceñudo o muy listo.

Porque si se acepta la absurda idea de México como cuerno de la abundancia, y se confronta con la pobreza económica, necesariamente hay que hallar todos los males en la pobreza del hombre mexicano. La naturaleza le ha dado todo pero el mexicano es ignorante, perezoso, indisciplinado, pródigo, imprevisor, susceptible, rebelde. Esa es la idea que de México y los mexicanos tiene la derecha y que sostienen también los falsificadores de nuestra historia. Por eso exigen gobiernos de mano dura, por eso quieren que nos gobiernen élites ilustradas (en Harvard). En la izquierda, cuando creemos eso, buscamos la explicación en el saqueo de los extranjeros y los malos gobernantes.

Habría que preguntarnos cómo ha persistido esta idea –a quién o a quiénes interesa su persistencia– a pesar de lo que muestran todos los buenos tratados de geografía económica y geografía histórica de nuestro país, que lo muestran tal cual es: si los tres elementos detonantes de la riqueza capitalista son amplísimas extensiones para el cultivo del cereal, fáciles y numerosas vías naturales de comunicación y acceso directo a minas de hierro y carbón, nos enseñan que México tiene muy escasas de las primeras, carece casi por completo de las segundas y las terceras eran inaccesibles hasta bien avanzada nuestra historia. Si nuestro trópico fue inhabitable por siglos y sus frutos requieren mano de obra barata y temporal; si nuestros desiertos y montañas son durísimos para sus habitantes; si sólo 17 por ciento del territorio nacional es cultivable; si nuestras minas de plata exigían desmesurados esfuerzos (y durante casi cuatro siglos fueron nuestra casi única fuente de riqueza, con todos los males que pesan sobre cualquier país cuyo comercio exterior está ligado a un solo recurso); si tampoco tenemos tanto petróleo, ¿por qué creemos que somos, o deberíamos ser inmensamente ricos? (hace unos años propuse una respuesta en un artículo académico).
 
Desde Cosío Villegas en 1940, hasta Bernardo García Martínez en 2004, pasando por Ángel Bassols Batalla y Claude Bataillon, quienes han estudiado las posibilidades de nuestra geografía, llegan a conclusiones similares, que don Daniel resumió así: en lo natural somos relativamente pobres; económicamente, somos pobres, si bien podemos serlo menos; socialmente también somos pobres, aun cuando podríamos serlo bastante menos de lo que somos hoy (no me crean: revisen a estos autores).
 
Y esa conclusión debe llevarnos a otra: si la naturaleza no se portó pródiga con México (piénsese que la belleza no se come), la culpa de nuestra pobreza económica no está en la pobreza del hombre mexicano ni en las tragedias de nuestra historia. Por lo tanto, es necesario replantearnos por completo la idea del mexicano; e incluso, la de las interpretaciones históricas que parten de la idea de la legendaria riqueza de México para no ver después –sobre tan pródiga geografía– otra cosa que miseria moral, traición, apatía o traumas. En realidad, si desechamos la primera premisa, tendremos necesariamente que revisar las siguientes y descubrir quizá que el mexicano no es flojo ni tiene no sé qué traumas, ni su historia es sólo de bajezas... sino todo lo contrario.
Twitter: @salme_villista
Los alcances del reformismo de Peña
Octavio Rodríguez Araujo
En medio del reformismo peñanietista hay fenómenos que se tratan de ocultar, no negándolos, sino simplemente no mencionándolos, como por ejemplo la inseguridad, la falta de empleos y la pobreza en general que no resolverá (ni lo pretende) la Cruzada Contra el Hambre. La crisis de oportunidades y de realizaciones personales para la mayoría de los mexicanos sigue presente y no porque no se hable de ella todos los días ha sido mitigada.
 
La estrategia de no dar la nota con aspectos negativos de lo que ocurre en el país (y también de lo que no pasa y debería pasar) está dirigida, en principio, a las elecciones locales de este año, que no son poca cosa: una gubernatura (Baja California), más de 400 diputaciones y más de mil presidencias municipales. La intención del PRI, que está en su derecho, como también la oposición, es su antigua política que revivió desde 2007 y vigorizó en 2009: carro completo, es decir, arrasar con todo y disminuir al ya disminuido PAN y a los partidos dizque de izquierda cada vez más tibia e indefinida. La izquierda, como bien puede apreciarse, quedó tan golpeada en las elecciones de 2012 que anda buscando con quién aliarse (indiscriminadamente) con tal de no perder más puntos en el reparto de cargos y de financiamiento público. Nada bueno le resultará de esas alianzas, ni consolidación interna ni mejor imagen externa.

Peña Nieto y sus operadores políticos principales, que hasta ahora han revelado pericia en lo que hacen, están tratando de demostrar no sólo que pueden gobernar el país sino apropiarse de él, junto (obvio, aunque no lo dicen) con los dueños de la economía nacional que, como se verá con la reforma fiscal y energética el próximo semestre, serán –como siempre– los consentidos del régimen y sus principales apoyos. Para éstos, dicho sea de paso, no importa si gobierna el PAN o el PRI, pues han encontrado en ambos partidos el espacio necesario para fortalecerse cada vez más. Si para los analistas políticos y los expertos estos dos partidos no se distinguen sustancialmente, para los grandes empresarios no sólo son iguales o casi iguales sino que los han beneficiado por igual, que para ellos es lo importante y, eso sí, quieren más y lo obtendrán por mucho que la verdadera oposición que no firmó el Pacto por México se oponga y salga a las calles a protestar.

Las protestas, por cierto, existen casi todos los días en diversos puntos de la geografía del país, pero quienes las llevan a cabo no parecen ser suficientemente sólidos como para que no puedan dividirlos, cooptarlos o comprarlos. ¿Una de las consecuencias de la pobreza? Quizá, o puede ser que también se trate de la ausencia de ideologías combativas y de proyectos alternativos consistentes y atractivos para las mayorías del país. Morena podría ocupar ese espacio que parece faltar, pero tal vez no ha encontrado la fórmula para crecer y fortalecerse como quisieran sus líderes. Es posible que en la segunda mitad de este año, si se presentan la reforma fiscal y la energética, Morena y algunos sectores del PRD y el PT logren convocar, acumular y coordinar fuerzas sociales suficientes para impedirlas.
 
Si ocurre esto último quizá el Pacto por México se tambalee y Morena crezca y se desarrolle. Podría ser, pero también podría no ser. Uno de los problemas de las protestas es que, frecuentemente, se presentan aisladas unas de otras y, peor aún, no se expresan de tal manera que pongan a los del poder contra la pared o mínimamente lastimados en donde más les duele: el dinero y su estabilidad. Más de una vez en los últimos años se ha propuesto una huelga general, pero no se ha hecho y probablemente no se hará mientras los sindicatos mantengan sus lazos corporativos con el Estado y con el PRI, unos más que otros.
 
El descontento de los desempleados y de los más pobres del país no genera inestabilidad salvo en algunos momentos y ciudades; en realidad sirve, entre otros efectos, para mantener los salarios bajos, apretar las tuercas a los que sí tienen empleo, disminuir contratos colectivos de trabajo y prestaciones, escamotear la estabilidad laboral, y hasta para evitar la protesta, al menos en los centros de trabajo. La inseguridad, de la que el gobierno se resiste a dar cuenta puntual como estrategia de comunicación social, es un ingrediente más de la inestabilidad que vive México, pues a diferencia de los muy ricos millones de empleadores se ven acosados por el crimen organizado y obligados, muchas veces, a cerrar sus pequeñas y medianas empresas dejando a la deriva a sus empleados. No es casual, como se señala en el editorial de La Jornada, citando a José Luis Calva (1/4/13), que el narco sea el mayor generador de puestos de trabajo y que, por las divisas que coloca en el país, compita con las remesas que envían nuestros paisanos en Estados Unidos o con nuestras exportaciones de petróleo.
 
El reformismo de Peña Nieto no alcanza, si acaso se lo ha propuesto, para dar soluciones a la pobreza y el desempleo, pero tampoco para frenar la inseguridad que vivimos mientras el crimen organizado hace de las suyas, se enriquece y provoca un promedio de 23 muertes diarias en lo que va del sexenio.

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