CLAROSCUROS DEL TEATRO MÁS GRANDE DEL MUNDO
Por: Alfonso Castañeda - marzo 28 de 2013 - 0:00INVESTIGACIONES, Investigaciones especiales - 1 comentario
La Pasión de Cristo en Iztapalapa cumple 170 años y tiene reconocimientos nacionales y extranjeros. Ha crecido tanto que de celebración religiosa en Semana Santa pasó incluso a a tener un uso electoral, partidista y político.
Ciudad de México, 28 de marzo (SinEmbargo).– Una niña improvisa un parlamento, mientras su mamá le toma una fotografía. La niña no tiene vergüenza, incluso le gusta que la gente se detenga y la mire por un momento. Lo hace en uno de los cinco escenarios que se instalaron en la explanada, para la representación 170 de la Pasión de Cristo en Iztapalapa, en la Ciudad de México.
Ahí mismo, en el Jardín Cuitláhuac, más de 20 chicos respiran hondo, almacenan aire y a la cuenta de tres tocan las fanfarrias. Lo hacen una y otra vez, con perfección y todos parejos. El instructor les explica que deben dar la nota, que los verá todo el país, todo el mundo. Deben hacerlo bien y pronto, porque están a unos días de comenzar las festividades de la Pasión. La noche ha caído, pero tampoco importa tanto. Y es que en Iztapalapa, los días no tienen descanso. La fiesta ha comenzado.
Detrás del escenario, donde la niña daba muestra de su temprano histrionismo, se montó una exposición temporal sobre la Pasión de Iztapalapa. La gente se detiene a contemplar las fotografías, que datan desde los años 50, hasta las más recientes, a color. Algunas menciones como el premio Quo-Discovery, otorgado en octubre de 2011, por la escenografía. Por supuesto, tampoco se puede soslayar que un año antes, en 2010, se le declaró a la Pasión como Patrimonio Cultural de la Delegación Iztapalapa; y el 2 de abril de 2012, Patrimonio Intangible del Distrito Federal.
Todos, ahí en Iztapalapa, vanaglorian del reconocimiento mediático e internacional. Llegan las cámaras de televisión y los iztapalapenses se emocionan. Hasta parece que están acostumbrados a que los intercepten en la explanada. Por ejemplo, don Miguel Ángel Guerra. Habla más fuerte y varios nos detenemos a escuchar su relato sobre alguna fotografía o alguna anécdota en tiempos pasados.
Dice don Miguel Ángel que los tiempos en Iztapalapa han cambiado. Por ejemplo, él recuerda un pueblo grande, donde todos se conocían. “La Pasión era otra cosa: no había audiciones, como ahora; tampoco tantos medios. Digamos que antes era más un evento religioso que se convirtió en algo más de celebración. Un orgullo para nosotros”, lo enfatiza emocionado.
Sin embargo, tras la gran celebración existen polémicas y claroscuros. Para el autor del documental, Iztapalapa, memoria y tradición, Francisco Alatriste Torres “lo que hay de fondo en esta gran celebración es un tema político: sí de prestigio, porque quien participa en la Pasión, tiene cierto estatus; pero también hay quienes se manifiestan públicamente por un candidato o un partido político. Hay personajes de la Pasión que luego ocupan cargos públicos o de representación popular”.
Otro claroscuro, para el investigador Alatriste Torres es el papel que tienen los medios de comunicación. “Por un lado han proyectado la Pasión a nivel internacional; pero lo han hecho de manera muy superficial, sin contemplar todo el contenido cultural y, sobre todo, histórico que tiene la Pasión de Iztapalapa”, afirma.
Esto, de cierta forma, lo acepta don Miguel Ángel, él quien desde los nueve años ha participado en el Viacrucis, asegura que lo han entrevistado medios y dice que siempre tiene un personaje que representar. Orgulloso, dice que él representará al sumo sacerdote Anás, aunque confiesa que en otras ocasiones también interpretó a Neftalí, Judas Iscariote y… su memoria no le da para recordar cuántos personajes encarnó. “Gracias a los medios, los que somos de Iztapalapa, tenemos una forma de vernos ante el mundo. Somos un pueblo de tradición”, dice.
FIESTA CON HISTORIA
Una cápsula a las dos y media de la tarde. Hechos meridiano, el noticiario de Tv Azteca, muestra el perfil de Jesús Flores, el joven que representará a Jesús en la Pasión de Iztapalapa. Como fondo musical, una pista triste y melodramática; imágenes de un joven casi heroico y ejemplar. Un brevísimo recuento de la Pasión, pero sin historia. Parece el mismo formato de siempre, donde no hay algo distinto. La crucifixión de Cristo, vista a través de una Iztapalapa lacrimógena o populachera.
Aquella percepción dista mucho de lo que sucede en las casas, en las calles, en los sitios públicos de Iztapalapa. Las iglesias son visitadas con devoción; las plazas públicas son ya una fiesta. ¿Y la historia? Aquí, el investigador Francisco Alatriste explica: “Lo que vemos en televisión, el Viernes Santo, es una mirada superflua. La inmersión de los medios en esta gran celebración, por un lado la hizo más grande; y por el otro, le quitó el sentido cultural que tiene. Muchos iztapalapenses ni siquiera saben el trasfondo de esta representación”.
Algunos consideran la Pasión de Iztapalapa como el gran teatro del pueblo hecho por el pueblo. Carlos Monsiváis catalogó la representación como: “[…] el último, genuino, avasallador teatro de masas que queda en la República Mexicana”. Otro cronista, Juan Villoro diría: “Lo decisivo es que en Iztapalapa están todos lo que deben estar: los protagonistas y colados, la minoría de los escépticos y los curiosos de a montón. Incluso los ausentes se apersonan a través de los recuerdos de quienes asisten”.
Para el maestro de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), Francisco Alatriste, “después del 12 de diciembre, con la celebración de la Virgen de Guadalupe, se considera la Pasión de Iztapalapa como la máxima fiesta en México, hablando en términos culturales y religiosos”.
Un artículo titulado La teatralidad actual de la Pasión en Iztapalapa, del investigador Armando Partida, asegura que la representación se dio de manera fortuita porque en 1833, “la cólera morbus azotó y diezmó a la población de este poblado (sic) y, en agradecimiento de que se hubiese terminado, los lugareños reiniciaron la tradición de la celebración de la Semana Santa”. Este hecho histórico es respaldado por el Comité Organizador de Semana Santa en Iztapalapa, quien en su página oficial cita tal suceso como verídico.
No obstante, presidente de la Asociación Profesionales en Iztapalapa, Ángel de la Rosa Blancas, uno de los críticos más firmes al Comité Organizador, asegura que en la iglesia de San Lucas, ubicada en la explanada delegacional, existen dos tomos con expedientes de la Cofradía del Sagrado Sacramento, “donde se dice que desde 1736 se daban 25 pesos, de ese tiempo, para hacerse la celebración. Pero no era un hecho que se inventó en Iztapalapa, sino una forma de convertir a los indios naturales en católicos. Lo que se llama teatro evangelizador, un teatro con fines didácticos”, aclara.
Lo cierto es que la Pasión de Iztapalapa, en medio de guerras y la crispación política y social, sorteó distintos episodios de la historia, desde su creación oficial en 1843. Por ejemplo: en 1846 estalla la guerra contra Estados Unidos, sin que afectara los preparativos ni la celebración. En 1857, con la Guerra de Reforma, que duró aproximadamente cuatro años, la representación se hizo dentro de la iglesia de San Lucas. Lo mismo sucedió décadas después, durante la Guerra Cristera, atrincherados en esa misma iglesia… la Pasión no se interrumpió.
La Pasión de Iztapalapa era representada, en un inicio con textos bíblicos y se utilizaban imágenes de bulto que recorrían las calles aledañas a la parroquia de San Lucas, hasta llegar al Santuario del Señor de la Cuevita, uno de los lugares más emblemáticos del lugar. Entre 1920 y 1925, los organizadores de entonces decidieron vestir de morado a los niños, y con una corona de espinas en la cabeza, se dio origen a los nazarenos, que hasta la fecha representan una parte fundamental en el Viacrucis.
Fue hasta inicios de 1940 cuando quedaron los ocho barrios que conformaron la zona urbana de Iztapalapa, lo que atrajo más gente y propició que la Pasión tuviera más alcances. En 1994 se constituye el Comité Organizador, aunque Ángel de la Rosa asegura antes que se le conocía como el Concilio. “Digamos que, históricamente, pasó de ser una Pasión organizada y creada por el pueblo, a ser una manejada por la delegación de Iztapalapa y el propio Comité”, advierte.
TERCERA LLAMADA
Es viernes y da inicio el ensayo final. Caminando por la calle Aztecas, en un trayecto lleno de negocios, puestos ambulantes y señoras que platican en la calle, se llega por fin a la Casa de los Ensayos. Es el lugar donde se ensayan las Pasiones desde hace casi 70 años. Propiedad de don Juan Cano Martínez, quien falleció en diciembre pasado, es reconocida por los vecinos del barrio como el lugar donde se gesta la gran fiesta, donde Iztapalapa toma identidad en el mundo.
En medio de espectadores y medios de comunicación, el ensayo comienza con algunas de las escenas principales. Jesús y la Samaritana; la resucitación de Lázaro; la multiplicación de los panes y los peces. Una y otra vez se repiten las escenas, mientras todos los que participan, sobre todo jóvenes, posan ante los reflectores. Es cierto que no son actores profesionales, ni están dirigidos por algún conocedor de teatro, pero en sus diálogos y representaciones está todo el fervor de un pueblo que se prepara, desde hace 170 años, para darle identidad a Iztapalapa, dice el investigador Francisco Alatriste.
Las escenas se pueden ver tras una ventana, en la cocina de las hijas de don Juan Cano. Un lugar sencillo y acogedor, donde entran y salen varias personas como si fuera su casa. Y lo es. Doña María de Lourdes interpreta a su manera, vivencia, cada una de estas escenas. A punto de llorar, asegura que se conmueve al oír las palabras de Cristo. Se sabe de memoria algunos fragmentos y dice: “Cada año, no falta un actor que le imprima su sello a los personajes bíblicos. Hay unos que son insuperables, a pesar de que no sean actores profesionales. Le ponen su alma”, dice.
Su hermana, Magdalena cuenta que desde hace 18 años ayudaron a sus padres para que los ensayos, la selección del reparto y toda la casa estuviera a disposición del Comité Organizador y los participantes. Un gran corredor rectangular, con una manta enorme en el techo, es el escenario donde ensayan. Uno de los cuartos sirve como oficina para el comité; a un lado, otro cuarto donde se caracterizan las vírgenes; la parte de arriba es ocupada por nazarenos y otros personajes. La cocina es el único sitio que tienen las hermanas Cano. Ahí platican, comentan los ensayos, cocinan para convidarles a los invitados.
Están habituadas a las entrevistas, pero sin protagonismos. Platican de lo cotidiano, sin presunciones ni alabanzas. Cuentan que don Juan Cano, su padre, hasta hace un par de años era el anfitrión por excelencia. Recibía a los medios, les contaba la historia de la Pasión, daba recomendaciones, los invitaba a comer. También era socio y miembro del Comité. Ahora, tras su muerte, dejó un hueco.
“Pero nunca hemos recibido ningún dinero de nadie”, aclara doña Magdalena, su hija mayor. “Nosotras ahorramos, es nuestra voluntad hacerlo, porque nos gusta recibir a la gente. Si falta dinero, nosotras lo resolvemos. El Jueves y Viernes Santo les damos de comer a la banda de música. Hace un año preparamos chilaquiles; ahora daremos pozolito”, cuenta.
Jesús Flores, de 25 años, fue el joven elegido para encarnar a Jesús de Nazaret. Un chico alto, moreno, apuesto. Muy tranquilo al momento de hablar, acostumbrado desde hace un par de meses a las cámaras. Se ve cansado, y no es para menos. A las 15:30 horas tiene un entrenamiento en el Cerro de la Estrella. Sube y baja con una cruz improvisada, que pesa 75 kilos (la original pesará 90). Más tarde va al gimnasio donde lo preparan para aguantar los ocho kilómetros de recorrido. Ha soportado 37 ensayos, más de 100 horas en total. Lleva una dieta especial; preparación espiritual, manejo de público, “pero yo me siento muy tranquilo y feliz de poder vivir lo que vivió Nuestro Señor”.
Fue elegido entre 17 aspirantes, pasó tres filtros. Debió cumplir con ciertos requisitos: ser oriundo de los Ocho barrios, con descendientes de ese lugar; soltero, sin compromisos; una vida espiritual y moral proba; cero vicios ni veleidades; medir más de 1.75, tener o acercarse al tipo de personaje que encarnará. El año pasado fue al apóstol Juan, pero éste le tocó el papel que muchos buscan desde hace años. “Se lo dedico a mi padre que murió hace poco. En él pienso al momento de hacerlo”.
María de Lourdes, o Marilú, dice que cuanto todo termine, sentirá nostalgia. “Es como si mi papá siguiera sentado ahí”, señala hacia un pedazo de concreto: “le gustaba ver los ensayos. Luego teníamos que ir por él, porque en todo andaba”.
A punto de acabar el ensayo, Marilú dice, en tono de complicidad, que este año le tocó ser jurado de selección. “Lo que pasa es que no está permitido que las mujeres participemos en decisiones del Comité. Así que fui la primera mujer en hacerlo. Fue raro, pero me gustó. Lo hice en representación de mi papá”, aclara.
EL TRASFONDO POLÍTICO
Uno de los actos más criticables que tiene el Comité Organizador, aclara el cronista de Iztapalapa, Ángel de la Rosa, “es el que la mujer no tenga una participación activa en la organización. Es una postura atrasada y machista, que las mujeres estén relegadas cuando son un parte fundamental en la Pasión”, precisa.
Hace un año, de la Rosa Blancas convocó a una rueda de prensa donde manifestó su malestar respecto al desempeñó del Comité: “Quieren sacar raja política”, declaró entonces. En entrevista para SinEmbargo, el también economista considera que la celebración popular está controlada por el Comité Organizador y por la propia Delegación de Iztapalapa.
“Es la delegación quien da los gafetes para prensa, decide el recorrido de la representación, en cada momento presenta su logotipo, cuando es la gente quien pone el dinero. Es un acto del pueblo. Esto quiere decir, que el pueblo hace la mano de obra y la delegación de adueña del evento. Lo mismo pasa con el Comité”, a quien Ángel de la Rosa exige que aclare públicamente sus cuentas, los ingresos y egresos, la participación de la mujer y el contenido histórico “que no es partir del cólera morbus de 1833 como se dijo. Eso es una invención. Hay documentos históricos que no son tomados en cuenta”.
La Pasión de 2005, la número 162, resaltó por los tintes políticos y partidistas. Estaba en auge la polémica por el desafuero a Andrés Manuel López Obrador, rumbo a las elecciones de 2006. Un supuesto integrante de la procuraduría capitalina, que dijo llamarse José Bobadilla, y quien habló del desafuero sin contexto alguno, desconcertando a los asistentes; o el de Tito Domínguez Cerón, quien personificó a Judas Iscariote, y apareció en la escenificación con un muño tricolor, en clara alusión al mismo tema. Más tarde, ante los medios, diría que “con López Obrador se comete una injusticia como sucedió con Jesucristo”.
Para Francisco Alatriste, el tema electoral, partidista y político está presente en la Pasión, “sabemos de gente que fue personaje y luego están activos en la política. Más que económico, yo creo que el punto es meramente político”. Al respecto, Ángel de la Rosa considera: “Es un teatro del pueblo, no es exclusivo de nadie. No tiene dueño. Ni la delegación ni el Comité lo son. Es un legado histórico. Por eso es importante que se transparenten los informes financieros. Si la gente se paga su vestuario, su producción, ¿en qué gasta el Comité, cuánto y cómo?”, puntualiza.
En respuesta, el presidente del Comité Organizador, Gerardo Granados responde: “Nosotros no recibimos dinero de ningún gobierno o empresa. Es la gente quien da su donativo. Nosotros, como socios estamos obligados a dar, por lo menos 500 pesos cada uno. Pero la gente da lo que tenga y eso se invierte para los escenarios, por ejemplo. La delegación invierte en lo suyo, sobre todo en cuestiones de vialidad y seguridad pública”, reconoce.
Asegura que es necesario que exista un Comité porque la Pasión de Iztapalapa ha crecido tanto, que se necesita apoyo de distintos tipos. Desmiente que ellos controlen todo, e invita a que se les pregunte a los vecinos si ellos participan o no. “Este es un evento del pueblo, que ha pasado de ser una celebración meramente religiosa, a una con gran carga cultural”, destaca Gerardo Granados.
Don Miguel Ángel Guerra escucha esto último y asiente. Después de la aclaración de Gerardo Contreras acota: “Es cierto, esta fiesta es de los iztapalapenses. No sólo es un teatro del pueblo. Es el teatro más grande del mundo. Y yo, como iztapalapense que soy, me muero en la raya por mi barrio y mi pueblo”, finaliza.
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