Valores de la autonomía
Hermann Bellinghausen
Una de las razones profundas de la crisis y la descomposición que
asolan al país es la carencia de una vocación autónoma tanto de las
instituciones como de la población, fruto del viejo paternalismo priísta (en
parte populista y corporativista, en parte asistencial, siempre manipulador) que
nos dejó inermes al arribo del neoliberalismo. Esto alcanzó una dimensión
catastrófica tras el ascenso de la ultraderecha y sus efectos perversos: ya no
sólo exportamos narcotraficantes sino, para mayor vergüenza, fanáticos
terroristas como el imbécil que pretendió asesinar la semana pasada a los
ciudadanos españoles que protestarían, con plausible realismo socioeconómico,
contra circo papal montado por el gobierno nominalmente socialista del señor
Zapatero.
No somos los únicos en esta condición, pero sí estamos entre las naciones más
gravemente aquejadas por el desmantelamiento progresivo de la Nación, inspirado
en la ideología del mercado
librea toda costa, mala aplicación de las recetas capitalistas que tienen hoy en riesgo al planeta entero.
En el mundo actual no parece existir mejor antídoto para el desmantelamiento
de la convivencia social que la práctica de autonomías reales, no importa cuan
locales o específicas. Resulta inevitable pensar en el ejemplo de las
comunidades zapatistas de Chiapas y de otras experiencias indígenas en el
continente. El caso de los rebeldes chiapanecos se da en condiciones extremas,
pero aún así, o precisamente por eso, debería ser considerado seriamente. Bien
es cierto que dicha experiencia se encuentra hoy fuera del radar de la
percepción pública. Es una lástima. Y no es dato menor el hecho de que la
respuesta contrainsurgente durante sus tres lustros de vida haya sido el barril
sin fondo del asistencialismo manipulador de sucesivos gobiernos federales y
estatales para sitiar esa autonomía no sólo con tropas federales sino, sobre
todo, con inversiones huecas pero desmovilizadoras que viniendo directamente de
los manuales del Pentágono se fincan en los peores usos y costumbres de un
priísmo ya en desuso en el resto del país.
Sin embargo, las viejas prácticas de engañar al pobrerío con programas, pan y
circo gozan de cabal salud en ciertas entidades, tanto, que auguran un retorno
del PRI a escala nacional, cuyo proyecto será impedir el cambio y seguir así
enajenando territorios y capacidades autogestivas de la población en favor del
extractivismo brutal y el desmantelamiento comunitario. No muy diferentes
procedimientos a los empleados en Chiapas (priísta bajo franquicia perredista)
han usado los recientes gobiernos tricolores en Coahuila, Oaxaca,
Veracruz o su buque insignia del estado de México y sus tácticas de
garrote-y-Gaviota (perdón, zanahoria). Todo, a costa de un endeudamiento
gubernamental que pronto reventará en la insolvencia y, previsiblemente, la
represión.
El verdadero instrumento para sostener el avance del capitalismo voraz y
suicida no es esta manipulación de
apoyoscon pies de barro y mucha propaganda, sino la guerra. Con el negocio ilegal de drogas y armas, y su presunto
combate, como paradigmas del neoliberalismo, los gobiernos panistas pavimentan el falso retorno de aquel priísmo ya bien muerto y enterrado. Se trata de impedir que el organismo social se organice y sea capaz de sobrevivir por sí mismo. Desigualdad y miedo son la clave. Dependientes nos quieren.
El plan de arriba es malbaratar el petróleo, los recursos del subsuelo (agua,
oro, lo que haiga). El estorbo está en la gente, el más desechable de
nuestros recursos desechables. Nada más subversivo entonces que las capacidades
autogestivas y de autodeterminación, peligroso valladar, a los ojos del poder,
contra el avance de trasnacionales y grandes financieras a las que desde el
salinismo el gobierno vendió su alma y nuestros suelos. Al poder le aterra que
los productores rurales sean capaces de generar su propia subsistencia y la del
resto de la población. Recordemos el Walmart en Teotihuacán y el bobo argumento
de que
estimularíala competitividad de los comerciantes y productores locales, tarea imposible dadas la aplastante desventaja de dicha
competenciay la monopolización de mercancías de la mega cadena estadunidense.
Sin una vocación de autonomía no detendremos la guerra (declarada contra
nosotros) ni salvaremos la soberanía de México. Mentiras más o menos, el
gobierno vicariamente asistencialista renunció a su obligación constitucional de
proporcionar atención a la salud, educación libre, gratuita y de buena calidad,
ya no digamos el deber elemental de proteger la vida y la seguridad de los
ciudadanos. Es hora de mirarnos en el espejo de las comunidades mapuche y la
juventud chilena, por ejemplo, que tras casi 40 años de postración neoliberal
(pinochetismo mediante), salen al fin a reclamar lo mínimo: el derecho a ser
ciudadanos. En el mundo de hoy, sólo la autonomía y la justicia social ofrecen
algún futuro.
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