Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

lunes, 29 de julio de 2013

Kessel y el conflicto de intereses- Garantías sociales- Ser viejo en México

Kessel y el conflicto de intereses


Durante la gestión de Georgina Kessel al frente de la Secretaría de Energía, de diciembre de 2006 a enero de 2011, las empresas energéticas del sector privado experimentaron un avance sustantivo en materia de generación de electricidad en el país, mediante la concesión de cientos de permisos para la producción independiente de energía y la deliberada disminución productiva de la Comisión Federal de Electricidad. Las principales beneficiadas con esa política, que ha colocado en manos de particulares la producción de casi 60 por ciento de la electricidad que se genera en el país, fueron las trasnacionales de origen español Iberdrola y Unión Fenosa, que en conjunto concentran 70 por ciento de la energía producida por el sector privado.
 
La revelación, ahora, de que la ex funcionaria calderonista ha recibido 35 mil euros de la primera de esas compañías en pago a sus servicios de consejera externa pone de manifiesto un nuevo caso de opacidad y discrecionalidad en manejo de los límites entre lo público y lo privado, que recurrentemente deriva en episodios insoslayables de conflicto de intereses por los servidores públicos durante el desempeño de sus cargos o al concluirlos.

La circunstancia de Kessel, quien dejó la Secretaría de Energía en enero de 2011 y cinco meses después se incorporó como consejera de Iberdrola, resulta presumiblemente violatoria de la Ley de Responsabilidades Administrativas de los Servidores Públicos, cuyo artículos 8 y 9, entre otras cosas, obligan a los funcionarios a esperar un año para aceptar algún cargo en compañías u organismos cuyas actividades profesionales, comerciales o industriales se encuentren directamente vinculadas, reguladas o supervisadas por el servidor público de que se trate en el desempeño de su empleo, cargo o comisión.

Pero, más allá del aspecto legal, el caso de la ex funcionaria calderonista representa de manera ejemplar la turbiedad de una institucionalidad que perdió hace tiempo el sentido de la moral pública y de la ética republicana, y para la cual el desempeño de algún cargo público no es sino un medio para satisfacer intereses particulares propios o ajenos. Dicha desviación del sentido originario del servicio público se ha expresado en casos como el de Ernesto Zedillo, quien tras su salida del cargo, en diciembre del año 2000, se desempeñó como funcionario de varias compañías trasnacionales, como Procter & Gamble, Alcoa y Union Pacific, algunas de las cuales se vieron ampliamente beneficiadas durante su mandato; el de Francisco Gil Díaz, quien 33 días después de dejar la Secretaría de Hacienda y Crédito Público se convirtió en consejero de HSBC, y el del desaparecido Juan Camilo Mouriño, quien, en calidad de legislador y posteriormente funcionario del gobierno federal, actuó en representación de una empresa de su familia para firmar contratos con Pemex.
 
El denominador común de todos esos funcionarios es que, pese a haber sido objeto de cuestionamientos públicos por los múltiples conflictos de intereses en que incurrieron, no ha enfrentado alguna sanción a consecuencia de ese desempeño, en parte por las lagunas legales y las deficiencias en la redacción de las normativas aplicables, y en parte por el poder político y la red de impunidad de que siguen gozando una vez que han dejado sus responsabilidades públicas.
 
El actual gobierno enfrenta la disyuntiva de esclarecer los numerosos puntos oscuros en la trayectoria de ex servidores como los referidos –mediante el emprendimiento de los procesos administrativos o jurídicos correspondientes– o encubrirlos. El caso de Georgina Kessel tendría que ser visto como punto de arranque obligado.
FUENTE: LA JORNADA OPINION
La sangría-Rocha
Garantías sociales

León Bendesky
La confianza en que el mercado puede ordenar las relaciones sociales de manera eficaz, no sólo en la determinación de las pautas del intercambio, sino de la asignación de los recursos, la generación de riqueza, la distribución del ingreso y hasta alguna forma de generar garantías sociales duraderas con algo de ingeniería en las políticas públicas está hoy, no cuestionada, sino en ruinas.
 
Esto ocurre no únicamente en los países considerados pobres, tampoco se remite a los llamados emergentes, sino que es una evidencia en muchos países desarrollados como ocurre en Europa y Estados Unidos. La desigualdad y la pobreza van en aumento con las formas de la acumulación del capital desde hace más de tres décadas. La crisis actual desatada en 2008 es la forma agravada de esos fenómenos.

Del severo análisis de Polanyi (La gran transformación) se desprende que los mercados tienden a destruir la sociedad y, entonces, la gente debe ser protegida contra las consecuencias de las fluctuaciones del mercado, sobre todo en un entorno de amplia liberalización. Los mercados no deben decidir acerca de la sobrevivencia o la privación de los individuos.

Las políticas sociales, como las de Estado de bienestar –en sus distintos modelos– aceptaban de alguna manera que la gente necesita acceso a los cuidados de la salud y la educación, ayudas en caso de desempleo, pensiones para el retiro y otros muchos apoyos públicos. Esto no significa necesariamente que se excluya la operación de los mercados, pero sí requiere evitar que provoquen estragos en la población.

Hoy se ha llegado, en cambio, a una situación altamente desgastante en la que las oportunidades se definen en función del valor del mercado de quienes las demandan. Por supuesto que ese valor se devalúa y la fragilidad individual y social se agranda.

Las políticas asociadas con el Estado de bienestar en sus diversas facetas tienen que ver con la protección y la promoción de las condiciones económicas y sociales de los ciudadanos. Hoy están marginadas en términos efectivos y, en muchos casos en una crisis profunda que será cada vez más difícil de sostener en un marco de promoción a la democracia. Algo habrá de ceder, ese es actualmente uno de los dilemas centrales del quehacer político y la participación ciudadana.

Los países de Europa occidental desarrollaron políticas de bienestar desde fines del siglo XIX hasta después de la Segunda Guerra Mundial. En la era de la Unión Europea los gobiernos han planteado de manera explícita que los servicios sociales tiene un papel clave para mejorar la calidad de vida y proteger a la población.

Para ello se crearon medidas dirigidas a la seguridad social, el empleo, el cuidado de los niños, el cuidado a largo plazo para quien lo requiere y servicios de asistencia. Se considera que tales servicios son vitales para alcanzar los objetivos de cohesión social, económica y territorial, alto nivel de empleo, inclusión social y crecimiento económico. La realidad de la crisis y las formas de gestión impulsadas desde la UE son claramente antagónicos a esos propósitos declarados.
 
Esta es una dimensión de lo que ahí ocurre que no puede seguirse barriendo bajo la alfombra, en cambio, hay que reconocer que es el conflicto esencial en esas sociedades. Y no sólo en ellas.
 
Las garantías sociales existen mientras se proveen con los recursos monetarios y las capacidades humanas y materiales de servicio adecuadas. Existe el derecho a la educación o a la salud, pero se ejerce con crecientes deficiencias. Los destinatarios no encuentran sustitutos viables pues, en la medida en que se deterioran los servicios sociales se distancian cada vez más de los privados. La contraposición de lo público y lo privado es uno de los signos que marcan el principio del siglo XXI.
 
En Europa los servicios de salud se restringen en su cobertura. La educación tiene cada vez menos financiamiento y los profesores pierden sus plazas ante el deterioro de las escuelas; esto ya pega de lleno en las universidades públicas y en muchos proyectos de investigación. Las pensiones se reducen y junto con ellas las condiciones laborales. La pobreza se extiende.
 
Para estar incluido en la sociedad se requiere un trabajo, pero es precisamente eso lo que no hay; en cambio el desempleo y la informalidad son rampantes.
 
Lo que se suponía que estaba garantizado como parte de la pertenencia a una sociedad ya no lo está. Igual sucede por ejemplo en Detroit, la ciudad quebrada donde los trabajadores municipales podrían recuperar apenas 10 por ciento de sus pensiones y los servicios públicos son de terror.
 
Las garantías sociales están sometidas a la premisa de que alcanzan para lo que alcanzan. Hoy alcanza para poco y de nada sirve crear grandes programas de atención social si su calidad y extensión no cumplen con los niveles necesarios de atención que requieren las personas. En México este es un asunto que expone a diario sus claros límites, trátese de la educación, la salud, el empleo y ahora hasta los fondos para el retiro, que ya están privatizados y, por supuesto la seguridad pública.
 
Ante esto no puede dejar de observarse que el pregonado fin de la historia, el entusiasmo por la caída del comunismo y triunfo de la democracia, la pretensión de la estabilidad financiera como objetivo central de la política económica se instauran como concepciones fugaces que enfrentan, sin poder escaparse, un creciente conflicto social que manifiesta de múltiples formas.
FUENTE: LA JORNADA OPINION
 
Ser viejo en México

Gonzalo Martínez Corbalá
Un juicio de 5 a 6 mil caracteres sobre la vida que lleva en México, escrita precisamenaae por uno de estos viejos, que ha vivido intensamente sus 85 años, hasta ayer domingo, que empezó a reflexionar sobre el tema, mientras se dirigía a su casa, no pudo anticipar que la hora de la comida no llegaría tan pronto, pues algún malestar estomacal no lo permitió, y después debió atender otros trabajos de índole periodística que lo obligaron a desechar la idea de dormir una siestecita para reponer fuerzas, y emplearlas la siguiente semana, que se acercaba ya amenazadoramente, para entonces.
 
Y decir o calificar de amenazadores a los siguientes días, por tener agendados ya algunos quehaceres, se dice pronto, pero hay que prepararse para cumplir con lo acordado semanas antes, en el Distrito Federal y fuera también, es algo que por una parte halaga y por la otra atemoriza. En estos días ni los jóvenes bien preparados y mejor dispuestos, ni tampoco todos los experimentados y llenos de ganas de continuar lo ya iniciado, con ganas de hacerlo y consciente de que el asunto no es tan sencillo, hay que coordinar unas, con otras de diferente índole, pero de igual valor. En suma, tenemos que asumir el estudio y la realización de todo ello simultáneamente, lo cual es bien difícil, ciertamente.

Los seres humanos que, por su edad y por lo mucho que, por lo menos ellos mismos, piensan que ya han hecho lo suficiente en calidad y cantidad, en favor de los intereses de la patria y de la familia, por lo menos, a veces piensan también que ya merecen una vida más descansada. Otros pensamos que no haremos lo suficiente si no seguimos la lucha por mejorar el hábitat.

Hasta que el pulso y la respiración hayan cesado de latir y de impulsar oxíigeno sin titubear. A cualquier edad, de principio o de final.

Continuar el estudio de la compleja problemática nacional, y luego también del planeta entero, es lo menos que uno a cualquier edad debe hacer. A veces faltan fuerzas, ¿o decisión y firmeza? Sea uno u otro, hay que hacerlo.

Por supuesto que, como de este embrollo ni se puede uno escapar ni tampoco decretar descansos sustantivos –porque los otros no tienen mayor importancia–, lo más sensato y atinado es hacerse el ánimo de seguir hacia adelante y sin retrocesos, pase lo que pase.

Los viejos tenemos que consentir más a los jóvenes y darles aliento para que no dejen de pedalear; hay que procurarles los elementos físicos y materiales en general, para que no dejen de hacerlo sin desánimo. Pero tampoco pretenciosamente. Los únicos lugares donde se puede descansar, es en las bibliotecas, en los talleres y en las universidades.
 
Los viejos ganarse todos los días y todos los instantes el cariño y el respeto de los demás. Por cierto que si los jóvenes, verdaderamente jóvenes, y los que ya van en tránsito para ser maduros y hasta viejones, supieran la gran satisfacción que produce en quien tiene ya que usar sin alternativa, el bastón o la silla de ruedas, el ofrecimiento espontáneo de ayuda para subir una escalera, o para abordar un avión, o un vehículo de trabajo, seguramente, lo harían con más frecuencia, y ellos estarían más satisfechos de su acción auxiliadora, no limosnera, sino de apoyo sincero sin duda, que sumado al personal de servicio que conoce lo que debe hacer, estaríamos todos, pero verdaderamente todos, haciendo valiosas aportaciones.
 
Lo que redundaría, indudablemente, en beneficio de la sociedad como un todo, que haría un mejor lugar para vivir, y un espacio más grande y más libre que a todos beneficiaría, puesto que nos permitiría una convivencia más productiva.
 
En una lucha como esta sería necesario reforzar los valores que de este modo nos conduciría, sin duda, a que no únicamente nos permitiera mayor confianza en nosotros mismos, y desterrar o por lo menos, dismminuir los peligros y las amenazas que hasta ahora están siempre presentes y generan tensiones, liberan los espacios de campo y urbanos, incomparablemente de tal manera que fuera posible dedicar más tiempo y más energía a transformar este planeta de tal modo que pudiéramos creer en nuestra capacidad creativa, al punto que fuera posible crear un planeta más hospitalario con sus habitantes y dar validez a las aspiraciones que ahora se están formando, en paz y en libertad.
 
Puede ser que haya mucha gente, constituida tanto por los niños como por los hombres maduros, que dedicara mayor esfuerzo a recrear un mundo en el que los viejos pudiéramos también, con mayor eficacia, aportar nuestra experiencia y nuestra capacidad para haber podido convivir hasta ahora, y puede ser también que los viejos pudiéramos también aportar esfuerzos de mayor valía para hacer más habitable un planeta que se anticipa poblado con 10 mil millones de seres humanos que pudieran convivir como tales.
 
Este planeta podría hacer de una mera utopía y podría también encontrar fórmulas para lograrlo en unas cuantas décadas, en la que niños, jóvenes y viejos, puedan convivir, en paz. Así únicamente llegaremos al final de este siglo, y empezaremos una convivencia realmente propia de seres humanos que sean capaces de ello, en un nuevo planeta que haga posible la vida a diez mil millones de habitantes.
FUENTE: LA JORNADA OPINION

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