Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

domingo, 28 de julio de 2013

¿Malas palabras?

¿Malas palabras?

 
Dos palabras en una mesa de Casa de Citas, o de un congal, al calor de los alcoholes, se enfrascan en acalorados reclamos. Las dos son atractivas, cada una a su manera; son necias, creídas, coquetas y, curiosamente, idénticas.
Una, la que se dice llamar pomposamente Meretriz, al parecer más sutil y  prudente, le dice a la otra, que se llama Puta, grotesca y áspera, que apesta, que es sucia.
Puta, que ha pisteado lo mismo que ha tomado la otra, se atasca de indignación y le pide reconsidere su opinión, porque son iguales. Meretriz se ríe y llama a la Imprudente de testigo, que es ante los ojos de la Puta como la pendeja.
-¿De qué se trata? –pregunta la Puta- para qué traes a esta pendeja.
-Para que coincida conmigo en  que eres una mala palabra –responde la Meretriz
-¿Mala? Ah, caray, cómo está eso. ¿Les pego? ¿Les he hecho bullying? ¿Les saco la lengua? ¿Les falto al respeto? ¿Les bajo a los novios? ¿Prometo cosas que no cumplo? ¿Les robo? ¿Ando en la polaca?
-Tú sabes de qué hablo… no te hagas.
-¿Ah, qué la chingada! ¿Pos de dónde, tu? Mala palabra… ahora resulta, si hasta formo parte del título de un libro de García Márquez, pa’ que lo sepas.
La Meretriz deja entrever que no sabe de qué le habla, pero arremete sin piedad:
-Suenas feo, eres mala, sucia, palabrota, altisonante, no tienes remedio.
La puta respira hondo, cuenta hasta diez para sus adentros, ganas le sobran de agarrarla de las greñas, pero hoy no trae ganas de meterse en broncas.
-¿Acaso no hacemos lo mismo, mi “respetable” Meretriz?
-Entiende, a nadie le gusta la palabra puta, es mala, malísima, en todo mundo ser hijo de puta es un agravio, por decirte algo.
-Aparte ni sabes hacer hot cakes –interviene la Imprudente, que para en seco la discusión
Meretriz y Puta se intercambian miradas de incredulidad. La Imprudente es pendeja, ni duda cabe, ni lucha tiene.
Como las palabras jalan palabras, la escena se amplia y aparecen nuevos personajes, escenarios  y acciones. Sólo nos queda seguirles el rollo porque, después de todo, son palabras. Va.
Un caballero con unas copas de más, según la Meretriz, o un culero bien pedo, según la Puta, se les acerca para pedirles compañía. La Meretriz señala que el caballero la sacó a bailar, que la tomó del talle, le acercó la calidez de su aliento al cuello y le susurró al oído palabras apasionadas, insinuantes. La Puta refiere que el culero la jaló, se la repegó con ganas, le apestó el cuello a cerveza y cigarro  y la invitó a coger, cueste lo que cueste.
Tan bonita la una como la otra, tan profesionales las dos, busca la Meretriz a la Madame y la Puta a su Padrote para notificarles que se irán con el caballero o el culero, según sea el caso.
Una dirá que la acariciaron y le hicieron el amor; la otra que, después del manoseo, le echaron un buen palo. La primera se ruborizará al escuchar a la segunda, y a esta le valdrá madre lo que piense de ella la primera.
La Meretriz se secará con toallitas mientras recuerda “todavía quedan restos de humedad”, la Puta hará lo mismo, y ni colega idea de la canción de Milanés.
Las dos se verán lindas, frente a espejos en habitaciones diferentes, pero ante situaciones repetidas. Ellas mismas lo parecen, aunque la desnudez nos hermana, ellas la tienen altamente cotizadas. Ni siquiera se ven al colocarse con natural sensualidad las medias, calzarse las zapatillas, abrocharse la falda, ponerse la blusa, mirarse complacidas al espejo para el retoque, pero son idénticas, aunque una sea buena palabra, la otra, de las llamadas, aparte de malas, “sucias”.
-Mmm, a todos les consta que tampoco ella se bañó, en todo caso somos igual de puercas, pos qué.
Aunque la vida me ha hecho propuestas indecorosas para conocer meretrices y putas, me ha negado la posibilidad de separar a las buenas de las disque malas palabras. Para mí todas son iguales, las voy pegando unas con otras con la única intención de hacerlas armonizar sin caer en un barranco. Las hago convivir sin mayores problemas, como alucinar que John Wayne este destapando chelas con la cacha de su pistola en un reventón con apaches; Tom y Jerry se hagan compas y El Coyote se vuelva vegetariano y deje de fastidiarse la existencia persiguiendo al Correcaminos.
¿Quién tiene la suficiente calidad moral para enjuiciar a las palabras? ¿Los hombres? Aquellos que osen hacerlo habrán de soportar sobre su lomo la losa parafraseada de la sentencia Sorjuanezca: “Hombres necios que acusáis a las palabras sin razón sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis”. En sus manos las palabras viven el peor de los destinos: no sabrán ni de qué se tratan al decir “cambiemos de raíz sin cambiar las raíces”, otro puede decir haiga, uno más desconocer libros, y la inmensa mayoría cree que usar la k en lugar del maridaje entre la q y la u es llegar más rápido al destino. Que los acentos no sirven para gran cosa y que la ortografía es ocurrencia de un decrépito que no sabe lo que es bueno. De hecho cuando escriben en Word y ven que la pantalla se llena de puntitos rojos marcando errores piensan que al monitor le cayó el virus del sarampión.
Como los hombres no pueden ser jueces (tampoco las mujeres, pero si digo “ni los chiquillos ni las chiquillas” pensarán que ando como Fox), porque ni cuenta se han dado de que se la viven averiando al mejor vehículo conductor de ideas, deben ser ellas, las mismas palabras, quienes se encarguen de llevar el juicio.
Silencio.
Si len cio.
Ninguna denota interés en participar en un ensayo inquisidor. Las provoco, les digo que si elefante, que pesa tanto, y mariposa, que no pesa nada, son palabrotas; si retrete y urinario son palabras sucias; si ruido y escándalo son palabras altisonantes; si cártel y sicario son palabras malas. Pero guardan silencio: no caen en la provocación.
Ante esta muestra de complicidad, regreso con la Meretriz y la Puta, que siguen en la bebida y la discutida. Corro a la chingada a la Imprudente y les siento a Don Eufemismo, que no hará más que rascarse la cabeza, como dice Serrat, en lugar rascarse la bragueta, como dice Sabina en su versión de “No hago otra cosa que pensar en ti”.
(Si hubiera tomado esa decisión antes, 80 por ciento de lo que escribí no hubiera aparecido. Incluso, a la Imprudente le hubiera dicho “retírese, por favor”.)
Fuente: Sin embargo.mx

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