Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

miércoles, 10 de agosto de 2011

Sandoval Íñiguez: el adiós, un desaire- HOMENAJE FALLIDO

Sandoval Íñiguez: el adiós, un desaire

Íñiguez. Homenaje en Jalisco. Foto: Rafael del Río
Íñiguez. Homenaje en Jalisco.
Foto: Rafael del Río
Pese a que se anunció con mucho estruendo y anticipación, el homenaje al cardenal Juan Sandoval Íñiguez resultó una pifia. Y aunque los organizadores –el gobernador Emilio González Márquez y sus colaboradores– colocaron 4 mil sillas en la Plaza de la Liberación para que los feligreses pudieran ver al prelado, no se juntaron ni 300 personas; además, hubo un desaire por parte de los exgobernadores panistas y los alcaldes metropolitanos, con excepción del priista Antonio Mateos.
GUADALAJARA, Jal. (Proceso Jalisco).- El del viernes 29 de julio fue un evento desangelado. A la invitación hecha por el gobernador Emilio González Márquez para despedir al cardenal Juan Sandoval Íñiguez asistieron a lo sumo 300 personas, pese a que los organizadores colocaron 4 mil sillas en la Plaza de la Liberación para recibirlos.
Nunca llegó el nuncio apostólico Chris-tophe Pierre; tampoco los exgobernadores panistas ni Celso Rodríguez, presidente del Poder Judicial; ni los alcaldes de Guadalajara, Aristóteles Sandoval, y de Tlaquepaque, Miguel Castro Reynoso, ambos del PRI. Por eso llamó la atención la presencia del presidente municipal de Tonalá, el priista Antonio Mateos Nuño.
En la plaza, donde se inició el agasajo al cardenal, la asistencia fue escasa. Y aun cuando en el Teatro Degollado religiosos y religiosas, así como la aristocracia tapatía y la clase política panista sí atendieron al llamado, el recinto no se abarrotó. Y de los que ahí estuvieron, pocos fueron los que acudieron al besamanos.
Eran las 18:50 horas.
“Es que acaba de llover, pero ahorita llegan los demás invitados”, voceaban los empleados del gobierno estatal para justificar la falta de asistencia. Su actividad contrastaba con las críticas de los feligreses congregados en las inmediaciones.
Una adolescente se quejó incluso de los antojitos que repartían los organizadores: “Los tacos están igual de fríos que el homenaje”, dijo, al tiempo que masticaba una tortilla embarrada de frijoles.
Los detractores apenas llegaban a 40. Eran los mismos de siempre, los que acuden a todas las marchas. Aun así no se contuvieron. En las cartulinas que exhibían mientras desfilaban frente al teatro se leían consignas como: “Si Juárez viviera, que chinga les pusiera”, “Emilio y cardenal, directo a la penal”.
Estaban molestos también por el dispendio que, según informó la prensa al día siguiente, fue de 400 mil pesos; todo a cuenta del erario.
Ante el temor de que los revoltosos irrumpieran en el “magno evento”, los convocantes adelantaron las actividades dos horas. Los policías estatales resguardaban celosamente los ingresos para evitar cualquier contingencia; aun así los quejosos lograron tensar el ambiente.
Y cuando apareció en la plaza una Mercedes Benz Sprinter y comenzaron a descender señores encorbatados, mujeres con peinados de salón y sacerdotes de traje oscuro y camisa de alzacuello, los manifestantes corrieron tras de ellos, lo que los obligó acelerar el paso para huir del vulgo y penetrar al recinto.
El ambiente ríspido no anuló la pasarela de los panistas y la clase política en general. Por ahí desfilaron los secretarios de Salud, Alfonso Petersen; de Promoción Económica, Alonso Ulloa; de Cultura, Alejandro Cravioto; del Trabajo, Ernesto Espinoza Guarro; el coordinador de Concertación Social, Leonardo García Camarena, así como los diputados panistas locales José Antonio de la Torre y Abraham González Uyeda.
En el evento estuvieron también el obispo de Aguascalientes, José María de la Torre Martín, el vocero de la Arquidiócesis tapatía, Antonio Gutiérrez Montaño, y el obispo auxiliar de Guadalajara, José Francisco González.
Postulados conservadores
Pasadas las 19:00 horas, los reporteros se arremolinaron frente al palco principal. Era la señal de que el homenajeado había llegado. Todos se pusieron de pie y comenzaron a aplaudir cuando apareció Sandoval Íñiguez, quien los saludó con un movimiento de mano.
Impecable su traje negro y su camisa con alzacuello. Al lado del jerarca religioso se encontraba el secretario general de Gobierno, Fernando Guzmán Pérez Peláez. Instantes después entró el gobernador Emilio González Márquez y se sentó a la izquierda del purpurado. Compartió el palco con el presidente de Coparmex Jalisco, Óscar Benavides, y con el coordinador del Consejo de Cámaras Industriales de Jalisco, Manuel Herrera Vega.
A las 19:15 el teatro se oscureció. Las luces sólo enfocaban a los integrantes de la Orquesta Filarmónica de Jalisco y a su director, el estadunidense Leslie B. Dunner, quien comenzó con la obertura de Las bodas de Fígaro, de Mozart; luego el quinto movimiento de la Sexta sinfonía de Beethoven; el intermezzo sinfónico de Cavalleria rusticana, escrita por Pietro Mascagni, el Danzón número 2, de Arturo Márquez, y La boda de Luis Alonso, original de Gerónimo Giménez. El recital fue de sólo 35 minutos, pero logró el aplauso unánime.
El cardenal subió al escenario acompañado por González Márquez, Guzmán Pérez Peláez y el diputado zapopano José Antonio de la Torre. El maestro de ceremonias fue Carlos Brambila, quien anunció la proyección de un video sobre la “fructífera trayectoria” de “su eminencia”, el cardenal Sandoval Íñiguez.
Luego vino el discurso del anfitrión: “En nuestra patria hemos desechado nuestra oportunidad de crecer en un régimen de libertades de culto y de conciencia, dado en un laicismo excluyente en forma de intolerancia. La laicidad no debe ser el vacío de las identidades religiosas”, dijo González Márquez. Los asistentes le aplaudieron.
Y él siguió: “En una sociedad plural no hay que tener miedo a las iglesias y a las religiones; éstas deben presentar públicamente su propuesta, porque, como dijo Benedicto XVI, es inconcebible que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos, la fe, para ser ciudadanos activos”.
Incluso equiparó a Sandoval Íñiguez con jaliscienses como fray Antonio Alcalde, el obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo y el cardenal José Garibi Rivera; González Márquez también señaló que su fidelidad a su vocación y su trabajo por los más pobres quedará “grabado” en la historia de Jalisco. “Las raíces cristianas forjaron la identidad jalisciense”, insistió el orador.
Al término de su alocución, González Márquez entregó a Sandoval Íñiguez un pergamino enmarcado en vidrio con el escudo del gobierno de Jalisco. Todos los asistentes se pusieron de pie.
En su turno Sandoval leyó unas líneas: “Me educaron en que nada debemos pedir, pero tampoco nada rehusar y por eso acepto el reconocimiento; lo acepto porque se me entrega con espontaneidad, nobleza y honestidad y el pueblo me lo da, por eso lo agradezco. Pero no tengo méritos suficientes para recibirlo, la que tiene méritos para recibirlo es la Iglesia de Guadalajara, a la que indignamente represento”.
Y reflexionó: “¿Sería Guadalajara la misma sin su catedral? ¿Sin tantos hombres creyentes, sacerdotes y laicos y laicas, religiosos y religiosas, que dieron impulso a la cultura y a las obras de caridad, cuyo legado son el Hospicio Cabañas, el Hospital Civil y la Universidad de Guadalajara? Obras de grandes pastores que todavía subsisten”.
De nuevo los aplausos; todos de pie. Luego, los abrazos de Sandoval a sus anfitriones: el gobernador y su secretario general de Gobierno, quien hacía esfuerzos por sonreír. Y concluyó el homenaje. La fría respuesta hizo que los organizadores suspendieran el recorrido final del purpurado por la plaza.
Al final, el gobernador y su comitiva, acompañados por Sandoval Íñiguez, se fueron al Instituto Cultural Cabañas a una cena para 500 personas.

Homenaje fallido

Íñiguez. Homenaje en Jalisco. Foto: Rafael del Río
Íñiguez. Homenaje en Jalisco.
Foto: Rafael del Río
GUADALAJARA, Jal. (Proceso).- El titular del arzobispado tapatío, Juan Sandoval Íñiguez, va a ser relevado de su puesto y ese fue el pretexto para que el gobierno del estado le realizara un ruidoso festejo de despedida. El cardenal y su monaguillo predilecto se acomodaron para salir en la foto y montaron gran escenario de fiesta. No se imaginaban que su danza concluiría en una triste zambra. Se impone apagar el ruido y buscar las causas del desfiguro. El análisis es punto que le corresponde realizar a la clase intelectual de Jalisco, acostumbrada a callar y a dejar pasar. Pero como es grito pegado en el cielo, se impone al menos una glosa obligada sobre el fondo del asunto.
Quienes proporcionan números y recuadros del aquelarre ya nos dieron información suficiente. Sus notas pueblan el ambiente y no hay necesidad de repetirlas, salvo los datos que refuercen el análisis. Se montó un escenario de 4 mil sillas para el público en la Plaza de la Liberación. El desaire fue monumental. Apenas se ocuparon uno o dos centenares de ellas. Con las reservaciones para el concierto del Teatro Degollado pasó lo mismo. Tal vez la cena de gala en el Instituto Cultural Cabañas sí llenó, por aquello de que “a la gorra no hay quien corra”.
El hecho es en sí mismo escandaloso. La mejor fórmula para no entender lo que nos pasa es trivializar, como hacemos siempre con tantos de nuestros episodios torpes en Jalisco. López Obrador vino en gira artística al día siguiente. Como se había hecho pública la nota del WikiLeaks, sobre la petición de Sandoval al embajador gringo en el Vaticano para que ayudaran a nuestra oligarquía a frenarlo, fue obligado el tema con la prensa. Dijo que no le constaba. Ante la insistencia, sugirió mejor dar vuelta de hoja al asunto.
Es cierto que hay muchos asuntos urgentes por cubrir en la agenda política cotidiana. Pero esta recomendación de López Obrador no es atinada. Al contrario. Los intelectuales del estado están obligados a escudriñar y husmear a fondo en las causales de tales eventos. Hay que pronunciarse sobre el siempre transgredido capítulo de la laicidad del Estado. Obliga indagar sobre el fondo de tantas infracciones cometidas en este renglón por nuestras autoridades; por qué siguen siempre impunes y por qué la población les refrenda además su voluntad en las urnas. Hay mucho hilo por desenredar en la madeja.
El dato del magno desaire es contundente. Debe dársele lectura atinada, si es que se quiere entender tanta turbiedad local en la relación curia–Estado. Los organizadores programaron una arenga del cardenal a la multitud reunida. La cancelaron de última hora. El agasajado ni siquiera hizo acto de presencia. Dicen que quisieron ahorrarle el desaguisado de la grita de sus detractores. La explicación es insuficiente. Resulta más bien distractora o equivocada. Si la plancha de la plaza hubiera estado a reventar, el contingente de gritones interpelantes ni siquiera hubiera podido ingresar, mucho menos acercarse a las barbas del prelado impugnado. Tal vez se hubiese registrado algún barullo de pancartas y ruidos destemplados, ahogados en la marea del agasajo. Pero como no hubo trompetas de Jericó para acallar voces discrepantes, tampoco se tomó la fortaleza por asalto. El cardenal no fue expuesto al bochorno inevitable y el ruido magnificó la resonancia del evento.
¿Por qué no lo arropó el gran público, si en el centro histórico de Guadalajara hay un templo en cada cuadra y en la periferia uno por colonia, lo cual refleja el fervor y la ligazón de los tapatíos con las creencias católicas? ¿Por qué razón la gran masa tapatía, que se ostenta de católica y afín a los hombres de sotana y alzacuellos, se le ausentó del acto? ¿Por qué las ovejas trasquiladas del rebaño jalisquillo dejaron solo a su pastor en su despedida? Es completamente peregrina la explicación antedicha. El caudal tumultuoso de voces aprobatorias habría ensordecido las protestas. No hubo multitud de apoyo, a pesar de haber sido convocada. ¿Ya se enfriaron estos apoyos?
Dicen algunos analistas que la gran ausencia es respuesta tácita de repudio al convocante, el gobierno de Emilio. Emilio, el monaguillo de polendas; Emilio, el acólito incondicional; Emilio, el señalado sacristán, y su cohorte de turiferarios, Fernando Guzmán Pérez Peláez, Abraham González Uyeda, José Antonio de la Torre, Antonio Mateos y algunos cuantos funcionarios más. Otra respuesta equivocada. Los ciudadanos de a pie no tenemos obligación de cumplir las leyes establecidas. Pero sabemos de las herramientas coercitivas para someternos y de los mecanismos vigentes para obligarnos a su cumplimiento, si es que nuestra voluntad apunta a transgredirlas o si damos el penoso paso de infringirlas. Tenemos el derecho a ser infractores, pero también nos ganamos con ello la danza del castigo penal, según el nivel de la infracción. Para los hombres de gobierno, la situación es distinta. Ellos no tienen el derecho de la lenidad o de la indiferencia ante las leyes. Todo gobernante en turno tiene tras de sí su propio juramento explícito, que vincula cada uno de sus actos, de “cumplir y hacer cumplir las leyes vigentes”.
Aunque nuestro artículo 130 constitucional ha conocido modificaciones aviesas, aún se atiene al principio de la separación entre las iglesias y el Estado. Reza al pie de la letra: “El principio histórico de la separación del Estado y las iglesias orienta las normas contenidas en el presente artículo”. No hace un año que en el Congreso de la Unión se debatió sobre incluir explícito el término de la laicidad en la definición de la República, para evitar ambigüedades y ambivalencias de interpretación. No hace falta entonces indagar tanto y predicar de más. Nuestros funcionarios se deben atener a esta norma expresa y no buscarle mangas al chaleco.
¿Por qué entonces Emilio, los miembros de su gabinete, algunos diputados locales, alcaldes y muchos otros funcionarios se dan cita pública a estos eventos transgresores, desobedecen abiertamente la ley y siguen tan campantes en su puesto? ¿Por qué no les llega siguiera una reconvención de la ciudadanía? ¿Por qué razón Emilio no sólo viola en los hechos la normatividad existente, sino que hasta define la laicidad como cláusula restrictiva que no se corresponde con la realidad? ¿De veras –según su dicho– se le deberá al cristianismo la construcción no sólo del Jalisco actual, sino del país entero? ¿Se atienen acaso estos juicios al dictamen sobrio de un gobernante, que debe observar en todos sus actos la directriz expresa de la laicidad? Nos seguimos debiendo los tapatíos un debate a fondo sobre este tema fundamental, siempre evadido y sin embargo sistemáticamente violado.
(*) Este texto se publica en la edición 352 de Proceso Jalisco, ya en circulación

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