Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

domingo, 3 de julio de 2011

ALEMANIA Y EL FANTASMA GRIEGO

Alemania y el fantasma griego

Tsohatzopoulos, el exministro que compró los tres submarinos alemanes. Foto: AP
Tsohatzopoulos, el exministro que compró los tres submarinos alemanes.
Foto: AP
BERLÍN (apro).- La fiscalía de Münich ha elevado una denuncia contra dos exejecutivos del consorcio alemán Ferrostaal. Los acusa de haber pagado sobornos a altos funcionarios griegos, en el marco de la venta de cuatro submarinos del tipo 214, efectuada entre 2000 y 2002.
El caso pone de manifiesto un accionar que incluye a funcionarios helénicos y consorcios germanos. La carrera armamentista de Grecia –causa clave del descalabro en sus finanzas públicas–, ha sorteado incluso las restricciones impuestas por los programas de ajuste.
De acuerdo con las investigaciones de la fiscalía de Münich, el exdirector general de Ferrostaal, Johann Friedrich Haun, y el exencargado de negocios de la firma en Grecia, Hans Dieter M, se valieron de intermediarios y asesores para pagar comisiones a funcionarios griegos con poder de decisión, de modo de “influir en la adjudicación del contrato” en cuestión, según señala el comunicado de prensa del ministerio público.
Ferrostaal se habría asegurado así la venta de los cuatro submarinos, para ser construidos en los astilleros HDW, de la ciudad de Kiel, cuyo director general también era, por entonces, el ahora acusado Johann Friedrich Haun. El negocio, por un monto de 2 mil 850 millones de euros, incluía, asimismo, la modernización de los tres submarinos restantes de la flota griega. La fiscalía de Münich estima que el soborno ascendió a 61 millones de euros: 50 millones pagados entre 2000 y 2003, y otros 11 millones, en 2007.
En el marco de una investigación paralela que se sigue en Grecia, la fiscalía de Atenas y el Parlamento helénico tienen en la mira al exministro de Defensa, Akis Tsohatzopoulos. Se intenta determinar con qué dinero compró varios inmuebles, incluido un lujoso apartamento con vista a la Acrópolis, valuado en un millón de dólares.
La ruta del dinero conduce hasta la ciudad de Essen, Alemania. Allí tiene su sede Ferrostaal, consorcio dedicado a la venta de instalaciones y productos alemanes, incluyendo armamentos. La comisión investigadora del Parlamento griego propone llevar a juicio a Tsohatzopoulos, demandarlo por daños y perjuicios y congelar su patrimonio. La fiscalía ateniense ha llamado a declarar a 37 funcionarios y militares sospechados de haber tenido participación en el negocio.
La fiscalía de Münich pretende que –de comprobarse el ilícito– se le imponga a Ferrostaal el pago de una multa y la “absorción de la ganancia” derivada del negocio. La cifra es tan elevada, que podría poner en riesgo la subsistencia misma del consorcio, tal como admitió su junta directiva en un protocolo interno del mes de marzo, citado por Der Spiegel (16/2011).
Tanto Ferrostaal como el exministro de Defensa griego niegan su responsabilidad en el hecho. Tsohatzopoulos ha dicho ser víctima de una conspiración de su partido, el PASOK (Movimiento Socialista Panhelénico) del Primer Ministro Georgios Papandreu. En marzo de 2010, Ferrostaal había decidido colaborar con la fiscalía. Contrató a la consultora norteamericana Debevoise & Plimpton para que realizara una auditoría externa. Esperaba que la fiscalía de Münich rebajara ostensiblemente la multa de 240 millones de euros solicitada para llegar a un acuerdo extrajudicial.
El nuevo monto fijado -196 millones de euros – le ha hecho cambiar el tono. Ferrostaal se ve ahora como inocente. Asume como probable que algún empleado haya usado dinero del consorcio para sobornar, pero esto constituiría, a su entender, un acto de “deslealtad en contra de la empresa”.
Los indicios recabados en Münich y Atenas, sin embargo, “se complementan como las partes de un rompecabezas”, sostiene Spiegel online en una notra difundida el pasado 20 de junio. “Un rompecabezas que hace visibles muchas de las causas de la crisis que atraviesa Grecia. Nepotismo y mentalidad de autoservicio dentro de los dos grandes partidos, el Parlamento y el Gobierno. Economía de prebendas. Corrupción. Los consorcios alemanes han contribuido fuertemente con este sistema”, sostiene el semanario.
El denunciado pago de sobornos de Ferrostaal a funcionarios griegos no parece ser una excepción. Otros casos recientes involucran a gigantes de la industria germana tales como Siemens, Daimler o MAN. Los consorcios han sido grandes beneficiarios de este sistema de corrupción. El sobreprecio deberá ser asumido en el futuro por el ciudadano griego, como parte de la inmensa deuda que tiene al país al borde de la bancarrota.
Contraprestación
La venta de armas alemanas a Grecia no sólo abarca a la marina. En 2002, el ejército helénico compró 170 tanques de guerra del tipo Leopard 2 A6 a la fábrica de armas muniquesa KMW, por un monto de mil 700 millones de euros. El último tanque fue entregado en 2009.
Para entonces, los cuatro submarinos cuya venta se investiga todavía no habían sido entregados. El gobierno griego debía entonces, según Der Spiegel, 520 millones de euros. Por ese motivo, en septiembre de 2009, el consorcio ThyssenKrupp, que había comprado el astillero HDW en 2005, revocó el contrato con el gobierno griego.
Un mes más tarde, Georgios Papandreu asumió la primera magistratura. El nuevo gobierno inició conversaciones con ThyssenKrupp para renegociar el contrato. En marzo de 2010, mientras se discutía el primer “paquete de rescate” para el país helénico, se firmó un acuerdo marco para agilizar la operación. Grecia pagó otros 320 millones de euros y recibió de Alemania los cuatro submarinos, bautizados como Papanikolis, Pipinos, Matrazos y Katsonis.
“Y Papandreu dobla la apuesta, a lo mejor también para comprarse la ayuda de los alemanes para el paquete de rescate europeo”, dice Spiegel online en el artículo citado. “Grecia ordena otros dos submarinos del tipo 214. Precio: alrededor de 500 millones de euros por unidad.”
Ese primer “plan de rescate”, aprobado a fines de marzo de 2010, “entrañaba una curiosa paradoja: obligaba a Grecia a ahorrar en Defensa, pero al mismo tiempo le exigía respetar los contratos con las empresas de armas.” (El País – 26.09.2010).
Más aún: Berlín no tenía nada en contra de firmar nuevos contratos con Atenas. En febrero de dicho año, el ministro de Relaciones Exteriores alemán, Guido Westerwelle, visitó Grecia. “Por un lado el gobierno federal reclama a los amigos griegos la contención del déficit fiscal, y por otro, la industria alemana quiere vender los aviones Eurofighter”, resume Spiegel online el 20.05.2010.
“Por lo tanto Westerwelle dice en entrevista con el diario griego Kathimerini, que uno naturalmente no apremia al gobierno griego para la compra, pero que si, en el momento que sea, se toma la decisión de comprar aviones de combate, los países del Eurofighter, aquí representados por Alemania, desean ser tenidos en cuenta en la decisión.”
En mayo de ese año, el eurodiputado Verde, Daniel Cohn Bendit, denunció en el Parlamento Europeo que el presidente de Francia, Nicolas Sarcozy, y su primer ministro, François Fillon, en un encuentro con el mandatario griego, Georgios Papandreu, habían condicionado la liberación de fondos para el “plan de rescate” a que Grecia siguiera pagando los contratos de armamento. “Les damos dinero para que compren nuestras armas. Es una hipocresía total”, sostuvo Cohn Bendit, de manera airada. Señaló que los griegos tendrían que comprar fragatas francesas y submarinos alemanes como contraprestación por el crédito europeo. Finalmente pidió la mediación de la Unión Europea entre Grecia y Turquía para lograr el desarme en la región.
El conflicto entre ambos países tiene larguísima data. La guerra los tuvo por última vez como contendientes entre 1919 y 1922. El conflicto entre griegos y turcos por el control de la isla de Chipre vivió su punto de tensión máxima en 1974, cuando Turquía ocupó un tercio de la isla. Ambos países, miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), mantienen una “guerra fría” propia. De ella se benefician los consorcios de armamento alemanes, franceses y norteamericanos. “Las empresas ganan de este modo por partida doble: si los griegos hacen un pedido, la orden de compra desde Turquía no se hace esperar” (Der Spiegel, 20.05.2010).
El Instituto de Investigación para la Paz sueco SIPRI, en su informe anual de 2010, sostuvo que Alemania había duplicado sus exportaciones de armas entre 2005 y 2009, ocupando el tercer lugar en el sector a nivel global. El 13% de esas armas fueron a parar a Grecia y el 15% a Turquía. Grecia es el quinto importador mundial de armas convencionales, tiene la proporción más alta de soldados entre todos los países de la OTAN. Otro récord negativo es su gasto en defensa, que asciende al 3% del PIB.
Prejuicios
Por estos días la Unión Europea le exige al gobierno de Georgios Papandreu la aprobación de planes de ajuste y privatización masivos. Sólo así dará luz verde a un nuevo “plan de rescate”, que le permita a Grecia seguir pagando el capital y los intereses de su deuda. Se especula con que dicho “plan de rescate” incluya fondos provenientes de los contribuyentes europeos y un aporte voluntario de los acreedores privados. Entre estos últimos prevalecen los bancos y aseguradoras alemanes y franceses.
La crisis griega ha provocado rispideces en la imagen que los griegos tienen de los alemanes y viceversa. La gran influencia germana entre los acreedores, y su poder de decisión dentro del Banco Central Europeo, juega en contra de los germanos. Los manifestantes y la prensa griega apelan a calificativos tales como “Los nazis del euro” o “Fascismo financiero”.
En los medios alemanes, por el contrario, se ha escuchado hasta el hartazgo que los griegos –al igual que los españoles y los portugueses– han vivido todos estos años por encima de sus posibilidades.
Se los acusa de asumir el rol de víctimas para no pagar las deudas contraídas. El 19 de mayo, la canciller alemana Angela Merkel fue todavía más lejos, al pronunciarse en contra de que la gente en Grecia, España y Portugal se pueda jubilar antes que en Alemania. Merkel sostuvo también que en esos países la gente disfrutaba de más días de vacaciones que en el suyo . “También los portugueses, griegos y españoles se tendrían que ir acostumbrando a la idea de trabajar más y por más tiempo”, dijo.
El prejuicio del alemán industrioso y el europeo del sur holgazán acaso sirva para intentar legitimar recortes sociales y planes de ajuste, pero no se condice con las mediciones de la realidad. Una encuesta realizada por el banco francés Natixis, publicada en junio de 2011, sostiene que un griego trabaja 2119 horas al año, un portugués, 1719, y un español, 1654.
Todos ellos bastante más que las 1390 horas al año que trabaja un alemán. “Los alemanes trabajan mucho menos que los europeos del sur. Tampoco trabajan más intensivamente”, sostuvo el economista Patrick Artus, quien dirigió el estudio (Focus 05.06.2011).
En su opinión, la crítica de Merkel no apunta correctamente a los problemas verdaderos de los países del sur de la Eurozona. El estudio se basa en datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD) y la Agencia Europea de Estadísticas Eurostat.

¿Va de nuevo?
Rolando Cordera Campos
Ante la amenaza de un suicidio europeo al no aceptar ya las condiciones de un draconiano ajuste para pagar sus deudas, el gobierno griego acordó someterse a una expiación que de inmediato desató una explosión social furiosa, más allá de la indignación suave de las plazas españolas o francesas. Por su parte, el reputado analista del Financial Times, Martin Wolf, advierte: la austeridad por si sola puede llevar al desastre; reconocer los desequilibrios que trajo consigo la vasta acción anticíclica del pasado no debe implicar desconocer la peligrosa fase del ciclo que vive la mayoría de las economías avanzadas. Podría decirse así que los tiempos duros de alto riesgo no son sólo para Grecia y los periféricos de la zona euro, sino para el planeta en su conjunto.
Imperturbable, la nueva Dama de Hierro, émula pueblerina de la poco sofisticada señora Thatcher, desde Berlín insiste en vender cara su ayuda a los desvalijados países endeudados, y lleva al extremo un eufemismo criticado acerbamemte por Joseph Stiglitz: el rescate griego, más allá de las triquiñuelas de los gobernantes y sus asesores de Goldman Sachs, es sobre todo un rescate de los bancos internacionales que prestaron con alegría a los griegos bajo la ciencia y la paciencia de la eurocracia que sólo veía pasar las cuentas sin poner luz amarilla sobre un endeudamiento que no podía sino llevar a un aterrizaje forzoso.
Poner en orden la casa, equilibrar cargos y abonos al día, como tanto gustaban aconsejarnos los sabios del Fondo Monetario Internacional en los años 80, puede llevar de nuevo a varias décadas perdidas. La austeridad mal entendida –me comenta un experimentado funcionario internacional, familiarizado con la era de la atrición latinoamericana– no lleva al crecimiento y más bien orilla a largos momentos de parálisis, a encogimientos de los que luego resulta muy duro salir.
Esta es, empero, la perspectiva que Merkel y asociados trazan para Grecia, Irlanda, Portugal o España, con una visión que poco o nada tiene que ver con la esperanza civilizatoria de cambio con solidaridad y equidad, proclamado por la Europa de una o más velocidades, como la imaginara Delors, pero con un solo rumbo: la construcción de una Europa social, habitable por equitativa y dinámica por su formidable potencial innovador.
Habrá que esperar a que el doble movimiento de la sociedad europea, del que hablara Polanyi, puesto a marchar tranquilamente por los indignados, lleve a nuevos y audaces compromisos frente a una crisis que no parece capaz de desatar fuerzas endógenas para su superacion, pero sí de desplegar inercias y fijaciones que lleven a la economía y a la sociedad a largas pausas de atonía y regresión.
Con un nuevo trato, con tasas de interes bajas y plazos alargados, Grecia podría acercarse a un ajuste promisorio con crecimiento y pertenencia a un Euro renovado, al dirigirse a la conformación de un gobierno económico europeo. La lección debería ser contundente: no hay zona monetaria que sobreviva en ausencia de una política fiscal común. Por eso, la crisis griega no reside en Atenas sino en Bruselas, como escribiese Jacques Attali.
Sin embargo, a medida que pasan los dias y el verano impone sus vacaciones a los europeos, la vieja, pero siempre nueva, pregunta interviene impertinente: ¿Puede cambiar la segunda economía del planeta, global y ambiciosa, sin poner en orden con criterios de desarrollo y equidad a los mercados, convertidos hoy en poderes salvajes y (auto) destructivos?
La cercanía al precipicio le aumenta decibeles al reclamo de los indignados, quienes desde la Plaza del Sol montaron su propio y elocuente debate sobre el estado de la nación. Pero lo que exigen poco tiene que ver con las formas y falacias de un orden global nunca consumado pero ahora muy horadado.
Las tragedias del mundo que resumió la Segunda Guerra, llevaron a las naciones a buscar un régimen económico y político mundial que impidiera que aquello se repitiera, para que los panoramas negros de la Gran Depresion fueran historia pasada. Y fue mucho lo que se logró en los años que siguieron a la formación de la ONU y la firma de los acuerdos de Bretton Woods.
Al borde de la autodestrucción nuclear se tejió el desarrollo y la emergencia de naciones y pujantes territorios productivos y el capitalismo vivió una edad de oro.
Con la globalizacion y el fin de la bipolaridad, se reditó la hipótesis de que nos acercábamos a un nuevo orden, superior al de la Bella Época que dio pasó a las tinieblas de la Primera Guerra, la Gran Crisis y la Segunda contienda. Sería un orden sustentado en el mercado libre y único y en la democracia representativa de vocación planetaria. Y luego estalló la crisis, global como ninguna.
La fractura que irrumpiera en 2008 no se cierra y podría ahondarse sin pedir permiso. ¿Podrá evadirse la guerra o su aterrador equivalente de decenios de depresión económica y social, como condición inapelable para otra ola de reproducción capitalista ampliada? ¿Puede aspirarse a ello desde las maneras conceptuales e ideológicas que acompañaron a una globalización cuyos motores y resortes fundamentales aparecen hoy no sólo gastados sino corrosivos?
No son estas preguntas pepenadas en la vieja Europa, atribulada pero en vacaciones. Son campanas que también doblan por acá... y fuerte. Del norte al sur.

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