Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

domingo, 24 de marzo de 2013

El asesinato de un nonato (licenciado Donaldo Colosio) -Los riesgos del mito

El asesinato de un nonato (licenciado Donaldo Colosio)
Claudia Gómez Haro
Uno de los cuadros que considero de mayor interés es el magistral retrato post mortem de Luis Donaldo Colosio, realizado por Arturo Rivera en 1994.
 
El cuadro es, como tal, técnicamente impecable y realista, como estremecedores son los demás elementos fantásticos, emblemas espectrales, signos y formas que dan cuerpo al complicado conjunto de la obra. No es necesario decir que un retratista de la época actual dispone de muchos materiales de referencia visual fidedigna para pintar la imagen de una persona desaparecida (sobre todo si ha sido ella una figura pública, como es el caso), pero tal facilidad no proporciona sino ventajas mecánicas al artista, que debe resolver en el lienzo los dilemas de concepción, de estilo, de atmósfera y presencia que plantea el retrato de todo sujeto particular.

Picasso, para dar un ejemplo histórico, dibujó un imponente rostro de César Vallejo, al que no había conocido en vida, sólo con unas cuantas amarillentas fotografías del poeta, entre ellas una reproducción, impresa en algún diario, de su cuerpo en el lecho de muerte.

En el cuadro de Arturo Rivera que aquí comentamos se descubre casi de perfil la imagen de Luis Donaldo Colosio, retratado con naturalidad, la propiedad y la destreza que distinguen la vasta y reconocida obra del pintor, que jamás se conforma en los retratos con limitarse a captar escueta y fielmente la expresión más característica y los rasgos faciales inequívocos de su modelo. Además de realizar un retrato de factura ejemplar, el pintor habla dentro del cuadro, como hacían con mucha frecuencia los renacentistas y sus predecesores, de otros temas, objetos, paisajes o ideas que al artista le parecen relacionados íntimamente con el mundo y la vida y el tiempo particularísimo de su personaje. Eso hacían los flamencos de la generación de Van der Weyden o de Van Eyck, que acompañaban al retrato de un hombre o una familia, multitud de referencias, que son para nosotros invaluables noticias de la época: la mentalidad, las circunstancias, las costumbres de los personajes inmortalizados en esas tablas y telas: tapices, telares, bronces, lámparas, inscripciones en la tierra y la lengua del lugar, adornos, libros, instrumentos de medición, muebles, cortinajes, etcétera. En suma, hay en esos cuadros, junto a los sujetos centrales, una relación minuciosa e innumerable (por algo se llamó miniaturismo) de las cosas que nos sirven hoy para entender y situar el ambiente en que esos personajes vivían.

También, a veces, con sólo colocar al descuido un espejo cóncavo, cierta esfera cristalina, en los que se reflejan deformadas las imágenes de una habitación o terraza, el pintor nos habla de su idea del arte mismo, y de la perfección y la pericia que le daban el derecho a sentarse entre los mayores. Con la obra probaba el ejercicio de su arte y, además, marginalmente, exponía los principios de su doctrina pictórica.

No deben por eso aterrarse, ni desconcertarse, los espectadores de los retratos de Arturo Rivera, especialmente quienes contemplen este cuadro del absurda y violentamente desaparecido candidato presidencial Luis Donaldo Colosio. En el cuadro hay, de por sí, una referencia onírica, simbólica, artística, claro está, a la conmoción nacional que produjo hace unos años el brutal atentado contra el político mexicano.
Foto
El asesinato de un nonato, 1994. Colección archivo Arturo Rivera
 
Arturo Rivera, especie de nuevo pintor mexicano-flamenco, es un artista culto y complejo (todo gran artista es complejo, aunque no siempre sea culto), y también habla en sus cuadros de su estética, de sus convicciones y obsesiones técnicas, del mundo que lo rodea a él y a los personajes contemporáneos que retrata.
 
Obsérvese en cambio la admirable exactitud de trazo, diseño y perspectiva clásicas que representa en la parte inferior del retrato la doble tabla del cuadrado áureo, en el que destacan las figuras de la bestezuela nonata, que sangra unida a su mortal reflejo, sobre el frío perfil del esquema geométrico en que el pintor expone con oscuro humor la estructura del anclaje de la sección áurea I y la sección áurea II para proceder a la erudita noticia sobre Leonardo da Pisa o Leonardo Fibonacci, matemático y geómetra genial del siglo XII, que conmovió con sus libros a la Edad Media entera. De su Libro del ábaco (Liber Abaci, 1202) surge el movimiento que lleva a Europa a la adopción de la escritura numérica hindú-arábiga, y con él se transforman las ideas de matemáticos medievales, que ven resueltos problemas como la hoy conocida secuencia Fibonacci: 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, etcétera, a la que se refiere en su inscripción Arturo Rivera, y en la que cada número es la suma de los dos anteriores.
 
Y de esa abstracta especulación matemática y geométrica surgirán las doctrinas que marcan el carácter de la composición arquitectónica y pictórica de los grandes artistas del Renacimiento, desde Durero y Da Vinci, a los pintores del siglo XX. La relación existente entre dos dimensiones (o números) en que: el mayor sea el menos, como la suma de ambos sea al mayor es la herencia teórica de Fibonacci a la norma de la divina proportione (Luca Paciolli la llamará así en su libro del siglo XVI) y al principio de la sección áurea, con el que Arturo Rivera nos ilustra en esa cinco líneas manuscritas de esta obra pictórica, diseñada ella misma conforme al tenor de esos casi milenarios preceptos con los que aún jugaba en su modulor de los años 1961 el arquitecto galo Le Corbusier.
 
Arturo Rivera sabe, como los renacentistas, que la pintura no es una ciencia, pero que tras todo verdadero pintor, junto al carcajo de los pinceles y las espátulas, hay un arsenal de conocimiento y de instrumentos científicos e históricos.
 
Así lo prueba este admirable retrato de Luis Donaldo Colosio, en cuyo centro se halla geométricamente trazado, a la Fibonacci, ese delgado mástil ominoso, cuyo insinuado remate mortuorio se pierde en la negrura de la parte superior del cuadro.
 
Los riesgos del mito
Sergio Ramírez
Foto
En las principales calles de Guatemala se llevó a cabo ayer el desfile bufo de la Huelga de Dolores. Participaron alumnos de la Universidad de San Carlos, quienes representaron personajes y situaciones de la política nacional e internacional. En el acto se efectuó un homenaje al ex presidente venezolano Hugo ChávezFoto Reuters
 
El mito arraiga mucho mejor en las sociedades en que persiste un profundo sustrato rural, y es allí, en ese sustrato, donde también crece con renovado verdor la figura del caudillo. Rascacielos, carreteras de alta velocidad que se cruzan en complicados nudos, enjambres de antenas parabólicas, pero la sociedad rural sigue allí, trasladada a las colmenas bullentes que son las barriadas de los cerros de Caracas.
 
 
Mito y caudillo se encuentran en la muerte. El cielo se puso rojo. Estaba haciendo calor, bajó la neblina y llovió. Dicen que fue justo cuando murió Chávez, afirma una mujer que hace fila pacientemente bajo el Sol para ver por última vez a su líder benefactor. Un temblor de magnitud cuatro en la escala de Richter se ha sentido en Caracas el mismo día de los funerales de Estado, comenta otro de los que esperan ver cumplida la gracia de contemplar el rostro del caudillo tras el vidrio del féretro. Está bello, ha rejuvenecido, dirá otra mujer al salir de la capilla ardiente. Parece que está a punto de hablar. Un cometa ha dejado su estela en los cielos lejanos.
 
No en balde María Lionza sigue reinando desde los cielos en Venezuela, montada a pelo en el lomo de una danta, la deidad campesina dispensadora de bienes cuyo culto nació en Yaracuy para extenderse a la nación entera, campos y ciudades. Y sin duda el comandante Chávez, gracias a esa eternidad que sólo crea la magia de las mentes, entrará en el santoral al que pertenece el doctor José Gregorio Hernández, médico entregado a los pacientes pobres y muerto a una edad parecida, frente a cuyo retrato se encienden veladoras y se elevan plegarias porque, además, desde esa eternidad alimentada por la devoción se quedó haciendo milagros en beneficio de los suplicantes.
 
Para pasar a los altares populares habrá sido necesaria en vida el aura del carisma, que empieza por el magnetismo personal, por la memoria para recordar nombres, por el don de la oratoria que electriza porque polariza, mandando a la hoguera a los adversarios. No quedaría en el alma colectiva donde se engendra el mito alguien que pronunció en vida discursos aburridos y monocordes, que no cantó y bailó en las tarimas, que no sabía de memoria las tonadas llaneras, que no desafió gallardamente al gigante de siete leguas. Pero, sobre todo, al caudillo muerto se le recuerda como uno recordaría a su propio padre, bondadoso, dispuesto a extender la mano para colmar de dones a sus partidarios y, al mismo tiempo, decidido a castigar a los díscolos enviándolos a las llamas del infierno. Síganme los buenos.
 
A nadie se parece más el comandante Chávez que a Eva Perón. No a Juan Domingo Perón, su marido, quien murió de viejo, sino a ella. Santa Evita, elevada a los altares. Su foto sigue siendo iluminada por las velas en los hogares humildes más de medio siglo después de su muerte. Generosa para colmar de regalos a manos llenas a los más pobres a costas de las arcas del Estado que entonces parecían inagotables y arrancada igualmente del mundo de los vivos por un cáncer traicionero. Morir en la plenitud, como quiere Joseph Campbell, maestro de mitos, pues los héroes deben entrar en el panteón de la eternidad sin haber nunca envejecido a los ojos de sus feligreses.
 
Y una vez llegada la muerte, el mito pasa a alumbrar el cadáver, que se libra así del poder de los gusanos, que es el poder del olvido, y embalsamado queda expuesto a los ojos de los fieles. Ése era el destino de Eva Perón, que su cuerpo fuera exhibido dentro de una urna de cristal en un mausoleo de mármol y granito para que sus adoradores desfilaran rindiendo tributo generación tras generación a la bella durmiente. Pero el general Domingo Perón no tardó en irse al exilio tras un golpe de Estado y el cadáver, escondido de la vista pública por el nuevo gobierno militar, sufrió diversas peripecias.
 
Desde el tiempo de los faraones, un cuerpo embalsamado ha funcionado como símbolo de poder más allá de la muerte en sociedades políticamente inmóviles, y la venezolana está lejos de serlo. La mayoría de los cadáveres preservados para la contemplación pública indefinida han sido ya enterrados y sólo quedan unos pocos, entre ellos el de Kim Il Sung en el país más cerrado del mundo, donde no se mueve la hoja de un árbol sin el permiso del dinasta familiar en turno.
 
Alguna vez el comandante Hugo Chávez dijo que quería ser enterrado en su suelo natal de Sabaneta de Barinas, pero ahora la cúpula ha resuelto que sea exhibido en un museo. Y dijo más: Exhibir cuerpos insepultos es un signo de la inmensa descomposición moral que sacude a este planeta, opinó en el año 2009 acerca de la exposición ambulante de cuerpos momificados Body worlds.
 
Esta decisión extrema de quienes buscan usar su cadáver como seguro de vida de su propio poder expone al caudillo a ser devuelto un día a la Tierra por otras manos que no le guardarán la misma veneración o simplemente querrán quitarlo de la vista pública. La historia no es inmóvil, ni aún en Corea del Norte. El cuerpo de Evita, trabajado hasta el delirio por los expertos en momias, anduvo errante por el mundo hasta que fue inhumado piadosamente en el cementerio de la Recoleta.
 
En los días del funeral, el consejo que aceptó el presidente interino Nicolás Maduro, o él mismo lo decidió, fue el de meterse en los zapatos del comandante Chávez, vestir la misma ropa deportiva con los colores patrios, imitar su discurso exaltado, amenazar al adversario. No le lucía mucho. Pero ahora, al no hacer enterrar cristianamente a su padre espiritual y político, entrará necesariamente en una contradicción, porque tendrá siempre una imagen de cuerpo presente recordándole que Él no es él.
Masatepe, febrero 2013.
Twitter: sergioramirezm
 
 

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