Más allá del diálogo
Gustavo Esteva
Se discute aún si Javier Sicilia se equivocó o no al concertar el
diálogo con Felipe Calderón; si habría o no traicionado a quienes se opusieron a
él; si no habría condenado al movimiento al fracaso y extinción.
Se trata de una discusión legítima, aunque carece de la importancia que se le
atribuye. Javier buscó el diálogo y acudió a él con plena conciencia de lo que
significa. Conoce bien los fracasos de los diálogos, el de San Andrés en
primerísimo término, y el de todos los que se han realizado en torno a la guerra
de Calderón, particularmente en relación con Ciudad Juárez. No ha dejado de
denunciar esos resultados. Con todas sus reservas y dudas, apostó por él como
práctica de la democracia y como forma de apelar a la moral del otro, del
violento, del opresor, del criminal. Está convencido de que,
a menos que el corazón se haya oscurecido a grados demoniacos, un hombre puede escuchar el latido humano de su corazón.
Aunque lo hizo con esas reservas, es difícil que haya imaginado el grado de
cerrazón que encontró. Calderón se redujo a defender su guerra.
Si de algo me arrepiento es por no haber enviado antes a las fuerzas federales, señaló. Una vez más alegó airadamente: “Prefiero asumir la crítica…de haber actuado, a quedarme con el cargo de conciencia de haber visto el problema y, por conveniencia, no haber hecho nada”. Nadie le ha pedido pasividad. En vez de seguir presentando como gesto heroico lo que es su obligación, necesitaría ver alternativas a lo que decidió, como las que ahí mismo le mostraron. Pero no quiere, no puede verlas.
Hay frustración y desaliento en quienes acudieron de buena fe al diálogo.
Infortunadamente, es puro circo, le pasó en una tarjeta a Javier Julián LeBarón.
Sigue obstinado, señaló Javier al salir del Castillo de Chapultepec.
La gravedad de la sordera y ceguera presidencial no se refiere solamente al
hecho de que Calderón sigue sin aceptar el fracaso evidente de su estrategia.
Persiste en negar que ha aumentado la producción, tráfico y consumo de drogas,
junto con el número de víctimas, los niveles de violencia y la inseguridad. No
reconoce que por esa vía no alcanza ninguno de sus propósitos manifiestos e
impone a la sociedad costos insoportables.
Dijo algo más terrible todavía, comentó Javier. “Dijo: ‘Estoy dispuesto a pagar los costos morales’. Ya no le importa cargar con la culpa y responsabilidad por las 40 mil muertes y las más de 10 mil desapariciones. Creo que es irresponsable que diga eso, porque entonces no oyó. Ahí estaba en un primer discurso, en la presencia y testimonio de las víctimas, el gran fracaso de su estrategia. Sigue obstinado y quiere seguir pagando esos costos. Lo lamento por él. Creo que llevar el dolor de tantas víctimas para siempre es un costo moral muy alto.”
No puede ya pensarse en bendita ignorancia displicente, propia del mal de
altura. No es información sesgada o insuficiente. No es ya asunto moral o
patológico, como diría John Berger, sino ideológico. Y se trata de una ideología
ferozmente autoritaria, en la que ya no importa recuperar la confianza de la
gente para poder gobernarla. Eso es ahora lo que necesitamos enfrentar con
entereza, más allá de la comisión de seguimiento a acuerdos que resultan
insignificantes, fuera de proporción con lo que se discutía, más allá del
diálogo.
Bajo el nombre común de Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad se
encierra hoy una variedad de iniciativas, propósitos y empeños. Es un movimiento
sin líderes, dirigencias, comité central o estructuras organizativas generales,
aunque todo género de mentalidades leninistas, desde la izquierda o la derecha,
lo abordan en esos términos e insisten en tratar a Javier Sicilia como dirigente
supremo.
El asunto pasa ahora a manos del movimiento. Lejos de quedarse a la espera de
lo que puede o no hacer esa estructura encerrada en sí misma, necesita preparar
sus siguientes pasos, que deben estar a la altura del desafío, de la emergencia
nacional bien caracterizada por Javier Sicilia, y de los riesgos que impone a
todos la obstinación de Felipe Calderón.
Además, Javier, opino que no podrá haber paz y justicia en este país mientras
no se cumplan los acuerdos de San Andrés, como Salvador Campanur señaló ante el
Presidente. No sólo habló en nombre de su pueblo, Cherán, sino en el de sus
hermanos y hermanas, pueblos y naciones indígenas que se han encontrado en el
camino del movimiento.
La ciudadanía quiere más
John M. Ackerman
No hay duda de que el encuentro entre Javier Sicilia y Felipe
Calderón este jueves en el Castillo de Chapultepec fue sumamente poderoso en el
plano emocional. Conmovieron las lágrimas de María Elena Herrera, emocionaron
las palabras de Salvador Campanur e indignó la cerrazón del Presidente. Algunas
víctimas efectivamente se visibilizaron y los funcionarios federales tuvieron
que pasar un par de tragos amargos al escuchar los señalamientos provenientes
del otro lado de la mesa.
Sin embargo, el trago más amargo fue para los ciudadanos, al percatarse de
que tres cansados meses de movilizaciones, caravanas, reuniones y denuncias
terminaron en un mero espectáculo mediático armado para que Calderón demostrara
su supuesta compasión por las víctimas y exigiera a la sociedad que lo deje
trabajar en paz. Tal como han señalado algunos analistas, el enorme
entusiasmoy satisfacción del presidente con el encuentro no es
ni gratuito ni exagerado.
Definitivamente, esta reunión en Chapultepec fue menos exitosa que el acto de
firma del Acuerdo Nacional por la Seguridad, la Justicia y la Legalidad del 21
de agosto de 2008. En aquella reunión en Palacio Nacional las víctimas también
hablaron con claridad y contundencia. Allí el empresario Alejandro Martí lanzó
su poderosa exigencia:
Si no pueden, renuncien, pero no sigan... recibiendo un sueldo por no hacer nada, que eso también es corrupción.
Al contrario de entonces, este 23 de junio las víctimas no responsabilizaron
a nadie por su desgracia ni condicionaron su respaldo al gobierno en turno a la
entrega de resultados concretos. En lugar de presionar a Calderón y obligarlo a
cumplir, se le abrió la perfecta escotilla de salvamento para eludir su
responsabilidad echando la culpa al Poder Judicial, el Congreso de la Unión, a
los gobiernos de las entidades federativas y a los mismos criminales.
El evento de hace tres años fue una farsa en muchos sentidos, pero al final
de cuentas fue un acto de Estado en que de manera coordinada representantes de
los tres poderes federales, todas las entidades federativas y una gran
diversidad de actores políticos quisieron demostrar su voluntad para resolver el
grave problema de la inseguridad pública. En contraste, el encuentro del jueves
fue un acto personal de Calderón y su gabinete montado con el fin de apuntalar
la legitimidad del Presidente y las posibilidades electorales de su partido, que
cada día están más disminuidas.
Pero la diferencia más importante entre los dos encuentros es que, mientras
hace tres años todas las instituciones presentes se vieron obligadas a firmar
con puño y letra una serie de 75 compromisos para poner fin a la violencia en el
país, hace cuatro días el gobierno federal no firmó ni se comprometió
formalmente absolutamente a nada. Las palabras se las lleva el viento y las
víctimas se quedaron con las manos vacías.
Ahora bien, todos sabemos que al final de cuentas el acuerdo de 2008 resultó
ser un fracaso contundente. Desde un principio el documento era sumamente
criticable porque se limitaba a enlistar una serie de acciones generales como
fortalecer el sistema penitenciario,
establecer un sistema nacional de desarrollo de ministerios públicose
instrumentar campañas para promover la cultura de la legalidad, sin señalar cuáles serían los resultados específicos y empíricamente medibles de estas acciones.
Sin embargo, la realidad terminó por rebasar las ya de por sí bajas
expectativas de éxito del acuerdo. Durante los últimos tres años, hemos sido
testigos tanto de un aumento escalofriante en la violencia como del imperdonable
desmoronamiento de la fortaleza institucional del Estado mexicano.
Hoy las expectativas de que el encuentro entre Sicilia y Calderón tenga algún
impacto positivo en la inseguridad del país son aún más bajas que hace tres
años. Es cierto que todavía faltan las reuniones con el Congreso de la Unión y
el Poder Judicial pero, si el
diálogodel jueves sirve de guía, podemos estar seguros de que los que más aprovecharán estos futuros encuentros serán Manlio Fabio Beltrones y Juan Silva Meza, y no la sociedad civil organizada o las víctimas de la
guerrade Calderón.
Conforme ha avanzado su movimiento, Sicilia se ha ido desmarcando una por una
de sus propuestas originales y edulcorando sus exigencias. Primero se vio
obligado a retirar su solicitud de renuncia de Genaro García Luna,
posteriormente desconoció los acuerdos elaborados en Ciudad Juárez el 10 de
junio y el jueves pasado ni siquiera se atrevió a defender los seis puntos del
pacto original lanzado en el Zócalo el 8 de mayo. Con esta estrategia, Sicilia
ha ido ganando espacios mediáticos, pero perdiendo apoyo popular. Hoy el poeta
se arriesga a quedarse solo envuelto en un enjambre de micrófonos y cámaras.
En su primera rueda de prensa después de la muerte de su hijo Juan Francisco,
un periodista preguntó a Sicilia:
¿Hasta dónde va a llegar si no pasa nada?Y el poeta contestó:
Hasta donde la ciudadanía quiera, hasta que renuncien, hasta que se vayan o hasta que quede claro que ya no queremos más muertos. Esos cabrones tienen que dar cuenta a la ciudadanía. Hoy le decimos a nuestro amigo Javier que hasta hoy no ha pasado absolutamente nada, que
esos cabronestodavía no le han dado cuentas a nadie y que la ciudadanía quiere más.
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