Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

lunes, 3 de diciembre de 2012

ASTILLERO- El beneficio de la duda- Concordia por decreto-¿Dónde estaban todos estos?- Pacto, inercias y oportunidad

Astillero
Operación Relámpago
Tres golpes
Discurso del odio
Pacto sin México
Julio Hernández López
Foto
ACUERDO POLÍTICO. El secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, durante la firma del Pacto por México. Detrás, José Murat, Carlos Navarrete y Juan Molinar Horcasitas
Foto Cristina Rodríguez
Al primer minuto del sábado en que habría de rendir protesta ante un alaciado poder legislativo, ya Enrique Peña Nieto se había posesionado del cargo y, aun sin jurar que se conduciría conforme a los postulados constitucionales, instaló a su gabinete de seguridad y le tomó protesta sin que nadie se la hubiera tomado a él. Luego, en un día de violencia pública sin precedente en la capital del país, vio instalarse el proceso de desgaste mediático y social para el movimiento 132, el lopezobradorismo y las protestas públicas a cuenta de un vandalismo que políticamente abre las puertas a un mayor autoritarismo desde Los Pinos. Y al otro día, como bálsamo de gran oportunidad, antítesis del porrismo previo, contraste venturosamente llegado, se hizo de un instrumento de control político y partidista al llevar de la mano a los dirigentes de su presunta oposición principal, el panismo desfondado y el perredismo negociante, a firmar un Pacto por México que promete impulsar reformas de interés para esos partidos a cambio de que se mantengan sometidos a una ruta institucional administrada obviamente por el PRI.
 
Al tomar de golpe el control de la administración federal, el adquirente de la Presidencia de la República demeritó el acto republicano de juramentación constitucional, rebajándolo a mera ceremonia de la que se puede prescindir o cumplir en contados minutos burocráticos (las reformas constitucionales hechas para conjurar el 2006 permiten que un presidente electo pueda rendir protesta, en caso de que no pudiera hacerlo ante órganos legislativos, en cualquier lugar y circunstancia, pero con la presencia del presidente de la Suprema Corte).
 
Peña Nieto no ejecutó una transferencia de poder silenciosa e informal, como la que Felipe Calderón pidió como concesión a Vicente Fox en la primera hora de diciembre de 2006. Al contrario, el nuevo portador de la banda hizo que la apropiación madrugadora fuese difundida con la mayor amplitud, para dejar constancia de que los hechos estaban consumados. No es un dato menor preguntarse si los juramentos de respeto a la Constitución y la legalidad que fueron hechos por el gabinete de seguridad en esa oscuridad sabatina tienen validez jurídica y política si aquel ante quien la rindieron aún no lo había hecho ante el poder legislativo.
 
El segundo trazo parece ser muy confuso y oscuro pero, a fin de cuentas, resulta claramente favorable en términos políticos para Peña Nieto (en http://on.fb.me/TDfK6R pueden leerse seis puntos de análisis que este tecleador puso en Internet el mismo sábado). La violencia desatada en las inmediaciones de San Lázaro tuvo un registro lineal: grupos de jóvenes (no sólo del 132, sino de otras vertientes, como los anarquistas y otros chavos genuinamente deseosos de confrontarse con el poder establecido y de desahogar con fuerza su indignación y desesperanza, sobre todo contra íconos del sistema al que rechazan), profesores con largo historial de lucha, sindicalistas y otros ciudadanos inconformes desarrollaron una protesta desventajosa pero así aceptada contra policías federales y miembros del Estado Mayor Presidencial. Resultaron varios heridos (en un caso se habló de muerte, que no la hubo aunque sí una lesión de gravedad absoluta).
 
Pero conforme avanzaba la marcha de San Lázaro al Zócalo, para dar continuidad a las protestas, una violencia desmedida crecía. Segmentos minoritarios, con pañuelos, capuchas u otras formas de encubrimiento, se dedicaron a generar daños (parabuses, estaciones de gasolina, algunos vehículos y cabinas telefónicas, sobre todo) sin que hubiera forma de argumentación de otros jóvenes que los convenciera de desistir.
 
A la hora en que Andrés Manuel López Obrador había hecho en el Ángel de la Independencia una condena de la violencia gubernamental contra las protestas que al momento en que hablaba el tabasqueño tenían como referente lo sucedido en San Lázaro, no el curso de la marcha hacia el Zócalo, comenzó en el Sanborns de Eje Central, frente a Bellas Artes, el vandalismo que colocaría a AMLO en una aparente defensa de esa violencia extrema. Así, López Obrador parecía justificar y arropar lo que nunca ha permitido que se dé en su movimiento ni en los momentos de mayor encono. Parte de ese flujo juvenil destructivo alcanzó a llegar al Ángel cuando había terminado el acto de Morena. Por lo pronto, mediáticamente se instaló de inmediato un guión que adjudica al discurso de odio la responsabilidad de los hechos vandálicos.
 
Diversos videos y testimonios plantean la hipótesis de los provocadores infiltrados en las protestas sabatinas. Siempre los ha habido. Pero también es cierto que hay un hartazgo social tan fuerte en ciertos grupos juveniles (en http://on.fb.me/UalhQK puede leerse sobre uno de los grupos anarquistas participantes, Bloque Negro México) que no todo lo sucedido puede ser adjudicado a factores externos. El sistema ha cerrado las puertas a gran parte de los jóvenes, mostrándoles además, mediante fraudes electorales o compra de presidencias, que es inviable el camino institucional. Por lo pronto, con la colaboración de una policía capitalina que golpeó y detuvo a granel, se revivieron escenas del diazordacismo clásico que tan cercano es a la vocación atenquista ahora encaramada en Los Pinos.
 
Tomado el poder de golpe madrugador, e instalado el pretexto político para la mano dura y la criminalización de la disidencia, el desenlace feliz del ciclo ha sido la firma del Pacto que permitirá la instauración del reformismo peñanietista nefasto y la promesa (te lo pacto y ¿te lo cumplo?) de impulsar cambios profundos en materia de telecomunicaciones (reducir el poder de Televisa para que Los Pinos y la clase política no sigan siendo sus rehenes y servidores), monopolios en general y educación (supuesta guerra contra Gordillo). Pacto de élites sin fuerza ni legitimidad social.
 
Y, mientras son vistos los álbumes de fotografías tomadas por este tecleador durante el sábado negro (http://on.fb.me/-Vf9AJP) y por Julio Alejandro (http://ow.ly/fL4ry) ¡hasta mañana!
Twitter: @julioastillero
Facebook: Julio Astillero
El beneficio de la duda
Víctor Flores Olea
Entre oposiciones aisladas pero firmes, hasta el punto de obligar a intervenciones policiacas también relativamente esporádicas pero contundentes –ahí están las fotografías de los heridos– protestatarios de un triunfo presidencial que otra vez se pone en duda, y que debiera ser, vinculado a lo anterior, el decimocuarto compromiso con la nación del Presidente Peña Nieto, éste sí contundente y difícil de lograr, pero absolutamente necesario para la nación, es decir, el compromiso de limpiar las suciedades y trampas electorales que siguen siendo parte sustancial de nuestro sistema.
 
Pero ir al fondo, lo cual significa también poner en su debido espacio y lugar a los poderes fácticos que, todo indica, en México y en otros muchos lugares intervienen descaradamente y se han apoderado en buena medida de las decisiones políticas fundamentales del país, torciendo y desprestigiando a la democracia, y no sólo eso, sino quitándole sus valores originales y convirtiéndolos en un teatro de marionetas, donde las campañas políticas y la asistencia ciudadana a las urnas, aun cuando sea relativamente masiva, abundante, terminan siendo negadas y rechazadas por la ciudadanía. Tal es el caso actual de México, en que son variadas las dudas sobre la limpieza electoral, pero que no significan, en general, un desconocimiento de sus resultados fundamentales: la aceptación del Presidente de la República, que podrá recibir todas las objeciones que se quiera, pero no un desconocimiento realmente masivo.

Pero justamente por estas dudas, que se han presentado en prácticamente todas las últimas elecciones, Peña Nieto debería tener la firme decisión de acercarse en México a un firme y limpio proceso electoral, que sea poco contestado y aceptado. Hija su presidencia de un proceso electoral pleno de dudas y borrones, debiera ser su mandato ocasión también para convertir los procesos electorales adulterados y torcidos en procesos más limpios y aceptables para el conjunto de la sociedad; en esto bien valdría la pena aplicar con el mayor entusiasmo posible la voluntad de limpia, de enderezar los procesos electorales y de convertirlos realmente en algo generalmente aceptable. Tal es la mayor exigencia del pueblo en el momento actual, tal sería la mayor hazaña política en que se pudiera pensar hoy. Sí, los 13 compromisos con la nación que ha expresado Peña Nieto, pero además, el decimocuarto de limpiar los procesos electorales, que significaría, ese sí, un adelanto profundamente significativo en nuestra historia política.

Dicho esto, justo es reconocer que las 13 decisiones a que se comprometió Peña Nieto en su discurso inaugural apuntan hacia una república más avanzada y, diríamos, en efecto, más democrática y justa. Y añadir que fue buena idea condensar en puntos concretos lo que normalmente permanece, en este tipo de ocasiones y discursos, en la vaguedad de las obligadas retóricas. En esta ocasión, aun cuando no faltaron las parrafadas retóricas de Peña Nieto –que parecen ser constitutivas de su manera de expresarse–, los famosos 13 puntos de compromisos específicos parecen haber causado una buena, a veces una muy buena impresión entre la ciudadanía. Por supuesto, la misma ciudadanía espera que se cumplan puntualmente, lo que será una indudable ganancia política para su autor.
 
En esos 13 puntos cardinales se pueden encontrar líneas organizativas que vale la pena resaltar: los tres primeros aluden a temas de seguridad, delincuencia y víctimas de delitos, entre los que se ha subrayado mucho la unificación nacional de la ley penal y la de procedimientos penales, que facilitará enormemente establecer criterios unitarios en el país sobre estas materias. Tarea no fácil, pero no imposible políticamente, sobre la que Peña contará con el apoyo de los vinculados a estos temas, y que tienden además a desbaratar todo el mundillo muy nutrido de litigantes y gestores que han vivido de explotar las incompatibilidades legislativas entre los estados.
Los siguientes puntos –4) emprender una cruzada nacional contra el hambre, 5) otorgar seguro de vida a los jefes de familia, 6) otorgar pensiones los mayores de 65 años– se refieren esencialmente al propósito de equilibrar mínimamente los niveles de vida entre los mexicanos, ayudando a los más necesitados. Pienso que esta cruzada debería abarcar varios otros puntos esenciales, pero, en fin, para comenzar no está mal.
 
El siguiente punto parece dirigido especialmente a controlar los intereses de Elba Esther Gordillo, líder vitalicia del sindicato de maestros: 7) establecer el Servicio Profesional de Carrera Docente y el sistema Nacional de Evaluación Educativa, proporcionando el Inegi un censo nacional de escuelas, maestros y alumnos. Tal vez no suficiente para arrancar de las manos de Elba Esther el control del más grande sindicato de trabajadores en México, pero pudiera ser un primer paso importante para disminuir su control indiscutido.
 
En la parte de reforzar la infraestructura del país resalta la importancia que otorga Peña a la construcción de líneas férreas en Quintana Roo, Toluca, Monterrey, La Paz. Visión novedosa que había sido absolutamente perdida por las anteriores administraciones, sin importar los partidos.
 
La licitación de dos nuevos canales de tv abierta. Este compromiso tiende a impulsar la competencia en el campo de los medios de comunicación que sin duda es bienvenido.
 
Los últimos puntos de sus compromisos, también bienvenidos, se refieren a mantener los controles presupuestarios y propone una ley nacional de responsabilidad hacendaria y deuda pública, proponer presupuestos para los años futuros (1913) con cero déficit presupuestal. Además de medidas de austeridad y disciplina presupuestal para el gasto público.
 
Como se ve, en el repertorio de compromisos de Peña en su primer discurso político solemne ya como Presidente toma de aquí y de allá para no desilusionar a todo el espectro político, sino en cada caso equilibradas las medidas para no irse ni a un extremo ni a otro. De todos modos, sería importante que Peña cumpliera estrictamente con estos compromisos a los que debieran seguir otros con claro contenido social, que es lo más importante para la República hoy.
Entregando al tigre-Rocha
Concordia por decreto
Bernardo Bátiz V.
El ritual de la transmisión de poderes de un presidente impopular a otro también impopular, que tienen que mantenerse alejados del pueblo y rodeados de soldados e incondicionales, pasó sin pena ni gloria y ocupa el segundo término en la atención pública reciente; lo importante de la última semana parece ser el llamado a un Acuerdo Nacional por México.
 
Los políticos profesionales representantes del sistema, los mismos que han llevado a México a la desolada situación en que se encuentra, proponen nuevamente un remedio con un nombre manido y gastado, que igual o parecido hemos escuchado en otras ocasiones, para pasar el momento y para ser olvidado poco tiempo después; acuerdo grande o sin adjetivos, pacto, reforma, conferencia, de esto o de aquello, convenio para lo otro, todo por supuesto por México, por la salvación nacional, por el rescate de nuestro país y con las vagas intenciones de hacernos más competitivos y de que nuestro país crezca.

Igual que en otras ocasiones, se trata hoy de librar una coyuntura difícil para ellos, la de la despedida de un régimen y el inicio de otro, ambos amenazados por el descontento popular que no logró acallar del todo la mercadotecnia que se empleó con gastos exagerados, tanto para promover la imagen del que llega como para tratar de salvar algo de la del que se va.

Quisieran, quienes manejan la política actual desde las cúpulas de los llamados partidos grandes, que bastara su voluntad expresada en ruedas de prensa o manifestada en amigables reuniones debidamente fotografiadas para que las cosas cambiaran; quisieran que las grandes divisiones y los rencores, que ellos mismos han provocado en la sociedad mexicana, se borraran por efecto de su puro deseo y cambiaran a una concordia que no tiene en qué fundamentarse.

Por tantos años lo han hecho tan mal, lo mismo en economía que en educación, lo mismo en el campo que en la minería o en el fomento industrial, han sido tan torpes y entreguistas, tan injustos con los pueblos indígenas y con los pobres de las ciudades, con los trabajadores, los pequeños empresarios y los empleados, que ya no se puede tener confianza en sus promesas. Ciertamente se necesita un cambio, pero no son ellos los que pueden lograrlo, porque lo que tienen en la mira no es resolver problemas, sino encontrar fórmulas para distribuirse cargos, prebendas y recursos.

En 1929 el presidente Plutarco Elías Calles encontró una fórmula para controlar a todos los grupos políticos, muchos armados, que surgieron del movimiento revolucionario; para ello creó un partido oficial llamado entonces Partido Nacional Revolucionario, al que se integraron en cuatro grandes sectores todos los que tenían intención de participar en la política. Los sectores, campesino, laboral, popular y militar se distribuyeron el poder y a su vez lo repartieron entre sus afiliados. Fuera del partido que después se llamó de la Revolución Mexicana y posteriormente Revolucionario Institucional, nadie podía hacer política.
 
Al correr del tiempo la persistencia de la oposición y nuevas circunstancias llevaron a México, no por voluntad democrática del partido oficial, sino por tenacidad ciudadana de los opositores, a composiciones diferentes del Poder Legislativo y a lo que fue en 2000 una alternancia de siglas en el Poder Ejecutivo.
 
Sin embargo, los políticos profesionales no quieren sujetarse realmente a reglas democráticas, ni les agrada sentirse sujetos por normas legales: prefieren la teatralidad de sus pactos, convenios y congresos, donde se lucen, salen en la foto y toman compromisos ligeros, que fácilmente olvidan después y sin consecuencias jurídicas.
 
La concordia por decreto de la que nos quieren convencer es una imitación lejana y pequeña de la solución de 1929; en vez de sectores, pretenden formar con la clase política una unión de partidos, controlados por los poderes fácticos y por quien se encuentre en el Poder Ejecutivo, que discutan y negocien posiciones, excluyendo a cualquiera que fuera de ese pacto pretenda participar en la vida pública del país.
 
Confían en salir adelante a partir de lo que puedan distribuir entre los que acepten las reglas de ese juego perverso; no toman en cuenta y eso dará al traste su proyecto. Hay cada vez más grupos de ciudadanos y ciudadanos aún no organizados que repudian este tipo de política y que aspiran a otra diferente, participativa, basada en la ética, y desde el pueblo, que busque la equidad, donde los votos y las opiniones cuenten, no sólo las decisiones, arreglos y componendas de cúpulas y dirigentes.
 
La gente, nosotros, también queremos concordia, pero no por decreto ni por acuerdo de unos cuantos: la concordia debe buscarse, pero a partir de la verdad, del respeto a las reglas democráticas y poniendo por encima de los intereses particulares o sectoriales los intereses de nuestra amplia y generosa comunidad mexicana.
Identidad definida-Helguera
¿Dónde estaban todos estos?
Gonzalo Martínez Corbalá
Pienso que eso fue lo que estuvo preguntándose Vicente todo el día: estas tepocatas se me escondieron los seis años, y luego por eso fue que no pude entregar ningún poder, pues ¿cómo puede transmitirse lo que no se tiene? En verdad no había manera de que el presidente anterior, su compañero de partido, además de la banda presidencial que, por cierto, poco faltó para que en el tumulto se perdiera, le hubiera transmitido algo más que la risa que causó a los mexicanos con mucho sentido del humor –porque a otros más bien nos dio coraje– el pase de banda interceptado y luego embrocársela a toda prisa para esconderse rápidamente tras banderas, antes de que se la quitaran y se quedara desbandado. Buena nota, Tacho, habría dicho Jacobo. Pero nada más. Porque lo que debió haber sido una transmisión del mando presidencial verdadera y real tuvo que esperar seis años para verse en el caso, organizada la ceremonia por el PRI, y para que la banda pasara, como el protocolo correspondiente indica, de manos del presidente del Congreso, Jesús Murillo Karam, a las del presidente entrante Enrique Peña Nieto, sin sobresalto alguno.
 
Todo este trance fue instaurado constitucionalmente desde 1917 y puesto en práctica por 18 presidentes, empezando por Álvaro Obregón y con alguna duda en el caso de Portes Gil, quien fue presidente interino. Luego también cuando el general Abelardo Rodríguez recibe el poder del único presidente ingeniero, Ortiz Rubio, quien renunció al cargo por causas graves (un atentado fallido), fue invariablemente una ceremonia austera que vino a ser festejada con notas de color, hasta que el tránsito de Vicente Fox a Felipe Calderón, del PAN al PAN, en las condiciones a las que nos referimos brevemente, para pasar a comentar a la de este fin de noviembre, y de semana, en el que el PRI recupera el poder real, para quedar bajo la guía de Enrique Peña Nieto, joven ex gobernador en el estado de México, después de los dos sexenios de ocurrencias y gracejadas de Fox y de desatinos de Felipe Calderón, quien ha venido a presentar lo planeado, lo hecho y lo esperado como logrado en los últimos días de su gobierno, agregando lo ansiado por el pueblo mexicano a su cuenta, como ya resuelto, que, como todos absolutamente todos sabemos, es la inseguridad dramática, que trágicamente nos ha flagelado a todos los que habitamos este territorio, del que tendrá que separarse Felipe Calderón una temporada lo suficientemente grande para seguir acariciando la idea de que él, durante su sexenio, lo deja en la vía del progreso y de la realización de la justicia, pues él afirma machaconamente que se va de Los Pinos tranquilo por haber cumplido con su deber.

Y no sólo lo afirma de esta manera, sino que ofrece –amenaza, diría yo– con dar consultorías, a todo aquel país que lo solicite, o sin saberlo lo necesite para superar algún impedimento, o problemas como los que él deja a Peña Nieto, tranquilo por haberlos resuelto, sin que los mexicanos nos hubiéramos percatado ya de ello y sigamos expulsando migrantes compatriotas al vecino país del norte para conseguir un trabajo que no pudimos darles en México –durante el gobierno del empleo–, por ejemplo, el cierre de operaciones definitivo de Mexicana de Aviación, una de las primeras aerolíneas del mundo, y sigamos la cuenta de secuestros y asesinatos, en las calles o en los sitios públicos, o dentro de las casas también. Herencia que nos deja el gobierno de dos sexenios a nuestro país.
 
La impresionante presencia del Ejército, de la Marina y de la fuerza pública en general en estos días de celebración de la toma de posesión del cargo de mayor responsabilidad en un país, a pesar de todo democrático, no fue para agradecer la eficacia con la que se manejó estos dos sexenios, sino para demostrar que la lealtad de las fuerzas armadas de México, su fuerza, organización y capacidad de movilización para mantener firme y claramente la paz y para mostrar al presidente Peña Nieto que allí están, preparados y dispuestos a hacer realidad la soberanía popular, bajo el mando de un supremo comandante que dedicará todo su tiempo y toda su energía, sin descanso y con verdadero empeño, a que la paz en México sea realmente expresión del respeto a la Constitución de la República y a sus leyes, y no a fantasías imaginarias, que contrariamente a lo que el presidente saliente se forjó para su propio y personal disfrute, y que saldrán a flote muy pronto, tanto como el nuevo equipo presidencial se dispondrá a contrarrestarlas en el terreno de la realidad.
 
El presidente Peña Nieto se dispondrá a luchar con toda esa fuerza que en estos días se hizo presente, y con la experiencia y la habilidad demostrada ampliamente, por el equipo de funcionarios aptos, para activar la economía y lograr el progreso social, que los mexicanos demandamos para nuestros hijos y nietos.
 
Ciertamente a los problemas militares hay que darles soluciones del mismo orden, así como a los complejos problemas civiles es necesario, inevitable, darles soluciones de naturaleza civil. Para todo ello, en estos momentos, hay el conocimiento, la experiencia, el equipo material requerido, la voluntad y la decisión de hacerlo. De valerse de ello, con la rapidez requerida, no para dedicar tiempo y espacio para disponer de las facilidades para desviaciones de índole diversa, sino para enfrentar con mayor energía y con mayor eficacia los problemas que se presenten. El equipo presidencial humano y el material necesario para hacerlo valer están ya listos, es más, si no me equivoco, ahora mismo, están ya iniciando la lucha para ganar tiempo.
 
No más de aquello que Darío Rubio en su libro de refranes, proverbios y dichos y dicharachos mexicanos, interpreta como para que al final suceda que falta lo que a los pantalones de don Justo: el fundillo, las dos piernas y la bastilla de abajo.
Pacto por México-Hernández
Pacto, inercias y oportunidad
Ayer, en su segundo día al frente del Poder Ejecutivo, Enrique Peña Nieto suscribió con los dirigentes de los tres principales partidos políticos del país –PRI, PAN y PRD– un conjunto de acuerdos, denominados Pacto por México, por el que se comprometen a diversas acciones de gobierno y reformas legislativas orientadas a cinco objetivos fundamentales: gobernabilidad democrática; crecimiento económico, empleo y competitividad; ejercicio pleno de derechos sociales y libertades; seguridad y justicia, así como transparencia, rendición de cuentas y combate a la corrupción.
 
Más allá de los buenos propósitos, el acuerdo enfrenta como primera dificultad hacer compatibles visiones programáticas distintas, e incluso contrapuestas, con miras al cumplimiento de cada fin. En concreto, debe hacerse notar que la realización de cuatro de los cinco acuerdos –gobernabilidad, crecimiento económico, seguridad y derechos sociales plenos– luce incompatible con la continuidad del modelo económico depredador aún vigente, al que se han venido aferrando las sucesivas presidencias a partir de Carlos Salinas y la mayoría de los representantes y autoridades emanados del PRI y el PAN, modelo que en más de dos décadas de ser aplicado ha potenciado la pobreza, la desigualdad y la marginación; ha privado al país de bases para un crecimiento económico sólido y duradero; ha derivado en una sociedad tremendamente excluyente, en la que sistemáticamente son vulnerados los derechos sociales y las libertades de las mayorías, y ha alimentado el surgimiento de escenarios de violencia, inseguridad e ingobernabilidad en todo el país.

El llamado de Peña al diálogo y al consenso con los institutos políticos y los distintos actores de la sociedad plantea una oportunidad para inducir un golpe de timón en materia de política económica que permita dotar de sustancia los propósitos enunciados ayer en el Castillo de Chapultepec. Para ello es imprescindible que las autoridades concreten cuanto antes la aplicación de medidas que permitan salir de la nefasta preceptiva del llamado Consenso de Washington, empezando por una dignificación de los salarios y una reorientación del gasto público a aquellos rubros que debieran ser prioridad nacional: salud, educación, generación de empleos y bienestar.
 
Con respecto a la renovada pretensión oficial de incrementar la recaudación –como prevé el documento firmado ayer por las dirigencias partidistas y el gobierno federal–, es pertinente reiterar que tales recursos deberán obtenerse de una política fiscal justa y equitativa, que incluya el cobro de impuestos a los dueños de las grandes fortunas y la eliminación de las insultantes exenciones de que hoy gozan las operaciones bursátiles y los grandes conglomerados empresariales.
 
Mención aparte merece el planteamiento, incluido en el acuerdo, de lograr que el sector energético nacional sea el motor del desarrollo, pues se corre el riesgo de que con ese pretexto se rediten los intentos por trasladar las industrias que componen dicho sector a manos de particulares, y de reactivar con ello un factor de tensión, división y rechazo nacional.
 
En conclusión, si lo que se quiere es que el acuerdo suscrito ayer sea respaldado por todos los ciudadanos, como afirmó Peña, lo mínimo que cabría esperar es que los firmantes mostraran la voluntad política necesaria para abandonar las inercias ideológicas excluyentes y nocivas que hasta ahora condicionan las acciones del gobierno en beneficio de reducidos grupos de interés y en perjuicio del bienestar general. De no actuar en este sentido, el documento suscrito ayer en Chapultepec quedará desacreditado como mero acuerdo cupular.

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