La guerra perdida
Soledad Loaeza
El aumento del consumo de drogas en Europa y Estados Unidos ha
impulsado el debate de temas como la despenalización y la legalización. Son
distintas las posiciones al respecto, pues mientras Estonia, Grecia, Hungría,
Portugal –que desde 1999 optó por la descriminalización– y Finlandia han
reducido las penas por consumo y posesión de todos los estupefacientes, Bélgica
y Luxemburgo han limitado la mayor tolerancia a la cannabis. En cambio,
Francia mantiene una política represiva, que fue establecida desde 1970, no
obstante lo cual, el consumo de drogas en ese país ha alcanzado niveles sin
precedentes. Más inquietante todavía es el hecho de que ese es el caso de todos
los países europeos. El reporte del Observatorio Europeo de Drogas y Adicciones
estima que 71 millones de personas habían fumado cannabis por lo menos
una vez en su vida, y 12 millones habían aspirado cocaína; en 2010, 23 millones
de personas habían consumido cannabis y 4 millones cocaína. En mayo de
2011 estos números eran de 12 millones y 2 millones respectivamente (www.lemonde.fr/journalelectronique/donnees/protege/20110616/html/806951.html).
Parecería entonces que no existe una diferencia significativa entre los efectos
que producen sobre el mercado de estupefacientes una política permisiva o una
represiva.
Los datos del Observatorio Europeo indican muchas cosas. Destaco en primer
lugar el fracaso de la guerra contra la droga, ya sea que su objetivo sean los
consumidores o los traficantes. Al menos así ha sido reconocido por muchos
responsables políticos y funcionarios tanto en Europa como en Estados Unidos.
(Cuando la secretaria de Estado, Hillary Clinton, afirmó que el problema de la
droga en México es resultado del consumo en Estados Unidos, en cierta forma
admitió que el combate del gobierno mexicano estaba mal dirigido, en la medida
en que el éxito de los narcotraficantes depende de los consumidores, que están
fuera del alcance de las autoridades mexicanas.)
En Francia quienes promueven un cambio de política argumentan que es
necesario tratar ese problema como un tema de salud pública, y no como un asunto
criminal. Después de años de combates entre la policía y consumidores y/o
traficantes, ha quedado demostrada su inoperancia. Y ésta se explica no
únicamente por el poder financiero y armado que han adquirido los
narcotraficantes, sino porque el consumo de drogas forma parte de la vida
cotidiana de una buena proporción de la población europea; esto es, se trata de
un hábito, un estilo de vida, y quienes lo han adoptado difícilmente van a
renunciar a él, sobre todo si usan drogas suaves como la mariguana, cuyo grado
de peligrosidad no es muy elevado en términos de adicción o de intoxicación. La
renuencia de los consumidores a abandonar ese hábito es un dato que explica la
limitada eficacia de las políticas represivas, como la francesa, que incluye
multas muy altas, así como condenas que deben purgarse en prisión.
En Francia habrá elecciones presidenciales en 2012. Entonces, piensan
algunos, quedará expuesta la hipocresía de una sociedad cuyo consumo de drogas
es de los más elevados de Europa, aunque más de 70 por ciento de la población se
opone a una modificación de la legislación hacia mayor tolerancia. Más
inquietante todavía es el hecho de que el consumo de la cocaína y el hashish o
la mariguana atraviesa las fronteras de clase. Es decir, ricos y pobres,
funcionarios y desempleados, adolescentes y adultos jóvenes comparten el gusto
por las drogas. Sin embargo, no es igual consumirlas en la sala elegante de un
edificio burgués en París, que en el cubo de la escalera de algún suburbio
parisino donde habitan inmigrantes del norte de África, y adonde sí llega la
policía a cumplir la ley.
Clausewitz, el gran estratega, decía que la guerra era sólo un medio para
hacer política, y que la victoria era de índole moral antes que militar. Creo
que entre nosotros la despenalización sería una victoria de ese tipo.
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