Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

domingo, 19 de mayo de 2013

Pacto sobre el pacto- El país, para abajo; el discurso oficial, para arriba- Necedad suicida

Pacto sobre el pacto
Arnaldo Córdova
Los pactos se hacen para ser obedecidos. Un principio del derecho natural moderno rezaba así: Pacta sunt servanda (los pactos deben obedecerse). Es un servicio que se hace al culto a la voluntad en todos los actos de intercambio y en todos aquellos actos fundacionales del Estado de nuestros tiempos. La expresión de la voluntad, en cualquiera de sus formas, basta para perfeccionar un contrato; el manifestarse por un determinado sistema político forma lo que Rousseau llamó el contrato social que es la forma en que se explicita la soberanía popular.
 
Si los pactos pudieran violarse a voluntad, la misma vida política se volvería imposible. Basta pensar en las leyes: toda ley es un pacto jurídico que se ha plasmado en la norma gracias a la actividad de uno de los órganos fundamentales del Estado que es el Poder Legislativo. Toda ley es un acuerdo entre las diferentes fuerzas políticas representadas en ese poder. Como todos los pactos de su categoría, no puede violarse impunemente y toda transgresión implica una sanción. Desde luego, no todos los pactos son como las leyes, pero éstas también son pactos.

La propia idea del pacto es inconcebible si queda a voluntad de los pactantes cumplirlo o no. No tendría sentido pactar y, más bien, lo que se supone y se debe suponer es que el pacto es obedecido tal y como debe obedecerse una ley; cualquier pacto, como sucede con cualquier contrato, prevé sanciones para el caso de que no se cumplan sus acuerdos. No se trata de que alguien puede hacer a menos del pacto sin ninguna consecuencia. Si no cumple, tiene que pagar y hacerlo de modo que lo resienta.

Un principio esencial del pacto es que los pactantes sean considerados como iguales, si no es que lo son realmente. Todos tienen los mismos derechos y las mismas obligaciones y, también, las mismas posibilidades. Eso en el mundo de los negocios raramente se da, pero se lo supone. Siempre hay una parte débil y otra más fuerte. Por eso mismo los pactos deben ser escrupulosamente cumplidos. En política el asunto adquiere características más agudas: no hay fuerza pactante que sea igual a las demás; pues por ello es obligado que no haya ningún ventajismo en el cumplimiento de los acuerdos.

Muchas veces tiende a desacreditarse el pacto, alegando que la igualdad de los pactantes es puramente ficticia y que en él siempre hay uno que se lleva la parte del león. Se dice que esa igualdad es sólo formal y que está muy lejos de ser una igualdad material. Cuando se habla de igualdad material muchas veces se usa hablar de una igualación absoluta. Es legítimo hablar así, por supuesto: hay en efecto una igualdad formal, como en el derecho y una igualdad material que, sin ser absoluta, es niveladora de las condiciones materiales de los individuos.

El Pacto por México es un acuerdo entre cúpulas partidistas, por un lado, y el gobierno, por el otro. Es asimétrico, porque una parte tiene dos participantes, el gobierno y su partido. Debería ser un pacto entre tres partidos solamente y no entre tres partidos y el gobierno. Pero resulta que el más interesado en el pacto es el gobierno mismo y para él sería inconcebible el pacto sin el gobierno. De modo que, dentro del pacto, aunque se busque siempre presentar los acuerdos como acuerdos exclusivamente tomados por los partidos, el desequilibrio es evidente.

Los acuerdos en el pacto se realizan a través del Congreso, donde la relación entre los partidos es clara, o a través del gobierno y en esta esfera los partidos ya no cuentan. Los escándalos de Veracruz, cuando varios funcionarios federales y estatales fueron pillados in fraganti operando los programas sociales en las elecciones que deberán llevarse a cabo en este año, pueden repetirse al infinito, justamente, porque los partidos ya ahí no tienen nada que hacer, como no sea denunciando a la luz del sol ese tipo de escándalos.
 
Se diría que es algo normal y que los partidos, en todo caso, deben estar ojo avizor ante cualquier circunstancia de ese tipo. Pero es que aquí estamos hablando de un pacto que debe ser respetado y, en primer término, por el gobierno que es signatario del mismo. Quién sabe por qué a nuestros gobernantes se les ocurrió que para resolver el conflicto, en lugar de cumplir con el pacto, se debía sentar nuevamente a los pactantes para firmar algo que se denominó Addendum y que, de hecho, no es otra cosa que un nuevo pacto para agregarse al ya existente.
 
A decir verdad, lo que se pactó fue cumplir con la ley y, en particular, con algunas de las cláusulas del Pacto por México que, al parecer, no estaban claras para el gobierno. A varios comentaristas ha parecido, con toda razón, ridículo e incoherente que todo lo que ahora se acuerda ya está en diferentes disposiciones legales y se pacta cumplir con la ley como si fuera una prerrogativa el no hacerlo. Para cumplir con la ley no hacen falta nuevos pactos, sino, justamente, cumplir con los pactos. Eso debería estar claro para todos.
 
Cumplir con el mandamiento legal de que los programas sociales no deben ser utilizados con fines electorales o con el de que los gobiernos federal y estatales no deben hacer propaganda de sus logros en la cercanía de las elecciones, debería estar claro para todos y no se entiende cómo es que ahora la mayoría de las cláusulas del Addendum recogen esos mandamientos legales como si fueran acuerdos ex novo de los partidos pactantes y del gobierno. En todo caso, pudieron haber pactado nuevas reglas que dieran de verdad limpieza a las elecciones y al gasto público.
 
Otra incoherencia que debe resaltarse es que se pacta para cumplir el pacto. ¿Quién puede tener fe en el pacto o creer en el pacto, si de antemano se admite que puede ser incumplido o, incluso, violado? El PAN tuvo sus razones para amenazar con abandonar el pacto si no se castigaban los hechos de Veracruz. Estaba diciendo que el pacto era una entelequia cuando se actuaba de la manera en que lo hicieron los priístas en esa ocasión. Todo el pacto se habría derrumbado si los panistas hubiesen hecho efectivas sus amenazas.
 
La salida de Peña Nieto fue sentar de nuevo a los pactantes para que firmaran ese acuerdo de caballeros que es el Addendum y todos, incluido el gobierno, se comprometieran a cumplir con lo acordado. Tal vez pudo haber hecho otras cosas, entre ellas (y como parcialmente lo hizo) castigar a los implicados en el escándalo. Ni tampoco se puede decir que haya hecho mal, dadas las circunstancias. De hecho, no le quedaba ningún otro expediente que volver a poner de acuerdo a los pactantes.
 
Todo ello muestra con claridad meridiana la escasísima costumbre que hay en México para pactar en serio y, sobre todo, para cumplir con lo pactado. El violador, en este caso, fue el gobierno o sus funcionarios. Y es de preverse que las mayores amenazas al pacto vendrán siempre del gobierno y de sus integrantes. No es que los partidos no puedan hacerlo; casi siempre lo hacen. Es, empero, el propio gobierno el mayor violador de acuerdos. Habrá necesidad de gran imaginación para ver cómo cumplen de ahora en adelante.
FUENTE: LA JORNADA
 
Grandes soluciones-Hernández
El país, para abajo; el discurso oficial, para arriba
Antonio Gershenson
Ahora es un nuevo informe del Banco Mundial. Ahora también, el discurso oficial recomienda optimismo a los embajadores.
 
Ocho de cada 10 mexicanos no pudieron aumentar su nivel de vida desde principios de siglo. En Brasil, 5.8 de cada 10 mejoraron su situación. El caso de México es tomado en cuenta sólo hasta 2008, sin contar 2009 que fue el año de peor crisis para este país. Claro, para los funcionarios no deja de hablarse en términos optimistas... para ellos.

Al mismo tiempo, la Cepal informa que la inversión extranjera directa en 2012 fue de 35 por ciento. ¿Quiénes se quedan con el resto de dinero? Y mientras, no hay crecimiento glorioso.

Además, se anuncian el desplome de la economia y el recorte del gasto. El producto interno bruto en este primer trimestre es el peor en un buen tiempo.

Hace dos semanas recordábamos que caen las exportaciones de Pemex, que bajan los precios de exportación petroleros, que bajan los recursos de mexicanos en el exterior a México, y golpes contra varios sectores de mexicanos en diferentes lugares del país.

Entonces, más vale que trabajemos en alternativas a estas ilusiones.
Por ejemplo, está el aumento en el IVA, deseo inmoral de los funcionarios, y que les debe a las grandes empresas para que sigan sin pagar impuestos. Ya se ha hecho y está demostrado que se arrebata aún más el dinero a la población y los hunde más en la miseria.

Ya no estamos en elecciones para que puedan plantearse cambios inmediatos en el presupuesto. Pero se puede pelear por montos más localizados en torno a luchas concretas.

También se está peleando porque no se dé el aumento como tal.

De igual manera está el problema del petróleo. Ya han desnacionalizado sectores, y quieren seguir con más. Han entregado a multimillonarios españoles una y otras cantidades de dinero de Pemex, queriendo salvarlos de la crisis. Pero la crisis de Europa, y en especial de España, está cada vez más profunda. Y su alianza con el gobierno derechista y fascistoide español los descobija más. Hay que oír a los mexicanos que viven en España. ¿Cuánta gente va a aguantar, aquí y allá, el crecimiento del neocolonialismo español? España sigue cayendo: en el primer trimestre de 2013 fue -0.5 por ciento. Japón, -0.9 por ciento.
 
Alemania cae en este mismo trimestre 0.1 por ciento, Francia -0.2 por ciento. El promedio euro lleva 15 meses al hilo en bajada.
 
El gobierno busca un acercamiento con países de América Latina, que tienen políticas opuestas a la de la derecha mexicana. Ya mencionamos las contradicciones entre países de allá y los funcionarios de acá, que no pueden ocultar su derechismo.
 
Volviendo al petróleo, debemos frenar su entrega y la dependencia estratégica, como con el gas natural que se insiste en aumentar su dependencia de Estados Unidos. A pesar del aumento en la producción de áreas que son de Pemex en el sureste, declinan las trasnacionales como en Burgos. Y todavía quieren entregar más, a más trasnacionales.
 
Debemos impulsar la generación de electricidad por la nación, no seguirla entregando. Esta electricidad nacional se debe impulsar con la hidroelectricidad que tenemos, y con generación con viento con la nación y empleando a los habitantes del lugar, en vez de despojarlos de sus tierras y en general de sus fuentes de trabajo.
 
Debemos impulsar también la electricidad con la nación (aunque se vomiten los altos funcionarios al quedarse sin sus mordidas) aprovechando nuestra geotermia y el tremendo calor que se tiene bajo el suelo y sobre todo bajo el mar.
 
El Mar de Cortés o Golfo de California tiene una serie de fallas geológicas que lo abarcan de norte a sur.
 
La serie de fallas geológicas tiene al lado este la placa de América del Norte, y al oeste la placa del océano Pacífico. Las dos placas se están deslizando, una hacia el norte y la otra hacia el sur, y deslizan con mucha fricción. Se generan volcanes, terremotos y otros fenómenos, pero también se puede aprovechar energía para generar electricidad, en cantidades enormes.
 
Estas formas de energía, que no consumen combustible, son parte importante de nuestro futuro, y deben ir desplazando la importación de gas natural que tanto atrae a los funcionarios y a las mordidas que reciben.
Necedad suicida
Rolando Cordera Campos
Según la presentación sobre el comportamiento de la economía mexicana en el largo plazo, hecha en días pasados por el secretario de Hacienda, hemos vivido largos años entrampados entre la baja productividad y el lento crecimiento económico general. Al acumularse en el tiempo, estas fallas mayores y persistentes del desempeño económico nacional han redundado en la masificación de la pobreza y la informalidad laboral, cuyo número supera a la mitad de la población y de la fuerza de trabajo ocupada, respectivamente.
 
Las cifras presentadas son elocuentes e ilustran la intensidad y profundidad de la trampa en que cayó el desarrollo nacional hace casi 30 años. Entre 1981 y 2011, la productividad total de los factores decreció a una tasa media anual de 0.7 por ciento, mientras la de Corea estuvo por arriba de 2 por ciento en el mismo periodo. Por su parte, la productividad laboral, estimada a partir del PIB per cápita con base en las horas trabajadas, se redujo a una tasa media anual superior a uno por ciento (negativo), en tanto que la de Corea creció por encima de cuatro por ciento y la de China apenas debajo de 10 por ciento. Para afirmar su punto, el secretario de Hacienda incurrió en el deturpado si hubiera, que en este caso resulta útil: si la productividad hubiera crecido igual que en Corea, el PIB por persona en México hubiera sido cercano a los 50 mil dólares anuales, y no los 10 mil y pico de dólares observados el año pasado.

El ejercicio contra factual de Videgaray lleva a más: si la productividad hubiera sido como la de Corea, la población en situación de pobreza representaría 6.4 por ciento del total y no el 46.2 registrado. Y la población en extrema pobreza sería equivalente a 1.3 por ciento y no al 10.4 observado. La reflexión histórica es obligada ante este desolador panorama de pérdida de tiempo.

Al abandonar la trayectoria anterior de desarrollo, que arrancara en los años 30 del siglo pasado y alcanzó su cresta en los 70, cuando la estrategia llamada del desarrollo estabilizador parecía haber llegado a sus límites, el país entró en una senda cada vez más alejada de atender los requerimientos elementales derivados del cambio demográfico y de la propia estructura social gestada por aquella pauta de desarrollo.

Las consecuencias sociales, como se dijo antes, se alojan en el corazón de la economía política moderna, cuyas determinaciones fundamentales son precisamente las del empleo y su remuneración, de las cuales depende el comportamiento del mercado interno.

No hay, en estas circunstancias, una ruta exportadora satisfactoria que, por cierto, ahora vuelve a celebrarse no obstante sus saldos sociales y económicos debidos a su adopción unilateral, extrema, en el pasado. Cierto es que debajo de este mediocre escenario económico se han registrado transformaciones significativas en la conformacióm productiva y regional del país.

Nuevas actividades han irrumpido, como la de la aeronáutica en Querétaro o San Luis Potosí; otras han resistido y hasta se han modernizado, como la del hierro y el acero, y algunas más revivieron, como la de autopartes ligada al notorio dinamismo de la industria automotriz, cuya expansión depende hoy casi de modo absoluto del mercado externo. Estos polos y emergencias alentadores, sin embargo, no han encontrado ni en la expansión económica general una contraparte apropiada, ni en la política del gobierno las palancas necesarias para desparramar sus frutos por el territorio físico y social de México. Sin serlo del todo, estas actividades sin duda promisorias viven, o parecen vivir, como enclaves cuya irradiación sobre el resto de la economía y la sociedad es restringida e insuficiente.
 
Quizá sea este panorama el que llevó al gobierno a idear su consigna machacona sobre la democratización de la productividad, que sustentaría un mejoramiento general gracias a la absorción pronta y más o menos generalizada de toda suerte de formaciones productivas, pequeñas, medianas y grandes; en el sur o el norte, el Pacífico o el Golfo.
 
Sin que hasta la fecha contemos con el mapa de capacidades y posibilidades que tal convocatoria podría sacar a la superficie, es claro que la invitación suena novedosa aunque corra el riesgo de ser engañosa. Por lo pronto lo que priva es una heterogeneidad estructural, laboral y social enraizada que sólo impone la reproducción de la concentración del progreso técnico y de sus frutos, como dijeran antier Prebisch y Aníbal Pinto.
 
No estamos más ante contingencias ingratas en nuestra marcha hacia el progreso y la modernidad. Las explicaciones del porqué de nuestra situación no sobran, por más que la moda sea la estigmatización del diagnóstico. Las hipótesis más redondas sobre la trampa mencionada y el por qué no sólo caímos en ella sino nos aferramos a sus bajos fondos hasta volverla cultura y celebración, advierten de la operación de factores y vectores que deben removerse para pensar, en serio, en un cambio promisorio. No siempre hay empatía entre ellas y tampoco son las más frecuentadas por el gobierno y sus epígonos.
 
Uno de estos factores es la insuficiencia de la inversión física mantenida a lo largo de todo el periodo, mientras que el vector más conspicuo se resume en una política económica que se olvidó del ABC del crecimiento y la expansión económica, al dejarlas al amparo de las decisiones guiadas por las señales del mercado y que, al mismo tiempo, privilegió casi maniáticamente los criterios más elementales de la estabilidad monetaria y financiera.
 
Combinatoria que redundó en el sacrificio inusitado de la inversión pública, el sometimiento de la política fiscal a la política monetaria y la subordinación del gasto social a reglas de austeridad permanentes, sin que se tomara en cuenta la coyuntura o el ciclo de la economía, para no mencionar el grave estado de la cuestión social.
 
Las consecuencias de esta diabólica ecuación son una infraestructura deshilachada, unas capacidades educativas distorsionadas al máximo por la desigualdad y la pobreza regionales, una planta de investigación e innovación desvinculada de la producción y alejada en los hechos de toda pretensión de modernidad robusta, como la que exige la globalidad del mundo y, por encima de todo esto, una pobreza y una desigualdad mayúsculas y encanijadas. Afrontar estos huecos y omisiones no es sencillo, pero es posible intentarlo si nos damos tiempo para caminar sin prisa pero sin pausa.
 
Lo que sí se va a probar misión imposible es mantener la ruta que nos trajo hasta aquí: puede seguir siendo glamorosa para algunos boy scouts del mercado libre y la estabilidad a ultranza, pero pretender imponerla como si fuera otra varita de virtud es, simplemente, una necedad, suicida.
FUENTE: LA JORNADA

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